Vicente Ferrer, militante del POUM, soldado republicano

Pepe Gutiérrez-Álvarez

24 Junio 2009

Resulta difícil para muchos de nosotros enfocar la vida y la obra de Vicenç Ferrer, un hombre al que ya le están lloviendo exaltaciones mediáticas -que si catalán universal, que si candidato al Nobel, Príncipe de Asturias, etc.-, y sobre cuyo cadáver han desfilado dos de los buitres más significado de la corte de los Milagros, un señor "socialista" y una señora "popular" para los que la única razón verdadera es la de los grandes beneficios. No han faltado escenas de loas dudosas, ni tampoco declaraciones infumables de sotanas que han aprendido muy bien aquello de al César lo que es del César y a Dios lo que diga el César.

Lo había visto en un programa de TV3 y desde luego no me recordaba a otra figura del cristianismo de base del tipo de Casaldàliga, que tenía la virtud de decir las cosas claras, y que daba gusto escuchar diciendo las verdades más dolorosas como cuando declaró que el capitalismo no solamente era malo de verdad, es que además estaba loco.

Mientras que la periodista remarcaba palabras del tipo "catalán universal", "sabio" y otras maravillas, a Ferrer todo le parecía bien, todo el mundo le parecía bueno. Parecía instalado en aquello de "No juzgues y no seréis juzgados". Cuando le preguntaron que pasó cuando fue a ver a Franco, respondió vagamente, y contó con un asomo de ironía que el Caudillo le dijo "el dinero corrompe a los pueblos", lo que demostraba, por sí hacía falta, que el cinismo puede no tener límites, amén de una cierta sorna siniestra ya probada en otra ocasiones, como cuando le dijo a uno de sus ministros que "él no se metía en política". Tuvo palabras amables aunque ambiguas con el último papa. Lo dicho todo estaba en el orden de las cosas.

Reaccionaba con más energía cuando el tema era la pobreza, estaba claro que no la soportaba, sin embargo para que no hubiera ninguna duda, declaró que los amos del mundo no tenían que ser los malos, y uno no pudo por menos que recordar el akelarre que siguió a la muerte de la madre Teresa, con el desfile de algunos de los jefes de gobierno de las grades potencias. Cierto es que con Vicenç esto no ha pasado, sobre todo porque él ya estaba apartado de la Iglesia oficial y lo suyo no se orientó a paliar los casos más dolorosos de la terrible cara de la extrema miseria, la otra cara de las riquezas extremas como diría muy bien Mahatma Gandhi.

No obstante, la entrevistadora estaba feliz, Vicenç también veía en ella la huella de la luz y del bien, aunque cualquiera que la escuchara podría deducir de sus palabras que, a fin de cuentas la miseria tenía la virtud de demostrar que habían hombres como Vicenç que habían movido Roma con Santiago para conseguir que un sector significado de un lugar, de un reducto determinado que antes estaba hundido en los abismos del hambre y del menosprecio, ahora era una comunidad próspera que mandaba parte de sus hijos a la universidad. Aquella historia comenzó en la guerra civil, pero la entrevistadora apenas si pasó por este tramo.

No hace mucho que un amigo me comentó, ¿Sabes quien fue del POUM?. Hombre, pues…!Ese Vicente Ferrer de la India, lo dice en un libro sobre él¡….Lo cierto es que la nota llamó mi atención, pero no demasiada.

Luego lo han contado en sus necrológicas de alabanzas los diarios. Ferrer había nacido en Barcelona el 9 de abril de 1920, y debió ser un joven muy inquieto ya que a los 16 años, pidió el carnet del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) sobre el que declaró que le pareció el más abierto y avanzado, que unía la eficacia del comunismo militante con el idealismo anarquista. Coger el carnet y coger el fusil fue casi una misma cosa, y Vicenç como tantos otros muchachos de su generación se encontró con un fusil en las manos, y en medio de batallas como la del Ebro en las que la muerte sonaba por todas partes. El mismo contaba con su tono ya un tanto senil y místico que en un momento dado distinguió una luz que brillaba en la más atroz oscuridad. Esa luz, dijo, era Dios, lo contrario que las tinieblas, una imagen que a mí me recordó el comienzo de la película Sansón y Dalila, de Cecil B. DeMille, cuyo cristianismo se manifestaba en los grandes beneficios. En la retirada del ejército vencido, tras la caída del frente de Cataluña, Ferrer marchó a Francia dónde, como casi todos los combatientes, fue internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer.

Leo en un diario: "No había cometido delito alguno, salvo el ser joven y revolucionario, pero fue entregado por las autoridades francesas a las franquistas en Hendaya, e internado en el campo de concentración de Betanzos". En aquel momento, y aún mucho tiempo después, el franquismo fusilaba por los motivos más irrisorios. Eso sí, en nombre de Dios y de España porque esas cosas requieren grandes palabras. Está claro que en aquella situación, Vicenç no siguió el camino de la militancia, de los que trataron de recomponer el tejido social brutalmente destruido. Regresó y aún le tocó efectuar de nuevo el servicio militar: en total siete años de movilización contando los años de guerra, la reclusión en los campos de castigo y de nuevo el servicio militar. Ahora le guiaba otra estrella, y tenía ganas de luchar. En 1944 abandonó sus estudios de Derecho y se hizo jesuita, con la idea de "ayudar a los demás".

Esta inquietud le llevó hasta los pobres de solemnidad a los que ayudó de todas las maneras posibles en Anantapur, una zona rural en los desiertos del sur de la India. Fue para cambiar la situación de esta gente por o que llamó a todas las puertas incluidas las de sonados programas de TVE, e incluso el Pardo animado por "unos amigos". Él tenía sus propósitos y no dijo nunca nada que fuese en otro sentido. Está claro que su prestigio no se basa en ninguna prédica, es más Ferrer abandonó los jesuitas porque ya no servían a sus fines, se casó, tuvo tres hijos, y día a día aplicó su fervor a una empresa que es su obra. Ahí está: hospitales, escuelas, casas, pozos, caminos, todo menos un hospital psiquiátrico, "un manicomio en palabras suyas, como remarcó ante la sonriente periodista empeñada en demostrar que estaba entrevistando a un hombre excepcional para el que se ha pedido el Nobel. Nadie le podrá negar que estas cosas la decía con absoluta sinceridad, la misma sinceridad que demostraba sonriendo hablando de una obra en la que parecía el autor junto con su compañera, Anna Ferrer, de soltera Anna Perry, nacida en 1947 en Essex, al sureste de Gran Bretaña. Reportera de la revista Current, un día le encargaron un reportaje sobre el jesuíta cooperante español. Meses después decidió volver a su lado, como una trabajadora más. Una obra de la que queda una Fundación al frente de la cual siguen Ana y uno de sus hijos.

A uno se le ocurren luces y sombras. Entre las últimas, pues en la entrevista aparecieron algunas personas del lugar para expresar su agradecimiento, y cabe suponer que sin su trabajo y su empeño, "la obra" de Ferrer nunca se habría podido realizar. También resulta un tanto inquietante que los personajes y medios que cada día rezan por los amos del mundo, que cada mañana publican sus alabanzas a la competitividad y al afán de lucro, se muestren tan entusiastas ante alguien que benditamente ha dedicado su ida a los desposeídos. Hay en esta conexión alo especialmente siniestro. En cuanto a la luz…

La luz está ahí, en la obra. No importa demasiado que Ferrer la impulsara con una mística tan ingenua al menos en apariencia, lo cierto es que mientras otras zonas, de historial parecido, siguen en lucha por la vida en los pozos de la miseria o en los abismos del poder y la corrupción, todo indica que el lugar que escogió no hay una guerra por los puestos y por los beneficios, y que las palabras se corresponde con los hechos. En realidad, sí una acción vale más que mil palabras, la acción de Ferrer merece ser respetada y considerada. Primero porque ha servido para miles y miles de personas de las castas más expoliadas de la India, segundo porque ha creado un modelo de ayuda mutua y de sociedad constructiva, tercero porque ha obligado a muchas personas a trabajar y a ayudar para ser mejor.

Se impone. Además, se ha hecho desde abajo y con la entrega, y eso, se haga en nombre de lo que se haga, vale la pena. No son cosas fáciles, y la verdad es que no abundan los ejemplos. Es un camino que no es el nuestro porque, a nuestro parecer, la emancipación debe de venir de los propios trabajadores, pero está ahí. Lo demás se puede discutir, y desde luego la buena fe de Ferrer con los "amos del mundo" suena a incongruente, a mero idealismo místico. En este punto yo prefiero con mucho, declaraciones como las de Casaldàliga…Otra cuestión que me parece sumamente importante -y que es la que motiva que escriba este artículo-, es que no podemos dejar a gente como Ferrer a las personas de orden. El cristianismo que práctica el amor al prójimo como a sí mismo, y que ve a Dios entre los pobres, ha sido siempre uno de los componentes más importantes del socialismo militante.

Un componente al que debemos criticar como criticamos todo, y del que también debemos aprender cosas como la de trabajar bajo las más duras condiciones y ayudar a la gente a salir del pozo social. Y hacerlo desde el respeto a las personas, en contra de la violencia gratuita y vengativa que nada tienen que ver ni con el socialismo ni con la libertad.

En cuanto a su pertenencia al POUM, pues la verdad es que demuestra una filiación auténtica e idealista por más que Ferrer olvidara los métodos que defendió en su juventud.

Habría que ver más de cerca esa obra tan alabada, pero de entrada se impone tanto el respeto -cualquier ayuda a los miserables es siempre buena, y sí se trata de miles y miles, pues genial, ya tenemos bastantes causantes de la miseria para menospreciar al que trabaja por cambiar cada día desde su sentido del amor fraterno-, como también la desconfianza…