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Globalización


La Mesa Civíca ante la situación internacional

 

Mesa Cívica por los Derechos Sociales (Barcelona, 13 de Mayo de 2002)

A principios de siglo la Mesa Cívica (MC) emitió su comunicado "Feliz preocupante 2001" en el que comenzábamos diciendo: "Es como si el volcán de la realidad oculta hubiera entrado en actividad". Y concluíamos: "Es necesario que nos organicemos colectivamente para enfrentarnos, junto con otras gentes de nuestro país y de otros, a un sistema que siempre ha sido injusto pero que cada día es más injusto e irracional". No sabíamos entonces cuán acertados eran nuestros temores y cuán justificada nuestra propuesta de lucha conjunta.

A los muchos motivos de preocupación de alcance catalán y español, se suman graves sucesos y peligrosas tendencias en el ámbito internacional. Cada día más, el mundo es uno solo y en él interactuamos. Y así La MC denuncia ahora lo que viene ocurriendo en Afganistán, Chechenia, la República Saharaui, Guantánamo, el Cercano Oriente, el conjunto de África (todo un continente discriminado, humillado y ham- briento), así como las severas amenazas que pesan sobre Irak, atentados todos ellos, entre otros muchos, a la paz universal y a los derechos de los pueblos. Hasta la vieja Europa se muestra cubierta de nubarrones, que se van extendiendo y espesando. De cuatro de estos hechos, que nos han parecido representativos de las tendencias actuales, se ocupa esta Carta Nº 7.

Comencemos por el conflicto más dramático, el que viene afectando al CERCANO ORIENTE, a los territorios palestinos ocupados por Israel desde 1967 y, desde entonces, escenario de una profunda y has- ta ahora irrefrenable tragedia humana. En pocos kilómetros cuadrados, cruces históricos, lingüísticos, cultu- rales, políticos, económicos, pudieron haber sido la desafiante base de un encuentro pacífico en la conviven- cia, más obligada aun por la sufrida historia de ambos vecinos. No fue así; aquellas diferencias fueron el ger- men y la excusa de un permanente conflicto, jalonado de guerras, asesinatos, destrucciones, venganzas, ocu- pación ilegítima de tierras, desprecio por el derecho internacional (las sucesivas resoluciones de las Naciones Unidas fueron totalmente desoídas por Israel), y, últimamente, una clara política que procura, a vista y pa- ciencia del mundo entero, el exterminio total del pueblo palestino, o sea, un genocidio contemporáneo más.

La MC no equipara las agresiones de un lado y otro. Desde hace medio siglo la lucha es desigual y hoy, con Sharon al frente (a quien Bush llama hombre de paz y que bien podría ser objeto de juicio por parte de los tribunales internacionales ya en funciones), el estado israelí aplica las formas más violentas de la represión, del asesinato indiscriminado, del robo, del odio religioso, del exterminio material y del lincha- miento moral. Cultiva, además, un rencoroso desprecio por las leyes y las autoridades internacionales, la bur-la sistemática de todo juicio condenatorio, la sordera ante todo llamado a la cordura. Lo enceguece su incon- tenible impulso exterminador. Palestina ha resultado, así, la gran perdedora. Los sufrimientos y humilla-ciones de su pueblo parecen no tener fin. Su resistencia tampoco. Han perdido vidas, guerras, tierras, sobera- nía. En estos últimos tiempos la desesperación les ha hecho pasar de las pedradas al castigo suicida. Algunos los consideran terroristas. Preguntamos: ¿qué otra cosa haríamos nosotros tras tantos años de acoso?

Este cruento conflicto va dejando en el camino sus efectos colaterales. Las Naciones Unidas se han mostrado incapaces de asegurar la paz, que es su misión fundamental; se han desprestigiado y han sido reite-radamente humilladas por el gobierno de Israel. No sólo no intervienen sino que ni siquiera son autorizadas a investigar masacres como la reciente de Yenin. La Unión Europea, que no cesa de mostrarse muy servil con los EE.UU, cada día gravita menos en su propia área de influencia y en los asuntos mundiales. Bajo la pre- sidencia española, más presuntuosa que eficaz, no va más allá de la expresión de buenos deseos y del envío de emisarios que nada han logrado del empecinamiento israelí. El gobierno de los EE.UU, fiel a su inter- vencionismo, siempre retrógrado, arbitrario y prepotente, es el más firme valedor de la política de Sharon. Para Bush y para Sharon el mundo se divide en buenos y malos ya que consideran que todo movimiento emancipador es la semilla del terrorismo, cuando no el terrorismo mismo. Las naciones árabes, desunidas y apegadas a anacronismos de ayer y a intereses económicos de hoy, no logran cuajar una eventual misión me- diadora ni tampoco sostener a su natural aliado palestino. El mundo en general, y en particular los habitantes de los países del Sur, asisten con temor a la realización en distintos horizontes de agresiones impunes y a la supresión del diálogo y la negociación como instrumentos fundamentales de convivencia. Una tragedia de esta magnitud y complejidad repercute en el mundo entero. En resumen, la llamada comunidad inter- nacional, cada día más segmentada y carente de perspectiva histórica, cultiva la hipocresía y la cobardía. Y otorga premios Nobel de los que pronto se tiene que arrepentir. Los estadistas han sido reemplazados por pseudodiplomáticos y burócratas y las grandes rectificaciones históricas se diluyen en ruedas de prensa.

La MC protesta ante esta incivilizada situación. Denunciamos el empecinado error histórico y la crueldad fratricida de Israel, así como su invocación al antisemitismo -que también existe y que también rechazamos- como medio de chantaje. Reclamamos la inmediata aplicación de las previsiones de las Naciones Unidas para el restablecimiento de la paz (el artículo 41 de la Carta dispone la adopción de medidas "que no impliquen el uso de la fuerza armada" y el artículo 42 confía al Consejo de Seguridad la adopción de las acciones militares que sean necesarias "para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales"). Expresamos toda nuestra simpatía y apoyo moral al Pueblo de Palestina, así como a los militares israelíes objetores y a los ciudadanos de ese país -lamentablemente todavía minoritarios- que, haciendo frente a la confusión y el odio, se oponen a la política belicista de Sharon. Llamamos a las fuerzas populares de Catalunya a contribuir a la denuncia de estos hechos y al reclamo de un alto al fuego inmediato con supresión de toda forma de violencia por ambas partes, para poder echar a andar la construcción de una paz sólida, equitativa y permanente.

Trasladémonos ahora a AMÉRICA LATINA. Las dictaduras militares oscurecieron la década de los años setenta. A los ochenta se les llamó -deuda externa mediante- la década perdida. La de los noventa fue la de las democracias formales, la mayoría de ellas fraudulentas e inoperantes, la década de los políticos tute- lados por los militares, la del sometimiento a los dictados del FMI y del Banco Mundial, la de las priva- tizaciones, las cuantiosas evasiones de capitales por las oligarquías, la entrega de inmensos recursos natura- les propios, la corrupción generalizada, la continuidad del acoso a Cuba y a toda tentativa liberadora, el mantenimiento del poder de las empresas y los embajadores estadounidenses, el ingreso del Estado Español (que no del pueblo español) al club de los aprendices de brujos metidos a construir allí imperios económicos.

¿Quién ha pagado siempre estos despilfarros, errores, robos, incapacidades y traiciones? ¿Quién los está pagando ahora en una imparable espiral empobrecedora? ¿Quién es el que pone los muertos? ¿Quién es el depositario de la irrenunciable esperanza? No es otro que el Pueblo. El Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) resultó premonitorio al decir: "Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión". La advertencia es clara: si los derechos humanos no son protegidos por un régimen de derecho, real y no sólo nominal, los pueblos harán uso del supremo recurso de la rebelión. A la corta o a la larga no hay escapatoria a esta pauta ética. Es una enseñanza de la historia de todos los tiempos.

Los ejemplos han venido cubriendo el Continente entero, con sus manifestaciones de rebelión emancipadora y la consiguiente represión inspirada, financiada o tolerada por la comunidad internacional. Cabe recordar a Chiapas, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, y estos últimos meses, a Venezuela y Argentina.

VENEZUELA es un país riquísimo. Pero según el PNUD, en 1999 el 18,7 % de la población vivía con un dólar por día y el 31,3 % se encontraba debajo del límite de la pobreza nacional. En pocas palabras, durante cuarenta años los sucesivos regímenes democráticos olvidaron que el país es de todos En julio de 2000, se produjo un cambio sustantivo de gobierno. Por mandato de las urnas, Chávez lideró la reforma de la Constitución, la restitución de la dignidad a los poderes legislativo y judicial, el rastreo de la corrupción, la ampliación de los servicios sociales y educativos, la aprobación de leyes en favor de los campesinos sin tierra y de los indígenas, la creación de mecanismos de participación popular, el distanciamiento de los EE.UU., el intercambio de experiencias y de comercio con Cuba. Todas imperdonables herejías: las fuerzas oligárquicas son fuertes, algunos sindicatos amarillos, el embajador de los EE.UU. vigilante y cómplice, las fuerzas armadas omnipresentes. Y los sectores de clase media habían vivido acostumbrados a privilegios que hoy no están dispuestos a ceder.

Chávez fue separado de la Presidencia el pasado 11 de abril y reemplazado, golpe de estado me- diante, por el máximo líder empresarial Carmona. El péndulo de la historia dio así un cruento vuelco hacia la derecha política, económica y militar. El pueblo venezolano se echó a la calle y, al precio de una veintena de muertos, dos días más tarde repuso al Presidente Chávez en su legítimo cargo presidencial. La derecha uni- versal lamentó la ocasión perdida de ampliar sus poderes y disimuló su frustración declarando que, en última instancia, la democracia había sido preservada. ¿Cuál democracia? En ninguna parte la democracia existe. Hay que seguir construyéndola, día a día, en los talleres y campos, en los diálogos cívicopolíticos, en la calle, de vez en cuando en las barricadas. Hay que seguir vigilantes, para que el fallido golpe no sea aprovechado para diluir los avances populares del gobierno legítimamente presidido por Chávez.

La MC se felicita de este fiasco de la reacción, señala la condición eminentemente popular del proceso restaurador de la legalidad en Venezuela y desea que el mundo deje a este país construir su futuro en plena soberanía.

ARGENTINA es también un país de grandes y variadísimas riquezas. A principios del Siglo XX era la octava potencia económica mundial. Es un país de origen multiétnico, culto, de reconocida creatividad e innegable prestancia internacional y con profundos lazos con el pueblo español: abrió las puertas a nuestros inmigrantes a principios del Siglo XX y a nuestros exiliados tras nuestra guerra civil. No vamos a detallar la tragedia que está viviendo. Pero sí hemos de recordar, con sorpresa y dolor, que hoy Argentina gime en la pobreza, el caos económico, la crisis política, una desmoralización individual y colectiva sin precedentes en América Latina. Se ha convertido en el más dramático muestrario de las consecuencias a las que lleva una globalización desenfrenada, con efectos sobre la clase media, que ayer aceptó ahorrar en dólares y hoy recla- ma su devolución, a cacerolazo callejero. Y más los sectores populares, castigados -como siempre- con po- breza, hambre y asesinatos. Pero que tienen el valor de enfrentarse a las fuerzas de este orden con barricadas y piquetes, sin renunciar al sueño de construir un futuro distinto, deliberando en sus asambleas populares.

Los capitales españoles también tienen que ver con ello, montados en el nefasto carro del FMI y del Banco Mundial. Las multinacionales españolas estuvieron atentas a los primeros síntomas para ofrecer a los otrora altivos argentinos hacerse cargo de sus sectores productivos y de sus servicios esenciales. Para contribuir -se dijo- al desarrollo argentino, fuimos comprando su petróleo, sus teléfonos, sus fuentes de energía, sus bancos, sus líneas aéreas, su agua, su gas, sus medios de comunicación, sus telecomunicaciones, sus editoriales y librerías, su cemento, sus empresas constructoras. Y sectores aparentemente tan menores como el ocio, la recolección de basuras, la fabricación de ropas y hasta la de embutidos. Todo por cuatro dineros, a precios de saldo. Cuatro dineros de los que nada queda: fueron robados y malversados por políticos corruptos o incompetentes, fueron evadidos hacia el Norte, drenando la solvencia, el orgullo y el futuro nacionales. Millares de trabajadores fueron despedidos y la emigración de jóvenes talentos, -inex-plicable en un país lleno de posibilidades- contribuye al vaciamiento sociocultural y científico ominosamente iniciado por la dictadura militar que eliminó a 30.000 promesas. En las empresas privatizadas e hispanizadas, los técnicos nacionales fueron reemplazados por nuestros jóvenes y agresivos gestores, los gestores de las mismas empresas españolas que aquí son cuestionadas por irresponsables, incompetentes o delincuentes. ¿Es éste nuestro Hispanoamericanismo? Seguramente las fuentes del desastre son muchas más y algunas de ellas están teñidas de argentinidad. Pero no guardemos silencio frente al atropello imperialista, a la exacción antipopular. Ni queramos lavar nuestras conciencias enviándoles cuatro latas de conservas.

Viejas son las raíces de la pobreza y de la injusticia en toda América Latina; pero España viene actuando, ingratamente, como los cuervos que vuelan en círculo, atentos a la agonía de la presa. Aunque digamos que las inversiones españolas contribuyen a la necesaria globalización, que nuestras empresas dinamizarán el desarrollo, que todo puede inscribirse bajo el prestigioso rubro de la solidaridad. Que, en todo caso, ya lo arreglaremos todo, por enésima vez, en la próxima Cumbre.

Concluimos refiriéndonos a FRANCIA y a su gran traumatismo electoral del 21 de abril cuya gravedad no resultó corregida, en cuanto a las perspectivas de futuro, por los resultados del 5 de mayo. La crisis es profunda y sigue abierta.

De toda evidencia el caso francés no es único. Europa está siendo construida en función de un proyecto económico -que rechazamos- y de espaldas al proyecto político de transformación social a que los pueblos aspiran. Los partidos tradicionales, incluso los de una supuesta izquierda, se han replegado en su propio existir y han renunciado a su natural función pública de hacer política. Son muestras de esta tendencia el abandono de los valores de igualdad, justicia social y participación, el sometimiento progresivo a las ambiciones del capitalismo neoliberal encarnadas en poderosas multinacionales sin fronteras y en traficantes financieros, la complicidad en el desmembramiento del Estado, el envilecimiento de la función pública, la corrupción en pequeña y gran escala, la norteamericanización de las costumbres y valores, la banalización de los procesos creadores, la degradación y falsedad de la mayor parte de los mensajes de los medios de comunicación. Los ciudadanos son convocados periódicamente a las urnas, bajo regímenes electorales y parlamentarios que perpetúan la injusta adscripción del poder y que les impiden participar en el gran desafío de proseguir la siempre inconclusa edificación colectiva de una sociedad justa y feliz. Son inducidos a competir entre sí, a consumir, a trabajar bajo el rigor y muchas veces bajo la arbitrariedad y el acoso y a quedar todavía jóvenes en el desempleo, con mayor rigor y arbitrariedad aún. Esta clase de regímenes, violando todo tipo de derechos, reduce los trabajadores a la condición de recursos humanos, recursos para hacer dinero en beneficio de una minoría cada vez más reducida y voraz.

Las fuerzas de la derecha, portadoras de esta visión de la sociedad, y las de la extrema derecha, en que reencarna el fascismo, avanzan en Europa y hoy tienen creciente poder en Austria, Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Reino Unido, Holanda, Italia. Este último caso es paradigmático. El duce Berlusconi aplica su pragmatismo empresarial directamente al gobierno del país, con un bloqueo monopólico de los medios que va aniquilando la libertad de expresión y con otras medidas que conducen a la instauración de un Estado aparentemente desnudo de ideología pero apto como garante eficiente de los intereses capitalistas.

El descuido en la atención de los problemas reales del pueblo, la negligencia en el diálogo políticosocial (participativo, elevado, constructivo) con las bases movilizadas, la renuncia a la supremacía de la ética, la corrupción e impunidad con que actúan ciertos hombres de gobierno, el agresivo belicismo fuera de fronteras, el servilismo proestadounidense, la adhesión a una Europa mercantilista, la indiferencia cuando no la vieja explotación de los países pobres, son todas posiciones, erróneas o intencionalmente injustas, contrarias al devenir histórico deseable. Al quedar en evidencia la esterilidad de esta política, una parte de esta población, sobre todo la más joven, se abstiene de participar en la vida política institucionalizada. Queda así un espacio vacío en el que se va instalando un neofascismo que, como respuesta óptima u obligada, va ganando adeptos entre la ciudadanía.

Su líder francés Le Pen no es más que el portavoz de una corriente impetuosa, inspirada por el de- sencanto, el racismo, el culto de "la grandeur de la France", la traición a 1789 y a su lema "libertad, igualdad, fraternidad". Cualquiera sea la evolución de esta catástrofe, para nosotros es tan preocupante el fracaso glo- bal de la sociedad como el ascenso progresivo de los líderes de la reacción. Y resulta trágico que, como re- medio al traspié, se haya hecho causa común, por falta de alternativas electorales democráticas, con una de- recha corrupta e impresentable, que sólo puede ofrecer la continuidad y profundización de un modelo antide-mocrático y antihistórico que rechazamos, que sólo puede conducir a reforzar más los valores conservadores.

No se trata de un mero asunto interno francés sino de una amenaza, que se cierne también sobre nosotros, al derecho de todos a la paz y al bienestar y al deber, también de todos, de contribuir a la comprensión y a la fraternidad. La MC denuncia y deplora estos hechos. Todos hemos dado un paso atrás, en una Europa que renuncia, día tras día, a la utopía creadora.

¿Qué podemos hacer? No mucho, pero intentémoslo. En nuestro Manifiesto 2000 la MC se declaró anticapitalista, antiimperialista y antimilitarista. El resumen que precede confirma que aquellos principios eran y siguen siendo correctos. Y que nuestro deber, como ciudadanos y ciudadanas conscientes, es, como también lo decíamos en el Manifiesto 2000, doble: por un lado contribuir a "transformar esta sociedad en otra más justa, más solidaria, más genuinamente participativa, más dinámica y tolerante, y también más satisfactoria y feliz" y, por otro, "cooperar en la tarea de convergencia de todos los grupos sociales que comparten objetivos de cambio social". Dos años después, los problemas que acabamos de evocar nos llevan a ratificar nuestro compromiso de servir ambos propósitos.