Derechos para Tod@s
Número 1
agosto-septiembre-octubre 2000


 

LOS INDÍGENAS EN LA CRISIS DE ECUADOR


Esteban Galera
 

Pocas veces recibimos noticias por los medios de comunicación sobre los diversos acontecimientos políticos en la República del Ecuador que han generado conflictos sociales de envergadura. Sólo en algunas ocasiones hemos podido conocer, en breves referencias, a los protagonistas oficiales de dichos acontecimientos, generalmente políticos y militares. Sin embargo los indígenas ecuatorianos y sus organizaciones, siendo uno de los agentes con mayor presencia y fuerza en los conflictos político-sociales, siguen siendo casi ignorados. Tan solo en la última explosión social, que dio al traste con el gobierno de Jamil Mahuad y colocó en la presidencia a Gustavo Noboa, la sociedad del Norte tuvo noticias de la existencia de una nueva fuerza que, aunque traicionada por intereses distintos a los suyos, ha tenido una importancia capital en el desarrollo de los últimos hechos políticos en Ecuador: el Movimiento Indígena. 

Este fenómeno ha supuesto una sorpresa por lo novedoso y ello nos obliga por rigor intelectual y sobre todo por responsabilidad ante su importancia, a conocer las causas que han motivado que Ecuador posea en su entramado social un movimiento indígena prácticamente único en Sudamérica que ha jugado y puede jugar un papel relevante en el desarrollo de la grave crisis que se vive en este país.  

La explosión de una larga crisis

La República de Ecuador, uno de los estados más pequeños de Sudamérica (270.000 km. cuadrados), situado en la costa occidental entre Colombia y Perú, ha sido noticia de primer orden en los últimos tiempos. Esta vez no por sus encantos naturales, culturales o de índole turístico, sino por la explosión de la última gran huelga general protagonizada, a comienzos de este año, por importantes sectores sociales; sindicatos, profesores, estudiantes, taxistas, transportistas y sobre todo por la principal organización de los indígenas, la CONAIE (Confederación de Naciones Indígenas de Ecuador), que fue decisiva en el devenir de los acontecimientos. La huelga derrumbó al gobierno de Mahuad, incapaz de dar soluciones a los graves problemas que plantea la crisis económica: corrupción, descontrol del mundo financiero y frustración social de una población sometida a la pobreza cuando no a  cuadros de miseria. Efectivamente Ecuador presenta una patología social  y económica grave con muchas ramificaciones enfermas que convierte a este país en uno de los más pobres del mundo.

A partir de 1950 el movimiento indígena pasa abiertamente a  reclamar las tierras. Las luchas indígenas ya no han parado desde entonces en Ecuador y el cariz que cobraron ha sido de una gran profundidad. En realidad lo que los indígenas han reclamado durante este periodo (hasta 1980) son sus territorios étnicos para rehacer los lazos de la identidad indígena.

Desde 1980 asistimos a una revitalización étnica en el Ecuador y a un proceso de organización intenso fortaleciéndose las estructuras comunales llegando a convertirse en el sector más organizado de la sociedad civil. Es el periodo de consolidación de la CONAIE que recoge las mejores cosechas sembradas por el movimiento indígena ecuatoriano a lo largo de su historia.

Y llegan los alzamientos más recientes de 1990 y 1992 (“quinientos años de resistencia”). El 18 de Mayo de 1990, 200 indígenas tomaron la iglesia colonial de Santo Domingo en Quito, exigiendo al gobierno el cumplimiento de un pliego con 16 puntos reivindicativos lanzados por la CONAIE. El gobierno reaccionó bloqueando a los insurrectos, pero se topó con una gran reacción de la sociedad civil blanco-mestiza apoyando su lucha. El conflicto tomó cuerpo escalonadamente y desembocó en la convocatoria de un levantamiento nacional en los primeros días de Junio en el que participaron cientos de miles de indígenas. Bloquearon vías, tomaron calles y plazas, el país quedó aislado y la policía desbordada por los acontecimientos. Hubo un muerto, varios heridos y decenas de encarcelados y una desproporcionada actuación del ejército, pero se abría por primera vez la vía de diálogo para debatir el problema indígena con interlocutores organizados que mostraban disciplina, fuerza y capacidad movilizadora no solo de los indígenas sino también de fuerzas sociales del conjunto de la sociedad ecuatoriana.  

Datos previos para un desenlace anunciado 

Durante 1999 su PNB cayó en un 7% y la inflación se situó en torno a un 60%. La moneda nacional (sucre), se ha posicionado en 25.000 sucres por dólar, cuando en 1998 el tipo de cambio medio fue de 6.700. Por si esto fuera poco las divisas se redujeron a unos exiguos 1.200 millones de dólares. El país se ha precipitado hacia una profunda depresión originada por el hundimiento de las materias primas que representan cerca del 60% del total de las exportaciones. En Ecuador el 18% del PNB depende del sector agropecuario, mientras que el minero supone un 20%.

A esta patética situación se añade la descomunal deuda externa del país y las pérdidas que supusieron la catástrofe natural del “Niño” que devastó las tierras y carreteras y cuyos daños materiales se estimaron en 3.800 millones de dólares. La presión del FMI resulta agobiante para desbloquear la concesión de nuevos prestamos. Para paliar tales desequilibrios el gobierno de Mahuad optó por subir los tipos de interés y estabilizar los presupuestos generales ajustando extraordinariamente los gastos públicos. Los tipos de interés a corto plazo se dispararon hasta el 150%, renunciando el Banco Central a monetarizar el déficit público utilizando la antigua artimaña de emitir billetes masivamente. Otra medida consistió en intervenir los bancos vendiendo sus activos al mejor postor y bloqueando las cuentas de miles de ciudadanos que tenían en ellas los ahorros “imposibles” de toda una vida.

La población ecuatoriana (12 millones de habitantes) se desesperó con un salario medio de unas 7.000 pesetas al mes, unos 80 dólares, mientras que “la canasta” de la compra cuesta llenarla muchísimo más, y con el agravante de subidas de los precios de la electricidad, los carburantes y del transporte. Además soporta un paro en torno al 50% de la población laboral, aunque oficialmente no reconocen más que un 18%.

Con una enorme mortandad infantil de un 36% y unas infraestructuras sanitarias y sociales escasas y deficientes, la población padece una pobreza extendida y los indígenas ecuatorianos son prisioneros de los guettos de la miseria, siendo el sector que genera el mayor número de marginados sociales.

La situación crítica viene de largo pero nos situaremos en los hechos más relevantes e inmediatos, cuando Jamil Mahuad, dirigente democristiano gana las presidenciales en Agosto de 1998. Tan solo dos meses después de su nombramiento como presidente, Mahuad comienza a aplicar las políticas anteriormente descritas  enfrentándose a la primera huelga general de su mandato, cuyos resultados se vieron diluidos por un hecho que acaparó toda la atención política del país: la firma del tratado de paz con Perú, que establecía definitivamente las fronteras meridionales ecuatorianas terminando con una larga guerra situada en el escenario de la Cordillera del Cóndor. Esta guerra se desarrollaba intermitentemente desde 1.942, fecha en la que se estableció el “Tratado de Río de Janeiro”. 

Las espadas quedaron levantadas y caerían más tarde sobre la cabeza del recién electo presidente. Pero el precedente más inmediato de la última crisis hay que situarlo en la segunda huelga general que tiene que encajar Mahuad en Julio de 1999; envestida virulenta que paralizó completamente al país. En ella la CONAIE y el movimiento indígena tuvieron un protagonismo decisivo cortando las vías de comunicación durante varios días. La reacción popular fue motivada por la subida de las tarifas del combustible, del transporte y de la electricidad, pero ya era “vox populi” en los medios de comunicación que tras los bastidores también se estaban moviendo Alvaro Novoa  (magnate bananero y candidato contra Mahuad) y el antiguo tirano Febres Cordero en la provincia de Guayaquil. Los mencionados políticos movían sus hilos a través de practicas corruptas de algunos de los sectores implicados en la huelga, como los transportistas. Mientras tanto la clase media confiaba en la capacidad de Mahuad para resolver la crisis con las medidas que pretendía aplicar. Una de ellas era la creación de un sistema tributario, que fue impopular en el incontrolado mundo financiero y empresarial ecuatoriano que respondió con una oposición feroz en el parlamento usando como portavoces al partido  roldosista del destituido y corrupto  presidente Bucaram.

Tras negociaciones con los agentes sociales, incluida la CONAIE, la situación se saldó con una moratoria concedida por el gobierno para la aplicación de las medidas anunciadas y una desconvocatoria de la huelga, dando un plazo al gobierno hasta el mes de Diciembre de 1999 para resolver las justas reivindicaciones sociales.  

Los protagonistas del conflicto 

De estos hechos se desprende que había dos vectores paralelos, pero no confluyentes en los intereses, desencadenando el conflicto. Por un lado las fuerzas representadas por las familias políticas y empresariales movidas por el antiguo aliado de Bucaram, Alvaro Novoa, con demagógicos ataques centrados en la reforma fiscal. Por el otro lado las fuerzas populares sustentadoras de justas reivindicaciones sociales, entre ellas la CONAIE, que sería quién encabezaría posteriormente esa explosión política.

Inmediatamente después de la huelga general de Julio empezó a hacerse eco a través de la prensa y televisión de la aparición en la escena de un nuevo protagonista: las Fuerzas Armadas. Los medios controlados por la oposición acusaban a Mahuad de preparar un autogolpe de Estado para afianzarse en el poder, al mismo tiempo que este acusaba a sus contrarios de revolverse en los cuarteles para derrocarle mediante un golpe militar. 

Pero el ejército ecuatoriano ha querido jugar un cierto papel “moderador” en los últimos conflictos entre las grandes familias políticas de Ecuador. Así lo hizo en la crisis social que provocó la dimisión de Bucaram, asumiendo el cambio de esa situación insostenible, que clamaban todas las voces sociales exigiendo un nuevo gobierno que controlara la corrupción desatada. Los tanques salieron entonces a la calle para evitar que la situación se desbordara, pero no intevinieron.

Los sables también quedaron desenvainados después de la última huelga de Julio de 1.999. Lo sorprendente es que un sector del ejercito apoyó a los más pobres y a los indígenas, mientras que otro sector, el de los grandes mandos, propició el recambio de presidente  apoyando a Gustavo Noboa. El puchero se había puesto a cocer y todo era como “La Crónica de una Muerte Anunciada”.

Pasaron los seis meses de tregua y no se cumplieron los compromisos. Jamil Mahuad se enfrenta a la cresta de la crisis anunciando una última medida (razonable desde el punto de vista neoliberal que domina el espectro internacional): la dolarización del sucre, fijando este en 25.000 sucres por dólar y utilizándose la moneda USA como tipo para todas las operaciones financieras y empresariales.  Se desata con ello la huelga general que comenzó con el año 2.000 y a la cabeza de ella se sitúa la CONAIE como gran protagonista, trabajando unitariamente, entre otros, con el Frente Patriótico (alianza de sectores políticos, sociales, sindicales, etc., donde incide notablemente el MDP, de orientación marxista-leninista) y el movimiento Pachacutik, aglutinador de diferentes sensibilidades de la izquierda y de los movimientos indigenistas.

El país queda totalmente bloqueado , las carreteras cortadas, miles de indígenas avanzan a través de cañadas, montañas y caminos con una idea fija en la cabeza, la de tomar Quito para derrocar a Mahuad y al sistema neoliberal. El gobierno saca a la policía y al ejército para cortarles el paso y desata la represión, pero no puede encarcelar a todos los indígenas que, gracias a una escrupulosa organización cincelada en el tiempo y sobre todo en los últimos meses, imponen su estrategia y burlan los controles represivos impuestos. Pero además una parte del ejercito permitió el paso de los indígenas hacia Quito y ayudó a abrir las puertas del Palacio Presidencial, mientras en las calles indígenas y soldados se fundían cantando consignas del “Che” Guevara.

Antonio Vargas, un indígena quichua de 40 años y dirigente de la CONAIE, se puso al frente de un parlamento provisional junto con los coroneles Lucio Gutiérrez y Fausto Cobo. La iglesia de la Liberación con fuerza en Ecuador también apoyó decididamente este movimiento encabezada por el Obispo de Cuenca entre otros.

Pero todo fue como un bello sueño para los pacíficos insurgentes, porque era impensable que este cambio de sentido fuera permitido por EE UU y por los sectores conservadores. A través de varios militares traidores (entre ellos el más significado, el general Mendoza) y de la amenaza de intervención de las Fuerzas Armadas, el  resultado fue la deposición de Mahuad como presidente en una acalorada reunión del Congreso con el voto favorable de 80 de los 93 diputados en una cámara de 123 legisladores, pero imponiendo a Gustavo Noboa en su lugar.

Gustavo Noboa anunció que el eje de su política para abordar la crisis seguiría siendo la de la dolarización del sucre al igual que el recién derrocado presidente.

El movimiento indígena y los sectores populares fueron traicionados, pero han prometido regresar a la escena con nuevos levantamientos si en los próximos meses no se negocia y se aplican medidas para solucionar la desesperada situación que atraviesa el pueblo ecuatoriano. 

Y, personalmente pienso que ha quedado claro en el ambiente que una solución real a este cúmulo de grandes y graves problemas debe partir de la articulación de la pluralidad social, étnica y cultural en un proyecto democrático que ilusione a tod@s, combatiendo la corrupción y recomponiendo distributivamente la economía. La cuestión es difícil sin recuperación de las materias primas y las exportaciones y sin la creación de un sistema fiscal justo y eficaz. Pero además es fundamental la resolución de las injusticias palpables que padecen los indígenas en cuestiones básicas: el desarrollo de la enseñanza bilingüe, hacer frente a los problemas sanitarios (siendo fundamental la integración de la medicina natural), hay que distribuir tierreas fértiles para los puebles indígenas, se debe potenciar la defensa de la biodiversidad que desde sus propios principios hacen de la tierra y su fauna. 

El movimiento indígena es consciente del protagonismo político y ético que vá tomando su movilización y,  como demuestran las palabras de Antonio Vargas, en dónde habla de una pronta vuelta a la lucha, también incidiendo en la intersección pacífica  de las causas indígenas con la sociedad civil ecuatoriana.

Es necesario que el Estado se abra definitivamente a la participación del pueblo amerindio mayoritario en Ecuador y para ello debe asumir la visión indígena de la política desde su propia idiosincrasia.

La organización de los indígenas para ordenar actividades tanto políticas como económicas y sociales, están basadas en criterios colectivistas, donde prima la comunidad y la descentralización, así como en una cosmovisión que matiza y da sentido a todos los ámbitos de su vida. Todos estos conceptos están implícitos desde siempre en la base de los levantamientos indígenas de la historia de Ecuador y como hemos tenido ocasión de comprobar también en este último. 

Pero, más temprano que tarde, verémos ese nuevo momento. Ese momento que el dirigente de los movimientos sociales Jorge Loor definió: “volverémos y seremos gobierno”. Pués, hasta pronto.