El impuestazo (exigencia del FMI aceptada genuflexamente
por el gobierno)
movilizó a las masas urbanas y rurales y provocó
una fisura en el campo de
las clases dominantes y aun en el aparato represivo del Estado.
En efecto, los capitalistas declararon su desacuerdo con la
medida por
considerarla recesiva y el motín policial tuvo como
un punto de su
plataforma de reivindicaciones el retiro de la misma. De ese
modo, el frente
de la reacción apareció debilitado, y, en tal
situación, las masas populares
irrumpieron crecientemente a la lucha.
Como se sabe, por orden presidencial las fuerzas armadas reprimieron
desde
un principio la lucha popular, pero la respuesta del pueblo
fue el ataque a
edificios públicos y a locales de los partidos de la
coalición gobernante y
aun al local de ADN en La Paz. El saldo de la desigual confrontación
fue de
33 muertos y más de 200 heridos de bala. Lo que hubo,
pues, fue una cobarde
masacre del pueblo desarmado a manos de unas fuerzas armadas
en uso de
armamento de guerra.
No obstante, el gobierno, el grueso de los medios y algunos
opinadores se
rasgaron las vestiduras pretendiendo que todo había
sido una suma de actos
vandálicos. Es un vieja martingala burguesa descalificar
la violencia del
pueblo motejándola de vandalismo. Por eso, hay que
dejar en claro que el
aspecto principal de la lucha popular fue el ataque a locales-símbolos
del
Estado, de la gran burguesía intermediaria y del imperialismo,
lo que sin
duda tiene un evidente y profundo carácter político.
Para cualquiera que
sepa ver los hechos, esos ataques fueron la respuesta legítima
del pueblo a
la violencia represiva desatada por el gobierno. Así,
pues, los actos
vandálicos, los latrocinios -que los hubo- fueron sólo
un aspecto secundario
en las jornadas de lucha que comentamos, y no puede responsabilizarse
de los
mismos a los luchadores sociales que, justamente, los rechazaban
con el
grito "¡el pueblo no roba!", según
constancia dejada por el diario La Prensa
en su edición del 13 de febrero. De manera que quienes
toman la parte por el
todo, lo secundario por lo principal, no hacen más
que dibujarse de cuerpo
entero como unos falsarios.
Por lo demás, hay que subrayar, sin embargo, que tales
actos vandálicos y
tales latrocinios no pueden explicarse sino por el hecho de
que el pueblo
boliviano es un pueblo hambreado por la rapacidad de las clases
explotadoras. Lo cual, desde luego, es una explicación
y no una
justificación.
En realidad, las jornadas del 12 y 13 de febrero no han sido
otra cosa que
una verdadera explosión popular, una violenta emergencia
de las masas
profundas que no creen más en el sistema vigente, pero
que, por tratarse
justamente de una explosión espontánea, o sea,
de una lucha no preparada por
nadie, es entendida por algunos analistas interesados como
una violencia
puramente destructiva, cuando, en realidad, a más de
su evidente aspecto
destructivo, pero totalmente legítimo, ha tenido también
un aspecto
constructivo. Este aspecto constructivo se revela en el hecho
de que las
jornadas del 12 y 13 de febrero marcan una ruptura con la
política
reformista de las organizaciones políticas del pueblo.
II
Luego de la masacre, los responsables políticos de
la misma se empeñan en
montar la comedia de un golpe de Estado y de un intento de
magnicidio. Con
ello quieren desvirtuar la realidad de los hechos. Cínicos
como son,
pretenden que nadie ordenó a las fuerzas armadas, cuando
todo el mundo sabe
que ello es atribución constitucional exclusiva del
presidente en su
condición de capital general de las mismas. El responsable
político de la
masacre es, pues, el presidente, pero también el Gabinete
Ministerial y el
Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
Para limpiarse el rostro, el gobierno, igual que después
de la masacre de
Amayapampa y Capasirca, ha recurrido a la OEA, ese organismo
representativo
de los gobiernos burgueses de América Latina. Pero
así como sería una
ingenuidad de marca mayor creer en la imparcialidad de la
OEA, también sería
una ingenuidad del mismo tipo depositar alguna confianza en
cualquier
organismo nacional enfeudado al poder ejecutivo. Como todo
el mundo que
quiere ver puede ver, el gobierno está haciendo lo
imposible para que no se
investigue realmente, mientras que por otro lado ha desatado
una verdadera
casería de los luchadores sociales.
III
Por otro lado, en el propio campo del pueblo hay quienes analizan
los
acontecimientos desde un punto de vista democrático
burgués, y concluyen que
la solución a los problemas del pueblo boliviano consiste
en transformar la
democracia representativa en democracia participativa, como
si con ello la
democracia burguesa dejara de ser burguesa. Este planteamiento,
sustentado
lo mismo por opinadores burgueses como por pretensos intelectuales
de
izquierda, encierra la idea de que el problema nacional puede
ser resuelto
en las condiciones del capitalismo, o sea, la idea de que
la burguesía
intermediaria del imperialismo es capaz de resolver el problema
nacional.
Cercados por su formación liberal, no comprenden que
la burguesía no tiene
ya ninguna capacidad de resolver este problema, y que, por
esto mismo, el
problema nacional aparece más bien como parte de la
revolución
democrático-nacional, y en consecuencia sólo
es soluble como resultado del
triunfo de la misma.
IV
El Estado boliviano es un Estado burgués semicolonial,
y las fuerzas armadas
son su columna vertebral. ¿Qué defendían
las fuerzas armadas el 12 y 13 de
febrero cuando disparaban contra hombres y mujeres del pueblo?
Pues
precisamente a las clases explotadoras, el orden capitalista,
la opresión
imperialista. El Estado boliviano es, pues, un Estado que
oprime al pueblo
boliviano, y su sistema democrático le sirve justamente
para eso.
Esta es la primera enseñanza fundamental que hay que
asimilar.
La lucha verdadera del pueblo boliviano no es por el cambio
del gobierno
sino por el cambio del sistema; no es por la distribución
de la producción
sino por la dirección de la producción. Por
ello, la tarea central del
pueblo es tumbar el Estado burgués y construir un nuevo
Estado, un Estado de
nuevo tipo, un Estado democrático-popular.
Esta es la segunda enseñanza fundamental que hay que
asimilar.
El Estado es la violencia organizada, violencia que se descarga
contra las
clases oprimidas cuando éstas se levantan, como el
12 y 13 de febrero, por
ejemplo. Por eso no hay revolución pacífica
ni puede haberla en las
condiciones actuales del mundo. Creer lo contrario es anestesiar
a las
masas. Pero sería aventurero lanzar la guerra del pueblo
en cualquier
momento como cree el izquierdismo trasnochado. El proceso
histórico de la
revolución tiene dos etapas sucesivas: el trabajo preparatorio
y la
conquista del Poder. La primera es pacífica; la segunda
es violenta. En la
primera, la revolución utiliza todos los medios legales
posibles, incluída
la lucha electoral; en la segunda, utiliza la guerra del pueblo
como forma
principal de lucha. Y quien quiere de verdad la revolución,
tiene que llevar
adelante la preparación pacífica de la misma,
pues la teoría deviene fuerza
material una vez que prende en las masas.
Esta es la tercera enseñanza fundamental que hay que
asimilar.
La explosión popular del 12 y 13 de febrero ha puesto
en evidencia que las
clases dominantes sí saben qué hacer cuando
ven peligrar sus intereses. Y al
mismo tiempo ha demostrado de un modo incontestable la precariedad
de las
organizaciones de izquierda, que en los días que nos
ocupan atinaron a poco,
y, en realidad, no atinaron a nada. Esta explosión
popular ha sido un
verdadero desborde popular, en el doble sentido de haber sobrepasado
los
límites de la lucha legal y haber sobrepasado asimismo
a los partidos de
izquierda. Por esto último, puede decirse, a modo de
conclusión, que en
Bolivia el problema de la conciencia, la organización
y la dirección
revolucionarias está por resolverse.
Esta es la cuarta enseñanza fundamental que hay que
asimilar.
V
¿Qué hacer, pues, de ahora en adelante? ¿Cómo
continuar la lucha? ¿Qué falta
por avanzar? Es evidente que el primer problema a resolver
es la cuestión
del partido. Pero este problema no es soluble sino a condición
de dar un
paso adelante en la teoría marxista del partido, cuestión
que por razones
obvias no podemos desarrollar en estas páginas. Enseguida,
hay que reconocer
que el proletariado no puede cumplir la tarea central con
sus solas fuerzas,
y que, por esto mismo, necesita construir el Frente Unido
del pueblo
boliviano.
Pero es indudable que tanto para lo uno como para lo otro
es absolutamente
indispensable enderezar lo torcido en las filas del pueblo.
Y lo mismo en la
teoría como en la práctica.
En la teoría, es necesario tener una correcta concepción
del trabajo
preparatorio, una correcta concepción de la revolución.
Sólo así pueden
actuarse adecuadamente las cuatro luchas (ideológica,
teórica, política,
orgánica) y los cuatro trabajos (de masas, de propaganda,
político,
intelectual); sólo así pueden ligarse la lucha
por el Programa Mínimo con la
lucha por el Programa Máximo, la lucha legal con la
lucha ilegal, el trabajo
abierto con el trabajo clandestino. Y nada de esto es posible
sino teniendo
en cuenta nuestras condiciones concretas. Como es notorio,
hay quienes
tienen la cabeza en cualquier parte menos en Bolivia. Y esto
es un obstáculo
para dotar de una forma nacional el contenido internacional
del socialismo.
Hay que comenzar, pues, por cumplir con nuestra tarea primaria:
analizar
concretamente nuestra realidad concreta. Y aquí no
tiene cabida el egotismo;
aquí sólo vale la solidaridad.
En este camino, es necesario preparar con tiempo y realizar
en el momento
oportuno una Conferencia Política Consultiva del Pueblo
Boliviano. El
objetivo fundamental de esta Conferencia debe ser la aprobación
del Programa
Máximo como factor aglutinante de las organizaciones
populares y
revolucionarias en la lucha común contra el enemigo
común. Este Programa
Máximo debe ser un diagnóstico científico
de la sociedad boliviana y debe
sustentar solventemente las soluciones concretas a nuestros
problemas
económicos, políticos y culturales.
Dejemos a un lado a quienes se empeñan en trazar planes
para reformar el
Estado burgués y cambiar el modelo neoliberal por otro
cualquiera para
salvar al capitalismo. Esos curanderos sociales, que forman
legión, no
tienen lugar en las filas del Frente Unido del pueblo boliviano.
Tampoco
quienes juegan a la revolución mientras no superen
sus concepciones
aventureras. El Frente Unido no es para la bochachera electorera
ni para la
bohemia subversiva; es para la revolución.
Por eso, hay que dejar sentado que sólo con el Programa
Máximo como factor
unitivo del pueblo boliviano la revolución puede convertirse
en una potencia
y conquistar el Poder.
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