Eduard Pons Prades falleció en la madrugada del 28 de mayo de2007
Una necrológica de Juan Barceló, enviada desde AGE.
"Las guerras van cambiando de nombre, la causa de la libertad es siempre la
misma". Esto respondió a un periodista que le preguntaba sobre sus derrotas a Eduard
Pons Prades.
Fue un luchador, un resistente, un empeñoso combatiente de la causa de la libertad. Desde
su infancia no dejó nunca de batallar por los altos ideales con los que se había forjado
su existencia, que nunca fue fácil ni sencilla.
Había nacido en Barcelona en 1920, hijo de una familia de fuertes convicciones
libertarias. Su padre era un ebanista valenciano emigrado a Barcelona que llevaba a sus
hijos a estudiar a las Escuelas Racionalistas de Ferrer i Guardia, donde Eduard entre
otras cosas aprendió inquietud intelectual, respeto por sus maestros y el difícil arte
de unir la tolerancia hacia las personas con la más dura intransigencia hacia la
explotación, las humillaciones y la falta de libertades.
A los dieciséis años había decidido ser maestro e ingresó en la Normal, pero el golpe
de Estado militar truncó su nonata carrera. Colaboró durante unos meses con los
trabajadores del gremio de la madera en los trabajos del Consejo Económico de la Madera
Socializada, pero cumplidos los diecisiete años ocultando su verdadera edad se incorporó
a la Escuela Popular de Guerra de El Escorial.
Combatió en Brunete, el Ebro y Cataluña, y fue herido en el 38. Quiso unir al servicio
de armas el de la cultura, dedicando buena parte de su tiempo en las trincheras a labores
de alfabetización. Se había afiliado al Partido Sindicalista de Ángel Pestaña, y era
ya un hombre profundamente impregnado de la sólida y profunda tradición libertaria.
Pasó a Francia en la retirada de Cataluña y en noviembre del 39 se incorporó a las
fuerzas armadas francesas como teniente de una unidad de ametralladoras que tras la
ocupación nazi fue literalmente diezmada por los alemanes. Incorporado entonces, primero
a grupos de sabotaje, y luego al maquis, combatió en el sur de Francia hasta la
liberación como capitán de una unidad guerrillera.
En el 44 se negó a participar de la aventura del Valle de Arán, y entró
clandestinamente en España para intentar reorganizar la resistencia desde los grupos
libertarios. Salió y volvió al interior en diciembre del 45 en que hizo un largo
recorrido por el interior recabando información de los pocos compañeros que quedaban en
libertad o con vida. Su informe resultó francamente pesimista. La represión había sido
tan feroz que había acabado físicamente con toda posibilidad de resistencia organizada.
En sus conclusiones consideraba que sólo la muerte del dictador permitiría alcanzar
condiciones en las que poder reorganizar la lucha contra el Régimen.
Detenido por el ejército al intentar volver a pasar la frontera en el 46, fue llevado al
penal de Salt, pero consiguió convencer a un coronel de que le pagaría un fuerte soborno
y pudo huir y refugiarse en Valencia hasta el 58, sobreviviendo con documentación
falsificada y en la más absoluta clandestinidad. Vuelto a Francia fue colaborador
habitual de Cela en sus Papeles de Son Armadans, hasta que en el 64 regresó auspiciado
por el escritor y editor que le llamó para hacerse cargo de la producción en la
editorial que acababa de fundar, Alfaguara.
Desde finales de los sesenta fue publicando en diferentes editoriales una de las series de
libros más importantes que se han hecho en España para la recuperación de la memoria de
los vencidos. Su enorme tarea consistía en reunir los testimonios de cientos de
luchadores que como él y como tantos otros ciudadanos habían luchado y habían sufrido
la dura represión fascista. Publicó la memoria de los resistentes republicanos
españoles en el maquis francés, la tragedia de los españoles en los campos de
exterminio nazi, los testimonios de los guerrilleros antifranquistas, la amarga
experiencia y el exilio de los niños que sufrieron la guerra, sus recuerdos de la vida de
los soldados del Ejercito Popular en las trincheras, y participó en documentales como el
de la guerrilla de la memoria, y así, otros muchos textos testimoniales hasta llegar a
reconstruir para los españoles de los años setenta mucho de lo que la dictadura había
secuestrado, suprimido, ahogado en sangre y cárcel y perseguido durante cuarenta años.
Esta labor, realizada junto a su compañera, la también excelente escritora e
historiadora Antonina Rodrigo, hubo de hacerla con enorme paciencia, esfuerzo y sorteando
continuamente la presión de policías, militares y la Iglesia, ya que el miedo dominaba
el país y los testigos de la represión dudaban ante la posibilidad de ser reconocidos y
nuevamente represaliados. Ni Eduard ni Antonina dedicaron nada de su esfuerzo a cualquier
actividad que les proporcionase lucro alguno por encima de cubrir sus necesidades vitales.
La austeridad y la generosidad fueron siempre la norma que sostuvo su ingente labor de
recuperación de la memoria de los vencidos que durante treinta años ha permitido que la
voz de cientos de héroes anónimos de la lucha por la libertad viva y pueda ser
transmitida de generación en generación.
Fue además un historiador apasionado. Nadie podrá decir que nada de lo que nos deja en
sus libros no responde exactamente a la verdad de los hechos ocurridos, pero esos hechos
no están contados con la frialdad académica de quien no se considera a sí mismo parte
viva de esa historia y uno más entre millones de luchadores.
Era miembro de la Junta Directiva de la Asociación Archivo Guerra y Exilio, AGE, desde
donde apoyó siempre toda labor de recuperación de la memoria de la dictadura y la guerra
que restituía a los vencidos su papel en nuestra historia.
Fue un historiador de una radical tolerancia. Nunca escribió mal de nadie que hubiera
luchado por estos altos valores, fuese del partido o ideología que fuese. Anarquistas,
comunistas, socialistas, republicanos, sindicalistas, todos surgían ante el lector en sus
libros destacándose el papel que tuvieron como luchadores consecuentes con sus ideas, que
se comprometían en el combate y que debían ser recordados por ese combate mucho antes
que por el partido al que estuvieran afiliados.
Fue, en suma, un hombre libre, cargado de humor, con la más fina ironía, capaz de
responder con agudeza a opositores malintencionados, capaz de dejar chasqueados a quienes
intentaban en el debate despreciar o ridiculizar la lucha de los republicanos españoles,
capaz de añadir un toque de inteligencia y una respuesta sutil e intencionada a cualquier
actitud agresiva o impertinente de los herederos del franquismo.
Fue uno de los últimos testigos de aquel viejo ideal libertario que sabía unir la lucha
con las armas en la mano,
a la más honda preocupación por la cultura y a la más viva inquietud intelectual. Fue
realmente uno de los pocos de nuestra época que supo dedicar su vida, cuando ya había
dejado la lucha armada, a pasar la antorcha de la rebeldía a los más jóvenes. Y fue uno
de los pocos que consiguió que esa antorcha siguiese ardiendo en quienes le conocimos,
quienes leímos sus obras y quienes supimos de su larga lucha. Su obra quedará por mucho
tiempo, pero más allá de su obra literaria quedará su memoria y su ejemplo de
combatiente incansable por la libertad.
Juan Barceló
(Junta Directiva de AGE)