Jorge Héctor Vidal está escrachado. El sábado
27, los vecinos del Bajo Flores lo condenaron socialmente
por haberse desempeñado como represor en el Pozo de
Banfield y en la Brigada de Investigaciones de San Justo durante
la última dictadura militar. También por haber
falsificado partidas de nacimiento en los partos que atendió
en esos centros clandestinos de detención. Frente a
su casa, sobre el asfalto de Robertson 1071, los manifestantes
pintaron para que todo el mundo sepa: “Médico
apropiador, genocida y torturador”.
La cita era a las tres de la tarde en Plaza de los Virreyes,
pero desde varias horas antes ya había movimiento en
el barrio. Miembros del Centro Social y Cultural del Bajo
Flores y de la agrupación H.I.J.O.S repartían
volantes con el prontuario de este médico de la policía
bonaerense que jamás fue dado de baja y que, ya en
democracia, trabajó en el Departamento de Sanidad de
La Plata y en la Dirección de Ecología y Medio
Ambiente de La Matanza. Mientras tanto, los integrantes del
Grupo de Arte Callejero repasaban con prolijas pinceladas
los carteles que más tarde colgaron durante la marcha.
Otro grupo colocaba un pasacalle en Eva Perón y Varela:
“Vidal: Te llegó el día”, sentenciaba.
Ya más cerca de la hora señalada, arribaron
los militantes de Socialismo Libertario, encargados de repartir
los cancioneros: cinco temas de Andrés Calamaro, Xuxa,
Rodrigo, Gilda y Pibes Chorros reconvertidos para que sus
letras denunciaran el pasado del represor. A un costado, los
integrantes del Taller de Serigrafía Popular improvisaron
una mesa para estampar afiches y remeras con una consigna
que era toda una declaración política: “1976-1983
Represión/ 1983-2003 Gatillo fácil/ 1976-2003-
Impunidad”.
Todavía faltaba una hora para que comenzara el escrache
y ya se había puesto en evidencia la trama social que
se tejió en Bajo Flores, la misma que la dictadura
se preocupó por hacer desaparecer junto a los militantes.
Hasta el año 2000, cuando el escrache era organizado
exclusivamente por H.I.J.O.S., se elegían como blancos
genocidas emblemáticos y en general se realizaban los
miércoles a la noche para buscar, sobre todo, repercusión
mediática. La acción duraba un día. Se
marchaba a la casa del represor, se cantaba, se pintaba, se
escrachaba y se desconcentraba. Desde la creación de
la Mesa de Escrache Popular -conformada por el Grupo de Arte
Callejero, Socialismo Libertario, la comisión escrache
de H.I.J.O.S y una serie de organizaciones populares que van
rotando de acuerdo al barrio en que se organiza la acción-,
la concepción de esta forma de condena cambió.
Ya no importa tanto la repercusión del escrache sino
la construcción colectiva de la memoria y la condena
social.
El escrache a Vidal, por ejemplo, no empezó y terminó
con la marcha del sábado. A lo largo de tres meses,
la Mesa de Escrache Popular fue enhebrando eslabones. El primer
paso consistió en recorrer las organizaciones locales,
para proponer un trabajo conjunto y decidir un lugar de reunión
en el corazón del barrio. Así se cosió
esta heterogénea red de movimientos. La mesa de Escrache
eligió el Centro Cultural del Bajo Flores como lugar
de reunión, donde todos los lunes a las 20.30 se diseñaba
la táctica y estrategia para construir la condena social.
Desde entonces, cada sábado, militantes de distintas
organizaciones distribuyeron volantes por las calles. También
pegaron afiches y realizaron pintadas con el prontuario de
Vidal. Durante los días de semana organizaron charlas
y proyectaron documentales en las escuelas de la zona, entre
otras tantas actividades.
El sábado 27 se vio el resultado: una columna de dos
nutridas cuadras de manifestantes recorrió casi tres
kilómetros del Bajo Flores para poner en evidencia
a Vidal. Comenzó a marchar una hora después
de la cita. Para entonces, la trama había crecido:
estaban los militantes del Movimiento Teresa Rodríguez
y los motoqueros del Sindicato de Mensajeros y Cadetes que
utilizaban sus motos para cortar el tránsito. Colgaron
sus banderas las asambleas del Anfiteatro de Floresta, Almagro,
Villa del Parque y Villa Urquiza. También llegaron
Vecinos por la Memoria, Familiares de Víctimas de Gatillo
Fácil y decenas de cronistas de medios alternativos
como la revista Multiflores y el sitio web Indimedya. En el
medio marchaba un puñado de travestis y, casi al fondo,
el Frente Murguero ofrecía su batucada, otra innovación
en estas manifestaciones que enfrentan los fantasmas de la
muerte con una liturgia llena de vida. La columna la cerraba
un pequeño grupito del Movimiento Socialista de los
Trabajadores. “Un principio de la Mesa de Escrache es
que no pueden participar los partidos políticos, si
vienen tienen que ir atrás de todo”, explicó
Carolina Golder, del Grupo de Arte Callejero y quien daba
su voz al megáfono que encabezaba la marcha.
La primera línea de la columna era un símbolo
de memoria eterna. Llevaban la bandera de H.I.J.O.S. Nora
Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora,
Adriana Calvo de la Asociación Ex Detenidos-Desaparecidos,
Raquel Robles de H.I.J.O.S y su pequeño Vito, de tres
años, que cuando vio tantos pañuelos blancos
le preguntó a su papá: “¿Hoy otra
vez hay olé, olé?”.
“Alerta, alerta, alerta a los vecinos/al lado de su
casa está viviendo un asesino”, tronó
cuando la columna comenzó a desplazarse por Eva Perón,
después de que un referente del Frente Murguero homenajeara
a dos unidades básicas del barrio que recibieron sendos
bombazos el 24 de marzo de 1976. Cuando la marcha llegó
a la calle Castañón se detuvo. La voz del megáfono
retumbó para escrachar a otro vecino, Miguel Ángel
Espósito, el policía acusado de asesinar a golpes
al adolescente Walter Bulacio, a la salida de un recital en
1991. “Tendría que estar pudriéndose en
la cárcel”, dijo la mamá de Maximiliano
Tasca, uno de los tres jóvenes fusilados en Floresta
hace dos años por un policía retirado que custodiaba
una estación de servicio. “Espósito sos
una mierda, igual que Juan de Dios Velaztiqui, que mató
a mi hijo”, agregó y después preguntó
como si estuviera delante de ella: “¿Sabés
qué es que te toquen el timbre y te digan que tu hijo
está muerto?”. La trama social reconstruyó,
también, la trama de la impunidad.
Mientras la multitud escuchaba en silencio, una jovencita
se paraba sobre los hombros de un lungo, casi pelado. Eran
dos miembros del Grupo de Arte Callejero que colgaban en una
columna de luz una de sus típicas señales. Se
trataba de un cartel redondo, como los que indican la máxima
velocidad permitida. Pero en vez de tener dentro del círculo
rojo un número, tenía dibujada una gorra policial
con la frase “Juicio y Castigo”.
Después del silencio atento, volvió el bullicio.
El megáfono explicaba que Vidal quedó libre
por la ley de Obediencia Debida que dictó el gobierno
de Raúl Alfonsín y convocaba a los vecinos a
sumarse al escrache. En Zuviría y Varela, el lungo
volvía a ofrecer sus hombros para que la artista callejera
colgara una nueva señal. Esta vez era romboide y de
fondo amarillo. Era una señal de advertencia: “A
200 metros genocida. Vidal. Robertson 1071”, decía
el cartel”.
Una nueva parada. Esta vez frente al Hospital Piñero.
Allí la voz del megáfono recordó a Mónica
María Candelaria Mignone, una concurrente del servicio
de Psicopedagogía que desapareció en manos del
Ejército. “Mónica Mignone, presente”,
gritaron los manifestantes. “30.000 compañeros
detenidos-desaparecidos, presente”, volvieron a gritar.
En la puerta del hospital dos radiólogos se preguntaban
cómo no conocían esa historia, mientras una
chica de H.I.J.O.S les daba un volante con el pasado de de
Vidal. Otros jóvenes del Taller de Serigrafía
Popular pegaban con cola, en cada árbol, afiches que
aseguraban que el Bajo Flores dijo “Basta”.
La manifestación dobló después por la
calle Saraza y abandonó por un rato las avenidas. “En
las avenidas hay negocios, gente de tránsito. Nos metemos
por dentro del barrio, donde transcurre la vida de todos los
días, para que todos se enteren”, explicó
Golder. Y a metros de la villa, en la intersección
con Bonorino, volvió a sonar la voz latosa del megáfono.
Esta vez para recordar a dos decenas de desaparecidos que
vivían o trabajaban allí. Otra vez el ritual
de gritar, con los dedos en V, presente por cada nombre. Y
otra vez, también, el lungo pone los hombros para colgar
una nueva señal que exige juicio y castigo.
Los manifestantes muestran alguna señal de cansancio.
El canto declina y la voz del megáfono arenga para
motivar. Apeló a un canto más visceral pero
menos poético de los que proponían los cancioneros:
“Vidal, Vidal, Vidal/ te vamos a escrachar/ Vidal hijo
de puta/la puta que te parió”. En ese momento
la marcha entró en Carabobo, donde aparece una escenografía
exótica dentro Buenos Aires: el barrio coreano. Amables,
simpáticos, los inmigrantes orientales agradecían
y sonreían cuando recibían los volantes. La
columna estalló en un aplauso cuando uno de ellos colgó
en su vidriera el afiche que escrachaba a Vidal.
Llegó el momento de doblar en Asamblea. “Ya
estamos llegando”, se escuchó por el megáfono.
Sin chistar, el Lungo volvió a poner los hombros. El
cartel decía “Genocida a 150 metros”. Ya
faltaba poco. La columna finalmente entró en Robertson
y tronó como nunca. “Como a los nazis, les va
a pasar. Adonde vayan los iremos a buscar”. Unos jóvenes
apuraron el paso con una bandera amarilla y se pusieron delante
del frente de la casa del torturador. “Al servicio de
la impunidad”, se leía en la tela. Otro grupo,
de Arde Arte, se paró frente a la casa de Robertson
1071 con espejos que pusieron de cara a las ventanas. En ellos
se leía: “Vete y vete”.
Las ventanas de la casa de Vidal estaban bajas, la puerta
protegida por rejas. También se veía un cartel
que advertía que la casa tenía alarmas. Sus
vecinos linderos se escondieron en sus casas. “Yo no
sabía nada”, llegó a justificarse alguno
mientras cerraba la puerta. Antes de leer el documento consensuado
en la Mesa de Escrache, Raquel Robles tomó el micrófono
para decir que ese no era un escrache más. “Este
torturador –gritó- atendió, por decir
de alguna manera, el parto de Mónica María Lemos,
una madre valiente que parió delante de un represor.
Esa hija que nació hoy está acá”.
María José Lavalle Lemos se refugió entre
sus compañeros de H.I.J.O.S. No podía hablar.
Hubo otra cosa que hizo distinto este escrache. Como nunca
antes había ocurrido, durante los tres meses que la
Mesa de Escrache trabajó en el Barrio, Vidal se ocupó
de tapar y tachar cada pintada y cada afiche con aerosol negro.
No sólo eso, en un momento, su yerno enfrentó
a un grupo de militantes para decir que todo lo que denunciaban
era mentira. “Gritó, gritó y gritó
hasta que de pronto le cambió la cara y comenzó
a escuchar. Era obvio que se estaba enterando de cosas que
nunca le habían contado”.
Todos los esfuerzos de Vidal por ocultar su pasado fueron
en vano. Eran las seis y media de la tarde del sábado
y había llegado el momento de la ceremonia de los huevazos.
“Antes usábamos bombitas de agua, pero siempre
llegaban reventadas al final de la marcha. Ahora nos tomamos
el trabajo de rellenar huevos con tinta”, explica Golder.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis huevos reventaron en el
frente de la casa de la calle Robertson. Seis manchas rojas
chorreaban en las paredes, simulaban la sangre con la que
está manchado su dueño, Jorge Vidal.
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