Una mentira repetida llega a ser verdad
El Viejo Topo. Abril 2005. Libros.
Algo parecida era la frase del propagandista nazi Goebels, para justificar lo que no tenía justificación. A propósito del libro recién presentado de Constancia de la Mora, Doble Esplendor, no podemos quedarnos impasibles ante tanta documentación que tergiversa los hechos reales que sucedieron en nuestra República y la posterior guerra civil.
Las memorias de Constancia de la Mora, nieta del político conservador Antonio Maura, y publicadas en 1939, son ahora reeditadas, como si nada hubiera pasado. En estos más de 60 años, los conocimientos históricos a través de toda la documentación proveniente de archivos y publicaciones se han visto aumentados, y la verdad de los hechos, poco a poco, y a pesar de los Goebels de turno, va saliendo a la luz.
Lástima que estas memorias se hayan
parado en el tiempo. Lástima que la editorial no haya añadido lo que ahora se conoce a
través de los archivos oficiales, de las memorias orales, perdidas temporalmente en la
derrota, el exilio y la transición, de los testigos que más tarde prestaron su
colaboración, que se han decidido a hablar y escribir. Lástima, igualmente, que Jorge
Semprún Maura, emparentado por
Semprún, miembro del Comité Central del Partido Comunista, abandonó éste junto con Claudín, y expuso muy claramente sus razones de disidencia, que por cierto muchos entendimos fácilmente, y dejó constancia histórica con un libro, la Autobiografía de Federico Sánchez, alter ego de Semprún, premiado con el Premio Planeta, y difundido a placer en el franquismo, ya que se aprovechaba, oportunísticamente, la crítica al comunismo realmente existente.
Y Semprún que ha entrado al trapo otras
veces, ahora lo hace tenuemente y hasta con una cierta tergiversación, pues no fue
Esta diferencia entre lo que es y lo que
deber ser, entro lo positivo y lo normativo, ha regido siempre los debates racionales de
Para vencer estas contradicciones sólo cabe una democracia cimentada en la participación, que evite esa explotación, pero que a su vez, evite por la izquierda una acción directa o una intransigencia, apoyada en una burocracia, cuyo brazo armado es una policía política y una persecución desde el aparato.
También, cómo nos cuenta Ignacio Martínez de Pisón en su maravilloso libro, Enterrad a los muertos, es difícil sustraerse a los manejos del poder. Cuando se cometen unas acciones en virtud de un poder adquirido a través de la Revolución proletaria, como el caso de la Rusia del 1917, y se consigue vencer, es una forma de hablar, al capital privado, parece justificado que todo lo que emana de ese poder será un acierto para acabar con las injusticias de este mundo. Por ello tantos comunistas, militantes de a pie, siguieron las referencias de Stalin. Algunos cuando empezaron a ver los procesos de Moscú, en los que no quedaba un bolchevique de la Revolución vivo, cayeron en la cuenta que algo estaba pasando. Sólo Alexandra Kollontai, de embajadora en los países nórdicos, escapó a las purgas. En España era evidente que había que acabar con la oposición proletaria, CNT, FAI y POUM, principalmente, ya que la derecha republicana era buena aliada, debido a procesos de fidelidad en la ayuda del pago de las armas y otros conceptos. El PSOE, estaba dividido en un cuatripartito: la derecha, Besteiro, que incluso pretendió pactar con Franco el fin de la guerra; el centro, de Indalecio Prieto, quizás el más capacitado para comprender los procesos pero sin fuerza sobre el resto de los militantes; el centro izquierda, de Largo Caballero, que se opuso a las masacres de heterodoxos comunistas y anarquistas y pagó por ello, teniendo que dejar el Gobierno; y la izquierda oportunista, Negrín, que sin dejar de ser socialista, porque tenía los fondos del Banco de España, pactó con la Comitern, para ver como terminar la guerra, sin darse cuenta que los comunistas oficiales obedecían a Moscú, y en primer término a Stalin. Y que cuando Stalin, derribó, en su paranoia, a sus enemigos Poumistas y al propio Trostky, ya no le interesaba nada de España. Y aquí no terminaba la cosa: los que pudieron ser testigos por haber estado aquí, desde el cuerpo diplomático, Rosemberg y Antonov Ovsenko; militares, Gorev y Berzin; agentes especiales a las órdenes de Orlov (el único que se escapó exilado a Estados Unidos), fueron perseguidos, procesados, autoinculpados (otra característica de Stalin, cuya juventud la pasó en un seminario, era que se confesaran los propios crímenes, ¿cómo podría comprenderse si no, que el camarada cuyo proletariado había puesto en lo más alto para vigilar sus intereses, fuera a equivocarse, si los propios inculpados confesaban sus culpas?). Toda esta farsa en un principio funcionó. La falta de claridad de las instituciones, la preservación de ciertos secretos por miedo a que las fuerzas nazi-fascistas se enteraran, como fueron el tráfico de armas y de espías, que se movían por toda Europa, estaban a la orden del día. Y esto era mentalmente amparado, por los militantes de a pie, que veían que en alguna forma, poner en tela de juicio la jerarquía de mando, era perder posiciones en la lucha contra el fascismo.
¡He aquí el tinglado de la antigua
farsa! He aquí
Cuando Rosa Luxemburgo hablaba de una
democracia socialista era precisamente para evitar en cualquier caso
Sin conceder
siquiera la más mínima duda de que una persona racional de izquierdas
debería haber tenido en cuenta todas las variables
antes de perseguir a Robles, a Nin, a Andrade y a los citados arriba, estimamos que ya
que en su momento era difícil el acceso a la información exacta, y no se pudieron
subsanar errores, ahora en un momento de lucidez histórico, en dónde los farsantes de la
Historia, desde De la Cierva hasta Moa, Vidal, etc., están siendo puestos en evidencia
con la verdad de los archivos, también debemos exigir ese rigor en los que difunden la
Historia del lado legal republicano, con la autocrítica que siempre hubiera debido
caracterizar a
Instamos, a las editoriales que están haciendo el esfuerzo de destapar ese destierro de la Historia de España, de más de 60 años, que apoyen las publicaciones con comentarios y archivos actualizados, y todo el desencanto que nos ha producido el libro de Constancia de la Mora, nos ha sido compensado con la magnífica presentación y comentarios del libro de Ignacio Martínez de Pisón, que alejándose del mundo de la novela, ha escrito un ensayo histórico, literario y real que será muy útil para los estudiosos del tema de la guerra dentro de la guerra, o del debate entre revolución o fin de la guerra.
Su bibliografía, que es la nuestra, está bien aportada y no echamos en falta ninguna laguna.
ANTONIO CRUZ GONZÁLEZ.
Despage. www.nodo50.org/despage
Desaparecidos de la guerra civil y el exilio republicano.
Madrid, Marzo de 2005.
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