Uno, dos, diez, cientos, miles. La multitud que homenajeó
a Darío y Maxi se fue juntando lentamente, con esa
pereza de los días de invierno que además son
laborables. Algunos llegaban por primera vez al puente Pueyrredón,
y reconocían con la mirada lo que habían visto
por TV. Pero muchos ya habían estado allí: justamente
un mes atrás, en el corte que terminó con la
cacería de la Bonaerense y, luego, las muertes. Por
eso, si se desagregaba la multitud, para desarmar ese conjunto
inasible de personas y convertirlo en hombres y mujeres concretos,
aparecían las historias. Aquí van algunas.
“Queremos saber a qué altura de Pavón
Maximiliano aún estaba sano”, aseguró
a este diario Mabel Ruiz, la madre de Kosteki, que todavía
espera que aparezca algún testigo del asesinato de
su hijo. Estaba a un paso del mural con las fotos y los dibujos
de Maxi, y llevaba en su cuello un cartelito que decía:
“Maximiliano, el artista que no lo dejaron ser”.
Debajo de la campera azul rompevientos, se veía un
rosario que estaba semioculto por un pañuelo negro.
Sobre la situación judicial, Mabel se mostró
esperanzada, pero advirtió que “hay amenazas”.
Claudia, la novia de Darío, sacaba fotos de todo: los
puestitos, las banderas, la impresión de remeras con
el rostro de su compañero. “Estoy muy contenta
y no lo puedo creer. Hay gente de todos lados”, fue
lo primero que dijo esta pelirroja, de pelo corto y pecas
en la cara. “Es muy fuerte para mí volver a estar
acá, en el puente, y no estar con Darío”,
contó luego a Página/12, mientras observaba
la exposición de fotografías.
En el puesto de la bloquera, donde trabajaba Darío,
estaban Juan Ramírez y Marcelo, del Barrio La Fe. “Estamos
esperando donaciones, arena de cochinilla y cemento, que es
el agregado principal”, contaron a este diario. “La
gente está cansada de los punteros de Quindimil, muchos
que antes estaban cerca de él ahora se están
acercando a nosotros.”
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