Número 3
octubre/ noviembre/ diciembre 2000



África sigue sangrando por múltiples heridas


  Decio Machado, de Derechos para Tod@s

 
 

El África poscolonial se caracteriza por un biculturismo mezcla de la herencia precolonial africana o islámica y de la modernidad occidental nacida de la época colonial. Como era de esperar, los dirigentes africanos se apegan a esta última, mientras las poblaciones se identifican con las primeras; esto ha conllevado a la ruptura social entre unos y otros. Los dirigentes africanos hablan, piensan y viven según esquemas externos, según los esquemas del Norte. Las masas piensan, hablan y malviven, según sus tradiciones e idiosincracia.

De esta ruptura sociocultural nacerán dos lógicas de legimitad excluyentes: la legitimidad externa y jurídica, importada por los dirigentes, y la legitimidad interna y sociológica basaba en sus nacionalidades. El resultado de esto es la crisis del Estado-nación y la deslegitimación cada vez mayor de los líderes africanos con respecto a sus poblaciones, las cuales proceden a estrategias de sanción política y económica a través de actividades que evitan la autoridad oficial.

Estos líderes deslegitimados interiormente, se legitiman a su vez exteriormente mediante su adhesión incuestionada al neoliberalismo y a los planes de ajuste estructural provenientes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, entregando a sus pueblos a la explotación del sistema internacional, mientras que las masas desarrollan actitudes de indisciplina o prácticas ingeniosas de adaptación a la crisis económica, para poder sobrevivir.

El continente africano hoy por hoy es la única zona de población que ha generado un ritmo de desdoblamiento numérico cada veinticinco años (dato que se viene produciendo desde mediados del presente siglo, curiosamente hasta entonces era el continente que menos crecía demográficamente), eso lo convierte en la gran reserva demográfica del planeta, en la actualidad con aproximadamente 800 millones de habitantes.

La tasa de natalidad africana, a pesar de lo anteriormente descrito, marca una tendencia a la baja en estos momentos, consecuencia posiblemente de programas de planificación familiar, escolarización de las mujeres con su correspondiente incremento de conocimientos y la creciente urbanización (migración interior a las urbes africanas). El movimiento a la baja de dicha tasa de natalidad se enmarca en el dato del 4´5% en el período comprendido entre 1990-1995, al 4% entre 1995-1999, preveyéndose para los próximos cinco años que se sitúe en 3´4% (indicar que dichas previsiones para Europa es del 1% y para el resto del mundo del 2%).

La tasa de fecundidad -número de hijos por mujer- en los años 80 estaba en ocho hijos, y en la actualidad está en 6, con una previsión de situarse en 4´5. A su vez la tasa de masculidad está en torno a 98 hombres por cada 100 mujeres, lo que permite un equilibrio de sexos que no se da en ninguna otra parte del mundo.

Si no fuera por las atrocidades como las guerras, epidemias y hambrunas, la tasa de mortalidad  -especialmente la infantil- habría conocido un descenso vertiginoso. La tasa de mortalidad infantil ha evolucionado positivamente desde un 16´5% en los sesenta, a un 9´7% en los noventa, estando en previsión bajarla al 6´9% en los años inmediatos (hemos de tener en cuenta que en Europa dicha tasa esta en el 1´3%). En resumen, una consecuencia inmediata de este progresivo ascenso de la población africana es su presencia, cada vez más preponderante, en el conjunto de la población mundial; el porcentaje de África en el concierto demográfico mundial es del 13%.

La esperanza de vida es de 52 años en la década de los 90, habiendo sido como dato significativo de 40 años en los 60. Según la ONU, a causa del sida y la aparición de enfermedades erradicadas en tiempos pasados, la esperanza de vida africana descenderá a los 47 años o incluso menos. Dentro de estos datos, importante es destacar que en países como Sierra Leona esa esperanza de vida se sitúa en 37 años (Sierra Leona es un país de 4´5 millones de habitantes, donde más del 32% de los niños mueren antes de los cinco años y donde sólo un tercio de la población tiene acceso al agua potable), en Uganda y Malaui en 39 años, y en Ruanda y Zambia en 40 años.
 

Algunos datos demográficos


Mientras asistimos en los últimos cincuenta años al despegue demográfico en África y su desequilibrio con respecto a los recursos de subsistencia, que no han crecido tanto como los recursos humanos, hay que buscar la persistencia de una natalidad alta en los condicionamientos culturales y tradicionales -matrimonio precoz, la descendencia se transforma en la riqueza principal de la familia y el mejor modo de contribuir a supervivencia (el poder, la dignidad y la consideración vienen dados por el número de mujeres e hijos que tiene el padre)-.

Mientras la actividad de la mujer siga entorno a las labores familiares y solamente se les reconozca su papel procreador, no podrá sentirse una persona que disponga responsablemente de su fecundidad; la educación para una planificación familiar racional es algo que se está introduciendo muy lentamente con grandes reticencias en muchos sectores sociales.

Semejante desequilibrio entre el incremento humano y la falta de recursos económicos, sitúa a casi cuarenta países del África subsahariana entre los últimos del ranking mundial  del Indice de Desarrollo Humano. 

La población se sitúa geográficamente de forma muy desigual en el continente. Los desiertos del Sahara, Kalahari, Namibia y Cuerno de África, junto a la selva congoleña o guineana suponen aproximadamente la mitad espacial del continente (evidentemente ahí es casi imposible la ubicación de población). A esto sumar el estrago que significa la extensión de las zonas desertizadas entre lo que antes fueron grandes masas boscosas. 

El fenómeno migratorio africano es interno, la marcha a otros continentes es, en la actualidad, insignificante, aunque se acentuará en las próximas décadas. El fenómeno migratorio interno africano obedece a dos causas: por un lado, la de menor importancia, es el desplazamiento libre hacia países que ofrecen algún puesto de trabajo (ejemplos: en las plantaciones de Costa de Marfil donde trabaja importante mano de obra proveniente de Guinea, Mali y Burkina Faso; en las minas de Suráfrica se concentra gran cantidad de mano de obra proveniente de los países limítrofes geográficamente; Gabón y Nigeria son otros grandes polos de inmigración);  por otro lado, y de mayor importancia cuantitativa, son las huidas forzosas por la violencia política (exilio, guerras, desplazamientos de refugiados).  Solamente en el caso de Ruanda y Burundi podríamos considerar emigración espontánea debida a la saturación demográfica. Su expansión natural ha sido a la zona del lago Kivú, en la República Democrática del Congo (el antiguo Zaire), y está en la base del conflicto armado que se vive en la zona: los tutsi quieren anexionar toda esta zona a Ruanda y, junto a Burundi,  constituir la "gran nación tutsi".

La irregularidad demográfica africana se concreta en que ya casi las dos terceras partes viven al norte de la línea del Ecuador y los seis países más poblados acaparan el 47% de la población total. Las regiones de más alta densidad de población son: todas las islas con excepción de Santa Elena y Madagascar, sobresaliendo de manera especial Mauricio con 569 habitantes por km. cuadrado o Comoras con 341, a su vez en los Grandes Lagos se encuentran las mayores concentraciones de población, con densidades del tipo de Ruanda con 336, Burundi con 237 y Uganda con 102 habitantes con km. cuadrado, considerando también importantes Gambia y norte de Nigeria. En contra tendríamos las zonas de muy escasa densidad, con menos de 10 habitantes por km. cuadrado, donde incluiríamos las zonas desérticas del Magreb, las estepas del Sahel desde el valle del Senegal al lago Chad, sabanas arbóreas sudanesas, sabanas de la República Centroafricana, Angola, Zambia y sur de la República Democrática de Congo, y zonas desérticas y esteparias del centro-oeste de África Austral.

En África,  asistimos a una población tremendamente joven, teniendo en cuenta que el 85% tiene menos de 30 años, y dentro de esta franja, en 44% menos de 15 (sin duda, es la mayor proporción de jóvenes del mundo, antítesis con la situación europea de población envejecida que tenemos en la actualidad). Sobre esto se desarrollan dos problemas inmediatos: uno, atender a su educación  -incremento de gastos sociales-; dos, la necesidad de creación de puestos de empleo para esta población emergente. Hoy por hoy, el medio tradicional-rural lejos está de cubrir las demandas sociales necesarias.

El destino preferido de los africanos que abandonan el campo está sin duda en la ciudad, esto provoca un urbanismo creciente. La población urbana era sólo del 10% en 1960, del 21% en 1980, del 32% en 1990 y 35´4% en este fin de siglo. Pero para que estos datos sean bien leídos, hemos de tener en cuenta que hay doce países que tienen una población urbana superior al 50% (países del Magreb, África Occidental, Gabón y Congo), otros doce están entre el 40 y el 49% y sólo nueve países poseen menos del 20% de sus habitantes en núcleos urbanos (los índices más bajos están en Burundi y Ruanda).  Si los conflictos armados que hay en todo el continente no afectaran de forma especial a las ciudades, se habría sobrepasado con creces este indicador. Por el contrario, la población rural sólo aumenta en un 2%. Un millón de personas pasa cada semana del medio rural al urbano en África.

Desolador es el panorama que ofrecen los suburbios que aglutinan gran parte de los inmigrantes y donde la penuria de servicios sociales es casi absoluta (sobrepoblación sin recursos, deterioro del patrimonio genético, desaparición de sentimientos culturales y familiares). Algunos datos: El Cairo, tres de sus trece millones de habitantes viven en chabolas, y sólo el 10% tiene acceso a la vivienda de tipo medio; en Lagos, cinco de los siete millones viven de igual  manera, lo mismo el 60%  de la población de Nairobi y el 50% en Jartum y Lukasa,... concluiríamos diciendo que estas proporciones serían aplicables a todas las grandes ciudades africanas, no es mentir, afirmar que más de la mitad de la población urbana vive en condiciones precarias y en gran parte infrahumanas. El extremo de precariedad llega a tal punto que las mujeres que viven en estas áreas gastan entre cinco y siete horas diarias en buscar agua, alimentos y combustible con la consiguiente pérdida de energía laboral que podrían dedicar a otros menesteres.
 
 

Algunos de sus  grandes problemas

y la globalización


La aparición de los niños-soldados supone en África uno de los golpes más fuertes contra la sociedad tradicional -hemos de tener en cuenta que en la sociedad tradicional africana, el niño es objeto de una atención especial y de una formación muy cuidada como garantía de pervivencia del grupo en sí y de sus valores tradicionales-. Las guerras civiles, los conflictos interétnicos, los señores de la guerra y los intereses de los grandes multinacionales y gobiernos desarrollados, han hecho de ellos seres violentos, con una orientación exclusivamente belicista. Se calcula que aproximadamente unos 300.000 niños en el mundo son combatientes activos, de los cuales 120.000 se sitúan en África (Liberia, Angola, Sierra Leona, región de los Grandes Lagos, Uganda, Congo, Somalia,...). No contentos con la situación de militarización de una franja importante de los niños africanos, hemos de tener en cuenta también que según la OIT, un 17% de la población activa en África son niños entre cuatro y quince años.

Otra de las cuentas pendientes de la sociedad africana es la situación de la mujer. Ésta, a pesar de su contribución fundamental para el mantenimiento del entramado social y sobre todo en las actividades de la economía informal, sigue sufriendo un trato altamente discriminatorio. La mujer produce el 80% de los alimentos y realiza el 70% de las tareas agrícolas. La igualdad entre los sexos, al igual que la protección de los derechos de la mujer africana, están íntimamente ligados al compromiso con la democracia en África. Hemos de tener en cuenta que allí donde claramente han sido derogadas las leyes de repudio de la mujer, las prácticas poligámicas o perseguida la ablación  de clítoris a las niñas, hay mayor nivel de desarrollo, dato estadístico perfectamente consultable.

La feminización de la pobreza es cada vez más una triste realidad. Las mujeres, que dominan el grueso del comercio y de la producción agrícola, son las principales víctimas del deterioro africano generalizado por la supresión de las subvenciones públicas y su difícil acceso a ellas en relación con los varones, la reducción de las tierras cultivables y fértiles y la emigración de sus cónyuges al Norte como estrategia familiar para encontrar fuentes suplementarias de ingresos.

Sin embargo, se perfila un futuro esperanzador para las mujeres africanas. El desafío ante la crisis las lleva a organizarse, lo que contribuye a crear interesantes perspectivas económicas y sociales de independencia con respecto a sus cónyuges, que influirá en el cambio de las relaciones entre ambos. El auge del comercio de productos agrícolas de autoconsumo que ellas controlan es un elemento clave de esta mutación. La crisis económica y social, así como la creciente autonomía, está causando una fecundidad a la baja, lo que significa que las mujeres se ocupan más de actividades de producción que de reproducción.

El hambre es el causante de la muerte de más de la mitad de los adolescentes africanos. El 43% de los desnutridos del mundo está en África, raro es el año en el que en alguna parte del continente no se declare hambruna o se corra serio riesgo de padecerla. Dentro de los discursos oficiales y sus múltiples declaraciones de buenas intenciones institucionales, la Conferencia Mundial de la Alimentación de 1974 se había marcado como objetivo "erradicar el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en el término de un decenio". Camino de 26 años después, el panorama esta aún mucho más sombrío. Según el Banco Mundial, por informe de octubre de 1999, se afirma que el África subsahariana sólo podrá alimentar al 40% de los mil quinientos millones de habitantes que tendrá en el año 2025. El Programa de Alimentación Mundial (PAM) señala también a finales del año 1999 que se ha visto obligado a reducir la ayuda urgente a los países necesitados porque los donantes sólo habían contribuido con el 20% de lo que se necesitaba.  La misma FAO declaraba en diciembre de 1999 que quince países necesitaban ayuda alimentaria urgente y que, al menos, dos millones de africanos se verían privados de ella.

Es un hecho sabido y repetido por todos los analistas: África es un continente muy rico con países empobrecidos. Los recursos son impres-cindibles pero no bastan para tejer el mallazo del bienestar. Se trata en definitiva, de poner los recursos al servicio de los ciudadanos y no de los intereses foráneos y de las élites políticas locales.

La economía africana vive un momento de divergencias internas, que definiríamos como "dual" con respecto a lo que en el primer mundo llamamos "nueva economía".  Esta "nueva economía" se basa en la importancia de las mejo-ras de cualificación del capital humano y encara el siglo XXI marcada por la sociedad de la información, la multiplicación de los flujos de capital y los intercambios de todo tipo.

Fruto de la globalización, se intercambian en los mercados monetarios del mundo más de 1´5 billones de dólares por día, y se comercia casi una quinta parte de los bienes y servicios que se producen todos los años. Pero además la mundialización es un proceso que integra no sólo la economía, sino la cultura, la tecnología y la estructura de gobierno. 

El PNUD, en su Informe sobre el Desarrollo Humano de 1999, se muestra "decidido partidario del poder de la mundialización para aportar beneficios económicos y sociales a las sociedades: la libre circulación de dinero y comercio se ve equiparada por el poder liberador de la corriente de ideas e información impulsada por las nuevas tecnologías". Bajo este mismo prisma, hoy en día, desde las instancias de poder económico y político se emite el mensaje, de forma insistente y monocorde, de que nos dirigimos irremediablemente hacia una economía globalizada y desregulada, y que esto constituye el progreso, dado que el mercado se va liberando de las ataduras fruto del pasado, potenciando así las potencialidades de eficiencia, prosperidad y "libertad". En consecuencia, se identifica proteccionismo con prácticas insolidarias que pretenden descargar los problemas económicos nacionales sobre las espaldas de otras naciones. En ningún momento se admite que sea racional y eficiente un modelo económico que busca la autosuficiencia nacional y la cooperación internacional más amplia posible; siendo los críticos del librecambismo acusados de mantener posturas enfermizas, conservadoras, antidemocráticas...

Para los países más avanzados destaca la extraordinaria fortaleza de la economía norteamericana, la prolongación del ciclo alcista en Europa (siete años) y una nueva pérdida de fuelle en Japón, cuya situación económica y financiera sigue ambigua.

En lo referente al continente africano, vemos una situación bastante desigual, lo cual no nos permite la generalización. Las diferencias son muy notables: hay un crecimiento pujante y sostenible en Mauricio, Seychelles y Túnez, una recuperación sostenida en Suráfrica, una desintegración de Sierra Leona o Níger, una desaparición económica en Liberia o Somalia, un despegue consolidado en Guinea Ecuatorial y una descomposición amenazadora en Zimbaue.

El Indicador de Desarrollo Humano (IDH), que utilizamos para la valoración de la economía africana ofrecido por el PNUD, es un instrumento simple pero que presenta perfiles útiles para medir los progresos que realizan los distintos países. Los elementos objetivos a valorar serían: esperanza de vida, mejora educacional e ingreso en paridad de poder adquisitivo. Es por tanto una medición más amplia y ajustada que el mero ingreso per cápita al que estamos acostumbrados por las instituciones financieras internacionales.

Situados ahí, digamos que las 54 economías africanas (cincuenta y tres países independientes y un territorio, el Sahara Occidental) están repartidas entre dos categorías: "desarrollo humano medio" (IDH entre 0´500 a 0`799) y "desarrollo humano bajo" (menos de 0´500). No existe país africano alguno entre los 45 primeros del mundo en "desarrollo humano alto" (IDH igual o superior a 0´800). Veintitrés países están en el grupo medio y el resto en el más bajo del mundo, ocupando los últimos lugares Etiopía, Níger, Sierra Leona, Liberia y Somalia.

Una nueva dualidad se produce entre países africanos, según carezcan o no de buenos servicios estadísticos. Sin un conocimiento real de las Cuentas Nacionales, se toman decisiones económicas a ciegas y las posibilidades de error evidentemente se multiplican. A mejor servicio estadístico, mayores niveles de desarrollo: Suráfrica, Túnez, Mauricio, Seychelles o Botsuana; en el caso de Libia influye más su condición de "Estado rentista" de altos ingresos basados en su economía de exportación, combinados con una baja densidad de población. Sería a su vez, la situación de Namibia o un Sahara Occidental "normalizado", aunque éstos en contextos más favorables de economía abierta.

Las disparidades o divergencias entre países africanos tienden a ser cada vez mayores. Así, entre Cabo Verde y Guinea-Bissau o Suazilandia y Burkina Faso son casi tan amplias, como las que pueden observarse en comparación con otras regiones del mundo. En conjunto, el África subsahariana tiene que crecer más del doble que Iberoamérica y el Caribe para paliar sus insuficiencias, cosa que nos parece en este momento arduo imposible.

El vínculo entre prosperidad económica y desarrollo humano tampoco es automático ni evidente. A pesar de los mejores indicadores económicos que dentro de la dualidad ofrece hoy el continente, el incremento de disparidades se evidencia en la esperanza de vida al nacer. Así, en cuatro países analizados del África subsahariana, la esperanza de vida sigue reduciéndose, lo que provoca que entre 1975 y el 2000 haya disminuido en más del 16% en Botsuana, 17% en Uganda y 19% en Zambia y Zimbaue. Ya las expectativas tienden a empeorar, especialmente en Zimbaue, donde los abandonos de las grandes fincas, que son las mejor explotadas, fumigadas y desparasitadas, volverán a convertirse -como en Guinea Ecuatorial durante los años setenta y ochenta- en focos de malaria, insectos y aumento de infecciones, haciendo más insalubres aquellas fértiles tierras. La propia Zambia tenía un IDH inferior en 1997 al de 1975.

Una cierta recuperación de la actividad agraria en el continente es quizás lo más esperanzador del año 1999 a efectos económicos. En hortalizas, legumbres, cereales e incluso cárnicos, pero también es muy positiva la creciente demanda exterior de bienes tradicionales como el cacao, café y producciones tropicales. Este hecho está siendo posible debido a la menor presión demográfica, la reducción de los excedentes de la Unión Europea y, ligada a ésta -paradójicamente- la disminución de la cooperación en ayuda alimentaria a fondo perdido, que en muchos casos provocaba una perturbación de mercados desincentivando a la producción local, y atando de pies y manos a una población que quedaba en una situación de dependencia a la espera de más aviones Hércules.

Asistimos también a una clara reorientación de las ayudas de la cooperación internacional. La lucha contra el déficit público en Europa que permita al euro enfrentarse al dólar dentro del mercado internacional capitalista (con su correspondiente cansancio fiscal de la población), los limitados resultados de la ayuda anteriormente entregada y una visión de claro egoísmo occidental con respecto la periferia que nos rodea, han hecho reubicar la cooperación a proyectos directamente ligados a la actividad productiva.

El ranking de las economías africanas gana en movilidad por países, tanto en su nivel de acercamiento como de alejamiento de los parámetros más altos, siendo también crecientes las disparidades aquí constatadas entre los 54 países del continente.

La mundialización no es nueva. Recuérdense los comienzos del siglo XVI o el siglo XIX. Pero ésta es diferente: nuevos mercados, de divisas o capitales; nuevos instrumentos, internet o telefonía móvil; nuevos actores, la OMC o las ONGs; y nuevas normas, como los acuerdos multilaterales sobre servicios o intangibles.
 
 

Educación e Investigación

en el continente


En la región subsahariana la educación elemental es impartida a una parte muy reducida de la población, y, naturalmente, la superior refleja todavía más los efectos de la crisis económica crónica: sólo el 2% de los que completan los estudios secundarios llegan a matricularse en la universidad. De un total de casi 800 millones de habitantes, los profesores más los investigadores son tan sólo doscientos mil, y los estudiantes universitarios, tres millones y medio.

Aunque, indudablemente, las posibilidades de hacer ciencia depende de los recursos humanos, también es cierto que son las disponibilidades económicas las que garantizan la autonomía en la actividad investigadora. Y es un hecho que, mientras los fondos de cooperación Norte-Sur destinados a las universidades sufrían una reducción drástica, no sólo crecían los costes de realización de los proyectos científicos, sino que además aumentaba el número de las personas dedicadas a la investigación en África.

Si el sistema de economía global entraña la superación de la estructuración económica de base nacional, lo mismo sucede  en la actividad científica. Y con mayor razón, puesto que la ciencia, con sus premisas y pretensiones universalistas, es particularmente apta para aprovechar las posibilidades brindadas por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, que anulan las distancias físicas, favoreciendo la transferencia y el comercio instantáneos de la producción científica y una simultánea invasión de nuevos mercados culturales.

El Banco Mundial promovió y financió en 1995 la fase inicial de constitución de la African Virtual University. En el proyecto participan países francófonos y anglófonos y tienen un papel destacado las universidades de Dakar y de Addis Abeba. Se trata de favorecer, por un lado, la inserción de la investigación africana en las redes de la comunidad científica mundial y, por otro, la enseñanza a distancia mediante la conexión por satélite con las universidades, al menos sobre el papel.
 

Sin duda en este ámbito se preludia una fisura social entre quienes tienen acceso al mundo de la información facilitada por la comunicación electrónica y quienes carecen de ellos. Por lo demás, ahora, incluso en el plano académico se valora la ciencia por su potencial rentabilidad. Una vez más, es el investigador del Sur el que debe adecuarse al estilo cultural de su socio del Norte.

A pesar de eso, en África, estas experiencias de investigación son fruto de un pensamiento audaz, que ve la situación de marginalidad como oportunidad y no como obstáculo. Se trata de casos concretos que afirman con fuerza, a través de una praxis, que lo local es antes que nada un problema de lo global. Las actitudes culturales que se traducen en prácticas de investigación informales son, por tanto, fundamentales para comprender los modos en que se cultiva la ciencia en África. Queda por señalar que las prácticas informales se realzan dentro de estructuras formales por antonomasia, como las instituciones académicas, que están destinadas a prolongarse en el tiempo y a codificar los modos de producción del saber. Quizá precisamente por esto, en la ambivalente relación entre conformidad a modelos preconstituidos e innovación es donde se determina el éxito de la ciencia informal. Queda como asignatura pendiente para el primer mundo aprender ha recoger el valor de las prácticas de investigación desarrolladas por el otro en condiciones para nosotros a menudo inimaginables, aun dejando a salvo el criterio de eficacia, que es el determinante prioritario de la investigación científica occidental.

En realidad, si bien se mira, los investigadores africanos más preparados persiguen en sus investigaciones objetivos llenos de coherencia, provistos de una formación heterocentrada y heterodirigida, pero también impregnados de sus propias necesidades de identidad cultural y de independencia en las modalidades concretas de la praxis de investigación. Los investigadores africanos buscan autoconsistencia de sus estudios: intentar llegar a resultados científicos irreductibles a los estrictos paradigmas propuestos o impuestos por el nivel global, porque tienen en el ámbito local una génesis y un desarrollo propios (fruto de su propia tradición e ideosincracia) y, por tanto, también su propio ciclo de identidad vital.
 

Una nueva problemática: el narcotráfico;  y otra no tan nueva: las guerras y los desplazados


Como fenómeno nuevo en África tenemos que incluir en estos momentos a la droga. La debilidad de los sistemas de seguridad ha sido utilizada por los narcotraficantes, que han hecho del continente un fácil destino para su consumo interno y una plataforma para su envío a Europa. Zambia y Nigeria están en el ojo del huracán. Lagos, en Nigeria, sigue siendo el mayor centro de tráfico de drogas ilícitas en Africa, aunque el frecuente incremento de incautaciones hechas en Kenia, Tanzania y algunos otros países demuestra que se están usando diversas rutas de paso, según la Comisión Internacional de Control de Narcóticos (CICN). Los aeropuertos de Addis Abeba, El Cairo y Nairobi son fuente de entrada de la droga, mientras que Abiyán, Banjul, Cotonú, Dakar, Kinshasa y Lomé son los de salida.

La enorme inestabilidad política, y los escasos controles democráticos sobre las autoridades correspondientes favorecen el atropello permanente al que están sometidos los derecho humanos. La esclavitud, principalmente de menores y mujeres, aunque nunca llegó a desaparecer por completo, se ha reducido últimamente. Algunos atentados contra la dignidad de las personas están enraizados incluso en ciertas maneras de proceder, en ciertas tradiciones como las mutilaciones sexuales rituales. Desde la independencia, el aumento espectacular de refugiados es la muestra evidente de la continua humillación de las personas por parte de los políticos. En 1999 el ACNUR evaluaba el número de refugiados en África en 3.325.000; a esta cifra hay que añadir 2.100.000 desplazados y 1.100.000 de antiguos refugiados que vuelven a su país de origen y, por tanto, sus condiciones de vida son las mismas que las de un refugiado.

Una de las últimas iniciativas para mejorar las condiciones sociales de los pueblos de África es el conocido Proyecto 20/20, aparecido en 1999 y apoyado por la OUA y UNICEF. Consiste en que los países donantes destinen el 20% de su cooperación al desarrollo a los servicios básicos: sanidad (la Organización Mundial de la Salud decía en 1996 que el 60% de los medicamentos que había en África eran falsos), educación (en África subsahariana sólo cursan la enseñanza primaria el 61% de los niños y el 57% de las niñas) y agua potable (sólo tienen acceso a ella entre el 25 y el 45 por ciento de la población, en función de las zonas). Por su parte, los países africanos deberían destinar la misma cantidad de sus presupuestos a cubrir estas necesidades. Esta iniciativa se suma a otras con el mejor deseo de paliar en lo posible los defectos de la organización social.
 
 

Ante un nuevo milenio, pero rememorando las viejas reivindicaciones


Los países africanos afrontan este siglo de distinta manera a como lo hicieron a principios del XX, cuando los países europeos se disputaban sus fronteras. Ahora son soberanos y tienen voz y voto (con todas sus limitaciones) en los foros internacionales. A pesar de su independencia, los pueblos no son tan libres como soñaron, ni tan desarrollados como quisieran, pero una cosa han aprendido: la libertad, los derechos humanos y el desarrollo caminan juntos.

Cuarenta años se han cumplido del período histórico de las independencias africanas. Aunque sólo 17 de los 54 estados africanos alcanzaron su soberanía formal en 1960, ese año marcó la frontera entre el nacionalismo y la libertad, consolidando una tendencia que con el paso del tiempo se haría irreversible. Y aunque la guerra de Argelia en 1952 o la independencia de Ghana en 1957 habían marginado a un continente -ya marginado por 400 años de esclavitud y un siglo de dominación extranjera-, en 1960 los pueblos africanos tomaron conciencia de que podían reasumir la dirección de sus propias vidas.

La situación colonial había dejado al africano en la frontera, entre lo animal y lo humano, pues no existía más que en función de las necesidades del colonizador. El improperio correspondiente provendrá de Jean Paul Sartre: "No es cierto que haya colonos buenos y malos: hay colonos, y eso basta".

Siguiendo la pauta de los grandes líderes africanos del momento -Kwame Nkrumah, Patrice Lumumba, Jomo Kenyatta, Tom Mmboya, Julius Nyerere, o Frantz Fanon-, la soberanía no era un fin en sí mismo, sino un medio. Las independencias fueron concebidas para alcanzar la libertad y el desarrollo. El diseño elaborado por los independentistas estaba destinado a devolver al africano su condición plena de ser humano y el completo disfrute de sus derechos y libertades. Según Fanon: "lo que exigen (las masas colonizadas) no es el estatus del colono, sino el lugar del colono. No se trata de entrar en competencia con él. Quieren su lugar". El anticolonialismo se funda en la idea humanista de la recuperación de la dignidad del africano, negada por la realidad colonial. La discriminación racial era transmitida a través de todas las instituciones de la sociedad colonial, determinando el comportamiento individual y social de colonizadores y colonizados.

No solamente existe dominio y explotación, en el mundo colonial existe a su vez la aceptación de la cultura y la civilización extranjera, negando la propia como "salvaje". Ante el dilema, el colonizado reaccionó con mecanismos de compensación. Por ejemplo, la enérgica y a veces violenta huida hacia las viejas tradiciones que se puede observar en ciertas sociedades africanas, desposeídas de sus funciones vitales desde hace mucho tiempo, tienen un carácter regresivo, pero a su vez de alguna forma reivindicativa.

Cuarenta años después de las independencias asistimos a la quiebra de los valores primigenios que sustentaron el anticolonialismo, como la libertad,  la prosperidad de los africanos, o la cohesión económica y política del continente. 

Las independencias africanas se obtuvieron durante la "guerra fría", lo cual impidió el desarrollo de modelos genuinamente africanos, consagrándose en el ámbito continental al juego de ajedrez de la influencia de las grandes potencias enfrentadas. Esto llevó a la implantación de una serie de regímenes de partido único, con la consiguiente supresión de libertades en el juego político. Un solo jefe secundado por los miembros de su tribu o clan; se sacralizó el Estado; la corrupción fue institucional, a la par el nepotismo y el clientelismo; la exacerbada ambición fue estimulada por potencias extranjeras, y la política se convirtió en la única industria, a través de la cual se podían conseguir poder y dinero -todo ello bajo la escusa de la construcción de la nación, indistintamente desde posiciones izquierdistas como desde posiciones derechistas o conservadoras-. Apenas existe diferencia conceptual en la retórica por ejemplo entre el "nacionalismo de derechas" de un Mobutu Sese Seko, del antiguo Zaire, o de un Gnassingbé Eyadema, de Togo, y el "nacionalismo de izquierdas" de un Sékou Touré en Guinea-Conakry o de un Menghistu Haile Mariam en la Etiopía que siguió al derrocamiento del emperador Haile Selassie, en 1974.

Al mismo tiempo en África se desarrollaron una serie de regímenes basados en la barbarie bajo la pasividad habitual de la comunidad interna-cional, que disfrazados de ideologías varías implantaron verdaderos sistemas de terror: Francisco Macías en Guinea Ecuatorial, Idi Amín en Uganda o Jean-Bedel Bokassa en la República Centroafricana.

África viene debatiéndose en busca de un modelo de desarrollo propio en el plano político y económico. Tras las teorizaciones políticas teóricamente salvadoras: socialismo africano, comunocracia o autenticidad, África sigue buscando el camino que le lleve al progreso acompañado de libertad y respeto por los derechos humanos esenciales. En la actualidad los africanos están más empobrecidos tanto material como espiritualmente, la conversión del anticolonialismo en estandartes demagógicos que han justificado incluso espantosas violaciones de los derechos fundamentales, ha sido un verdadero mazazo ideológico en el continente. Múltiples dictadores sucediéndose en distintos países, han prostituido el lenguaje anticolonial, en  contra de las aspiraciones de sus pueblos. El juego de la "guerra fría" ha prolongado conflictos africanos como la guerra en Angola y la frustrada independencia en el Sahara, o ha condicionado la solución en falso de la independencia en Zimbaue, por ejemplo; prolongando hasta la saciedad incluso un regimen de apartheid como el que hubo en Suráfrica.  Incluso las independencias africanas fueron condicionadas en su momento a que los nuevos países siguieran sirviendo a Europa y Estados Unidos como fuentes de materias primas a un precio verdaderamente exiguo.

Existieron gobiernos títeres en África, al servicio de los intereses políticos y económicos de Occidente -recordar el caso de Patrice Lumumba en la República Democrática del Congo, asesinado por Mobutu (con el apoyo éste último de gobiernos occidentales); o el de Kwame Nkrumah en Ghana, derrocado para que su país no pasara a la órbita comunista; o la represión ocasionada a numerosos movimientos populistas en países como Benín, Togo, Camerún, Senegal, Burkina Faso o Gabón, donde tropas francesas impusieron a sus hombres en contra de la voluntad de los pueblos sublevados-.

El neocolonialismo provocó también guerras, como las de Biafra o Katanga, o condenó a países como Níger, Burkina Faso, Congo-Brazzaville o Nigeria a la inestabilidad crónica. África pasó a ser gobernada no por los dirigentes elegidos por sus pueblos, sino por títeres de potencias extranjeras, para mejor así asegurar los intereses foráneos. Esa estrecha relación entre las dictaduras -civiles o militares-  y las empresas explotadoras de los recursos naturales africanos es la característica fundamental de la política continental en estas cuatro últimas décadas, impidiendo así cualquier intento de desarrollo.

El Estado heredado por los africanos en el momento de la descolonización fue un claro reflejo de las realidades europeas, muy distintas de las africanas. De ahí el empeño de los líderes en adaptarlas mediante un poder fuerte, generalmente patrimonial y personal, sacrificando lo social y lo económico a favor de lo político.

De este modo, se dieron los intentos de control mutuo. El Estado, convertido en empresario y fuente de acumulación, intenta dominar mediante el proceso de asimilación de las minorías étnicas; niega el derecho a la autodeterminación y a la manifestación de especificidades socioculturales, por conside-rarlas contrarias al ideal de construcción nacional. A su vez, las poblaciones reaccio-nan con la autoorganización social, como intento de solución al deterioro de su nivel de vida, mediante la economía informal.
 

Un tremendo problema llamado hambruna


Prácticamente en la totalidad de los países, la economía africana es subsidiaria de las multinacionales extranjeras. No existe apenas desarrollo autónomo de la economía, las inversiones en África están viciadas por la pretensión de unas ganancias fáciles e inmediatas, bajo el pretexto de la inestabilidad política. Apenas existe intercambio económico interafricano, pese a la proliferación de organismos de integración subregionales, que son más bien estructuras burocráticas carentes de contenidos reales y alejados de las necesidades de la gente. Se sigue aún primando el monocultivo de los productos de exportación, y la población es obligada a acostumbrarse a consumir productos importados. Este es el caso del arroz en países como Senegal. En estas estamos, según cálculos del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, publicados en abril, más de 12 millones de africanos corren peligro de morir de hambre si no se les suministra con urgencia 940.000 toneladas de ayuda.

El mundo se ha acostumbrado al cliché de un África famélica, inestable, de donde nunca procede una noticia agradable, cliché que viene siendo alimentado desde hace al menos un siglo, y que ha tomado estado de naturaleza especialmente desde las dos últimas décadas. Níger, país que suele ocupar los últimos lugares de las estadísticas mundiales de desarrollo produce importantes cantidades de uranio; Burkina Faso, que también ocupa lugares semejantes, exporta algodón, oro y magnesio; y qué decir tiene que los 18´4 millones de mozambiqueños existentes podrían sobrevivir con sus fondos pesqueros, su hierro, su bauxita, sus piedras preciosas, entre otros productos agrícolas y minerales de los que dispone.

Frente a las imágenes de pavor y miedo, de la desnutrición y la angustia,  debe reafirmarnos en que el hambre y la pobreza no son una maldición inevitable. El crecimiento por sí mismo no conduce necesariamente al desarrollo, si no existe una redistribución de la riqueza.

Las inversiones y los flujos comerciales se hacen sobre todo en el Norte, mientras baja el precio de las materias primas (lo que vende el Sur) y aumentan los bienes industriales (lo que vende el Norte). No contentos con esto, se acrecientan políticas proteccionistas sobre productos provenientes del Sur, mientras que los planes de ajustes impuestos por en Banco Mundial y el Fondo Monetario internacional han sido desastrosos (sólo sirviendo para empobrecer aún más a millones y millones de personas). A esto, sumemos que la deuda externa ha atenazado el desarrollo y ha provocado que haya existido en los últimos años un gran flujo de divisas hacia el Norte: unos 50.000 millones de dólares al año en pago de deuda.
 

Mirando al futuro: denuncia

y reafirmación


Sin duda hemos de reivindicar mejoras en las condiciones del comercio internacional y la política de precios de las materias primas; es necesario un cambio en el orden internacional que implique un pacto por el desarrollo y una mayor ayuda oficial al desarrollo superior al 0´7%; a su vez, abolir la deuda y promover el desarrollo sostenible, así como abrir mercados del Norte a los productos del Sur, llevando a cabo un cambio de las estructuras en los países en vías de desarrollo.

Basta ya de que el Norte se sienta ajeno a lo que sucede en el Sur. Los países ricos siguen vendiendo armas y se han apoyado múltiples dictadura que han esquilmado los recursos del país. Sin ir más lejos y utilizando un ejemplo actualizado, en Sierra Leona, donde entre 70.000 y 100.000 personas han muerto durante la última década en guerra civil, y alrededor de otras 100.000 personas han sido mutiladas, el comercio de diamantes ha producido inmensas fortunas, produciendo así la industria internacional unos 115 millones de quilates de diamante en bruto con un valor en el mercado de piedras preciosas de 1´1 billones de pesetas (esta materia prima se convirtió en 67 millones de piezas de joyería, con un valor cercano a 9 billones de pesetas), importándoles muy poco que dicho comercio se realice con asesinos, tiranos, señores de la guerra o dictadores, y muchas veces recibiendo como pago en especie armas y drogas.

Estas multinacionales diamantíferas niegan permanentemente saber de dónde vienen los diamantes que se les ofrecen (tontería elevada a la enésima potencia, si contemplamos que cualquier experto del sector puede no sólo ubicar el país de procedencia de un diamante sino incluso la región y a veces hasta la mina concreta).

Otro ejemplo de dicho comercio ilícito sería sin ir más lejos el resaltado según informe de febrero de la ONU por el cual se identifica que una parte importante de diamantes angoleños son comercializados a través del contrabando por países como Ruanda, Costa de Marfil, Namibia, Suráfrica y Zambia, siendo el beneficiario económico el movimiento UNITA.

El propio Wall Street Journal denunció hace poco que: "...lo que hay detrá de la rotura del proceso de paz en Sierra Leona es la determinación de los EEUU y Gran Bretaña de tomar el control de las zonas mineras, actualmente en manos de los rebeldes del FRU...".

"Hay moral, -decía Hume-, cuando yo siento, pero con una empatía fuerte, que lo que le pasa al otro me pasa a mí". 

Seguimos en la actualidad a través de la prensa las operaciones funambulistas del dictador zimbabuo Robert Mugabe para poderse  prolongar  por más tiempo en el poder, pero tampoco está de más recordar con cierto análisis crítico que la raíz del problema se halla en que los 4.500 granjeros blancos de origen europeo poseen el 70% de las tierras fértiles del país, situación que no fue resuelta por los acuerdos de Lancaster House de 1979, mediante los cuales el país accedió a la independencia, y en los cuales se confinó en las tierras improductivas de Zimbaue a los 12 millones de zimbabuos negros.
Palabras como "nacionalismo" o "anticolo-nialismo" deben recuperar su sentido primigenio y servir de base para que los africanos recobren su dignidad y su libertad.

La consideración de todas estas deficiencias, que con más o menos intensidad se encuentran en todas las sociedades del mundo, no puede hacernos olvidar la riqueza de sus valores tradicionales y su espíritu vitalista y esperanzador que, a buen seguro, terminará imponiéndose. Y no habrá que olvidar algo ya repetido: que muchos de los defectos que encontramos en la trama social africana, han sido introducidos por la imposición de ciertas conductas culturales occidentales fruto del imperialismo fundamentalmente europeo y también norteamericano, que han roto el marco tradicional y favorecido comportamientos egoístas y depredadores.

Las grandes multinacionales andan buscando la manera de echar  aún más mano al oro, los diamantes, el cobre, el aluminio y el petróleo del continente. Ellos saben que África es El Dorado del siglo XXI. Mientras las televisiones mantienen ocupadas a las opiniones públicas occidentales con el sida, el hambre, las guerras étnicas, las sequías y la corrupción; las grandes transnacionales se mueven atraídos por El Dorado africano. La globalización impone esta movilidad estructural, que es una dimensión del orden neoliberal, al mismo tiempo que la opinión  occidental se apresta a controlar la movilidad del Sur y a rechazar a los invasores. 

Por otro lado, si el futuro de la humanidad pertenece a las "sociedades y culturas mestizas", África no tiene nada que mendigar en los otros pueblos. De allí donde guarda la memoria de su cultura quizá pueda sacar algo de humano que regalar a un mundo en el que el todo-mercado sojuzga a sociedades enteras con la dictadura de lo inmediato y de lo instantáneo. Si aspira a renacer, África no puede dejarse seducir por esta civilización incapaz de satisfacer las aspiraciones del ser humano, no puede dejarse seducir por el espectáculo vacío que ofrece el nuevo capitalismo.

En África se perfila por su crecimiento demográfico y su potencial económico, reconsiderar la relación entre lo social y lo económico, entre mercado y cultura. Este es un campo de investigación privilegiado para los intelectuales africanos, que deben movilizar sus mentes si quieren evitar que sus pueblos tengan que sentarse "en estera ajena" (expresión de Ki-Zerbo). Estos intelectuales africanos deben recuperar un papel que apenas han podido ejercer en sus sociedades, de intermediarios entre el pasado y el futuro. De acuerdo estamos en que no todas las tradiciones son válidas en este momento, pero tampoco deben ser desechadas aquellas que constituyen la médula del ser africano. Esa labor de criba es necesaria para que las sociedades africanas no terminen siendo aniquiladas por una modernidad a menudo alineante, que ha perdida los valores humanos.

En el centro de la confrontación entre África y globalización encontramos la pretensión de que las creencias occidentales coinciden con la universalidad. Para escapar al vacío, que se ha vuelto insoportable incluso para el mismo Occidente, necesitamos redescubrir Africa, continente que encierra una inmensa reserva de sentido y de recursos: éste es el capital que hay que valorar para que finalmente germine la esperanza en el corazón de los "condenados de la tierra" y alboreen nuevas mañanas en África.

Pese a todas las apariencias, la suerte de África no está echada. Ha nacido una tradición de inventiva. Fracasado el sueño del empleo fijo, que tanto tiempo sedujo a las generaciones de la independencia, los jóvenes y las mujeres crean hoy nuevas actividades. Es esta inventiva de los "pequeños" lo que alimenta la esperanza. Más allá de los estereotipos gastados, África renace, con absoluta obstinación.

El África del mañana debe asumir valores éticos de nuestro tiempo, entre ellos y fundamental-mente el respeto de los derechos humanos y el pluralismo como valores políticos y sociales. Debe conquistar a su vez la independencia económica sobre la base de un intercambio comercial justo y una explotación racional de sus recursos naturales, invirtiendo los beneficios de sus exportaciones en infraestructuras  sanitarias, educativas, viviendas, comunicaciones, etc.