Ahora sí, las obreras sin patrón
Brukman
 
   
   
Después de dos años y diez días de sostener el conflicto, la Cooperativa de Trabajo 18 de diciembre, integrada por los trabajadores de Brukman, recibió en comodato por dos años la fábrica textil.

 

 
   
Por:-agencia La vaca 06/01/2004 Lugar
Cincuenta y ocho operarios recuperaron su fuente de trabajo. Pero comenzar a producir no será sencillo: al ingresar, los obreros denunciaron que los dueños robaron piezas vitales para la producción.

Brukman es de los trabajadores. Eran las 16.20 del lunes 29, cuando un cerrajero accionó su sierra eléctrica para cortar las cadenas y los candados que cerraban los portones de la planta textil, ubicada en Jujuy al 500. Fueron unos segundos de chispazos que llovían ante la mirada fija de Matilde Adorno, Elena Caliva, Hilda Bustamante y Oscar Jiménez, los cuatro obreros que ingresaron a la fábrica antes que nadie, junto a la síndico que llevó la quiebra, a funcionarios del gobierno de la Ciudad y al abogado del Movimiento de Fábricas Recuperadas, Luis Caro.

Afuera, detrás de las vallas que todavía no había desarmado la policía, esperaban impacientes los otros 54 obreros que conforman la Cooperativa de trabajadores 18 de diciembre, integrada por los operarios de la Ex Brukman. Los acompañaban 200 personas, en su mayoría militantes de agrupaciones de izquierda, familiares y miembros de otras empresas recuperadas: Lavalán, Ghelco, Chilavert, Clínica Medrano, Astilleros Navales Unidos, Sasetru, entre otras.

Adentro reinaba la oscuridad. Los operarios de Edesur no le llegaron en toda la tarde para reponer el servicio que había sido cortado tras el desalojo de los trabajadores, ocurrido el Viernes Santo. La pequeña comitiva comenzó, entonces, a pedir linternas a los cuatro vientos para poder realizar el inventario, último paso necesario antes de confeccionar el acta de traspaso de las instalaciones a manos de los obreros.

Mientras esperaban en la planta baja, las obreras se apretujaban unas a otras, como si todavía no pudieran creer que ya habían entrado. Matilde Adorno no lograba contener las lágrimas ni hablar. Hasta que, por fin, confesó: "Tengo miedo o, mejor dicho, incertidumbre. No sé qué vamos a encontrar. Además, ahora tendremos que demostrar nuestro trabajo en muy poco tiempo". La mujer -que andaba con un bastón y una bota ortopédica por una fractura en el pie- todavía se restregaba los ojos cuando llegaron una, dos, tres, cuatro linternas caseras y comenzó la tarea.

De arriba hacia abajo. Las obreras y los funcionarios subieron los seis pisos por la angosta escalera caracol y revisaron las calderas. Comprobaron su presencia pero no su funcionamiento: la falta de gas y energía eléctrica impedía ponerlas en marcha. Siguieron por el quinto piso y después por el cuarto. Por un momento, las caras emocionadas mutaron por muecas de preocupación: "Falta la C.P.U. de la máquina cortadora, donde estaban archivados todos los moldes. Es el corazón de la fábrica", bramó Juan Carlos Righini, que salió a contarle la mala nueva a sus compañeros que estaban afuera. No era lo único que faltaba, también el lente de esa máquina y hasta el cartucho de tinta que imprimía los moldes. "Lo que la máquina hacía en diez minutos, manualmente se tarda diez días", subrayó Oscar Jiménez. Caro salió, entonces, a hablar con la prensa: "Jacobo Brukman era un empresario, pero ahora es un ladrón, lo denunciaremos penalmente. Son todas máquinas automáticas y les quitaron las plaquetas, que son vitales para su funcionamiento. Sin ellas están muertas", aseguró.

En el tercer piso encontraron las máquinas de coser desparramadas, una ojaladora desarmada y alguna plancha rota. También había recortes de tela desperdigados por los pisos. "Esto parece una guerra civil", se quejó minutos más tarde, Santiago, aliasEl Francés, el más veterano de la cooperativa.

Los obreros que aguardaban afuera querían entrar para ver con sus propios ojos cómo estaba todo. A las siete de la tarde, la síndico había terminado el inventario y se aprestaba a firmar el acta de cesión de la fábrica en la planta baja, donde todavía entraba algún rayito de sol. Por las ventanas, los operarios que habían podido ingresar entretenían a los de afuera haciendo morisquetas con un maniquí. Hasta que veinte minutos después, en fila india y vestidos con los ya tradicionales guardapolvos celestes, todos los trabajadores ingresaron a la fábrica.

De nada sirvieron las tres apelaciones, los dos recursos de queja ni el recurso extraordinario presentado por los antiguos dueños de Brukman ante la Corte Suprema de Justicia para impedir que los trabajadores se hicieran cargo de la textil. Dos años y once días después de tomar la fábrica y tras pasar los últimos ocho meses en una carpa montada a cincuenta metros de la planta, las costureras fueron entrando de a una. Sin darse cuenta, pisoteaban las boletas impagas de Alumbrado, Barrido y Limpieza que durante todo este tiempo se fueron acumulando en la entrada de la planta. Tampoco advertían que a derecha e izquierda reposaban, inhertes, los cascos y los escudos de la policía, los mismos que utilizaron en la violenta represión de abril. Las mujeres estaban tan ansiosos como paralizadas. Los fotógrafos de los diarios les imploraban que simulen un festejo para llevar la imagen que tanto requerían sus jefes. Pero ellas ingresaban con cara de póquer y a paso rápido, sin dejarse convencer.

Recién cuando todos se reunieron en el tercer piso estalló la alegría. Se sentaron en círculo y comenzaron a cantar: "Y ya lo ve, y ya lo ve, es para Brukman que lo mira por TV". Aplaudiero. Gritaron. Se emocionaron. Se abrazaron. Después todos quisieron decir algo. "Seguimos necesitando ayuda, tenemos que poner las máquinas en funcionamiento", disparó Gladys. "Vamos a empezar por limpiar y ordenar. Pero el lunes, ya vamos a estar trabajando", prometió Matilde. Alba agradeció a las familias: "Nuestros maridos y nuestros hijos se bancaron todo. Tuvieron que aprender muchas cosas para reemplazarnos en nuestras casas y tuvieron que comprender por qué estábamos acá". Delicia recordó a todas las organizaciones sociales y partidarias que "hicieron el aguante a los trabajadores de Brukman". Después habló Caro, el abogado, y explicó la situación legal: "El gobierno de la Ciudad cedió a la cooperativa de trabajadores las instalaciones en comodato y por dos años. En ese lapso, además, los obreros pueden ofertar comprar la quiebra, como ya ocurrió con Gip-Metal, el diario cordobés Comercio y Justicia y como está por suceder con la Unión Papelera Platense". También contó que si bien la ley de expropiación dejaba abierta la posibilidad de que los obreros que no formaron parte de la toma puedan integrarse a la cooperativa, aún ninguno de ellos manifestó ese deseo. Ya en penumbras, cerró la jornada una mujer que se presentó como La Negra Agitadora: "Yo me fui de las últimas en integrarme a la cooperativa -dijo-. Yo era piquetera. Salía a cortar rutas por 150 pesos y un bolsón de alimentos. Para mí este es un momento muy fuerte. Ser obrera significa volver a llevar un plato de comida a mi casa. Y eso es recuperar la dignidad. El país se levanta trabajando", gritó con la vena hinchada.

En el día en que la clase obrera fue al paraíso, ya no valía la pena agregar nada más.

 

 
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