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Irán

Irán: 20 años de República Islámica

Ernesto Gómez de la Hera.
Miembro del Área de Paz y Solidaridad de Cantabria. Enero de 2001

Cuando Irán se convirtió en República islámica, a la caída del Shah, hubo quienes dijeron que aquello no duraría mucho y hubo quienes dijeron que aquello significaba el comienzo de una ola que podría sumergir todo el Oriente Próximo. Hoy la República Islámica de Irán ha cumplido ya 20 años, pero, a pesar de los reales avances alcanzados por los islamistas en la zona, no hay ningún otro régimen que responda a sus mismas coordenadas, ni siquiera que esté alineado políticamente con Irán, pues los aliados políticos iraníes lo son por otros motivos.

Al volver a Teherán, tras su exilio iraquí y francés, el ayatollah Ruholla Jomeini se encontró con un país en plena revolución de masas, una revolución en la que participaban millones de personas, que se desarrollaba en las ciudades y que contaba con una importante red organizativa popular. Se trataba, en suma, de una revolución totalmente clásica como no se había visto en decenios, que evocaba las imágenes de Petrogrado en 1.917, pero que no estaba dirigida por ningún partido marxista, aunque había aspirantes a llenar este vacío.

La revolución acabó totalmente con los vestigios del régimen anterior, pero el régimen que surgió de ella no se definió en febrero de 1.979, sino que tardó muchos meses en imponerse y aún más en consolidarse. Durante esos meses las luchas internas se desarrollaron con abundantes episodios sangrientos, incluyendo la eliminación a bombazos de una gran parte del personal dirigente del Partido de la Revolución Islámica y la eliminación por fusilamiento de casi todo el personal opositor que no logró salir al extranjero. Finalmente la República que querían Jomeini y los sectores religiosos aglutinados en su torno ganó la partida, frente a los programas políticos de las fuerzas más asimilables a corrientes políticas europeas, bien fueran de corte marxista o demócrata - burguesas.

Ese desenlace se produjo por razones internas iraníes. No fue causado por fuerzas extranjeras, aunque estas influyeron todo lo que les fue posible en las luchas internas, ni por ninguna razón demiúrgica islámica predeterminada para aquellos países. De hecho quienes vencieron se basaban en una corriente política perfectamente estructurada como tal en Irán desde hace siglos. Una corriente fundamentada ideológicamente en el Islam chií, organizada en torno a una clerecía que, inexistente en el Islam sunní donde sólo hay doctores de la Ley, estaba acostumbrada a funcionar como dirección política, unas veces apoyada por el Estado y otras veces en conflicto con él y que controlaba una red orgánica, en la que entraban desde cofradías piadosas a asociaciones benéficas, de millones de personas.

Cuando esta clerecía entró en conflicto con el último Shah, debido a la política que este siguió desde finales de los años cincuenta, política que hubiera acabado despojándola de su influencia social, el ayatollah Jomeini propugnó una línea de oposición frontal y a lo largo de muchos años se dedicó a ganar para esa línea al resto de clérigos. Por fin consiguió imponer su línea en lo político con lo que ganó, automáticamente, la dirección de toda la organización a la que antes nos hemos referido. Esto coincidió con una etapa de ascenso político del islamismo, ascenso producido por las constantes frustraciones y derrotas ante el mundo occidental que habían sido el resultado real de las políticas del nacionalismo laico. Ese ascenso reforzaba a la corriente de Jomeini, la cual nadaba a favor de él y contaba con la ventaja añadida de tener una organización fuerte y tradicionalmente implicada en la política de Irán. Todo ésto hizo que, cuando estallaron a la vez todas las contradicciones políticas y sociales del régimen monárquico, la posibilidad de llegar al poder para los partidarios de la República Islámica fuera más fuerte que la de los otros aspirantes.

Y esos aspirantes existían de verdad. No en balde Irán es el país más occidentalizado de la región, no por la labor del Shah, o por ser indoeuropea su población, sino por haber sido siempre independiente, lo que ha permitido a su sociedad desarrollarse más libremente, como lo demuestran los movimientos "bab" del siglo XIX, o la revolución de 1.906 con su prensa y su multitud de comités populares. En febrero de 1.979 las fuerzas que pretendían inclinar a la revolución en un sentido más próximo a las coordenadas occidentales eran poderosas en Irán, ya fuera el Tudeh con su reivindicación de los años 1.951-53, o el MKO con su mezcla de islamismo y marxismo. Sin embargo no eran tan fuertes como las lideradas por Jomeini, y éstas ganaron e instauraron la República Islámica.

Desde su nacimiento ésta fue vista por Occidente (EE.UU. y su vicario Israel y países satélites) como un enemigo a batir. Las monarquías del Golfo, por otros motivos, pensaron lo mismo. No obstante la República Islámica de Irán sólo tenía verdadera fuerza de ejemplo allí donde había masas chiíes importantes, pues el resto de las fuerzas islámicas del área no son émulos, sino competidores, para los clérigos de Teherán. Por eso Irán sólo tuvo seguidores en Bahrein (donde fueron aplastados rápida y cruelmente) y en Iraq. Por eso el gobierno iraquí, utilizando en su favor los temores de las monarquías del golfo (máxime después de lo acaecido en la peregrinación de 1.979 a la Meca), lanzó la guerra de 1.980 para eliminar un foco muy serio de alteraciones políticas para su país, además de lograr la hegemonía de la región que había detentado el régimen del Shah hasta su caída. Para ello se valió de la debilidad de Irán tras la revolución, tanto en el interior como en el exterior, instrumentalizando a la oposición interior y llevando a cabo una guerra con uso de armas químicas y bombardeo de ciudades con proyectiles balísticos (tan alejadas del frente como Isfahán).

A lo largo de esos años la República Islámica consiguió mantenerse y crecer. Mantuvo una guerra defensiva fundada en su mayor peso demográfico, lanzando al frente a auténticas masas humanas sin formación, ni armamento, lo que hizo que tuviera alrededor de 1.700.000 muertos, pero que recuperará el terreno perdido en los inicios del conflicto. Derrotó a la oposición interior instalando una férrea dictadura que no tenía nada que envidiar a la del Shah. Y consiguió tender lazos con Occidente, pese a gravísimos contenciosos como el caso Rusdie, o el caso Mykonos. De hecho EE.UU. utilizó en aquellos años el canal de Israel (no obstante estar demonizado éste por el gobierno iraní siempre hubo una leve conexión turca que funcionaba) para no perder todo contacto con Teherán. Sin embargo fueron países como Francia e Italia quienes siguieron más presentes en Irán, lo que les sirve ahora muy eficazmente.

La muerte de Jomeini (dicen que de pena por no haber podido vencer en la guerra con Iraq, guerra que él personalmente consideraba como santa, por opinar que el gobierno iraquí les había atacado sin provocación, de manera injustificada y usando medios pecaminosos) dio paso a una situación nueva, aunque no tanto si vemos de cerca los alineamientos profundos de la política iraní.

A partir de la desaparición de Jomeini en Occidente ganan peso los sectores que nunca quisieron perder pie en Irán. Incluso en EE.UU. abundan quienes dicen que Irán no es un "estado paria" (rogue state). En realidad ya hemos visto que nunca se cortaron todos los lazos. Y esto es lógico, pues la fuerza de Irán, derivada de su posición geográfica, su demografía, su riqueza y el alto nivel de formación de los iraníes, siempre estuvo presente en los cálculos de las cancillerías. A ésto se sumó el hecho de la resistencia de la República Islámica en el interior y contra Iraq, además del paso de Iraq a principal enemigo de Occidente el año después de la muerte de Jomeini.

El nacimiento de las nuevas repúblicas centro - asiáticas y la desestabilización permanente de Afganistán también son bazas ganadoras para Teherán. La elección del recorrido de las nuevas canalizaciones del gas y del petróleo que tienen que llegar a Europa ha revalorizado a Irán que es una opción real frente al camino del norte del Caspio (o a través del Caspio y el Cáucaso). La consolidación del eje Israel-Turquía ha hecho bajar tanto la influencia de Ankara en el Asia Central, como subir la de Irán.

En cuanto a Afganistán la presencia iraní siempre ha sido fuerte, en razón del gran número de chiíes y de farsihablantes que hay en el país. Estos sectores siempre se han opuesto a los dependientes de Pakistán (y en último grado de EE.UU.) lo que les ha convertido en los mayores enemigos de los talibanes. Ello ha traido consigo fortísimas tensiones entre Teherán e Islamabad, junto a casi una guerra abierta de Irán contra los talibanes (que son considerados como un grupo antimusulmán y violador de derechos humanos, sobre todo de los de las mujeres, por toda la prensa iraní) a raíz del asesinato de un grupo de diplomáticos iraníes en agosto pasado. Pero mientras empeoraban las relaciones de Irán con Pakistán y Turquía, mejoraban con Iraq (con Siria siempre han sido buenas) y se reabría la frontera común para los peregrinos al lugar santo de Kerbala desde el verano de 1.998. Tanto una cosa como otra, el empeoramiento y la mejora, son signos claros de la creciente vuelta de Irán al primer término del escenario internacional.

Al tiempo que esto sucede en las relaciones internacionales, la política interna iraní se abre a nuevos juegos políticos, aunque ello no se hace de la manera en que tiende a ser presentado en Occidente. En realidad todos los grupos que contienden en la política interna se reconocen como partidarios de la República Islámica y todos proceden de la corriente política que la dio a luz. Los medios occidentales son siempre proclives a asimilar todos esos grupos a caracterizaciones fácilmente comprensibles aquí, pero este modo de actuar sólo favorece los confusionismos. En Irán no hay "modernizadores pragmáticos" frente a clérigos integristas. Todos los políticos iraníes conocen muy bien Occidente y saben lo que son la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, así como lo que podrían esperar de ellos. La población iraní también lo sabe, pues conoce lo que esas instituciones han hecho en otros países de la zona. Esa población sabe que hoy tienen alimentos y otros bienes de primera necesidad a precios subsidiados y sabe lo que significa la globalización y el neoliberalismo. Lo sabe porque en Irán hay periódicos que lo dicen y la gente allí lee y discute, aunque esas discusiones sean en parámetros alejados de los nuestros. Todo ello origina unas tendencias favorables a los sectores islámicos más ligados políticamente a los colectivos que abarrotan las periferias de las grandes ciudades iraníes (Teherán, meta de los refugiados de la guerra con Iraq, ha llegado a los 16 millones de habitantes, desde los 6 que tenía hace muy pocos años) y que carecen de casi todas las dotaciones urbanas. Por otro lado, en Irán siguen siendo fuertes las tendencias a insertarse en un mercado mundial y estas tendencias favorecen a los grupos, también islámicos, que piensan que podría ser ventajoso para sus intereses hacerlo así. Esta lucha política es electoral, pues en Irán las elecciones siempre han sido limpias aunque limitadas a los partidarios del régimen, pero muchas veces es librada con tácticas de terror individual.

En los últimos meses estas tácticas han sido usadas por los grupos más favorables a resistir al neoliberalismo, grupos más fuertes en el manejo de la red de comités que la revolución creó y que pueden servirse de un gran núcleo de adherentes, tanto para asesinar escritores hostiles, como para movilizarse contra periódicos opuestos a su línea. Sin embargo son los otros grupos, los "modernizadores" según los medios occidentales, quienes llevan ventaja en la lucha electoral, seguramente porque son más capaces de utilizar las necesidades de la gente humilde en su favor, dado que las redes de las que antes hablábamos se usan, más que nada, al servicio de fines espúreos. De hecho los iraníes abominan, en su gran mayoría, de esas tácticas de terror y no apoyan a quienes las practican (han llegado a morir ciudadanos en la calle cuando la gente ha intervenido para detener a pistoleros en el momento de sus crímenes). Menos aún apoyan a quienes, desde fuera del país y a sueldo de Iraq, tratan de volver la agenda política al inicio de los años ochenta (los Muyahidin Jalq), así pues ¿qué apoyan los iraníes para el mañana?

Como ya insinuábamos los iraníes son conscientes de lo que la República Islámica les ha dado y quisieran conservarlo, pero no tienen una organización que se lo permita, ya que los comités que creó la revolución están dedicados a otra cosa. Por otro lado el país ha seguido modernizándose y el desempeño directo del poder por los clérigos no ha favorecido nada al Islam. De hecho Irán es el único país musulmán en el que (y esta es una opinión muy particular y poco compartida) podría estar surgiendo una ruptura entre la religión y la política, con todo lo que ello supondría, en razón de que esa antinomia en el Islam, a diferencia del mundo cristiano, es ajena a todas sus tradiciones y creencias.

Pero hay ejemplos que pueden aducirse en favor de esta opinión. En Bam, al este de Irán y muy próxima a la frontera pakistaní, existe un gran y moderno complejo hotelero en pleno desarrollo que es propiedad de Rafsanjani (o, al menos, eso dice la "vox populi"). Ese complejo hotelero está enclavado en un paraje no frecuentado por nadie que pueda pagar sus precios, pero da trabajo a muchas personas de la zona. La consecuencia es que esas personas son fácilmente instrumentalizadas clientelarmente por Rafsanjani, al tiempo que fuera de allí se comenta en voz baja que ese negocio no puede dar dinero y que, por tanto, no puede ser muy limpio.

La campaña contra las antenas parabólicas puso de manifiesto las ganas de abrirse al mundo de muchísimos iraníes y la fuerza de quienes se oponen a ello. Pero los iraníes tienen un gran deseo de contactar con todo el mundo y por todas las esquinas se abren las costuras que pretenden cerrar el país. Mientras las normas existentes dificultan mucho la vida de las extranjeras en Irán, la política oficial insiste en favorecer el turismo. Claro que las dificultades son las de todos los días para las mujeres iraníes, las cuales pueden votar, trabajar en cualquier puesto (como pilotos de aviones sin motor) oficial o no, pero deben vivir aparte de los hombres en cantidad de circunstancias sociales. Contra esto hay un gran clamor, sobre todo en las ciudades, que no se manifiesta más que en pequeños gestos, como las prendas occidentales que llevan las mujeres bajo el vestido oscuro, o los labios pintados que cada vez proliferan más.

Todos estos son signos de una contradicción real, pero esa contradicción no va a estallar de inmediato, pues no hay fuerzas políticas implantadas y organizadas en Irán que den cuerpo a estas tendencias. Aunque lo que no existe hoy existirá mañana si esas tendencias se mantienen y se van a mantener. Por eso la República Islámica no durará para siempre en Irán, sin embargo es más sólida de lo que a muchos les gustaría y las luchas de las que se habla en Occidente (Jatamí contra Jamenei, por ejemplo) no la van a poner en peligro, ese papel le corresponde a fuerzas de más largo aliento.