Sección Relaciones Internacionales
Los iraquíes aún buscan a los suyos entre escombros de cárceles
 
   
   

 

 
   
Por:-x 12 de Abril de 2003 Irak

Nasiriya (Irak), 13 abr (EFE).- Cientos de iraquíes remueven cada día las ruinas de los edificios que durante años albergaron a los Servicios Secretos de Sadam Husein, con la esperanza de conocer el destino de los familiares desaparecidos.

Entre los escombros de la temida "Mujabarat" de Basora (sur de Irak), calcinada y demolida por los bombardeos, todavía hay quien cree oír los lamentos de los suyos.
"Se oyen voces debajo de la tierra. Hay gente viva en habitaciones enterradas, pero no encontramos una sola puerta", asegura Said Abdala.
Añade, desesperado, "qué podemos hacer, llamad a vuestros amigos (los soldados británicos), van a morir".
Otro de los congregados detalla, más calmado, que en las celdas se puede oír a los supuestos prisioneros que "responden a los golpes que damos en el suelo".
"Les escuchamos gritar 'Allahu Akbar' (Dios es el más grande) y llorar. Es urgente salvarlos", explica un clérigo chiíta que también se ha acercado al siniestro edificio.
Algunos prisioneros son kuwaitíes, interviene otro hombre, pero su afirmación levanta protestas; Kuwait asegura que el caído régimen de Bagdad retenía a más de 600 de sus ciudadanos desde la guerra del Golfo de 1991.
Un centenar de metros más allá, una turba de hombres vestidos con las tradicionales galabeyas y adolescentes con camisetas de fútbol se arremolinan expectantes.
"El que entraba aquí, nunca más volvía a salir; todos queríamos saber qué ocurría dentro pero no nos atrevíamos ni a acercarnos", dijo a EFE Husein Adberrahim, un vendedor de hortalizas del devastado mercado que una vez hubo enfrente.
Un cordón del Ejército británico había rodeado el sábado los restos de la "Mujabarat", y los soldados se dedicaban a caminar con pies de plomo entre los cascotes en busca de armas o explosivos abandonados.
Horas después, con los tanques británicos replegados en su base, la marabunta ya campaba entre papeles quemados y fotografías pisadas, ávida por allanar un edificio que durante años generó algunas de sus peores pesadillas.
En medio del desorden que parece consustancial a este Irak de la posguerra, un hombre alto se presenta como ex prisionero y se ofrece a hacer de guía de un recorrido macabro por las mazmorras de la "Mujabarat", en el que desgrana los horrores de los sicarios de Sadam.
"En esta celda -doce metros cuadrados, sin ventanas y con un baño turco- se hacinaban decenas de personas, apretadas y siempre en cuclillas. Cuando nos sacaban nos ataban a esta barra en el suelo y nos golpeaban", señala el improvisado ayudante.
Las celdas se suceden alrededor de un patio cubierto por una red de alambre con púas, que apenas deja pasar los rayos del sol.
"En esa estancia se aplicaban descargas eléctricas, tan fuertes que algunos morían", subraya.
Los cuerpos eran llevados a hospitales, donde eran descuartizados y lanzados al río, apostilla el relato de una de las grandes leyendas negras del régimen de Sadam Husein.
La historia se repite en otras poblaciones del sur de Irak como Nasiriya, donde se aprecia que la vida recobra poco a poco su rutina, envuelta en la anarquía, el miedo y la escasez.
Los comerciantes han regresado a las calles de Basora y en la propia Nasiriya las mujeres, vestidas de negro, pasean ya con las cestas balanceándose sobre sus cabezas.
La gasolina se vende en bidones, las diferentes marcas de tabaco en improvisados chiringuitos y la gentes se agolpan en los canales en busca de agua.
"Estamos contentos de que se haya ido Sadam, pero la situación no ha mejorado. Los norteamericanos lo han destruido todo y ahora no se encargan de que haya orden y seguridad", se queja Saleh Ahindi, un médico de Basora.
La sombra del dictador todavía está presente: los iraquíes están obligados a ver su rostro cada día, impreso en los billetes que guardan en sus bolsillos.

 

 
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