Robles Piquer, Elorza y el alcalde republicano de Ceuta.

Pepe Gutiérrez

31/01/2012

Aunque sea todavía con muchas dificultades, creo que hemos llegado a un punto de no retorno en el asunto de lo que ha se ha venido a llamar la "memoria histórica". No hay día sin que algún horror salga a la luz pública. Hace unos pocos días fue el de las "17 rosas" aquellas mujeres de todas las edades fusiladas por ser "rojas" o familiares, que poco importaba. No hay día en que las exigencias de: verdad, justicia y reparación no sean tema de actualidad de una manera u otra. Lo del linchamiento derechista del juez Garzón es de por sí, un buen ejemplo.

Con ocasión de la muerte de Fraga, la memoria ha recaído sobre los crímenes del régimen en los sesenta-setenta, y por más que el más leal de los ministros de Franco ha sido sepultado como un caballero cristiano y demócrata, no han podido tapar todas las voces. Tanto ha sido así que un diario como "El País", cuya contribución al "pacto del silencio" no tiene nombre, permitió que uno de sus especialistas en Historia, Antonio Elorza, se permitiera hablar de la "pasión tardía" por la libertad por parte del finado, un hombre que también habría sido ministro en cualquiera de las dictaduras sudamericanas que apoyó, punto sobre el que no he leído nada.

A nosotros se nos ocurre que dicha "pasión" tenía una única dirección -la continuidad del aparato franquista y la garantía de que por más elecciones que hubiera siempre ganarían los mismos-, pero el reparo ha molestado al cuñado de Fraga -otra espada limpia de Occidente-, o sea un hombre que reconoce apreciar a Elorza "especialmente" por sus artículos "dedicados a temas vascos", en los que incluso suele "coincidir con sus criterios", y me atrevería a aventurar que seguro que los que tratan de temas islámicos también son de de su aprecio. Hay que agradecer que Robles Piquer no se haya referido al pasado comunista del profesor como suele ser habitual, presumiblemente porque aprecia que éste ya descubriera que el comunismo fue "un viaje a ninguna parte", si bien, justo es matizar que Elorza tiene cosas muy bonitas que decir sobre la parte que a él le tocó como militante reconocido del PCE en su sector más Carrillo, y también sobre la casi perfecta intervención de Stalin en la política republicana que tanto ha alabado como historiador en Queridos camaradas…

Desde luego no es ninguna sorpresa que el cuñadísimo presente la guerra como una desdicha "generada por las increíbles torpezas de una República que acaba de ser retratada en las páginas, muchos años perdidas, de las Memorias de Alcalá-Zamora, que la presidió", que es más o menos lo mismo que echar la culpa a los judíos por provocar el nazismo. Para el señor Robles su cuñado fue otro "liberal reprimido" que desde dentro del régimen fue allanando el camino para que hoy pudiéramos gozar de los beneficios de una democracia en la que la izquierda (moderada, claro) puede gobernar siempre que aplique un programa de derechas.

Ignoro sí el insigne vascólogo haya respondido, hace años que "El País" se me cae de las manos, pero seguro que de haber una respuesta sería algo que quedaría entre amigos que se respetan, al fin y al cabo, Elorza apenas si permite arañar sobre toda la verdad.
Está claro que lo de Fraga seguirá, no pasará mucho tiempo sin que su nombre figure en el callejero o en algún instituto, pero también sigue la batalla de la memoria; lo de Garzón es un buen ejemplo de todo lo que no están dispuestos a tolerar ya que, como diría otro intelectual orgánico de PRISA, España no es Argentina, ni tan siquiera es Israel, porque es bastante verosímil que aquí Adolf Eichmann habría acabado sus días tranquilamente, si no a lo grande, sí por lo menos gestionando un estanco. Pero la bola de nieve sigue, y servidor encuentra un buen ejemplo de ello en el homenaje que la ciudad colonial de Ceuta, bajo mandato popular -no me imagino otro-, finalmente haga un homenaje institucional a su alcalde republicano, algo, por otra parte, que no debe ser tan asequible ya que en mi Puebla de Cazalla (Sevilla), donde el gobierno municipal fue de izquierdas (PTE, PCE, iU, PSOE, nuevamente IU) desde 1979, todavía no ha tenido ocasión de hacer lo propio con el propio. Y si bien es verdad que en Ceuta, su acalde, Antonio López Sánchez Prado (Sevilla, 1888), fue fusilado, en La Puebla lo hicieron con su hermano de 62 años, padre de tres hijos, y culpable de eso, de ser el hermano. Además, lo hicieron cristianamente o sea en la puerta de la Iglesia de san Sebastián, también conocida como "el convento", un lugar donde hará poco más de un año un socavón imprevisto evidenció, que la Iglesia guarda muchos pecados en sus subsuelos.

Lo del acalde de Ceuta me permite al menos avanzar dos anotaciones. La primera, es que este hombre, que fue un ejemplo de médico solidario con los de abajo, según cuenta Francisco Sánchez Montoya, en el libro Sánchez Prado. Médico, diputado y alcalde de Ceuta durante la II República española (Natívola), hubiera sido un golpista asesinado por los "rojos", habría sido entronizado a los altares, y en las escuelas se contaría lo que solamente ahora nos acabamos de enterar, es decir, que: "Muchísimos ceutíes guardan en sus carteras su retrato y visitan el cementerio, le llevan claveles rojos y le rezan o le piden algo cuando algún familiar está enfermo. Los mayores siempre destacan que, además de visitar a los enfermos y no cobrarles, les dejaba bajo la almohada dinero para las medicinas". No creo que resulte descabellado pensar que de haber sido así -algo impensable, estas cosas el franquismo solamente las hacía en las películas-, las misas en su memoria serían usuales, y en ella se habría sentido a gusto el señor Robles Piquer, como lo habría estado el "socialista" José Bono, muy dado a estas cosas.

La segunda me trae recuerdos de una estancia en Ceuta con uniforme, obligado en un servicio militar que se prolongó desde enero de 1971 hasta marzo de 1972. En aquel año largo, Ceuta se me hizo agobiante, como a tantos otros soldados que nunca nos adaptamos a una ciudad que parecía irrespirable. Ni antes ni después he conocido otro lugar donde la gente de la calle se sintiera obligada a quedarse firme cuando tocaban "bandera" por miedo a que algún salvapatria te llamara la atención. Encajonada sobre el mar, su estrecho callejero no permitía a los soldados circular sin el riesgo de encontrarte algún mando que además podía ser un imbécil integral. Como aquellos que pude ver echando a un moro de un autobús y a otro de un bar donde el hombre entró a ofrecer algo.

En uno de sus cuarteles, concretamente en el de Sanidad, husmeando, husmeando, me encontré una enorme habitación llena de libros. Algunos podían ser considerados "subversivos" como la hermosa edición de El hombre y la tierra, un Eliseo Reclús traducido por Odón del Buen. Pero otros no lo eran, ¿porqué, pues, estaban allí? La duda nos la aclaró un taxista que nos oyó cuchichear sobre el descubrimiento, aquellos libros eran de las requisas efectuadas armas en manos en casas del pueblo, y eso era más que suficiente para que estuvieran allí a merced de ratas y polillas. Todo un detalle revelador, sobre el que posiblemente Robles Piquer podría hacer una lectura propia. Aquellos libros podían ser vistos como una muestra más de "las increíbles torpezas de una República" que en vez de acabar con los trabajadores organizados, permitía que estos leyeran libros.