Sección +D lo Mismo
¿Hacia dónde se dirige el mundo?
 
   
   
En la saturación mediática por el primer aniversario del 11 de setiembre, pocas voces lúcidas son escuchadas

 

 
   
Por:-Noam Chomsky 9 de Setiembre de 2002
(La Jornada, México) . El control sobre los medios de comunicación, especialmente la TV, induce a una orientación de pensamiento único. Contrario a ello, la lucidez de Noam Chomsky, colaborador de La Jornada, revela y rebela. Reproducimos este texto con autorización de Gedisa, que a partir de hoy pone en circulación La televisión en tiempos de guerra: un debate sobre la responsabilidad de ese medio frío en tiempos tan calientes. Entre otras voces, la de Chomsky figura en esta novedad bibliográfica
El nuevo milenio ha comenzado con dos crímenes monstruosos: los atentados terroristas del 11 de septiembre y la respuesta a los mismos, que a buen seguro se ha cobrado un número mucho mayor de víctimas inocentes. Las atrocidades del 11 de septiembre se han considerado un acontecimiento histórico, y es cierto. Pero deberíamos dejar claro por qué. Esos crímenes representan quizá el más devastador tributo humano instantáneo jamás pagado, a no ser en la guerra. La palabra "instantáneo" no debería pasarse por alto; es triste, pero cierto, que los crímenes no son en absoluto infrecuentes en los anales de una violencia que se acerca mucho a la guerra. Las consecuencias son una de sus innumerables ilustraciones. La razón por la que "el mundo nunca más será igual" tras el 11 de septiembre, usando la frase ahora tan en boga, es otra. La dimensión de la catástrofe que ya ha tenido lugar en Afganistán, y lo que puede venir a continuación, sólo se puede suponer. Pero sí conocemos las proyecciones en las que se basan las decisiones políticas, y a partir de éstas podemos entender un poco la pregunta de hacia dónde se dirige el mundo. La respuesta es que avanza por sendas muy trilladas. Incluso antes del 11 de septiembre, millones de afganos se mantenían -apenas- gracias a la ayuda alimentaria internacional. El 16 de septiembre, el New York Times informó que Washington había "exigido la eliminación de los convoyes que suministran buena parte de los alimentos y otros bienes a la población civil afgana". No se detectó ninguna reacción en Estados Unidos o Europa a la exigencia de que una enorme cantidad de desposeídos fuesen sometidos al hambre y a una muerte lenta. En las semanas siguientes, el principal periódico del mundo informó que "la amenaza de ataques militares ha obligado a evacuar a los trabajadores de las organizaciones de ayuda internacional y ha paralizado los programas de ayuda"; los refugiados que llegaban a Pakistán, "tras un duro viaje desde Afganistán, describen escenas de desesperación y miedo en su país, mientras la amenaza de ataques militares dirigidos por Estados Unidos convierten la miseria que padecen desde hace tiempo en una potencial catástrofe". "El país pendía de una cuerda de salvación", dijo un voluntario desalojado, "y acabamos de cortarla". El programa de alimentación mundial de Naciones Unidas, así como otras asociaciones, lograron hacer algunos envíos de alimentos a comienzos de octubre, pero, tras el bombardeo, se vieron obligados a suspenderlos para reanudarlos más tarde a un ritmo mucho más lento, mientras los organismos de ayuda condenaban "sin paliativos" los lanzamientos aéreos de ayuda estadunidense, "herramientas propagandísticas" apenas disimuladas. El New York Times informó, sin comentarios, que se preveía que el número de afganos necesitados de ayuda alimentaria aumentaría en un 50 por ciento como resultado del bombardeo, hasta llegar a 7,5 millones de personas. En otras palabras, la civilización occidental basa sus planes en la suposición de que pueden provocar la muerte de varios millones de civiles inocentes: no talibanes, sino sus víctimas. El mismo día, el líder de la civilización occidental volvió a rechazar con desdén las ofertas de negociación hechas por los talibanes y su petición de que les dieran pruebas creíbles que sustentasen las exigencias de capitulación. Su postura se consideró justa y adecuada, quizá incluso heroica. El relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación rogó a Estados Unidos que acabara el bombardeo, que estaba "poniendo en peligro la vida de millones de civiles", y renovó el llamamiento de la alta comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Mary Robinson, quien advirtió que se gestaba una catástrofe como la de Ruanda. Ambos llamamientos fueron rechazados, como los de los principales organismos de ayuda humanitaria. Y prácticamente no recibieron cobertura informativa. La FAO había advertido a finales de septiembre que más de siete millones de personas podrían morir de hambre a no ser que se renovase inmediatamente el envío de ayuda y se pusiese fin a la amenaza de acciones militares. Una vez iniciado el bombardeo, la FAO avisó que se iba a producir una catástrofe humana todavía más grave, que el bombardeo había interrumpido la siembra que proporciona 80 por ciento de las provisiones de cereales al país, de forma que los efectos el año próximo serán todavía más graves. Tampoco se publicó. Estos llamamientos no hechos públicos coincidieron con el Día Mundial de la Alimentación, del que también se hizo caso omiso, como de la acusación del relator especial de la ONU de que los ricos y poderosos tienen los medios, pero no la voluntad, de superar este "genocidio silencioso". Los bombardeos aéreos han convertido las ciudades en "ciudades fantasma", informaba la prensa, y han destruido las fuentes de energía eléctrica y de agua, una forma de guerra biológica. Se informó que 70 por ciento de la población había huido de Kandahar y Herat, la mayoría al campo, donde, en tiempos normales, entre 10 y 12 personas mueren o quedan lisiadas cada día por las minas. Esas condiciones son ahora mucho peores. Se han suspendido las operaciones de desactivación de minas de la ONU y las armas estadunidenses que no han explotado se suman a la tortura, especialmente la mortal metralla de las bombas de fragmentación, mucho más difíciles de eliminar. Si nos fiamos de los precedentes, sabemos que nunca se conocerá, ni se investigará, el destino de estos desgraciados. Eso es algo que se reserva para las consecuencias de los crímenes imputables a enemigos oficiales. En tales casos, la investigación toma en consideración adecuadamente no sólo a los que han muerto inmediatamente, sino al número infinitamente mayor de los víctimas de las políticas que se condenan. En caso de investigarse, los criterios para nuestros crímenes son completamente diferentes. Los efectos de los actos criminales no se tienen en cuenta. Suceda lo que suceda en Afganistán, si se investiga, se culpará a cualquier cosa -la sequía, los talibanes- menos a los que consciente y deliberadamente han perpetrado unos crímenes que sabían que iban a causar una matanza masiva de inocentes. Sólo quienes desconocen la historia contemporánea pueden sorprenderse de ello. Al fin y al cabo, las víctimas no son más que "tribus incivilizadas", como dijo desdeñosamente Winston Churchill de los afganos y los kurdos cuando pretendía, hace 80 años, usar gas venenoso para inspirarles un "vivo terror". Y tampoco en este caso sabremos mucho de las consecuencias. Hace diez años, Gran Bretaña tuvo la iniciativa de instaurar un "gobierno abierto". Su primer acto fue eliminar del archivo público todos los informes sobre el uso de gas venenoso contra las ''tribus incivilizadas''. Si hay que "exterminar a la población indígena", que así sea, declaró el ministro de la Guerra francés al anunciar, a mediados del siglo XIX, lo que se estaba haciendo, y no por última vez, en Argelia. Es así de fácil. Lo que sucede ahora en Afganistán es clásico, forma parte de la historia contemporánea. Es normal que suscite poco interés o preocupación, y que incluso no sea noticia.



 

 
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