Cada año los pesticidas químicos matan a no menos
de 3 millones de campesinos. Cada día los accidentes
de trabajo matan a no menos de 5 mil obreros. Cada minuto la
miseria mata a no menos de 20 niños menores de cinco
años.
Estos crímenes, cuyas cifras provienen de las estimaciones
más moderadas, figuran en los informes de diversos organismos
internacionales, pero no tienen publicidad. Son actos de canibalismo
autorizados por el orden mundial. Como las guerras.
Mucho cuidado: los delincuentes andan sueltos. Pero los más
temibles no son los que provocan la histeria pública
y dan a ganar millonadas a los fabricantes de alarmas, a las
empresas que venden seguridad privada y a la prensa que vende
inseguridad pública.
No: los peligrosos de veras peligrosos son los presidentes
y los generales que destripan gentíos, los reyes de
las finanzas que se-cuestran países, los poderosos
tecnócratas que roban salarios, empleos y jubilaciones.
Todos somos sus rehenes.
Clarence Darrow, inventor del difundido juego de mesa Monopolio,
fue quien mejor supo definir a quienes habitualmente aparecen
en las páginas policiales de los diarios: "Criminal
es la persona con instintos predatorios que no tiene suficiente
capital para fundar una gran empresa".
Mi país, Uruguay, está en la ruina. Ha sido
desvalijado por los banqueros, no por los carteristas. Pero
la ley castiga con la misma pena mínima, dos años
de prisión, al carterista que mete la mano en el bolsillo
de un pasajero en el bus y al banquero que roba mil millones
de dólares. Y la pena máxima del carterista
duplica la del banquero.
Para los que mandan no hay "tolerancia cero". La
exitosa receta de Rudolph Giuliani, nacida para limpiar de
delincuentes las calles de Nueva York y vendida en el mun-do
entero, no se equivoca nunca. Aplica siempre hacia abajo,
jamás hacia arriba, la mano dura y el castigo preventivo,
que viene a ser algo así como la versión policial
de la guerra preventiva. Convierte la pobreza en delito y
atribuye una "conducta protocriminal" sobre todo
a los pobres de origen africano o latinoamericano, que son
culpables mientras no prueben su inocencia.
En muchos países se puede ir preso por portación
de piel. En Estados Unidos, por ejemplo. Dentro de las cárceles
hay cuatro negros por cada 10 presos. Fuera de las cárceles
hay un negro por cada 10 habitantes.
También es peligroso ser pobre. Se puede morir ejecutado.
Hace más de dos siglos, se preguntaba Thomas Paine:
"¿Por qué será tan raro que ahorquen
a alguien que no sea pobre?" La pregunta sigue ahí,
aunque se haya cambiado la horca por la inyección letal.
En Texas, pongamos por caso, la pobreza de los que cada año
marchan a la muerte no sólo está en las estadísticas.
La ausencia de ricos en el patíbulo se revela hasta
en la última cena: nadie elige langosta o filet mignon,
aunque esos platos están en el menú de despedida.
Los condenados prefieren decir adiós al mundo comiendo
hamburguesas con papas fritas, como es su costumbre.
De todas las formas de ejercicio profesional del asesinato,
la guerra es la que ofrece la más alta rentabilidad.
Y la guerra preventiva es la que brinda las mejores coartadas:
como la "tolerancia cero", castiga a los más
indefensos no por lo que han hecho o lo que hacen sino por
lo que pueden haber hecho o podrían hacer.
El presidente George W. Bush no puede patentar la guerra
preventiva. Otros la ha-bían inventado antes. Algunos
casos que no pertenecen al pasado remoto: Al Capone envió
mucha gente desde Chicago al otro mundo porque más
vale prevenir que curar, José Stalin aplicó
sus purgas por las dudas, Adolfo Hitler invadió Polonia
proclamando que Polonia podía invadir Alemania y los
japoneses atacaron Pearl Harbour porque podían ser
atacados desde allí.
"Nos imponen la guerra", decía y repetía
Hitler mientras llevaba adelante su aventura criminal. La
mayoría del pueblo alemán le creyó y
lo acompañó. También la mayoría
del pueblo estadunidense creyó que Saddam Hussein era
coautor del 11 de septiembre de 2001 y que en cualquier momento
podía arrojar una bomba atómica en la es-quina
de la casa.
No han cambiado los discursos del poder guerrero. Siguen
repitiendo lo mismo: el mal nos obliga a defendernos.
Irak no amenazaba la paz mundial en la realidad, pero sí
en los discursos de Bush, Tony Blair y José María
Aznar. Las verdaderas armas de destrucción masiva resultaron
ser las palabras que inventaron su existencia. Mataron a miles.
El científico David Kelly ha sido su víctima
más reciente.
Donald Rumsfeld había definido a Irak como "un
laboratorio para guerras futuras".
Make war, not love: mientras anda por el mundo predicando
la abstinencia sexual, el presidente Bush proyecta nuevas
hazañas bélicas.
Como a nueve presidentes anteriores, Cu-ba lo tiene con la
sangre en el ojo. Refiriéndose a la isla, advirtió
hace poco: "La mejor forma de proteger nuestra seguridad
es salir al encuentro del enemigo antes de que el enemigo
venga". El presidente, especialista en plagios involuntarios,
estaba repitiendo una frase de Stalin: "Debemos eliminar
a nuestros enemigos, antes de que nos eliminen ellos".
El concepto era de Al Capone: "Mata antes de que te maten".
La prueba de que Cuba es un peligro está a la vista
en los cines del mundo. En su película más reciente,
James Bond, siempre perseguido por las bombas y los biquinis,
penetró en La Habana. Y allí descubrió
una clínica secreta, de alta tecnología, dedicada
a reciclar terroristas.
Pero otras pruebas hay, igualmente irrefutables, contra otros
países, y larga es la lista de candidatos. ¿Cuál
será la próxima víctima del homicidio
masivo disfrazado de acción humanitaria? Quién
sabe. Corea del Norte, Siria, Irán... El presidente
no la tiene fácil. En favor de Irán opera una
razón, una tentación, de mucho peso: allí
yace la segunda reserva mundial del gas natural, y eso se
necesita con urgencia. Como el petróleo de Irak, el
gas jamás será mencionado por los invasores
si Irán resultara ser el país elegido.
Alerta, peligro: al paso que vamos, los hu-manitos podríamos
llegar a correr la misma desgraciada suerte de las muchas
especies ya desvanecidas de la faz de la Tierra.
Ocurre que el presidente del planeta tiene, como James Bond,
licencia para matar. Y con más razón: él
encarna el bien por mandato divino.
El bien no puede ser juzgado. Un tribunal internacional de
justicia debe ocuparse de los crímenes de guerra de
Slobodan Milosevic o de Hussein, que para eso está,
pero los instrumentos de Dios son intocables.
Como todos los delincuentes, estos arcángeles blindados
necesitan impunidad para trabajar sin sobresaltos que les
amarguen la vida.
Para garantizar la impunidad de la guerra preventiva, nada
mejor que una ley preventiva. La firmó el presidente
Bush, el 2 de agosto del año pasado, después
de ser aprobada por las cámaras de diputados y senadores.
Lleva el número 107-206 y se llama Service-Member's
Protection Act.
Esta ha sido la respuesta oficial a la amenazante creación
de la Corte Penal Internacional. La ley prohíbe detener,
procesar o encarcelar a los militares estadunidenses, y también
a sus aliados protegidos, "especialmente cuando operan
en el mundo para proteger los vitales intereses nacionales
de Es-tados Unidos". Y autoriza al presidente "a
usar todos los medios necesarios y apropiados para liberarlos".
No se establece ninguna limitación al uso de esos medios.
A la vista de la experiencia histórica y de la realidad
presente, eso significa que la ley permite invadir Holanda.
Si los jueces de la Corte Penal Internacional se portan mal,
será legalmente posible el envío de tropas a
la ciudad de La Haya, para rescatar a quienes hayan caído
en sus manos.
Un par de versos de Calvin Trillin:
Dios no ha creado ninguna nación
que no merezca nuestra invasión.
BRECHA / LA JORNADA de México -
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