Miguel Núñez, cuando los mitos son verdad.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Barcelona, 14 Noviembre 2008
Recuerdo que mientras redactaba "Elogio de la militancia", la narración
biográfica de Joan Rodriguez, niño de hospicio, obrero de la construcción y convertido
tempranamente al comunismo en "Tarrasa la roja", estuve entrevistando a Juan
Martínez, de vida paralela -del mismo pueblo, obrero y comunista en Terrassa-, que me
contó sus memorias carcelarias que siempre iban acompañada de palizas y cosas peores. En
un momento dado, tras un momento de interrupción, le pregunté a Martínez como era que
él, padre de una familia más bien numerosa, siguió persistiendo a pesar de todo. Su
respuesta fue tan sencilla como convincente: "Porque yo sabía que existían otros
camaradas que habían dado la cara y la seguían dando tanto o más que yo
"
No hay duda, uno de esos camaradas era Miguel Núñez González (Madrid, 1920, Barcelona,
2008), una de aquellas leyendas vivas que alimentaban la ilusión en "El
Partido", de obreros militantes que en los años en los que la dictadura golpeaba muy
especialmente a "los comunistas", hicieron lo imposible por reconstruirlo en la
clandestinidad y en cárceles, y con él las comisiones obreras con una línea de trabajo
que trataba de "pasar página" con la guerra y con las tremendas querellas
internas del "campo republicano". Había mucha gente así un poco en todas
partes, en Cataluña eran bastante comunes en los barrios emigrantes a los que habían
llegado tempranamente en los años cuarenta, sin duda huyendo de sus pueblos, por la
miseria como todos, pero también porque allí estaban señalados, o vivían con
familiares que lo estaban, y por lo tanto la emigración era para ellos, una forma de
exilio.
Eran militantes de a pie, honestos y sencillos como el Avelino, como la Pura Fernández y
el Felipe Cruz
Tanto el Avelino como Felipe conocieron una caída en medio de una
controversia con los sectores de jóvenes radicalizados de L´Hospitalet. Para ellos no
había bromas. Días después de haber salido, me encontré con los dos, y el Avelino
insistió en enseñarme algo apartándose hacia un rincón cercano del colegio Amadeo
Vives de Pubilla Casas. Yo no imaginaba de qué podría ir la cosa, pero era algo muy
importante. Cuando llegamos a un rincón apartado, el Avelino mismo le quitó la camisa a
Felipe que se puso de espaldas. La tenía llena de quemaduras desde la cintura hasta cerca
del cuello, y algunas no se le habían curado todavía. De esas podría contar Miguel
Núñez muchas, sobre todo cuando volvió a ser detenido en 1958 y cayó en las garras del
comisario de la Brigada Político-Social de Barcelona, Antonio Juan Creix, uno de los
mayores símbolos de la España franquista, y Miguel no solamente aguantó como un
comunista de verdad, incluso le preguntó al sicario cuánto le pagaban por el oficio, a
lo que éste respondió: "Me pagan una miseria". Claro, que se jubilaría con
unas cuantas medallas, y me apuesto que con más de una jubilación como era propio para
cualquier miembro de la Benemérita un poco atento. No es por casualidad que en este
país, alguien como Karadzic se habría muerto en su estanco, y hasta con una calle a su
nombre o porqué no, con un hospital, ¿no lo tiene el general Yagüe?.
Miguel debería ser un muchacho cuando tomó parte en la fundación del PSUC, y ya era un
militante comunista. Estudiaba en la Escuela superior de Comercio cuando la guerra y
combatió en el bando republicano. A los 18 años fue nombrado comisario político.
Además, se afilió al PCE, y su historial es una de las muestras de una resistencia
tremenda. Lo atestiguan casi 17 de años de cárcel sobre sus espaldas, amén de varias
condenas a muerte y diversos consejos de guerra. Estrenó su experiencia penitenciaria en
el Madrid de 1939, con apenas 18 años, y pasó por el penal de Ocaña, donde el cura
participaba en las palizas y tenía debilidad por dar los tiros de gracia tras las
ejecuciones. Allí coincidió en 1941 con un ya débil Miguel Hernández, y en las clases
de poesía de la prisión escribieron, con la guía del maestro, un poema dedicado al
citado cura: "La Luna lo veía y se tapaba / por no fijar su mirada / en el libro, en
la cruz / y en la Star ya descargada. /¡Más negro, más, que la noche, / menos negro que
su alma, / el cura verdugo de Ocaña". Miguel concluyó su carrera en la universidad
de los presos políticos: la prisión central de Burgos.
Por entonces todo estaba claro como la luz del día. La gente que se jugaba la vida y la
libertad por sus ideales, se habían forjado en una guerra que no permitía dudas sobre
quienes eran los malos y quienes los buenos. Miguel era testigo vivo de aquellos presos
que eran tan conciente de su dignidad. "Cuando luchas por la libertad formas parte de
un grupo de valientes, que por sus ideales pone en peligro su trabajo, su familia... Y eso
para cualquier sistema dictatorial -incluidos los llamados comunistas- te convierte en un
peligro con el que hay que acabar", afirma. "Y para el franquismo resultó
difícil controlar a gente a la que la II República había dado dignidad, libertad. Lo
que me llevó a la militancia política fue esa libertad que respiré, alimentada por mi
padre -culto, republicano y socialista-, y por lo que me inspiró una revolución, la
rusa, que aún no estaba prostituida". Sobre esto, seguro que habría que precisar
mejor las fechas. En 1936 el término prostitución era muy insuficiente, pero Miguel,
como tantos otros comunistas de buena ley, no comenzó a repasar todo aquello hasta 1956,
es decir bastante después. "Nosotros veíamos a la URSS como una alternativa, como
una esperanza, y fue frustrante", dirá en una declaraciones, y en sus memorias,
ofrece un diagnóstico sin paliativos sobre el estalinismo. Por supuesto, también sobre
el capitalismo.
Sus memorias son un ejemplo de aprecio por esos matices y, al tiempo, un estupendo
muestrario de la barbarie franquista. En 1939, por ejemplo, los falangistas lo apaleaban
sistemáticamente en la madrileña comisaría del pasaje de Cordón. Cuenta que allí
presenció "algunas muertes por paliza; los falangistas tuvieron incluso la macabra
idea de enviar mi ropa interior ensangrentada a mis padres, quienes pensaron que me
habían matado, se presentaron en la comisaría y nadie les dijo nada. Yo me enteré unos
días después por un guardia, que además se ofreció a ayudarme y a hacerles llegar
carta a mis padres", dice Núñez en un ejemplo del que la compasión puede florecer
en páramos inmisericordes. Experiencias como estas le llevaran a huir de maniqueísmos:
"Nunca fue todo blanco o negro; siempre hubo matices; ni todos los camaradas eran
buenísimos ni todos los franquistas malísimos".
Precisamente, en unas fechas en la que buena parte de las víctimas de las dictaduras
-víctimas muchas veces por mero parentesco lo que hacía que estas se refugiaran en el
miedo y la mezquindad- se hacían al silencio y se dedicaban a reconstruir sus vidas, un
sector nada desdeñable de herederos de los "vencedores" fueron tomando sus
distancias del régimen, y acabaron dando vida a la nueva promoción de antifranquistas.
Sin ellos no hubiera sido posible la recomposición de una clandestinidad que llegó a los
años sesenta completamente extenuada.
También contaba que mientras Creix le interrogaba en abril de 1958, éste amenazó a
Miguel Núñez con hacerlo desaparecer mientras le torturaba en la última planta de la
Jefatura Superior de Policía de Via Laietana de Barcelona, una práctica por lo demás,
de lo más habitual. Miguel permaneció colgado de una esposa en una tubería con el
hombro dislocado. "En un momento en que Creix y los suyos me dejaron colgado y se
fueron, ocurrió algo insólito, oí una voz que decía a mi lado: Aguanta, Miguel, que
los tienes vencidos; mi compañero y yo hemos sido guardias de asalto con la República y
nos han incorporado después de la depuración. ¿Podemos hacer algo por ti?". Les di
un número de teléfono y a los dos días Radio París y Radio Londres daban cuenta de mi
detención. Posiblemente, el guardia de asalto le salvó la vida. Como ha explicado muy
bien Manuel Vázquez Montalbán, personajes como Miguel Núñez consiguieron que los
comunistas fueran admirados incluso entre los grupos que, como FLP, donde militaba Manolo,
que vieron que el "PSUC era el instrumento más de fiar en la lucha contra la
dictadura".
Durante muchos años, la vida de Miguel estuvo ligada a la de Tomasa Cueva, otro mito
auténtico de la resistencia comunista, quien además de resistente supo trabajar para
romper el silencio que rodeaba la lucha callada de muchas mujeres. Tuve el honor de
conocerlos a ambos a principios de los años noventa en Vilanova i la Geltrú, en parte
por amigos comunes como Joan Rodríguez y Natatxa Urbano, y en parte porque ambos, pero
sobre todo Tomasa, era una habitual obligada en el centro de salud en el que yo trabajaba,
y eso daba posibilidad de echar algunas parrafadas. Tomasa murió no hace mucho, para
entonces, Miguel ya estaba muy apartado de ella. En una ocasión, le pregunté qué
diantres hacían en el Congreso con Carrillo, y tuvimos una buena discusión. Miguel ya
estaba cansado de una historia que estaba acabando, y desde luego no se empeñaba en
defender para nada la actuación del PCE-PSUC en la Transición
Entre las anécdotas
había una que describía a Alfonso Guerra ofreciendo prebendas a los diputados comunistas
con una insistencia que, sin lugar a dudas, estaba incentivada por los éxitos que estaba
obteniendo.
Durante un cierto tiempo coincidimos en Iniciativa, en unas actividades municipales de la
comarca de las que guardo recuerdo agridulces, pero por lo que supe, Miguel se apartó de
la militancia, aunque hizo alguna que otra declaración bastante en línea
"italiana", y cuando tuvo lugar el litigio entre la derecha representada por
Rafael Ribó y la izquierda de Julio Anguita, tomó partido por el primero en clave
desencantada. Entonces ya estaba volcado en las actividades de cooperación con la
fundación de la ONG, Acsur Las Segovias y se implicó en la cooperación con América
Latina, en la que también han trabajado algunas amistades de siempre. Su libro "La
revolución y el deseo", (Península, 2002), puede considerarse como un testimonio
inexcusable, y como el examen crítico de toda una generación de comunistas que después
de darlo todo, se encontraron con que la historia le daba la espalda. De haber tenido
oportunidad le habría preguntado porque diantres permitió el miserable prólogo de Luís
Goytisolo. Estuvo muy enfermo en los últimos años, y al fallecer ha legado su cuerpo a
la ciencia. El acta de defunción, fue firmada por Joan Ramón Laporte, en cuanto a su
profesión se dice que fue un luchador por la libertad. Antes, le habían dado un cierto
número de medallas, los mismos que durante los años ochenta y noventa dedicaron parte de
los medios adictos a desprestigiar el comunismo, confundiendo éste con su negación, o
sea con el estalinismo.