Sección Relaciones Internacionales
El perro del hortelano Bush
 
   
   

 

 
   
Por:-Roger Ricardo Luis Julio de 2003 Cuba

La imagen emblemática que el ciudadano estadounidense tiene de su prensa como perro vigilante a la puerta de la Casa Blanca, garante del funcionamiento de su sistema democrático, podría morir como uno de los héroes fabricados por Hollywood.

La historia es más añeja de lo que parece y se remonta a los tiempos fundacionales de la nación. Han pasado unos cuantos años desde que Thomas Jefferson escribiera que prefería un periódico sin gobierno que a un gobierno sin periódico. Tan lapidaria afirmación la hizo poco antes de ser presidente de Estados Unidos y, desde entonces, quedó acuñada como ideal del periodismo que merecía darse la nación.
Una vez al frente del Ejecutivo, y demostrando en la práctica que una cosa es tocar con guitarra y otra con violín, el mandatario fue protagonista de una acción menos publicitada a lo largo de la historia, cuando instó a los gobernadores de los estados de la joven Unión a poner estribos a los periódicos opositores de entonces.
Esa postura dual respecto a la prensa ha llegado hasta nuestros días, pero nunca antes ha estado tan abocada a convertirse en una suerte de “tragedia americana” por obra y gracia del proceso de concentración de los medios de comunicación de masas.
Tal dinámica adquiere peligrosamente un extraordinario impulso tras la aprobación, en junio último, por la Comisión Federal de Comunicaciones, del levantamiento de las restricciones a la adquisición de unos medios por otros en un mismo territorio.
Sería el derrumbe de un viejo castillo que comenzó a edificarse desde el siglo XIX, cuando los periódicos tomaron distancia del compromiso político bajo el auge de la libre empresa, aunque la huella de la propiedad privada mostraba el verdadero rostro ideológico del asunto.
El precepto de que los medios son instituciones sociales encargadas de cuidar el interés público íntimamente ligado al concepto de la libertad de expresión y de prensa, ha sido debidamente insertado en la mente de los norteamericanos bajo la fuerza insistente y homogeneizadora de la propaganda y un ejercicio del periodismo que, entre el esplendor (la oposición a la guerra en Vietnam) y el sainete (el escándalo Watergate), ha sostenido el disenso, el debate, el arbitraje dentro de las estrictas reglas de juego del sistema, pues cuando sucede lo contrario, como dice la canción de El Guayabero, “¡cuida´o con el perro que muerde calla´o!”
En esta misma dirección, si bien los medios no están visiblemente ligados a los intereses políticos, como empresa tienen los mismos objetivos que sus similares en las diferentes ramas de la economía y los negocios, y entran también en el inevitable movimiento de influencias de los círculos de poder.
El acelerado proceso de concentración de los medios acentúa el fenómeno si tenemos en cuenta que a la cúpula acceden quienes amasan los más exorbitantes ingresos. Con ello se valida, una vez más, el principio que iguala capital y política.
La rapidez en la fusión de los consorcios mediáticos y su conversión en colosales gigantes hace que sus accionistas principales pasen, cada vez más, a formar parte del club de quienes deciden los destinos del país. Tal situación desvirtúa el punto de vista de “una prensa sin ataduras”, en tanto devela un compromiso más orgánico hacia las decisiones de esa élite.
Semejante fenómeno no es un golpe de suerte, sino una resultante del devenir del sistema capitalista liderado por EE.UU. en su propósito actual de erigirse en gobernante del mundo. En ese nuevo esquema, los mastodontes mediáticos pasan de aliados a “accionistas” del poder como fruto de la concentración de los medios.
Dentro de esa concepción, la denominada gran prensa privilegia, como nunca antes, el viejo papel estratégico de fabricar el consenso en torno al discurso político como lo único conveniente y viable. En otras palabras, todo lo que dice la prensa tiene el propósito de inducir y formar opinión a favor.
Como en los tiempos de la guerra fría, cuando los medios se encargaron de sedimentar el temor y el odio al comunismo, tras el 11 de septiembre, el terrorismo (en ocasiones ese difuso y ambiguo enemigo) es empleado en interés de legitimar un nuevo orden mundial imperial fascista.
Las condiciones imperantes actualmente alimentan la línea de los medios pertenecientes al mainstream o corriente principal. A esa tendencia ha pertenecido históricamente la denominada “gran prensa” que sigue la agenda política de los sectores de poder en Estados Unidos, como The Washington Post. A tan “selecto club” han ingresado los gigantes multimediáticos en calidad de miembros prominentes.
Bastaría decir que Bush, convertido en el hortelano del mundo, le ha abierto las puertas de la Casa Blanca al perro que una vez simbolizó a la prensa garante de la democracia norteamericana y lo ha convertido en un dócil guardián de los designios de la élite neofascista que gobierna a Estados Unidos.

< Artículo publicado en Juventud Rebelde (Cuba), 4/7/03 >

 

 
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