LA "MEMORIA HISTÓRICA" Y LA TEORÍA DE LOS "EXTREMOS"
Pepe Gutiérrez-Álvarez

Marzo 2007

No puedo evitar en reconocerme cono uno de esos "aficionados" a los que se refiere en uno de los artículos de Santos Juliá en El País (1). Caracterizados como dispuestos a lanzarse "sobre el pasado de nuestros fascistas". Carezco de cualquier título académico por más he escrito un montón de cosas, aunque en ninguna de ellas me atreví a firmar como historiador, un desarreglo que no es ajeno a nuestra postguerra, aunque creo que esta es la primera vez que lo digo; ésta, creó unas circunstancias en las que entre los míos, algo como saber las cuatro reglas y cosas así, casi llegó a ser una hazaña. Aún como aficionado no necesitó conocer la obra de Tony Judt (no leo en inglés), para saber que "Ia memoria es una guía pobre para conocer el pasado", sobre todo cuando el pasado es tan enorme como el nuestro. Estas son cosas que uno aprende a fuerza de contrastar que una realidad histórica puede ser interpretada de manera muy diferente, y de hecho no es otra cosa lo que ocurre, incluso en el "bando" de los antifascistas, donde no todos lo eran de las mismas maneras. Ni mucho menos, en mi ámbito inmediato lo más normal fue el miedo a que la vida se hiciera más complicada, y la República apenas si tuvo tiempo de llamar a las puertas de una familia pobre, pero con ínfulas de haber conocido mejores tiempos.
Sin embargo tengo que decir que dicha afición no me viene de fuera, como por ejemplo del cine, del que me viene la mayor parte de temas culturales que luego pude ampliar. Me viene de ese ámbito familiar que me tocó vivir, y no precisamente como hijo de los derrotados directos; si, de los indirectos, o sea de los que se vieron hacer la guerra contra sí mismos. Lo he explicado en otro lado con más detalles en unas memorias que he llamado (no sin guasa), "de un bolchevique andaluz". Pertenezco a una familia en la que lo "más gordo" que les sucedió en los años treinta fue la afiliación a la UGT de un tío panadero que finalmente acabó en la Falange, aunque para justificarse él decía que José Antonio era comunista, una fe que -aseguraba- tuvo en Cristo, su primer representante. Mi padre y tres de sus hermanos hicieron la guerra "con esta gente", y sin embargo...La guerra y la posguerra fue lo peor de su vida, y en la historia incluían la matanza de republicanos de a pie "como si fueran perros". En mi caso los recordaban con el puño levantado, gritando UHP, y cantando cosas como "Somos hijos de Lenin, y del régimen social..."
Esto fue lo que sucedió en muchos pueblos, más en concreto en el mío, La Puebla de Cazalla (Sevilla), que fue como muchos otros. Allí no hubo guerra, ni frente, ni nada que se le pareciera. Las autoridades que eran de filiación socialista (un tío-abuelo que sobrevió guardaba el retrato del "abuelo", y no fue hasta ya mayor que me enteré que se llamaba Pablo Iglesias) impidieron toda clase de excesos. O sea no se mató a nadie, no se quemó ninguna iglesia, sí acaso se quemaron los títulos de propiedad y no serían muchos porque las tierras eran de una única familia (y creo que lo siguen siendo).
Los "infelices" (así le llamaban en casa) creyeron que con este aval "no tenían nada que temer", y éste fue el último error de su vida. En mi infancia estas cosas se contaban con nombres y apellidos aunque a oscuras. Aún me limpiaba los mocos con la camisa cuando aprendí que las víctimas (a los que "le habían matado a...") tenían que permanecer calladas y escuchar comentarios del tipo: "por algo sería". Otro detalle: los que "apretaron el gatillo" ejercieron como municipales. Que yo sepa, el único castigo que recibieron, fue que en un intenso silencio de desprecio, la gente cambiaba de acera, salía de los bares, agachaban la cabeza para no saludar (2). Y con ocasión de sus entierros, cuando los hubo, la asistencia era irrisoria, y los que asistían se tenían que justificar. Es que conmigo...
Llegaron las libertades con ayuntamientos de mayoría comunista (PTE, PCE, luego IU, finalmente PSOE), y al primero que hizo alusión de que "había llegado nuestra hora", lo hicieron callar. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero hay cosas que no. Recuerdo haber leído un artículo del reaccionario Jesús Pabón en los años sesenta en el que decía que un siglo después de la represión revolucionaria en la Vendée, la gente seguía teniendo miedo, y me digo que aquí seguimos el mismo camino, es más, creo que multiplicado. En La Puebla, el tiempo fue ayudado por la necesidad, y sin datos precisos en la mano puedo asegurar que los descendientes de los vencidos (o sea de los fusilados en la tapia del cementerio), fueron los primeros en emigrar, como lo fueron los que eran señalados como "mariconeos" o cosas parecidas.
El miedo siguió y tanto que siguió. En 1977, mi papa se creyó la historia de que si no votaba UCD le quitarían la pensión, él que había estado cinco años en el ejército de Franco tenía muy claro "que esta gente son capaces de cualquier cosa". El 23-F mucha gente no pudo dormir, y los hubieron que prepararon las maletas; "A mí no me cogen", dijeron; el subconsciente seguía vivo. No hace mucho (ya en los noventa) que la presencia de un joven guardia civil en la puerta de una de mis tías llevó a ésta para salir corriendo con tal de esconder raudamente una vieja foto del que escribe (mi tía sabía que yo era "rojo"), aunque todo se trataba de una vulgar multa de tráfico impagada. No ha sido hasta fechas recientes que un boletín municipal se ha atrevido al "vengativo" ejercicio de rememorar a los componentes del grupo inicial de 1936, eso sin decir media palabra sobre quienes los mataron. Supongo que para eso serán necesarios unos cuantos años más.

Partiendo de realidades como ésta, y sin dejar de subrayar mi condición de "aficionado" (al menos, al lado de tan consagrados especialistas), supongo que lo primero que tiene que hacer un "profesional" es precisar de lo que está hablando.
Y en un artículo que trata de la memoria y el olvido, supongo que es importante precisar sobre hasta qué punto. Uno puede estar de acuerdo con la observación de Renan, y la verdad es que en cuanto a olvidos nos hemos pasado no siete pueblos, nos hemos pasado setenta. Esta maximalismo en la desmemoria es además, sumamente particular. No he leído que se aplique a otros lugares, tampoco en otra dirección. Tanto es así que Woityla ha podido canonizar a diestro y siniestro a personas católicas, sin que la reacción haya ido más allá de algún comentario circunstancial. Ninguna pregunta sobre a quiénes apoyaban, eran víctimas de la República y punto. Pero a mí me cuesta creer que desde los evangelios alguien pudiera estar con Franco. Mi santa abuela que era de padrenuestros durante todo el día, solo sintió un inmenso horror.
Pero a pesar de estas cosas y otras, el muy militante Santos Juliá retoma su sempiterna indignación contra los que no se atienen al criterio dictaminado en una reciente editorial de El País, según la cual la "memoria histórica" es algo que debe permanecer en manos de los historiadores, no cosa de "aficionados", lo mismo que las enfermedades son cosas de los médicos. Habría que añadir de algunos historiadores como Juliá que sientan cátedra en la gran prensa, se han erigido en guardianes de la historia oficial de la Transición, que son los que más ventanas mediáticas tienen, cuentan hasta con las editoriales. Dicha indignación se muestra hablando reiteradamente de las "trampas de la memoria", andanada que orienta siempre contra los críticos del "pacto de silencio", a los que trata despectivamente. Incluso ha escrito en la Revista de Occidente que imponer la "memoria histórica" es propio de regímenes totalitarios (¿e imponer la desmemoria, eso qué es?). O, ¿y hacer apología del franquismo qué es?. Pero Fraga tiene bula.
Aficionados -también- deben ser los que han publicado el boletín de La Puebla, y lo son los que han redactado sus esquelas en memoria de aquel padre, tío o abuelo idealista que fue asesinado como un perro en medio de una calle, al que nadie se atrevió a recoger su cadáver, que fue mal enterrado en las tapias del cementerio bañado en cal viva, y sobre el que se hablaba en casa con la voz baja y con las puertas y las ventanas cerradas, todavía. Decir en la esquela que fue asesinado por los sublevados setenta años después, eso debe ser ya provocar, y no es de otra manera que lo han entendido los familiares de los del otro "bando" después de haber recibido toda clase honores durante cuarenta años.
Todo esto me recuerda la anécdota chilena que explicaba Ariel Dorffman en el mismo diario. En una radio habla una víctima del pinochetazo, y detalla las torturas sufridas, algo que te pone enfermo con solo escuchar. Entonces, alguien llama a la emisora para replicar. Ellos también habían sufrido, a ella los comunistas le querían quitar lo que tenía, en realidad una propiedad cuya confiscación ni imaginó el gobierno de Allende.
El primer testimonio tenía a su lado la verdad y la tragedia, el segundo tuvo el ejército (y los Estados Unidos, una democracia que no permite que otra democracia se le oponga).
En su elogio del olvido, Santos Juliá convierte el antifranquismo en un mero ejercicio de líderes dispuestos a superar la guerra. Evita cualquier referencia a lo que dicho antifranquismo desde abajo, un territorio sobre el que este "aficionado" que escribe no podría hablar como "profesional", pero que algo sabe, aunque sea por experiencia propia, miles de historias compartidas. Un alimento muy amplio compuesto por lecturas, debates y estudios ya que la memoria por sí misma -estamos de acuerdo- no era, no es, suficiente.
Menos mal que además de los "expertos" mediáticos también están los investigadores. Sin este movimiento de rechazo, poco se podría haber hablado de libertades y democracia. No hay más que ver con que facilidad las "democracias occidentales" aceptaron el franquismo como mal menor, temerosos de los problemas que podrían darse con una república poblada por comunistas y anarquistas. Si Santos Juliá hubiera posado su mirada orgánica sobre dicho antifranquismo, se habría percatado que el encuentro entre los "hijos" de un lado y otro, fue, entre otras cosas, porque el rechazo del horror y la vergüenza de la victoria, caló hasta a muchos herederos de altos cargos.
Cierto que en una primera fase, el antifranquismo estuvo ocupado por los "restos del naufragio" republicano, por los que no se resignaron, y que durante dos largas décadas apenas si hubo relevo generacional, ese fue el problema de los combatientes de la CNT. Pero el escenario de la segunda fase es la del relevo. Fue ocupado -primordialmente- por los "hijos de los vencedores", justamente por los que estaban menos castigados. Es ya otro tiempo, coincide con otros parámetros teóricos y políticos y por lo mismo, con otro antifranquismo, más amplio por decirlo así. La guerra pasaba cada vez más a un plano más secundario. Lo que importaba era crear oposición activa sobre los problemas y las realidades del momento, acabar con el régimen, y si era posible, descomponer su base social, depurar sus estructuras represivas.
En su artículo-dictamen, Santos Juliá atribuye a unos y a otros la facultad del olvido en las medidas establecidas por la Transición. Pero lo cierto es que el antifranquismo se forjó -entre otras cosas- oponiendo las investigaciones y testimonios verdaderos contra la historia oficial, la de la Cruzada. En esta lucha, cada paso contaba. Recuerdo el éxito que llegó a tener la novela de José Mª Gironella, Los cipreses creen en Dios, en buena parte porque describía a los republicanos como seres humanos de carne y hueso. De hecho, el problema de los "hijos de los vencedores" no fue muy diferente a la de tantos jóvenes alemanes de la época, con la salvedad que el franquismo no era agua pasada. En este cambio en las bases influyeron diversos factores.
Lo dicho, hubo un más que natural agotamiento de la resistencia republicana, finalmente triturada con los últimos maquis. A sus descendientes se les trató de hacer la vida imposible. No hay que olvidar que entre la base social de los victoriosos (los que por miedo o por otras razones, sirvieron con Franco), también sufrieron las graves consecuencias de un sistema agobiante y opresor. El cristianismo de base estaba sufriendo poderosos cambios, los "curas obreros" eran un fenómeno muy extendido, no solo aquí; la evolución del padre Llanos es, en este sentido, bastante ejemplar. También estaba la emigración, el salto del campo a la ciudad, Cuba...El Frente de Liberación Popular (el "Felipe"), la HOAC, las Comisiones Obreras, la renovación del PCE-PSUC, y finalmente, el "gauchisme" del 68, expresaron este cambio de enfoque, esta ampliación del antifranquismo. Ya no se trataba tanto de reparar el pasado como de crear el futuro. Se discutió mucho sobre tal futuro, pero había algo en lo que todo el mundo estaba de acuerdo: en él no cabía el franquismo. Y cuando decíamos franquismo nos referíamos a todas sus estructuras, y especialmente a las represivas, o sea a las que lo mantenían.
Creo que en este contexto donde hay que situar el desarrollo de un disenso creciente en el que, como en todas las cosas, es justo establecer distinciones. Recuerdo que en algunas discusiones alguien precisaba que si cabía, podía ser más meritorio porvenir del vientre de la bestia que serlo por continuidad familiar, aunque en dichas discusiones los elementos eran tantos que era imposible ponerse de acuerdo. Pero lo cierto es que "matar al padre" (facha), llegó a ser una moda (maravillosa). Eran muy abundantes entre los primeros "cuadros" políticos jóvenes de las organizaciones mencionadas, gente inquieta que provenía de la Iglesia o de la Falange.
En este abundante terreno se pueden ofrecer ejemplos con el PCE, personajes como mi paisano José Mª Moreno Galván, el dramaturgo y activista Alfonso Sastre o el incomensurable Manolo Sacristán, fueron jóvenes falangistas. Y la lista conocida como la anónima, es interminable. Sin ella no se comprende el caso del "Felipe", la primera izquierda que no tomaba parte de la tradición republicana y que unía a cristianos y marxistas, por ejemplo, parte del sector universitario del FLP y luego de la LCR había pertenecido a Defensa Universitaria. Otro botón de muestra: la editorial Zero-distribuidora ZYX que llegó a publicar de todas las izquierdas, que era especialmente militante, y finalmente antiestalinista y anarquista, había sido financiada inicialmente por la Iglesia, y se acabó cuando la Iglesia cortó los créditos.
Sin los locales eclesíasticos, las Comisiones Obreras y la izquierda de los sesenta-setenta, lo habría tenido bastante crudo para reunirse y organizarse. Todo esto es mucho, muchísimo más importante que todos los intelectuales emblemáticos, pero que por lo general, tuvieron una influencia muy reducida entre lo que "se movía". El régimen no tuvo demasiados problemas con los disensos cuando estos no llegaban al pueblo.
Si alguien me pregunta, puedo decir que personalmente aprendí mucho de algunos de ellos leyéndolos, y a veces, escuchándolos. Que creo que siempre es mejor evolucionar desde el fascismo hacia el socialismo, que cuando es al revés. Ahora bien, no entiendo que alguien "descargue" su conciencia rehuyendo sus partes más oscuras, como en el caso de Pedro Laín Entralgo (del que ya se encargó sardónicamente Juan Marsé en su obra, La muchacha de las bragas de oro). Tampoco entiendo que Julián Marías mencione con honor una obra de éste como la que dedicó en 1952 a Menéndez Pelayo, y que no percibiera detalles como su identificación con ciertas teorías raciales (del conde Gobineau, o sea antisemitas). Un detalle que a mí me produjó en su día un profundo malestar cuando las descubrí al tiempo que leí con el corazón encogido y la ira balbuciente, La indagación, de Peter Weiss. En cuanto Aranguren, todo su pasado no me impedirá valorar muy altamente todo lo que escribió desde la segunda mitad de los años sesenta, que fue cuando comencé a leerlo. Lo mismo pienso de Gunther Grass, sobre todo porque pienso que sus silencios y confusiones son propias de gente que operado una ruptura muy radical entre una etapa y otra de su biografía, y la que me importa está llena de lecciones.
A Aranguren lo recuerdo especialmente en unas jornadas (o Congreso) sobre la guerra civil allá por los años setenta, y como habló tras escuchar una intervención de un viejo anarquista (Francecs Pedra, mi padre político), en la que éste comenzó reconociendo su falta de cultura, para aportar sus propias reflexiones al hilo de su vida militante. Dijo que para ser analfabeto le había enseñado en muy pocos minutos, muchas cosas que él no sabía, y que lo que contaba, y tal como lo contaba, era ya de por sí un ejemplo de cultura viva y creativa. El lector lo podrá comprobar mejor en un artículo parecido en Kaosenlared. (http://www.kaosenlared.net)


Es desde esta perspectiva rupturista que se hablaba de "reconciliación" o de "superación" de los "traumas" de la guerra civil.
No creo que esta sea una aportación de ningún "sector de la oposición antifranquista", del que Juliá precisa que no era "muy numeroso" y al que juzga "decisivo para extender por la España de la posguerra". Se trata de una línea de actuación que ya se había aplicado en otros casos de guerra civil, por ejemplo en Finlandia. Cualquier respuesta de re-cambio después de un baño de sangre está obligada a establecer puentes de superación (3). En casos como la Alemania de la posguerra está claro que las "depuraciones" se tenían que restringir hasta cierto nivel. El problema raramente va en ese sentido, los vencidos están obligados a ser generosos Los ejemplos son tantos como se quieran. Pero en ningún caso se trató de una dictadura tan feroz y tan prolongada, y en ningún caso la prudencia impidió enterrar los muertos, publicar sus nombres y decir como y porqué murieron
Conviene recordar que dichos olvidos no fueron aceptados disciplinadamente por la gente que había ganado "zonas de libertad" en las empresas, los centros de estudios, los barrios y -no hay que olvidarlo- en diarios y revistas. Para convencerles fueron necesarios muchos ruidos de sables, y sobre todo la escenificación del "tejerazo". El miedo a los tanques en la calle sirvió de argumento en los sindicatos para hacer tragar las piedras de molino de los Pactos de la Moncloa, hasta Felipe no dudó en esgrimirlo contra el "No a la OTAN". Se podía aceptar que dado el peso que el franquismo seguía teniendo en sus reservas represivas, lo más prudente era dar un paso atrás. Se puede discutir pero esto es algo sobre lo que la vieja lucha de clases está llena de ejemplos. El problema radica en que las izquierdas aceptaron todo lo que le pusieron por delante. La consecuencia la pagaron los movimientos, y la izquierda se quedó con su principal capital: el pueblo. Esto explica que en el ámbito central de los derechos sociales, la historia del último cuarto de siglo es una sucesión continuada de derrotas. Entonces, la mayoría creía que entre dos "extremos", entre el golpismo y la revolución, más valía el pájaro en mano del incipiente Estado del Bienestar. De muchas cosas que se habían logrado contra Franco, y que apreciaban los que antes no las habían conocido.
Pero, y conviene insistir sobre este punto: esas conquistas están siendo cada ve más cercenadas, con Aznar por supuesto, pero también con Felipe y Zapatero, y esta no es otra historia. Es la misma.

Leyendo a autores oficiosos como Santos Juliá podría parecer que el movimiento por la restauración de lo que se ha venido a llamar -con más o menos precisión- la "memoria histórica" exige peras al olmo. No ha sido hasta el primer paso de Valencia -producto de una justa reacción ante las palas de olvido que trataba de imponer la Generalitat-, que no se ha dado una primera "Comisión de la Verdad". Con ella no se trata ya de juzgar crímenes contar la humanidad, ni mucho menos juzgar a los ministros de Franco, ninguno de los cuales ha mostrado arrepentimiento en sus escritos, ni mucho menos, ahí está Fraga que nunca ha matado a nadie.
Lo que teme Santos Juliá y tantos otros legitimadores de la Transición es que nuestos "historiadores" no lo han necesitado, y es que bien mirado, el antifranquismo que sigue a la Transición perdió mordiente con relación al de cuando Franco estaba vivo. El cine español no ha hecho nada parecido a El verdugo, La caza o El espíritu de la colmena. Al final, la historia se ha adecuado al pacto, todo con tal de no molestar a la "derecha civilizada". La de los neofranquistas que se mutaron en neoliberales con la mayor naturalidad. Nadie les pidió nada, aunque ellos encontraron en la victoria del anticomunismo, un regalo inapreciable. Resulta que contra Franco prácticamente toda la izquierda era anti-anticomunista, pero desde los ochenta comparte con la derecha el anticomunismo, eso, sí, con la salvedad del que practicó Carrillo, sobre el que el potentado Martín Villa siempre habla con una sonrisa agradecida.
A la pregunta, ¿qué teme alguien como Santos Juliá de las "trampas de la memoria"?. La respuesta no es que tema la rehabilitación de la República y de los republicanos. Lo que realmente teme es que afecte a la historia oficial de la Transición. Una historia en la que el figura como coautor y como guardián, y que ha contado con el soporte estable de El País, lo máximo que la izquierda puede gozar como diario en este país. Y así nos va.

NOTAS:

---1) Las trampas de la memoria (Babelia, 14-10-06, p. 2),
---2) Este sentimiento fue tan profundo que en una época en que servidor todavía no se había enviciado con la política, mi mamá me presentó a una prima suya, y en vez de darle la mano o un beso, salí corriendo...Había descubierto que era la señora de uno de los matarifes, y por más que mamá decía que ella no tenía la culpa, para mí alguna tendría.
---3) No fue otra la preocupación de Trotsky y Bujarin cuando se fraguó un frente de las oposiciones" para derrocar a Stalin antes del asesinato de kirov...