Por Los medios de comunicación “informan”,
en estos días -algunos, con suspiros
de alivio, otros, con implícito júbilo- que
Argentina celebró un acuerdo con
el FMI. Dan cuenta, asimismo, que esta “reconciliación”
ha sido producto de
arduas negociaciones, a través de las cuales el ministro
Lavagna supo hacer
respetar nuestra soberanía y derechos. ¿De qué
estamos hablando? Por
supuesto, si partimos de una óptica según la
cual el FMI es el protector de
los países pobres que están endeudados porque
despilfarraron los préstamos
que recibieron, resulta sensato entender el acuerdo como la
vuelta al hogar,
al cobijo de ese padre afectuoso y regalón, que con
alguna reprimenda de por
medio, enderezaría nuestro destino. Pero resulta que
ésta es una óptica
colonial, propia del esclavo que lame la cadena.
La verdad, en cambio, anda escandalosamente desnuda por las
calles desde
hace tiempo y es otra bien distinta. Como sabemos, la creación
del FMI, al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, se sustentó en
la excusa de que era
necesario un organismo financiero internacional -neutro, no
sujeto a ningún
interés privado ni de país alguno- que recibiera
aportes en oro y divisas de
los diversos países y cumpliese la función de
suministrar fondos, a sus
asociados, cuando éstos cayeran en déficit,
crisis, etc. Sin embargo, como
también es público, este organismo se convirtió
en regente-administrador del
sistema capitalista mundial. Los aportes financieros desiguales
determinaron
asimismo votos desiguales, lo convirtieron de organismo neutro
en brazo
ejecutor de políticas al servicio de los intereses
imperialistas. De tal
modo que la función del FMI, en los hechos concretos,
apuntó a imponer
políticas económicas coloniales a los países
de América latina, Asia y
África, y a asegurar un permanente drenaje de riqueza
desde estos países
hacia el mundo desarrollado, es decir, planes Marshall al
revés, que
enriquecían cada vez más a los ricos y empobrecían
cada vez más a los
pobres. Basta con recordar que el FMI impuso, e impone, a
los países
periféricos: apertura económica para abrir los
mercados a los productos
europeos y norteamericanos, libre flujo de capitales para
asegurar las
transferencias de riqueza, privatización de empresas
públicas y en general,
achicamiento del Estado para ofrecer negocios a la inversión
extranjera (en
salud, educación, previsión social, etc.), superávit
del presupuesto estatal
para asegurar el pago de intereses. Con esas políticas,
los países
periféricos tuvieron déficit del comercio exterior
y de la balanza de pagos
y no tuvieron otra alternativa que endeudarse. El FMI y otras
beneméritas
organizaciones financieras mundiales otorgaron préstamos,
pero por supuesto
a altos intereses, por aquello del “riesgo país”,
tratándose de países
primitivos, bárbaros, despilfarradores, etc. Y luego,
basándose en ese
endeudamiento creciente, avanzaron y avanzan con nuevas imposiciones
(impunidad para sus “testaferros”, privatización
de los sistemas bancarios
locales, capitalización de deuda para apropiarse por
centavos de las
empresas de servicios públicos). Al mismo tiempo, el
FMI facilita a las
grandes potencias la defensa de sus economías, admitiéndoles
altísimos
subsidios a las producciones locales, tarifas protectoras
para impedir la
competencia extranjera, así como instrumentos paraarancelarios,
y la
aplicación de tasas usurarias, al tiempo que operan,
en el mismo sentido, el
deterioro de los términos del intercambio, los paraísos
fiscales y otros
diversos instrumentos de protección para las altas
finanzas mundiales.
Por esta razón, para analizar cualquier acuerdo o refinanciación
con el FMI,
es preciso recordar que fueron los “planes”, “recetas”
y “consejos” del
FMI -impuestos merced al entrelazamiento de los intereses
imperialistas con
los consorcios nativos de cada país ligados a las finanzas,
y a la
exportación- las que promovieron déficit y posteriores
endeudamientos. Como
dice un viejo adagio español, Gil Robles creó
los hospitales, pero primero
creó a los pobres. Y luego, seguramente, Gil Robles
pretende estatuas como
benefactor. Por tanto, negociar dentro del sistema del FMI
significa decorar
la celda donde estamos atrapados, aceptar que la deuda externa
sea eterna,
admitir que continúe la expoliación. Esta es
la cuestión fundamental, más
allá de que Lavagna aparezca negociando en términos
menos lacayunos que
otros ministros de economía que hemos padecido.
Además, en esta cuestión de la fundación
del FMI, existe otro hecho que
generalmente se omite pero que resulta importantísimo
para establecer la
conducta más adecuada que debemos seguir. En un manualito
de divulgación,
publicado por Salvat acerca del sistema monetario internacional,
se nos
informa esta verdad escamoteada por nuestros economistas y
periodistas de la
Argentina semicolonial. En página 51, aparecen los
países que adhieren al
FMI según los acuerdos de Bretton Woods: por supuesto,
Estados Unidos y las
principales potencias europeas, así como países
asiáticos e incluso,
Australia, Nueva Zelandia y hasta la Unión Sudafricana,
indicándose que la
URSS y el resto de países del mundo socialista adhirieron
al principio, pero
luego se separaron de tan benefactora institución.
Y allí se señala a 19
países latinoamericanos que se incorporan a ese régimen,
con lo cual sólo un
lector perspicaz se da cuenta que falta uno: la Argentina.
Efectivamente, nuestro país permanece al margen del
FMI, entre 1946 y 1955.
Producido el derrocamiento del peronismo, el gobierno de facto,
a mediados
de 1956, introduce a la Argentina en el sistema del FMI. El
otro dato que
generalmente se escamotea en las polémicas económicas
es que, precisamente,
durante ese período en que Argentina se mantuvo al
margen del FMI, los
trabajadores alcanzan su mayor participación en el
Ingreso Nacional, en
condiciones de pleno empleo, avance de la legislación
social y laboral,
organización sindical, etc.
¿Cuál es la razón por la cual estos hechos
tan importantes -la no
incorporación al FMI y la participación de los
trabajadores superando el 50
por ciento del Ingreso Nacional- carezcan de la suficiente
publicidad? La
respuesta es simple: porque se hallan estrechamente ligados.
La política
económica desde 46 en adelante hizo eje en el control
de cambios, la
aplicación de tipos selectivos, y el control del comercio
exterior, lo cual
permitió financiar a la industria con parte de la renta
agraria diferencial
proveniente de las exportaciones y generar pleno empleo, así
como altos
salarios. Si el país hubiese estado atado al FMI no
habría podido aplicar
esa política. Precisamente, no la aplica desde que
se incorpora a ese
organismo, salvo el breve interregno del 73/74.
La enseñanza histórica y política es
muy clara y la comprende hasta un niño.
El camino a seguir también es claro: no volver a prisión,
por más dorada que
ella sea.
Por otra parte, esa deuda -originada en la política
económica que impusieron
esos organismos internacionales que expresan los intereses
imperiales- tiene
vicios de toda índole, desde autopréstamos,
hasta cancelaciones de deudas no
registradas, y con sólo reducir a valores normales
las tasas usurarias que
nos cobraron a partir de 1980, ya está cancelada. Difunda
esta información y
no se olvide jamás de este consejo de Raúl Scalabrini
Ortiz: “Estos asuntos
de economía y finanzas son tan simples que están
al alcance de cualquier
niño. Sólo requieren sumar y restar. Cuando
usted no entienda una cosa,
pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende, es que
están tratando de
robarlo"*
Integrante de Proyecto Sur.
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