Sección DDHH
Escrache a un represor

"Vidal: Te llegó el día"

 
 
  Escrache  
"represor en el Pozo de Banfield y en la Brigada de Investigaciones de San Justo durante la última dictadura militar, falsificó partidas de nacimiento en los partos que atendió en esos centros clandestinos de detención"

 

 
   
Por:-agencia La vaca

29/12/2004 Argentina

Jorge Héctor Vidal está escrachado. El sábado 27, los vecinos del Bajo Flores lo condenaron socialmente por haberse desempeñado como represor en el Pozo de Banfield y en la Brigada de Investigaciones de San Justo durante la última dictadura militar. También por haber falsificado partidas de nacimiento en los partos que atendió en esos centros clandestinos de detención. Frente a su casa, sobre el asfalto de Robertson 1071, los manifestantes pintaron para que todo el mundo sepa: “Médico apropiador, genocida y torturador”.

La cita era a las tres de la tarde en Plaza de los Virreyes, pero desde varias horas antes ya había movimiento en el barrio. Miembros del Centro Social y Cultural del Bajo Flores y de la agrupación H.I.J.O.S repartían volantes con el prontuario de este médico de la policía bonaerense que jamás fue dado de baja y que, ya en democracia, trabajó en el Departamento de Sanidad de La Plata y en la Dirección de Ecología y Medio Ambiente de La Matanza. Mientras tanto, los integrantes del Grupo de Arte Callejero repasaban con prolijas pinceladas los carteles que más tarde colgaron durante la marcha. Otro grupo colocaba un pasacalle en Eva Perón y Varela: “Vidal: Te llegó el día”, sentenciaba.

Ya más cerca de la hora señalada, arribaron los militantes de Socialismo Libertario, encargados de repartir los cancioneros: cinco temas de Andrés Calamaro, Xuxa, Rodrigo, Gilda y Pibes Chorros reconvertidos para que sus letras denunciaran el pasado del represor. A un costado, los integrantes del Taller de Serigrafía Popular improvisaron una mesa para estampar afiches y remeras con una consigna que era toda una declaración política: “1976-1983 Represión/ 1983-2003 Gatillo fácil/ 1976-2003- Impunidad”.

Todavía faltaba una hora para que comenzara el escrache y ya se había puesto en evidencia la trama social que se tejió en Bajo Flores, la misma que la dictadura se preocupó por hacer desaparecer junto a los militantes.

Hasta el año 2000, cuando el escrache era organizado exclusivamente por H.I.J.O.S., se elegían como blancos genocidas emblemáticos y en general se realizaban los miércoles a la noche para buscar, sobre todo, repercusión mediática. La acción duraba un día. Se marchaba a la casa del represor, se cantaba, se pintaba, se escrachaba y se desconcentraba. Desde la creación de la Mesa de Escrache Popular -conformada por el Grupo de Arte Callejero, Socialismo Libertario, la comisión escrache de H.I.J.O.S y una serie de organizaciones populares que van rotando de acuerdo al barrio en que se organiza la acción-, la concepción de esta forma de condena cambió. Ya no importa tanto la repercusión del escrache sino la construcción colectiva de la memoria y la condena social.

El escrache a Vidal, por ejemplo, no empezó y terminó con la marcha del sábado. A lo largo de tres meses, la Mesa de Escrache Popular fue enhebrando eslabones. El primer paso consistió en recorrer las organizaciones locales, para proponer un trabajo conjunto y decidir un lugar de reunión en el corazón del barrio. Así se cosió esta heterogénea red de movimientos. La mesa de Escrache eligió el Centro Cultural del Bajo Flores como lugar de reunión, donde todos los lunes a las 20.30 se diseñaba la táctica y estrategia para construir la condena social. Desde entonces, cada sábado, militantes de distintas organizaciones distribuyeron volantes por las calles. También pegaron afiches y realizaron pintadas con el prontuario de Vidal. Durante los días de semana organizaron charlas y proyectaron documentales en las escuelas de la zona, entre otras tantas actividades.

El sábado 27 se vio el resultado: una columna de dos nutridas cuadras de manifestantes recorrió casi tres kilómetros del Bajo Flores para poner en evidencia a Vidal. Comenzó a marchar una hora después de la cita. Para entonces, la trama había crecido: estaban los militantes del Movimiento Teresa Rodríguez y los motoqueros del Sindicato de Mensajeros y Cadetes que utilizaban sus motos para cortar el tránsito. Colgaron sus banderas las asambleas del Anfiteatro de Floresta, Almagro, Villa del Parque y Villa Urquiza. También llegaron Vecinos por la Memoria, Familiares de Víctimas de Gatillo Fácil y decenas de cronistas de medios alternativos como la revista Multiflores y el sitio web Indimedya. En el medio marchaba un puñado de travestis y, casi al fondo, el Frente Murguero ofrecía su batucada, otra innovación en estas manifestaciones que enfrentan los fantasmas de la muerte con una liturgia llena de vida. La columna la cerraba un pequeño grupito del Movimiento Socialista de los Trabajadores. “Un principio de la Mesa de Escrache es que no pueden participar los partidos políticos, si vienen tienen que ir atrás de todo”, explicó Carolina Golder, del Grupo de Arte Callejero y quien daba su voz al megáfono que encabezaba la marcha.

La primera línea de la columna era un símbolo de memoria eterna. Llevaban la bandera de H.I.J.O.S. Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Adriana Calvo de la Asociación Ex Detenidos-Desaparecidos, Raquel Robles de H.I.J.O.S y su pequeño Vito, de tres años, que cuando vio tantos pañuelos blancos le preguntó a su papá: “¿Hoy otra vez hay olé, olé?”.

“Alerta, alerta, alerta a los vecinos/al lado de su casa está viviendo un asesino”, tronó cuando la columna comenzó a desplazarse por Eva Perón, después de que un referente del Frente Murguero homenajeara a dos unidades básicas del barrio que recibieron sendos bombazos el 24 de marzo de 1976. Cuando la marcha llegó a la calle Castañón se detuvo. La voz del megáfono retumbó para escrachar a otro vecino, Miguel Ángel Espósito, el policía acusado de asesinar a golpes al adolescente Walter Bulacio, a la salida de un recital en 1991. “Tendría que estar pudriéndose en la cárcel”, dijo la mamá de Maximiliano Tasca, uno de los tres jóvenes fusilados en Floresta hace dos años por un policía retirado que custodiaba una estación de servicio. “Espósito sos una mierda, igual que Juan de Dios Velaztiqui, que mató a mi hijo”, agregó y después preguntó como si estuviera delante de ella: “¿Sabés qué es que te toquen el timbre y te digan que tu hijo está muerto?”. La trama social reconstruyó, también, la trama de la impunidad.

Mientras la multitud escuchaba en silencio, una jovencita se paraba sobre los hombros de un lungo, casi pelado. Eran dos miembros del Grupo de Arte Callejero que colgaban en una columna de luz una de sus típicas señales. Se trataba de un cartel redondo, como los que indican la máxima velocidad permitida. Pero en vez de tener dentro del círculo rojo un número, tenía dibujada una gorra policial con la frase “Juicio y Castigo”.

Después del silencio atento, volvió el bullicio. El megáfono explicaba que Vidal quedó libre por la ley de Obediencia Debida que dictó el gobierno de Raúl Alfonsín y convocaba a los vecinos a sumarse al escrache. En Zuviría y Varela, el lungo volvía a ofrecer sus hombros para que la artista callejera colgara una nueva señal. Esta vez era romboide y de fondo amarillo. Era una señal de advertencia: “A 200 metros genocida. Vidal. Robertson 1071”, decía el cartel”.

Una nueva parada. Esta vez frente al Hospital Piñero. Allí la voz del megáfono recordó a Mónica María Candelaria Mignone, una concurrente del servicio de Psicopedagogía que desapareció en manos del Ejército. “Mónica Mignone, presente”, gritaron los manifestantes. “30.000 compañeros detenidos-desaparecidos, presente”, volvieron a gritar.

En la puerta del hospital dos radiólogos se preguntaban cómo no conocían esa historia, mientras una chica de H.I.J.O.S les daba un volante con el pasado de de Vidal. Otros jóvenes del Taller de Serigrafía Popular pegaban con cola, en cada árbol, afiches que aseguraban que el Bajo Flores dijo “Basta”.

La manifestación dobló después por la calle Saraza y abandonó por un rato las avenidas. “En las avenidas hay negocios, gente de tránsito. Nos metemos por dentro del barrio, donde transcurre la vida de todos los días, para que todos se enteren”, explicó Golder. Y a metros de la villa, en la intersección con Bonorino, volvió a sonar la voz latosa del megáfono. Esta vez para recordar a dos decenas de desaparecidos que vivían o trabajaban allí. Otra vez el ritual de gritar, con los dedos en V, presente por cada nombre. Y otra vez, también, el lungo pone los hombros para colgar una nueva señal que exige juicio y castigo.

Los manifestantes muestran alguna señal de cansancio. El canto declina y la voz del megáfono arenga para motivar. Apeló a un canto más visceral pero menos poético de los que proponían los cancioneros: “Vidal, Vidal, Vidal/ te vamos a escrachar/ Vidal hijo de puta/la puta que te parió”. En ese momento la marcha entró en Carabobo, donde aparece una escenografía exótica dentro Buenos Aires: el barrio coreano. Amables, simpáticos, los inmigrantes orientales agradecían y sonreían cuando recibían los volantes. La columna estalló en un aplauso cuando uno de ellos colgó en su vidriera el afiche que escrachaba a Vidal.

Llegó el momento de doblar en Asamblea. “Ya estamos llegando”, se escuchó por el megáfono. Sin chistar, el Lungo volvió a poner los hombros. El cartel decía “Genocida a 150 metros”. Ya faltaba poco. La columna finalmente entró en Robertson y tronó como nunca. “Como a los nazis, les va a pasar. Adonde vayan los iremos a buscar”. Unos jóvenes apuraron el paso con una bandera amarilla y se pusieron delante del frente de la casa del torturador. “Al servicio de la impunidad”, se leía en la tela. Otro grupo, de Arde Arte, se paró frente a la casa de Robertson 1071 con espejos que pusieron de cara a las ventanas. En ellos se leía: “Vete y vete”.

Las ventanas de la casa de Vidal estaban bajas, la puerta protegida por rejas. También se veía un cartel que advertía que la casa tenía alarmas. Sus vecinos linderos se escondieron en sus casas. “Yo no sabía nada”, llegó a justificarse alguno mientras cerraba la puerta. Antes de leer el documento consensuado en la Mesa de Escrache, Raquel Robles tomó el micrófono para decir que ese no era un escrache más. “Este torturador –gritó- atendió, por decir de alguna manera, el parto de Mónica María Lemos, una madre valiente que parió delante de un represor. Esa hija que nació hoy está acá”. María José Lavalle Lemos se refugió entre sus compañeros de H.I.J.O.S. No podía hablar.

Hubo otra cosa que hizo distinto este escrache. Como nunca antes había ocurrido, durante los tres meses que la Mesa de Escrache trabajó en el Barrio, Vidal se ocupó de tapar y tachar cada pintada y cada afiche con aerosol negro. No sólo eso, en un momento, su yerno enfrentó a un grupo de militantes para decir que todo lo que denunciaban era mentira. “Gritó, gritó y gritó hasta que de pronto le cambió la cara y comenzó a escuchar. Era obvio que se estaba enterando de cosas que nunca le habían contado”.

Todos los esfuerzos de Vidal por ocultar su pasado fueron en vano. Eran las seis y media de la tarde del sábado y había llegado el momento de la ceremonia de los huevazos. “Antes usábamos bombitas de agua, pero siempre llegaban reventadas al final de la marcha. Ahora nos tomamos el trabajo de rellenar huevos con tinta”, explica Golder. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis huevos reventaron en el frente de la casa de la calle Robertson. Seis manchas rojas chorreaban en las paredes, simulaban la sangre con la que está manchado su dueño, Jorge Vidal.

 

 
DLa Tapa - Información Alternativa dlatapa@yahoo.com.ar / dlatapa_mail@yahoo.com.ar