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Internacional de Letras Documentales y Periodismo-Poético
Todos los días, cuando el atardecer se rinde ante la
magnificencia de las noches argentinas, las calles de las ciudades
se inundan con el hambre, la desesperación y la rabia
de miles de personas. Victimadas por una crisis irrefrenable
(que ha sido un gran negocio neoliberal entre políticos,
empresarios y banqueros Fondo Monetario Internacionalistas),
más de 100.000 personas (sólo en la ciudad de
Buenos Aires) salen a cazar bolsas de basura para comer de ellas
lo comible. Desechos de todo tipo son dieta cotidiana de niños,
mujeres y abuelos. Vienen por comida, papel, cartón y
todo cuanto pueda ser vendible en una industria de basura que
lo es en muchos sentidos. Vienen desde los cinturones de miseria
más apartados para limpiar con la lengua, literalmente,
lo que otros tiran a la calle en bolsas de plástico lustrosas.
Algunos informes (casi como una bofetada) sostienen que Argentina
produce alimentos para 300 millones de personas. Algunos sectores
dicen con jactancia que “éste es un gran país
lleno de riquezas”, y no mienten, pero desde la mirada
del 53% de la población, que esta debajo de la línea
de la pobreza; desde la mirada del desempleo que no baja del
30%; desde la óptica de quienes alimentan con basura
a sus hijos en calles abonadas generosamente con mierda de
perro, la gran riqueza de la Argentina suena a puro cuento
o a puro robo.
Se trata de un asesinato a gran escala. Un genocidio. Las
víctimas pasean su muerte diariamente. Para ellos como
para muchos no hay trabajo, no hay comida, no hay protección
sanitaria, no hay escuela. Son personas en agonía permanente
que desfilan como ejércitos de la hambruna destazados
por la crueldad de un sistema que depreda sin dejar de obtener
ganancias. Es una tragedia espantosa.
Nadie acierta en nada. La crueldad infinita de esta masacre
tiene incluso ribetes tragicómicos. Algunos políticos
piden que se ponga todo desecho comestible en bolsas de basura
limpias. Hay un tren especial, sin puertas ni ventanas, para
transportar toda esa humillación que desfila interminablemente
ante una ciudadanía que se prepara para las elecciones.
No falta ciertamente, aunque escasa, la solidaridad de algunos
vecinos que, desde su crisis propia, hacen lo que pueden.
Es un asesinato lento. Una canallada desesperante y demoledora.
El frío taladrante de las noches da bofetadas sobre
el rostro de los niños y los ancianos. Y también
sobre los nuestros. Nadie se hace responsable aunque la culpa
sea de todos en alguna medida. Vi cómo un perro gruñía
a una niña mientras disputaban por una bolsa de basura
en una esquina del barrio Almagro. ¿Puede uno quedarse
callado? ¿Debe?
¿Qué hay de distinto entre estos asesinatos
por hambre y los asesinatos en el puente de Avellaneda? En
pocos meses, es decir, desde que el 19 y 20 de diciembre marcaron
la historia Argentina, sopla un viento fétido de crimen
multiforme que nadie, o muy pocos, denuncian o persiguen.
No están los jueces ni los fiscales, los políticos
ni los funcionarios, la policía ni el ejército
en búsqueda incansable tras los responsables de este
asesinato masivo por hambre. No parece ser una emergencia
nacional. Y lo es.
Más agitación generan los accidentes aéreos,
los terremotos, las inundaciones... y esto no es menor. ¿Cómo
hay que decirlo? El proceso de degradación física,
moral, laboral, psicológica... de cada persona que
para “vivir” debe escarbar basura tiene una caída
libre de consecuencias desastrosas. La basura no es el problema.
En condiciones de justicia y dignidad laboral ese trabajo,
como cualquier otro, además de sueldos justos, debería
contar con las herramientas y precauciones correspondientes
a un oficio con alto grado de riesgo. En condiciones de dignidad
y justicia laboral y social la basura incluso no sería
la misma ni lo mismo.
Cada persona, niño, niña, anciano, joven, adulto...
que se lleva a la boca pedazos de pizza, pan, pasta, verduras
o carne sobrantes de una casa, restaurante o empresa, ahoga
en sí un alarido descomunal. Nadie escucha. Son mártires
en una guerra de exterminio que caminan la noche empantanados
por la miseria. Avanzan con firmeza hacia la enfermedad, la
derrota del espíritu y la muerte. Algunos incluso ya
están muertos aunque uno escuche que las bolsas de
basura se mueven. Hay que frenar esta tragedia nacional urgentemente.
No importa cuántos periodistas, dueños de teleemisoras,
programas de concursos, jodas mediáticas, discursos
oficiales, caridades multinacionales, préstamos del
FMI, buenas conciencias o mesianismos asistencialistas...
usen para esconder, disimular o lavar tanto crimen impune.
El neoliberalismo imperialista no podrá esconder toda
la muerte que ha producido y sigue produciendo. No podrá
convencernos de que esta carnicería desfachatada de
injusticia y crimen es el precio que debemos pagar para celebrar
las fiestecitas del progreso que ellos saben cobrarnos y muy
bien.
La tragedia está viva y empeora.
Pimienta negra, 13 de septiembre de 2002 El autor es poeta
mexicano
Fuente: Cristina Castello <cristinacastello@fibertel.com.ar
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