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Número 15
junio - julio - agosto 2003



ARGELIA: DESIERTO DEL SAHARA
LOS OASIS DE TAHIT Y BENI-ABBÉS

Esteban Galera


Los Oasis

La palabra oasis se ha asociado desde siempre con lugares paradisíacos, fértiles, húmedos y cubiertos de vegetación donde la gente descansa o se protege de las inclemencias de una naturaleza hóstil. No es extraña esta asociación, pues a los oasis se llega después de duras travesías por las ardientes tierras del desierto, difíciles e incluso crueles para cualquier ser, incluído el humano. Los oasis son objetivos deseados desde los inmemoriales tiempos de las grandes caravanas que cruzaban el Sahara, a ellos se anhelaba arribar para mitigar la sed, descansar en sus frescas sombras y aprovisionarse de comida y agua para enfrentarse de nuevo con el desierto. Por esta razón algunos de los oasis claves llegaron a convertirse con el tiempo en prósperas ciudades al auspicio del comercio que en ellos se desarrollaba con el paso de las caravanas. Toumbuctú, Tamanrasset, In Salah, El Golea o Gardahia son algunos de los oasis que deben su esplendor y renombre por haber sido lugares situados en las encrucijadas de las rutas caravaneras.

Aún en la actualidad los oasis siguen siendo sitios deseados por todos los viajeros que cruzan el Sahara a través de sus indómitos y solitarios caminos. En los oasis todo el mundo establece una parada obligada en su ruta para dar rienda suelta al relajo en los rincones de sus viejos ksares (pueblos de barro fortificados), paseando entre las palmeras o paladeando las incomparables puestas del sol desde lo alto de alguna duna.

Argelia, país del Sahara, tiene en la profundidad de sus tierras saharianas algunos de los oasis más bellos e idílicos del gran desierto africano. Tal vez los rincones más perfectos y bellos que definen a los oasis se encuentren en dos pequeños ksares, Tahit y Beni-Abbés, dentro de la inmensa bolsa de arena que es el Gran Erg Occidental. Parece como si estos dos oasis hubieran sido tallados o pintados con todo el amor y el primor por la mano artística de la naturaleza, son los "oasis perfectos" que hemos soñado o imaginado alguna vez con la mente excitada por la lectura de algún libro de aventuras o por la imágenes cinematográficas de alguna película sobre el Sahara.

Tahit y Beni-Abbés no son los oasis más grandes de la red verde que se teje entre las dunas del Erg Occidental si los comparamos con otros formidables oasis como el de Timimoun o el de El Golea, pero son los que representan la imagen más pura de un oasis sahariano timidamante cobijado bajo los pies de gigantescas dunas.


Hacia Tahit

El viaje hacia Tahit es una ruta con gran ambiente sahariano practicamente desde su inicio. Una de las formas mas atrayentes para llegar es viajando a lo largo de la cadena montañosa que forma la cordillera del Anti Atlas Sahariano en lo límites fronterizos entre Marruecos y Argelia por el oriente. Tras cruzar las breves tierras mediterráneas norteafricanas, subitamente la austeridad de los parajes de secano nos sorprenden cruzando las tierras esteparias que preceden al desierto. Aïn Sefrá, una ciudad argelina, marca la entrada oficial, según los geógrafos, en el desierto más grande de la tierra, el Sahara.

Descendiendo hacia el sur se pasa por la Beni-Ounif, formando frontera con Marruecos y luego por la ciudad colonial de Colomb Bechár donde los franceses establecieron uno de los lugares estratégicos y la estación de ferrocarril argelina más meridional para la conquista del desierto.

A partir de Bechár la sensación de encontrarse en el Sahara se hace patente mientras se rueda por la carretera que a lo largo del oeste argelino va a morir en Tindouf. Pero mucho antes ya se habrá abandonado esta carretera para introducirse por otra mucho más sinuosa y estrecha que penetra hacia el corazón del Erg Occidental con dirección sureste. El paisaje comienza a ser espectacular a medida que la arena rojiza se va apoderando más y más de todo, llegando a invadir la carretera en alguna ocasión, la vegetación está representada por algunos arbustos pequeños y, por airosas acacias espinosas, algunos dromedarios sueltos campan por sus fueros poniendo en el paisaje su pintoresca silueta.

La estrecha carretera de pedregoso alquitrán asciende de repente hacia una especie de collado que marca un cambio de rasante y según se asciende la cuesta aparecen timidamante unos montículos de arena redondeados y rojizos. Según se gana altura los pequeños montículos de arena van haciéndose más grandes hasta que en lo alto del collado se transforman en enormes y corpulentas dunas. El escenario es espectacular, la emoción que embarga al observador eriza la piel, pues la visión que allí se tiene del Sahara supera la leyenda o la ficción. Delante se alza el borde de la bolsa de arena más grande del planeta, el Gran Erg Occidental y a los pies de las montañas de arena se extiende el vergel jugoso del oasis de Tahit, tras el cual se alza un admirable ksar bereber construido en barro. La grandiosidad del paisaje no anula ninguno de los armoniosos y pequeños aspectos que forman Tahit, sino que los integra dentro de uno de los conjuntos paisajísticos más bellos del desierto del Sahara.

En época de la recogida del dátil, en el oasis de Tahit, se vive una gran actividad. Al oasis llegan numerosos grupos de bereberes chaambas, los habitantes seminomadas de la región, que acampan con sus jaimas entre las palmeras para establecerse aquí mientras haya trabajo para recoger los dátiles. Todo este ambiente colabora para incrementar los encantos del lugar.

El viejo Ksar de barro se encuentra lamentablemente muy abandonado, pues ya son pocas las familias que van quedando dentro de él y muchas de las casas se encuentran vacias reflejando con sus muros ruinosos la falta de cuidado y el olvido. Pero pasear por el laberinto del entramado del ksar, entre túneles y pasadizos sigue siendo una experiencia que enseña sobre la vida de los bereberes del desierto argelino. Detrás de la muralla defensiva que forman las apretadas casas del ksar se extiende el palmeral que cuenta con el don de poseer varios pozos de agua que riegan las palmeras y huertos a través de canales o pequeñas acequias que aquí se conocen por el nombre de fogaras. Este sistema de drenaje para conducir el agua ha sido utilizado por los habitantes de los oasis desde hace siglos de manera inalterada.

En las afueras del oasis y junto a la carretera va creciendo poco a poco el nuevo pueblo de Tahit al que se van trasladando todas las familias para conseguir vivir con mayores comodidades e infrestructuras de todo tipo, ya que en el viejo ksar carecían de ellas.

En las proximidades del oasis, debajo de una gran franja rocosa, situada por encima, se encuentran numerosas rocas con interesantes grabados rupestres que representan animales o seres humanos cazando, como testimonio de la ancestral vida en estos lugares del desierto.

Ver amanecer o el ocaso del día desde las dunas constituye una espectacular visión que queda grabada en la retina de tal manera que es muy dificil olvidar, sobre todo por la explosión de sentimientos y sensaciones que provocan un estado anímico muy especial. Ante los ojos las onduladas formas de las dunas que se extienden hasta el infinito forman un inmenso mar de arena que va cobrando un color dorado que see transforma en rojo incandescente. Todo el Gran Erg Occidental se extiende desde la cima de la Gran Duna que tutela desde su altura el oasis de Tahit.


Hacia Beni-Abbés

Al abandonar Tahit queda una latente sensación de que este apartado rincón sahariano invita al retiro y a la meditación.

Espera la ruta del desierto tomando una dirección hacia el este del desierto argelino y surcando una linea de oasis conocida como el "Pasillo de los Oasis" que bordea el labio meridional del Erg Occidental. Efectivamante según se avanza entre el cordón de dunas van apareciendo pequeños oasis y algunos más grandes como el Iglí o el de Kerzaz, extraordinarios oasis con hospitalarios bereberes que habitan, por ejemplo, entre las palmeras de Iglí.

Antes de llegar al cruce de carreteras entre la que lleva a Timimoun y la que desciende hacia el sur para perderse después de Adrar en el infierno del Tanezrouft, hay una desviación que en breves kilómetros conduce hasta el oasis de Beni-Abbés. Esta carretera atraviesa el alto de una meseta desde la que se observa una de las vistas más espectaculares del desierto del Sahara argelino. Desde aquí mismo el director italiano Bertolucci hizo una de las tomas fotográficas más bellas durante el rodaje de su película "Bajo el cielo protector". La realidad otra vez más supera a la ficción en este espectacular paisaje que reúne todos los elementos del desierto: reg o llanuras, hammada o montaña, Erg de dunas inmensas, oasis, oued o río y Ksar, que más se puede pedir para una visión fantástica como pocas.

A Beni-Abbés de vez en cuando le amarga el triste recuerdo de cuando los franceses realizaron aquí pruebas nucleares durante su última época colonial.

Descendiendo por unas lazadas que dan a la carretera, se va penetrando en el alargado palmeral con forma de escorpión del oasis de Beni-Abbés que recibe con su abrazo de frescor y la protección de sus sombras. El Ksar aunque no es tan hermoso como el de Tahit, tambien cuenta con su romántico Borj (fuerte) y sus extremos que se desparraman entre los límites del oasis y las dunas posee un extraño encanto muy africano, sobre todo cuando se contempla desde lo alto de las gigantescas dunas que se elevan por encima del oasis. El paisaje desde lo alto de las dunas las dunas es insólito y único en el mundo del Erg Occidental.

Tahit y Beni-Abbés son dos lugares para el recuerdo e invitan a seguir buscando otras dunas, montañas y oasis a lo largo y ancho del desierto de los desiertos. ...Es que el Sahara
atrapa.