Introducción del discurso pronunciado por Azaña en el Ayuntamiento de Valencia el 21
de enero de 1937.
Valencia republicana
Señor alcalde, señores todos: He oído con emoción, que me ha costado trabajo reprimir,
las palabras de bienvenida que la legítima representación de la democracia valenciana
acaba de dirigirme. En cualquier ocasión, en cualquier lugar de España, un saludo como
éste quedaría profundamente grabado en mi corazón. Pero en las circunstancias actuales,
y viniendo de la expresión auténtica de la democracia valenciana, su valor es
imponderable. Valencia tiene en su historia el título glorioso de haber sido uno de los
primeros y más fuertes hogares del republicanismo español, y en este país se daban de
antiguo aquellas condiciones sociales, económicas y políticas merced a las cuales el
árbol de la democracia ha podido crecer con la robustez que todos hemos tenido ocasión
de admirar en tiempos pasados. Valencia, en la paz, era una joya de la República
española, y en la guerra ha sabido cumplir con creces su obligación. Muchos hijos de
Valencia han perdido su vida luchando en el frente por la salvación de todos sus hermanos
de España. Conocemos los esfuerzos que en el campo de batalla los valencianos han sabido
hacer. ¡Loor a todos ellos! Y conste el agradecimiento de todos por el esfuerzo
valenciano. Conocemos también los servicios de otro orden que el país valenciano ha
prestado acudiendo al socorro y mantenimiento de los combatientes en las poblaciones
asediadas por el enemigo. Además, Valencia, al saludarme por boca de su alcalde, aviva
mis sentimientos de otro tiempo, que ahora me es permitido evocar, porque recobran una
actualidad moral.
A Valencia debo, en los comienzos de mi acción política, tan corta todavía, pero tan
excesivamente dramática y tempestuosa, la primer acta de diputado que nunca tuve. Vuestro
pueblo tuvo esa cortesía conmigo. Y hace año y medio, o poco más, la democracia
valenciana me prestó su auditorio clamoroso y su entusiasmo republicano para el grandioso
acto en el que se inauguró la coalición política, que en el pensamiento de quienes la
forjaron y en la pura intención de quien fue su portavoz estuvo llamada a dar a la
República una base amplísima de colaboración social y las normas pacíficas de progreso
y de engrandecimiento de la sociedad española. Y es justamente hoy al evocar en Valencia
y ante su alcalde este recuerdo, cuando tenemos delante el problema de la rebelión
militar para destruir aquella obra que en Valencia se inició. Me es grato también que
sea Valencia quien preste la ocasión de deciros, a los seis meses de guerra, unas
palabras sacadas de experiencias pasadas que nos permiten considerar gravemente, con el
optimismo sereno y razonable que nos pertenece a todos, los problemas inmediatos del
porvenir. Seis meses de guerra, largo plazo de sufrimiento, señores; plazo que nos
hubiera parecido increíble en el mes de julio, cuando el porvenir estaba oculto detrás
del telón del tiempo. Pero ahora nos parece breve y encontramos en nuestra alma el vigor
suficiente para duplicarlo, y triplicarlo si es menester con tal de sacar adelante la
causa de la República. En estos seis meses, los datos principales de los problemas que
tenemos delante no han variado en lo esencial. Lo que ocurre es que, como de la semilla
sale la planta, lo que llevaba contenido en sí el problema al estallar en el mes de julio
ha ido manifestándose a la luz.