LITERATURA
Y CONCIENCIA
Enrique
Falcón
Han vuelto a reunirse en Moguer los "poetas de la conciencia"
los de la mala conciencia y los de la conciencia crítica
a leerse poemas con incendios para este inicio de siglo de pensamiento
único, para este país con asepsia y melaza, encarado hacia
el Norte y dando la espalda a los hombres del Sur.
Convocados por el calor acogedor de Antonio Orihuela el libertario,
venidos de todas partes, cuatro días de reencuentro en el patio
soleado de la calle Friseta, a la luz del vino, del café y del
debate necesario, bajo el lema inquietante de «Voces del extremo».
Y oigo de mis compañeros/as de siega versos como éstos,
radicalmente a contrapelo en la España de la conciencia tranquilizada,
contra todos sus muros: «Que no te pueda esta vida / tan puta
que arrastramos / la inmensa mayoría / de esta España
que va bien / al parecer, en un arrebato / te dejes los fantasmas y
los miedos / pegados a la pared del dormitorio» (Antonio de Padua,
desde Huelva). «Menos mal que la razón quiso decir basta
a la farsa de tus homenajes / de políticos disfrazados de lorquianos
/ de políticos vestidos de demócratas / a las cinco de
la tarde» (Diego J. González, desde Ayamonte). «Debes
dar un golpe de fuerza / si no tienes aspiraciones trepa-políticas
/ si no cuidas tu vestuario actualizándolo / si los ojos turbios
de algunas mujeres / te turban los ojos / si la ética ideológica
vive en tus ropas / debes dar un golpe de fuerza» (Eladio Orta,
desde Isla Canela). «Tú y yo estamos de acuerdo sobre algunos
verbos geniales / "reparto de la riqueza" / es una de nuestras
oraciones favoritas» (Antonio Orihuela, desde Mérida).
«Estoy al sur de todo, / a la izquierda del norte judicial y becario
/ de la caridad solidaria / de la nieve que viaja en limusina, / del
imperio nipón- germánico, / a la izquierda del verde cantábrico
y bursátil. / Y sin botines» (Isabel Pérez Montalbán,
desde Málaga). «Rematado después de la muerte para
taponar toda nuestra mala conciencia / de Occidente / que es mucha y
temeraria / como las armas de los asesinos / cuando ya no sería
duda sino niebla» (Virgilio Tortosa, desde Alicante).
Después de década y media de poesía tranquila,
tranquilizada y tranquilizante en España, ¿quién
habría predicho el regreso para este inicio de siglo
de una poesía contra todo descanso extrema, con conciencia, para
un mundo anestesiado?. Reencuentro entonces, al pisar de nuevo la luz
inverosímil de mi Mediterráneo, los sopapos tremendos
que sólo podría darnos el lado de más acá
de la realidad: ocho millones de pobres en la España-que-va-bien,
la muerte de repente visitando a Carrasco Briseño en Oaxaca,
la resaca de los lacrimógenos en Niza (y pronto Davos),
el encarcelamiento inaudito de Sabino Ormazábal en Soto del Real,
las 3.500 condenas de muerte a lo largo del mundo, los 100 días
de huelga de hambre de los presos políticos de La Tablada...
Se quedan entonces pequeños y temblando todos los versos, lo
extremo me hace añicos la voz: el olor de lo real contra el tiempo
de las anestesias y de todas nuestras servidumbres.
Juan Gelman me ha dicho en un sueño que «esto acabará
entonces como siempre quisimos: / en una barricada». Así
lo sueñan los poetas sin voz, desde lo extremo.
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