Cincuenta y ocho operarios recuperaron su fuente de trabajo.
Pero comenzar a producir no será sencillo: al ingresar,
los obreros denunciaron que los dueños robaron piezas
vitales para la producción.
Brukman es de los trabajadores. Eran las 16.20 del lunes
29, cuando un cerrajero accionó su sierra eléctrica
para cortar las cadenas y los candados que cerraban los portones
de la planta textil, ubicada en Jujuy al 500. Fueron unos
segundos de chispazos que llovían ante la mirada fija
de Matilde Adorno, Elena Caliva, Hilda Bustamante y Oscar
Jiménez, los cuatro obreros que ingresaron a la fábrica
antes que nadie, junto a la síndico que llevó
la quiebra, a funcionarios del gobierno de la Ciudad y al
abogado del Movimiento de Fábricas Recuperadas, Luis
Caro.
Afuera, detrás de las vallas que todavía no
había desarmado la policía, esperaban impacientes
los otros 54 obreros que conforman la Cooperativa de trabajadores
18 de diciembre, integrada por los operarios de la Ex Brukman.
Los acompañaban 200 personas, en su mayoría
militantes de agrupaciones de izquierda, familiares y miembros
de otras empresas recuperadas: Lavalán, Ghelco, Chilavert,
Clínica Medrano, Astilleros Navales Unidos, Sasetru,
entre otras.
Adentro reinaba la oscuridad. Los operarios de Edesur no
le llegaron en toda la tarde para reponer el servicio que
había sido cortado tras el desalojo de los trabajadores,
ocurrido el Viernes Santo. La pequeña comitiva comenzó,
entonces, a pedir linternas a los cuatro vientos para poder
realizar el inventario, último paso necesario antes
de confeccionar el acta de traspaso de las instalaciones a
manos de los obreros.
Mientras esperaban en la planta baja, las obreras se apretujaban
unas a otras, como si todavía no pudieran creer que
ya habían entrado. Matilde Adorno no lograba contener
las lágrimas ni hablar. Hasta que, por fin, confesó:
"Tengo miedo o, mejor dicho, incertidumbre. No sé
qué vamos a encontrar. Además, ahora tendremos
que demostrar nuestro trabajo en muy poco tiempo". La
mujer -que andaba con un bastón y una bota ortopédica
por una fractura en el pie- todavía se restregaba los
ojos cuando llegaron una, dos, tres, cuatro linternas caseras
y comenzó la tarea.
De arriba hacia abajo. Las obreras y los funcionarios subieron
los seis pisos por la angosta escalera caracol y revisaron
las calderas. Comprobaron su presencia pero no su funcionamiento:
la falta de gas y energía eléctrica impedía
ponerlas en marcha. Siguieron por el quinto piso y después
por el cuarto. Por un momento, las caras emocionadas mutaron
por muecas de preocupación: "Falta la C.P.U. de
la máquina cortadora, donde estaban archivados todos
los moldes. Es el corazón de la fábrica",
bramó Juan Carlos Righini, que salió a contarle
la mala nueva a sus compañeros que estaban afuera.
No era lo único que faltaba, también el lente
de esa máquina y hasta el cartucho de tinta que imprimía
los moldes. "Lo que la máquina hacía en
diez minutos, manualmente se tarda diez días",
subrayó Oscar Jiménez. Caro salió, entonces,
a hablar con la prensa: "Jacobo Brukman era un empresario,
pero ahora es un ladrón, lo denunciaremos penalmente.
Son todas máquinas automáticas y les quitaron
las plaquetas, que son vitales para su funcionamiento. Sin
ellas están muertas", aseguró.
En el tercer piso encontraron las máquinas de coser
desparramadas, una ojaladora desarmada y alguna plancha rota.
También había recortes de tela desperdigados
por los pisos. "Esto parece una guerra civil", se
quejó minutos más tarde, Santiago, aliasEl Francés,
el más veterano de la cooperativa.
Los obreros que aguardaban afuera querían entrar para
ver con sus propios ojos cómo estaba todo. A las siete
de la tarde, la síndico había terminado el inventario
y se aprestaba a firmar el acta de cesión de la fábrica
en la planta baja, donde todavía entraba algún
rayito de sol. Por las ventanas, los operarios que habían
podido ingresar entretenían a los de afuera haciendo
morisquetas con un maniquí. Hasta que veinte minutos
después, en fila india y vestidos con los ya tradicionales
guardapolvos celestes, todos los trabajadores ingresaron a
la fábrica.
De nada sirvieron las tres apelaciones, los dos recursos
de queja ni el recurso extraordinario presentado por los antiguos
dueños de Brukman ante la Corte Suprema de Justicia
para impedir que los trabajadores se hicieran cargo de la
textil. Dos años y once días después
de tomar la fábrica y tras pasar los últimos
ocho meses en una carpa montada a cincuenta metros de la planta,
las costureras fueron entrando de a una. Sin darse cuenta,
pisoteaban las boletas impagas de Alumbrado, Barrido y Limpieza
que durante todo este tiempo se fueron acumulando en la entrada
de la planta. Tampoco advertían que a derecha e izquierda
reposaban, inhertes, los cascos y los escudos de la policía,
los mismos que utilizaron en la violenta represión
de abril. Las mujeres estaban tan ansiosos como paralizadas.
Los fotógrafos de los diarios les imploraban que simulen
un festejo para llevar la imagen que tanto requerían
sus jefes. Pero ellas ingresaban con cara de póquer
y a paso rápido, sin dejarse convencer.
Recién cuando todos se reunieron en el tercer piso
estalló la alegría. Se sentaron en círculo
y comenzaron a cantar: "Y ya lo ve, y ya lo ve, es para
Brukman que lo mira por TV". Aplaudiero. Gritaron. Se
emocionaron. Se abrazaron. Después todos quisieron
decir algo. "Seguimos necesitando ayuda, tenemos que
poner las máquinas en funcionamiento", disparó
Gladys. "Vamos a empezar por limpiar y ordenar. Pero
el lunes, ya vamos a estar trabajando", prometió
Matilde. Alba agradeció a las familias: "Nuestros
maridos y nuestros hijos se bancaron todo. Tuvieron que aprender
muchas cosas para reemplazarnos en nuestras casas y tuvieron
que comprender por qué estábamos acá".
Delicia recordó a todas las organizaciones sociales
y partidarias que "hicieron el aguante a los trabajadores
de Brukman". Después habló Caro, el abogado,
y explicó la situación legal: "El gobierno
de la Ciudad cedió a la cooperativa de trabajadores
las instalaciones en comodato y por dos años. En ese
lapso, además, los obreros pueden ofertar comprar la
quiebra, como ya ocurrió con Gip-Metal, el diario cordobés
Comercio y Justicia y como está por suceder con la
Unión Papelera Platense". También contó
que si bien la ley de expropiación dejaba abierta la
posibilidad de que los obreros que no formaron parte de la
toma puedan integrarse a la cooperativa, aún ninguno
de ellos manifestó ese deseo. Ya en penumbras, cerró
la jornada una mujer que se presentó como La Negra
Agitadora: "Yo me fui de las últimas en integrarme
a la cooperativa -dijo-. Yo era piquetera. Salía a
cortar rutas por 150 pesos y un bolsón de alimentos.
Para mí este es un momento muy fuerte. Ser obrera significa
volver a llevar un plato de comida a mi casa. Y eso es recuperar
la dignidad. El país se levanta trabajando", gritó
con la vena hinchada.
En el día en que la clase obrera fue al paraíso,
ya no valía la pena agregar nada más.
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