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Mariana, eres mujer. Serie dedicada a nuestras mujeres de la República. |
Teresa Claramunt, la Louise Michel española. Pepe Gutiérrez-Alvarez Julio 2006
Fotografía de Teresa en la portada de La "virgen
roja" de Barcelona. Biografía y escritos de la autora María Amalia
Pradas Baena, prólogo de Teresa Abelló. |
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Nota introductoria. por Mariana Violet para Despage. Aunque Teresa Claramunt no vivió en la II República, es decir no sería una de "nuestras mujeres de la República", también es cierto que sin ella no hubiera nacido igual la República. El hecho de no coincidir plenamente con el período histórico, no nos impide añadirle a la suma de personajes que engrandecieron la República. El espíritu de las "Mujeres Libres" estuvo siempre con ella. Agradecemos a Pepe Gutiérrez el esfuerzo que ha puesto para presentarnos estos apuntes biográficos.
Teresa Claramunt, la
Louise Michel española (1)
Todavía no se ha añadido nada a los pocos datos que se conocen sobre esta mujer
que ha sido comparada en muchas ocasiones con Louise Michel. Se sabe que nació en una
ciudad con una amplia solera obrerista: Sabadell. Ocurrió en 1862. Veintidós años más
tarde su nombre aparece en el "Acta de constitución de la sección Varia de
trabajadores anarco-colectivistas de Sabadell" y en cuyo preámbulo se puede leer: En
Sabadell, local del Ateneo Obrero, a las 9 de la noche del 26 de octubre de 1884, se
reunieron las obreras que con anterioridad habían acordado asociarse, formando parte de
la Federación española de Trabajadores, a fin de coadyuvar a la emancipación de los
seres de ambos sexos y luchar enérgicamente en pro del Cuarto Estado.
Había trabajado desde muy joven en el ramo textil y fue influenciada
ideológicamente por las conferencias y los artículos del ingeniero Tárrida de Mármol.
Sus actividades pronto trascendieron a la organización de este grupo anarquista
femenino. Aunque no tuvo instrucción ninguna, su formación autodidacta la llevó a
escribir en la prensa libertaria tanto en catalán como en castellano. Pero lo que la
convirtió en "la única mujer revolucionaria que hubo en España" (Soledad
Gustavo), fue su "alma bien templada", su capacidad para jugarse la vida y
la libertad "en más de una ocasión, para participar o llevar a cabo algún hecho
que un hombre habría fracasado indudablemente, pero en el que una mujer tenía
posibilidades de éxito" (idem).
En este último sentido su "curriculum vitae" es sin duda apasionante.
Después la encontramos entre una larga actividad anónima en 1888 y 1889 en Portugal,
junto con su compañero cuyo nombre nadie menciona. Se sabe que colaboró con los grupos
anarquistas locales. Ya es conocida ampliamente por la policía y en 1893, un año de
gran agitación laboral en Barcelona, fue detenida a la salida de un mitin. Su prestigio
como oradora y organizadora animó a los jefes policíacos a detenerla por los motivos
más disparatados. En 1893, a raíz del atentado perpetrado por un tal Santiago Salvador
que arrojó dos bombas sobre la platea del Gran Teatro del Liceo de Barcelona -el mito
cultural de la burguesía de la ciudad- como réplica airada a la ejecución de Paulino
Pallás por su anterior atentado contra el general Martínez Campos, Teresa fue
encerrada... La explosión de una de las bombas -la otra cayó sobre la falda de una
asistente y no explotó- causó veinte muertos, diez de ellos mujeres, además de una
gran cantidad de heridos. No tardó en ser liberada cuando se demostró que Teresa no
tenía nada que ver con la acción terrorista. Sus métodos y sus fines eran de signo muy
diferente.
No obstante, había un interés manifiesto por parte de la policía en vincularla
con este tipo de acciones. De esta manera, cuando el 6 de enero de 1896 estalló una bomba
entre la multitud humilde que acompañaba una procesión del Corpus por la calle
barcelonesa de Cambios Nuevos, Teresa Claramunt fue de nuevo detenida. La bomba ocasionó
la muerte de cinco trabajadores mientras que las autoridades, que iban a la cabeza de la
procesión, no sufrieron ningún daño. Sospechosamente nunca apareció al autor del
crimen, pero la represión gubernamental aprovechó la ocasión para tratar de nuevo de
acabar con el fenómeno anarquista "a su manera". Teresa Claramunt fue llevada
a la cárcel de mujeres, en tanto que un tal capitán Portas acompañado por un amplio
equipo de profesionales de la tortura -un "metier" que acompaña en la sombra la
historia del movimiento obrero-, iniciaba en el castillo de Montjuich su actuación a gran
escala contra militantes y simpatizantes del anarquismo. Soledad Gustavo relata que lo
que Teresa sufrió en aquel cautiverio es imposible (...), azuzada y perseguida por las
monjas que interiormente se cuidaban de aquel establecimiento, pasó muchas desazones y
gracias a su energía pudo salir lo mejor posible de sus manos...
Cuando Teresa pudo enterarse de los martirios que se infligían en el castillo
armó tal escándalo que las autoridades consideraron conveniente callarla también
"a su manera". Una noche fue llevada ante el siniestro capitán y amenazada
gravemente. No se arredró y mantuvo sereno el ánimo de lucha que le caracterizaba:
"dentro de la fortaleza y encerrada en un calabozo lleno de miserias, oyendo los
lamentos de los que en otros calabozos estaban sometidos a torturas y con la horrible
pesadilla de lo que sería para ella el mañana..."
Encerrada en Montjuich, Teresa Claramunt esperó la celebración del famoso proceso
que llevaría el nombre del siniestro castillo. El Estado pidió 28 penas de muerte y 57
condenas perpetuas, entre las que había una para ella. No obstante, gracias a la intensa
campaña que estaba desarrollando en Londres y en París su maestro, el publicista
Tárrida de Mármol, que había logrado escapar gracias, a algunas influencias familiares,
su condena fue la del destierro. Por aquel entonces Teresa Claramunt se había
convertido en una anarquista de leyenda. Expatriada primero a Londres y luego a París,
Teresa siguió su trayectoria militante. Siguió siendo también, como siempre, una
trabajadora y su casa se convirtió en un centro de ayuda y asistencia para los
perseguidos por el orden. En 1898 pudo regresar de nuevo a España e intervino en la
campaña de revisión de los procesos anarquistas. La acusada se convirtió en acusadora.
Su prestigio le abrió nuevas posibilidades para desarrollar una extensa participación en
la agitación y la propaganda por las reivindicaciones proletarias, y para facilitar estas
tareas fundó, en 1901, la revista El Productor, que tuvo una gran difusión en los
medios obreristas. En el gran mitin del Circo Barcelonés, del día 16 de febrero de
1902, lanzó un emotivo y apasionado llamamiento en solidaridad con los huelguistas del
ramo metalúrgico, que extendió notablemente la gran huelga general de Barcelona -la más
importante del movimiento obrero de entonces- que tuvo lugar entre los días 17 y 24 de
febrero de aquel año, y en la que se paralizó la vida ciudadana y participaron miles de
trabajadores. Fueron batallas como ésta la que afirmaron el terreno inicial de la CNT.
También fue detenida durante estos últimos acontecimientos. Cuando fue liberada
se lanzó de nuevo a la lucha. En 1903 la encontramos, junto con Leopoldo Bonafulla, con
el que seguía publicando El Productor, realizando una excursión
propagandística por Andalucía hasta donde se había extendido su prestigio. Las
autoridades no lo iban a permitir y fue detenida en Ronda. Bajo la custodia de la Guardia
civil fue conducida hasta Málaga sobre los lomos de un borrico y desde allí fue
reenviada a Cataluña. En sus actividades como agitadora, Teresa se preocupaba sobre todo
de evidenciar las injusticias del capitalismo a través de datos y ejemplos vivos y
concretos; nunca tuvo una especial predilección por la teoría y se encuadraba en el
amplio campo de los "anarquistas sin adjetivos". En todos sus artículos y
arengas hay una preocupación básicamente activista, no exenta de una sensibilidad
feminista que no iba, por lo general, mucho más lejos de los propios planteamientos de la
corriente anarquista.
Un ejemplo de su estilo y preocupaciones la tenemos en esta larga cita: En el
Pont de Vilamara, en las inmediaciones de Manresa (Barcelona), la explosión de una
caldera de vapor ha sepultado a un gran número de mujeres y niñas y algunos hombres. Se
sabe positivamente que la máquina no reunía la seguridad que la ley exige y, además,
al ser detenido el maquinista confesó que la máquina estaba en mal estado a consecuencia
de la continua presión, pues la mayoría del tiempo trabajaba con mas fuerza de la que su
potencia requería. El burgués ya estaba avisado del peligro, pero como que dicho señor
no tenía otra participación en la fábrica que la de retirar las ganancias, al ponerle
en conocimiento el estado deficiente de la máquina, contestaba: 'Ya, ya. Lo tengo en
cuenta. Ya veremos. Ya miraré, continuando las cosas de la misma manera, hasta el día
fatal que pagaron con sus vidas un gran número de víctimas...
Las víctimas son mujeres y niñas de cinco años y hombres, y
no sólo regatean las frases de la más vil compasión, sino que también ocultan las edades "de esas tiernas
criaturas , que no más nacer, la fiera burguesa ya les chupaba la sangre, la vida hermosa
de la infancia. El número de víctimas todavía no lo ha transmitido la prensa y hasta la
llamada liberal, ha escaseado los datos más sencillos. Luego esos mismos periódicos
dedicaron insulsos artículos al bello sexo, tiernas poesías a la infancia.
!Hipócritas! !infames! ¿Es qué acaso la mujer obrera no pertenece al mismo sexo que la
mujer burguesa?. ¿Es que acaso el niño que nace en humilde casa no sonríe con la misma
inocencia que el que nace en un palacio? Ya lo ves, mujer proletaria, nuestros hijos no inspiran a nadie ningún sentimiento noble. Nosotras, las mujeres obreras, no pertenecemos al sexo débil, ya que esos sietemesinos consideran muy natural que recaiga sobre nosotras el trabajo pesado de las fábricas. No pertenecemos tampoco al sexo bello, porque nuestros cuerpos destrozados no les despierta el sentimiento de justicia. Para ser mujer, según esas gentes, se ha de gastar aromas, se ha de cubrir el cuerpo de sedas y encajes. En nuestro hijo no ven el tierno infante que con sus lloros conmueve a las piedras, que su sonrisa es el sol que penetra en el corazón y su alegre mirada suaviza las borrascas de la vida. Nada de eso ven. Ya lo sabéis, obreras, en la sociedad actual existen dos castas, dos razas: la de nosotras y nuestros compañeros y las de esos zánganos con toda su corte. No tendremos pan, ni dicha, ni vida, ni seguridad para nuestros seres queridos y para nosotras, hasta que desaparezca del todo esa maldita raza de parásitos. !A trabajar, pues, proletarias; nuestra dignidad y nuestro amor lo exige!.
Como en Louise Michel, hay una profunda sensibilidad pero no una concepción clara
de la cuestión feminista en el sentido clásico del término, pero que su ideas sobre la
cuestión eran avanzadas lo demuestra su opúsculo, La mujer. Consideraciones sobre su
estado ante las prerrogativas del hombre (1903), en el que aparecen algunas ideas
notables. Teresa crítica al hombre que trata de imponer en su casa el "principio de
autoridad" con el fin de subyugar a la mujer, resultando por lo tanto, incluso en
el caso de los proletarios, también culpables de la opresión y humillación que sufren
sus compañeras. Teresa considera que aunque el hombre sea físicamente más fuerte que la
mujer, con el tiempo las maquinas han eliminado esta diferencia a la hora del trabajo y
plantea la reivindicación de que a trabajo igual salario igual. Achaca a la educación el
estado de postración de la mujer, educación que transmiten a sus hijos. Apunta que la
mujer ha de autoemanciparse y que para ello ha de establecer su propia organización, pero
estos criterios difícilmente podían tener una posible traducción práctica en un
momento histórico en el que la franja de mujeres militantes es puramente testimonial y
se sitúa, por lo general, a remolque de sus compañeros.
En su intrépido itinerario militante hay otra fecha clave: la Semana Trágica de
1909. Fue detenida de nuevo por su participación en las lucha y enviada a Zaragoza. Dos
años más tarde, una huelga general le abre de nuevo las puertas de la prisión, esta vez
con una condena de tres años. La acusación es la clásica: agitadora anarquista. Será
con ocasión de este largo encarcelamiento cuando hará su primera aparición una
enfermedad que le llevará más tarde a la tumba: la parálisis. Prosigue con cada vez
más dificultades su actividad militante, pero su nombre es indispensable para conocer el
desarrollo del movimiento anarcosindicalista aragonés. Se encuentra postrada en la cama
cuando la irrumpe en su casa con un nuevo motivo: la ejecución del cardenal Soldevila,
conocido por aconsejar la utilización de los métodos fascistas en ciernes contra los trabajadores. En esta ocasión no están
desencaminados, al parecer, fue Teresa Claramunt la que sugirió el nombre del cardenal a
Durruti y Ascaso cuando fueron a verla como una alternativa a un atentado contra miembros
anónimos de los cuerpos represivos.
Durante varios años habitó en Sevilla, en casa del cenetista sevillano Antonio
Ojeda, que le brindó su hospitalidad para que pudiera curarse con tranquilidad de su
enfermedad. Sin embargo, Teresa no deja de intervenir. En 1923 habla en un importante
mitin contra la dictadura en Sevilla y en 1924 se traslada a Barcelona. Su casa en esta
ciudad se convirtió en un lugar muy transitado por la corriente anarquista y entre sus
visitantes ilustres se cuentan Max Nettlau y Emma Goldman, que la trataron con fervor.
Todavía en 1929 tomó parte en un mitin. Murió en víspera de la instauración de la II
República, el 11 de abril de 1911. Federica Montseny recuerda su entierro "el 14 de
abril y por todos los centros republicanos por dónde pasábamos, por todas partes, las
banderas se inclinaban al paso del entierro, entierro al que acudieron más de 50.000
personas en Barcelona. Su figura, ahora olvidada, ejerció una enorme influencia, sobre
todo entre la juventud (...) !Me acuerdo tanto de ella! . Cada sábado íbamos a verla un
grupo de muchachas y a su lado nos formábamos, no ideológicamente, ni culturalmente,
sino sentimentalmente por la atracción de esta figura que comparábamos a Sofía
Brakuskaia ya las grandes nihilistas rusas" .
Por su parte, Lola Iturbe concluye así el retrato de Teresa escrito por Soledad
Gustavo: ...Sólo queremos remarcar la gran obra realizada por ella, desde 1884 a
1931, año de su muerte. !47 años de
prisiones, de destierros, trabajos, desengaños, persecuciones y amarguras! !Qué gran
fortaleza de espíritu necesitó para ello! Sin embargo, Teresa no consideró que
hiciera en su accidentada vida nada extraordinario. Debió pensar que para la bondad de
su idealismo anarquista con todo cuanto había realizado en su vida estaba bien
recompensada". Gracias a la ignorancia de las autoridades franquistas una calle con
su nombre, ubicada en el distrito IX de Barcelona, se ha mantenido hasta el presente. (1) El lector encontrará una mayor información sobre Teresa en la obra de Maria Amalia Pradas Baena, Teresa Claramunt. La Virgen Roja barcelonesa, Biografía/Escritos, prólogo de Teresa Abelló Gúell, Virus Editorial, Barcelona, 2006, 334 págs. |