EN EL NOMBRE DEL PADRE Y EL HIJO. EL CINE BÍBLICO

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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Reproducción de Miguel Angel en la Capilla Sixtina de La creación del Hombre.

A quien pueda interesar. Este libro acaba de editarse por Libros de la Frontera con un prólogo de Jaume Botey. Plantea la posibilidad de debatir el Libro Sagrado desde el cine y también de la historia crítica…

Los que hemos nacido entre gente de fe hemos podido comprobar que lo más indicativo de dios es su ausencia. Personas que eran dadas a decir ante una negación aceptable, "Es como decir que no hay Dios", y a este Dios se le confiaba todo, en los momentos de mayor tragedia -esa guerra que también se hizo en nombre de Dios-, no podían por menos que preguntarse, "Pero, ¿dónde está Dios?". Hacía ya mucho, mucho tiempo, que Yhavé no se aparecía a nadie aunque todos hemos tenido un vecino que jura que él si lo ha visto. Sin embargo, parece como si la ausencia lo hiciera más necesario. De ahí que un superviviente de los campos de exterminios pudiera explicar que mientras más horror veía más pensaba que Dios no podía existir, pero mientras más sufría más lo necesitaba.

Las mismas dudas y contradicciones que atraviesa también a algunos de los numerosos personajes de la Biblia antigua.

Personajes para los que la vida es algo sin medida, como Eva que quiere ser algo más que la costilla de Adán, como aquel pobre agricultor llamado Caín cuyas ofrendas son caprichosamente despreciadas por Dios y que mató a su hermano sin coartadas divinas; como aquellos poderosos que en su soberbia querían llegar al cielo a través de la torre de Babel; como los que asisten al final enigmático de Sodoma y Gomorra, y presencian la tentación tan natural de la mujer de Lot, convertida en estatua de sal, personajes cuyas vicisitudes como la de aquel anciano y patético Lot, emborrachado por sus hijas para poder yacer con él y quedar preñadas y que no se pueden contar ni en los cines del siglo XX porque se nos quiere ofrecer una versión "Light" del Libro.

Una historia de historias que nos hablan de las pequeñas miserias de Noé abocado a superar al Titanic para salvar unas especies muchas de las cuales ya han sido extinguidas por las leyes del mercado, el espeluznante episodio de Abrahán, al que "Dios quiso probar" ordenándole que sacrificara a su hijo Isaac, un muchacho de unos doce años, como ofrenda de suprema fe, pero que al final oyó una voz que le dijo que con la intención bastaba, ese Sansón engañado por la mujer que más quería, esos reyes que representaron la mayor gloria del Israel como Estado, y como no, el Éxodo que explica como Yhavé era más poderosos que todos los dioses de Egipto...

Unos personajes que todavía nos seducen, un pueblo elegido con una historia nacional bendecida por Dios, un legado literario admirable que ha servido de fuente para toda clase de novelas, todo un universo en el que el cine encontró una base argumental ampliamente popular y sobre la cual ha proyectado una extensa y desigual filmografía (en su mayor parte norteamericana, y en menor, italiana), y obviamente mucho más abierta que la que corresponde al Hijo...

Cuando se abordaba el Antiguo Testamento, se trataba de enfocar los prodigios de Yhavé como materia de primera magnitud para montar espectaculares efectos especiales que, al cabo de los años, se fueron perfeccionando, aunque en los años veinte películas como Ben-Hur, Los diez mandamientos o El Arca de Noé, ya habían demostrado que el cine podía llegar mucho más lejos que el teatro, que a finales del siglo XIX ya efectuaba montajes abracadantes, por ejemplo con un Ben-Hur con carrera de cuadrigas incluidas. En el Antiguo Testamento pues, las reglas eran más abiertas, las motivaciones de profetas, jueces o reyes, resultaba mucho más dispares, y no requerían de una ortodoxia tan estricta con la católica. Además, tal como se desprendía del propio texto bíblico, la virtud se imponía en una lucha muy difícil contra el pecado. De manera que pronto productores y realizadores encontraron una coartada perfecta. Así ocurrió que, el más pródigo y capacitado del colosal bíblico, Cecil B. DeMille, vio una puerta abierta. En sus películas la victoria del bien sobre el pecado era una lucha titánica porque el pecado era diabólicamente atractivo. De hecho no se inventaba nada. Además, hasta el público más piadoso disfrutó viendo a Claudette Colbert como Popea, bañándose en leche de burra, o a Hedy Lamarr…Esta ambivalencia quedaba registrada perfectamente en los carteles que animaban a las masas a llenar las salas.

Aunque estas evocaciones bíblicas nacen con el cine, no será hasta Griffith que alcanzará su auténtica categoría de cine, luego conocerá un importante apogeo en los años veinte con la fórmula de historias paralelas modernas y antiguas, para resurgir potentemente con el color, y los sistemas de VistaVisión, Cinemascope, desde finales de los años cuarenta hasta la mitad de los años sesenta. Se trata sin duda de un cine popular importante que, en algunos casos cuentan con su página de oro en la historia del cine, y que resultó inexcusable en la educación sentimental y seudo-religiosa de varias generaciones sobre todo en sus épocas más activas y atractivas. Su influencia en el imaginario colectivo está fuera de toda duda, y se puede decir que su contribución al refuerzo de las tradiciones conservadoras no fue en absoluto desdeñable. El "peplum" religioso, pues, fue un reflejo de su tiempo, y un medio de agitación, no hay más que ver a Cecil B. DeMille haciendo la presentación del dilema entre la democracia de una lado y el fascismo y el comunismo por otro como actualización del dilema de Éxodo, un dilema sobre el que la investigación arqueológica tiene hoy tanto que decir.

Cuando llegan al cine, las historias bíblicas que se quieren representar responden también a unas ciertas exigencias, la primera de las cuales es, claro está, la de los productores. Para éstos, este cine tiene una serie de ventajas indiscutibles, de entrada se encuentran con un verdadero "best-seller" por el que no tienen que pagar derechos. La experiencia del teatro, así como las primeras películas históricas "edificantes" como el Ben-Hur (1899), representa un negocio redondo. El público muestra una poderosa atracción por el exotismo histórico y por los mitos religiosos y culturales. Los productores tampoco tardan en descubrir un añadido a estos atractivos, a saber que con el pretexto de presentar el pecado o personajes pecaminosos en historias "dignas y edificantes", la censura se muestra mucho más razonable. Por parte de la Iglesia, el interés es complementario. La muy poderosa Iglesia romana se percibe que gracias al nuevo invento, puede llegar a un público tentado por el "diablo" o sea por las ideas radicales y librepensadoras.

Se puede decir que no existe un cine bíblico, sino un cine que evoca más o menos canónicamente las fuentes más populares de La Biblia... No pretende ser una ilustración, sino aprovechar un material que produzca un beneficio y que pueda ser bendecida por las Iglesias que vigilan toda posible trasgresión de sus libros sagrados. Los escritores, guionistas y directores que lo trataron, tuvieron siempre un problema de enfoque ya que se trataba de maravillas literarias escritas para un presente ya perdido en el tiempo. Para que parecieran historias de "primera página de todos los diarios" como pretendía DeMille, tenían que ajustarlas como ajusta Charlot su maleta de viaje: cortando todo lo que le sobraba. Querían hacer una película, y también aquí DeMille lo explica bien, al público le interesa la acción y el significado, no las fechas. Pero es que además, las fechas apenas si existían, en La Biblia los hechos y las leyendas se confunden, algo que el cine entiende como se proclama genialmente en "El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962)". Tampoco el arte y la literatura que ha tratado de adaptar La Biblia fueron muy exigentes históricamente, podían ser estrechos en su enfoque. Todavía es más lo que ignora que lo que sabe, además lo que se sabe no resulta "correcto". Cada vez está más claro que el Génesis no es más que poesía, que la historia de Moisés forma parte más de la leyenda que de la historia, o que el rey David no fue precisamente un modelo de virtudes (7).

El llamado cine bíblico únicamente podía evocar libremente La Biblia a su manera. Tenía que "peinarla" y, por ejemplo, describir a Salomón como un virtuoso que se resiste a la reina de Saba sobre la imaginación sustituía todo lo que no precisaba el Libro. No podía preguntarse nada sobre la hipotética sabiduría de sus aventurados juicios. Su mandato era presentar al público "historias cristianas ejemplares" hechas a "la mayor gloria de Dios" y por lo tanto de sus representantes consagrados. La Biblia es un libro para creer, pero no para pensar; pensar significa cuanto menos dudar de todo. Se trata de un libro escrito en diversos tiempos, a veces mucho después de los hechos narrados, y muchas veces adecuado a lo que se quería que fuese la verdad, de manera que la historia y la arqueología le están haciendo un flaco favor. Se dice que a pesar de la violencia y de los horrores, en su conjunto prevalece un mensaje humanista. Eso no está tan claro.

Cierto que existe en La Biblia un mensaje humanista y utópico, no hay que olvidar que se atribuye al pueblo judío la "invención" de la conciencia, sobre todo, de la "social". Los profetas claman contra los poderosos cuando estos se ponen de espaldas al pueblo, y de Dios, Jesús fue bastante explícito. Cierto que esta "conciencia" también existía en otros pueblos, incluyendo los egipcios, los filisteos o los babilonios (8) que en el libro Sagrado aparecen como más "malos". Fue un cine hecho, no hay que olvidarlo, a favor de uno de los imperios dominantes, producido en la auténtica Babilonia de nuestros días, Hollywood. Para la gente que hipócritamente o de buena fe, creía que La Biblia era un libro para leerlo de rodillas, este cine funcionó a la perfección, al menos durante varias décadas. Concretamente, hasta los años sesenta, luego ya nada fue igual.

Actualmente, su lugar en la historia del cine no está -ni mucho menos- en consonancia con el alcance de su influencia social, y esto se debe ante todo a que, salvo excepciones, fue un cine de encargo, realizado normalmente sin convicción, y sobre el que pesaba una reglamentación muy estricta, si bien las historias del Antiguo Testamento estaban mucho menos sujetas a las reglas canónicas que las referidas al Nuevo. Por todo ello parece claro que no se puede hablar en rigor de un cine bíblico, como tampoco se puede hablar de una pintura o una literatura bíblica sino que es más justo hablar de una adopción parcial y estrechamente pactada en la que quedaba fuera de campo todo lo que se consideraba "incorrecto", por más que La Biblia diera testimonio de ello.

Suma y sigue en la próxima sesión.