El G-8 y las Naciones Unidas
José
Vidal-Beneyto
(14 de Julio de 2001)
En noviembre de 1975, las graves perturbaciones económicas que produce la crisis del petróleo llevan a los seis mayores países industriales
del mundo -Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Reino Unido
e Italia-, reunidos en Rambouillet, a intentar afrontar conjuntamente
tan difícil situación. Así nace el G-6, que en
1976 se convierte en G-7 con la incorporación de Canadá,
y a cuyas reuniones, que tendrán en adelante carácter
anual, se invitará, a partir de 1977, a la Unión -entonces
Comunidad- Europea.
La globalización financiera en los años 80, los procesos
de mundialización en todos los otros ámbitos en la década
de los noventa y la patente ausencia de una gobernación democrática
global acentúan la necesidad de concertar políticamente
el funcionamiento de la economía mundial.
Lo que da alas al G-7 y hace que a partir de la cumbre de Nápoles,
en 1994, se piense en integrar a Rusia en el Grupo y que éste
se convierta en G-8 en las cumbres de Denver y Birmingham. Pero esa
plataforma de las potencias políticas del Norte necesita para
completar su eficacia político-económica contar con los
países del Sur. Y a dicho fin se lanza en Colonia, en junio de
1999, el G-20, formado por los ministros de Hacienda y los gobernadores
de los bancos centrales -no por los jefes de Estado y de Gobierno-,
para marcar el carácter subalterno en relación con el
G-8 de los grandes países del Sur. Ahora bien, estamos en plena
apoteosis liberal- conservadora -Reagan, Thatcher y compañía-,
la receta mágica es la desregulación, los Estados se acurrucan
y achican su presencia interior y exterior, y las empresas, sobre todo
las grandes multinacionales, se autoconstituyen en protagonistas principales,
cuando no únicas, de la economía y, en particular, de
la organización de la esfera económica mundial. Por el
contrario, las Naciones Unidas, esa última esperanza internacional
del siglo XX, ven incrementados, año tras año, sus cometidos
y el número de sus miembros, a la par que disminuyen sus recursos
y su legitimidad.
En los últimos
20 años asistimos, además, a su desmantelamiento sistemático,
que no sólo se ha traducido en una drástica reducción
de su personal y de su presupuesto, sino también en una implosión
de su mandato, cada vez más parvo, en la neutralización
de sus agencias más combativas -CNUCED, UNEP, Unesco, UNDP, OIT,
etcétera- y en la creación de instancias alternativas, situadas fuera del ámbito de las Naciones Unidas,
a las que se encargan las misiones que hasta ahora se les habían
confiado a ellas. Todo ello no sucede por azar, sino que es el resultado
de un obstinado recelo de EE UU, que, a pesar del provecho que obtiene
del marco institucional existente, sigue considerándolo como
un límite a su poder y, en cuanto tal, como un obstáculo
a eliminar. De ahí su negativa a pagar durante tantos años
su cuota, la permanente tendencia a ningunear sus decisiones y normas y la entusiasta promoción
de otras estructuras y foros. El G- 8, muy en primer lugar, que, en virtud de la prioridad que concede a lo económico-financiero
-de hecho, los ministros de Hacienda y los gobernadores de los bancos
centrales son los verdaderos gestores de las reuniones- y de su vinculación
con las organizaciones económicas internacionales, es el partenaire por antonomasia de las multinacionales.
En la última cumbre
en Okinawa, el comunicado oficial del G-8 declara taxativamente que
la globalización exige acción política y postula
que ésta debe ejercitarse mediante una nueva ronda de negociaciones
dirigidas por la OMC. El G-8, arrogándose competencias que no
tiene, transfiere el mandato político de las Naciones Unidas a instituciones económicas internacionales estrechamente ligadas con los grandes centros del poder económico. En Génova,
una vez más, los señores que nos gobiernan abordarán los temas de la
deuda, de la lucha contra la pobreza y el sida desde la opción
liberal conservadora, eje del pensamiento único.
Frente a ellos, el Foro Social de Génova propone una manifestación
contra el racismo y por el derecho de los inmigrantes el 19; el 20,
una jornada de debates y propuestas, y el 21, una gran manifestación
para la anulación total de la deuda de los países del
Sur. A la espera de la segunda edición del Foro Social Global
de Porto Alegre, la mundialización solidaria tendrá también
en Génova sus heraldos.
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