(El Universal). LA DISCUSIÓN sobre el Área de
Libre Comercio de las Américas (ALCA) que someterá
a América Latina en el año 2005 a los instructivos
comerciales diseñados por Washington, es parte de un
debate de miles de años sobre las ventajas y desventajas
del libre comercio. A partir del 12 de octubre de 1492, que
hace nacer a la sociedad global, el tema se vuelve universal.
Hoy día, la disputa asume tonos dramáticos en
América Latina, porque en la asimilación o negación
del ALCA se decide el futuro de la Patria Grande. O será
un nuevo sujeto histórico al nivel de los bloques europeos
y estadounidenses, o será una segunda África.
No hay tercera opción.
El debate ha llevado, por lo general, a la formación
de dos coaliciones: a) La apologética, constituida
por los ideólogos de las potencias dominantes y los
tontos y oportunistas de los países dominados. Y, frente
a este bloque de los freetraders. b) Los nacionalistas que
profesaban defender las opciones económicas nacionales
mediante el proteccionismo desarrollista, junto con los intelectuales
honestos que simplemente no estaban dispuestos a aceptar la
hipocresía y el dogmatismo interesado de los ideólogos
hegemónicos.
La experiencia más importante de este debate se produjo
entre la economía política clásica elaborada
por los ingleses Adam Smith, Thomas R. Malthus, David Ricardo
y el francés Jean Baptiste Say, y el economista y político
alemán Friedrich List, a finales del siglo XVIII y
principios del XIX. El punto de disputa radicaba en la estrategia
económica que pudiera sacar a Alemania de su estado
de subdesarrollo industrial. Los "clásicos"
insistieron en que su doctrina de desarrollo a través
del ahorro, del esfuerzo laboral y del libre comercio, era
el único vehículo capaz de superar el atraso
y elevar a la nación germánica al rango de la
indisputada supremacía económica, comercial
y militar de Gran Bretaña.
List estaba de acuerdo en usar la receta británica
de desarrollo. Sin embargo, no aquella que sus apologistas
predicaban en sus sermones dominicales y universitarios, sino
la real, la oculta, que había convertido a la empobrecida
isla del mar del Norte en el "taller del mundo",
mediante el empleo sistemático del poder político,
militar y económico del país en una praxis de
colonialismo, proteccionismo y explotación de los pueblos
"bárbaros". Ese era el método que
la élite del imperio británico y su monarquía
habían utilizado para conquistar al mundo y esa era
la lección económica real y verdadera que la
élite alemana debía aprender y copiar, si quería
impedir un destino de país subdesarrollado.
En el caso de Smith, Malthus y Ricardo, se trataba de ideólogos
de los agentes económicos de Gran Bretaña, decía
List, que ignoraban o distorsionaban la política mercantil
de la Corona, porque era incompatible con su idílico
cuento del diligente puritano, quien más allá
de una que otra escapada al burdel victoriano no se permitía
lujo alguno, porque estaba frenéticamente dedicado
a producir, ahorrar y acumular el capital. Y tenía
razón el protagonista del capitalismo de Estado alemán,
porque desde la constitución del moderno estado inglés
en la dictadura desarrollista de Oliver Cromwell tal como
se había manifestado en el Acta de Navegación
(1651) y el monopolio de la East India Company hasta los días
del encantador Tony Blair, la única política
real de crecimiento económico ha sido el capitalismo
proteccionista de Estado.
Los "tres mosqueteros" de la ideología imperial
inglesa, cuyo producto sigue siendo el "opio de los estudiantes"
en las torres de marfil de la academia que impide que la juventud
estudie la realidad de sus países, tenían buenas
razones para inventar las bondades de la teoría abstracta
del capital, basada en las ficciones de la mercancía
como abstractum y de las insuperables virtudes del libre comercio
como medio de progreso para los bárbaros y del acercamiento
de la humanidad a la république du globe (república
global) de Say, dejando fuera de sus armoniosos modelos la
indescriptible destrucción y brutalidad, con la cual
los europeos se estaban enriqueciendo a costa de los pueblos
del mundo entero.
Thomas Robert Malthus, el piadoso cura a quién el Señor
le había castigado con tentaciones fascistoides irreprimibles
contra los pobres, había estudiado en el Jesus College
de la Universidad de Cambridge y se ganaba la vida dando cátedras
de Economía Política e Historia moderna en el
Colegio de la East India Company, uno de los peores asesinos
colectivos del gobierno de Su Majestad en Londres. Adam Smith,
el inventor de la "mano invisible" del mercado capitalista,
prefería no ganarse la vida confiando en la bondad
de su invento, sino asegurarse su sustento por las manos visibles
del Estado, como comisario de aduanas, catedrático
de filosofía moral y economía en la Universidad
de Oxford o como tutor de la aristocracia. David Ricardo,
a su vez, cuya "ley" de las ventajas comparativas
es muy útil para eternizar la situación de los
países neocoloniales y, por lo tanto, constituye un
artículo sagrado dentro de la teología económica
de los clásicos y neoclásicos, era una especie
de George Soros precoz, porque sus muy atinadas especulaciones
en la bolsa lo convirtieron a la tierna edad de los 25 años
en un hombre acaudalado.
A la luz de esos hechos, los alemanes y su protagonista Friedrich
List hicieron muy bien en no importar el software de los ideólogos
y beneficiarios de la doctrina de desarrollo económico
inglesa, centrada demagógicamente en el libre comercio;
sustituyéndola, con una teoría histórica
del capital que hace 200 años( ! ) les proporcionó
la información y la lógica necesaria, para descubrir
la única estrategia de acumulación capitalista
capaz de superar el subdesarrollo y el neocolonialismo de
las potencias dominantes. Si no lo hubieran hecho, todavía
estarían exportando papas.
¿Alguna élite en la Patria Grande tomará
nota y emulará el ejemplo de la Alemania subdesarrollada?
Y si no lo hace, ¿quién lo hará?.
* Investigador de la UAM, miembro del SNI
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