El
consenso de Porto Alegre
Ignacio
Ramonet,
director de Le Monde Diplomatique y uno de los fundadores de ATTAC. Escrito
en "El País" (2 de Febrero de 2001)
Con cierta discreción,
desde hace más de doce años, una coalición de izquierdas
que lidera el Partido de los trabajadores (PT), en Porto Alegre, capital
del estado de Rio Grande do Sul, en Brasil, lleva a cabo una experiencia
política singular: el presupuesto participativo. Los ciudadanos
intervienen directamente en la elaboración del presupuesto del
municipio. En cada barrio, un comité democráticamente elegido,
decide soberanamente a qué sector debe ir el financiamiento comunal.
No sólo decide sino que supervisa todo el proceso de contratación
de empresas, de realización de las obras y de verificación
de pagos, lo que suprime toda posibilidad de corrupción. Resultado:
en doce años esa ciudad de millón y medio de habitantes
ha conocido una espectacular transformación: escuelas, hospitales,
pavimentación, alcantarillado, transporte, recogida de basura,
museos, parques y jardines, restauración del casco antiguo, seguridad,
etétera. Es hoy día, en opinion general, una de las ciudades
de América Latina mejor administradas y de mayor calidad de vida.
La satisfacción de los ciudadanos se manifiesta en los comicios
locales: en noviembre 2000, una vez más el candidato a alcalde
del PT, Tarso Genro, fue elegido con más del 60% de los votos...
Todo esto en una atmósfera de debate democrático abierto,
pues existe una oposición de derechas muy activa y el PT no controla
ninguno de los grandes medios de comunicación de masas, ni la prensa,
ni la radio y menos aún la televisión.
No resulta pues extraño
que a la hora de escoger un lugar simbólico como sede del primer
Foro Social Mundial se designase a Porto Alegre.
Pero, ¿por qué
organizar un Foro Social Mundial? Para comprenderlo hay que remontarse
a la caída del muro de Berlín en 1989, y a la implosión
de la Unión Soviética en 1991. Estos dos mega-acontecimientos,
por razones no fáciles de explicar, provocaron un adormecimiento
momentáneo de lo que podríamos llamar el pensamiento crítico.
La aplastante victoria del campo occidental en la guerra fría y
la del capitalismo sobre el comunismo de tipo soviético favorecieron
una irresistible expansión de las tesis neoliberales y de la dinámica
de la globalización. Hasta mediados de los años noventa,
estas tesis triunfaron de manera arrolladora sin encontrar apenas resistencia.
Fueron años en los que el principal esfuerzo de los oponentes críticos
a estas corrientes se consagró esencialmente a identificar, describir
y comprender estos fenómenos (¿Qué es el neoliberalismo?
¿Cómo funciona la globalización?).
Fue la época en la
que propusimos, como concepto de identificación crítico,
aquello del "pensamiento único". Una manera de designar
al adversario y su ambición hegemónica. Una forma también
de decir que donde algunos -los ultraliberales- afirmaban que nos hallábamos
ante una pura realidad técnica y científica, otros veíamos
concretamente de lo que se trataba: sencillamente de una ideología.
La ideología del mercado. El mercado y sus leyes como solución
total a los problemas de la sociedad. Y como mecanismo totalitario con
vocación de sustituir al Estado y a todos los organismos colectivos.
El mercado contra el Estado, lo privado contra lo público.
En el curso de esta primera
fase de observación, de reflexión y de comprensión,
se identificaron también los principales actores de la globalización.
Se desenmascaró al " gobierno oculto" del planeta, constituido
por cuatro organismos centrales: el Fondo monetario internacional (FMI),
el Banco Mundial, la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económico (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio
(OMC). En el seno de estos cuatro "ministerios" se elaboran
los marcos políticos (el "ajuste estructural") que luego
los gobiernos locales tienen que imponer a sus sociedades, pervirtiéndose
así el sentido de la democracia y el contrato social.
Con estupor descubrimos
además que la aplicación sistemática en la mayoría
de las regiones de planeta de estas políticas neoliberales, había
agravado las desigualdades. Que si en 1960 el 20% de la población
rica tenía unos recursos 30 veces superiores a los del 20% de los
más pobres, en 1995 los recursos de los ricos ¡eran 82 veces
superiores! Que en más de 70 países la renta per cápita
era inferior a la de hace veinte años... Que a escala planetaria,
3 mil millones de personas -¡la mitad de la humanidad!- vivían
con menos de 2 dólares diarios. Finalmente, estimaciones recientes
de la ONU muestran que las 225 personas de mayor fortuna del planeta poseen
un patrimonio equivalente a la renta anual acumulada de 2.500 millones
de personas (o sea, ¡el 40% de la población mundial !). Y
que la fortuna de las 15 personas más ricas es superior al PIB
total del conjunto de los países del África subsahariana...
Ante estas escandalosas
revelaciones comenzó una segunda fase de protesta e insurrección.
Simbólicamente, podemos decir que empieza el día uno de
enero de 1994, cuando irrumpen en la escena internacional el subcomandante
Marcos y su movimiento zapatista. Marcos teoriza la articulación
entre globalización planetaria y marginalización de los
pobres del Sur. Se produce después una ola de protestas de gran
envergadura que alcanza a los países desarrollados, como el movimiento
social francés de noviembre 1995. Esta fase de protesta contra
las injusticias de la globalización propone nuevos héroes
emblemáticos -como el propio subcomandante Marcos o el campesino
francés José Bové-, organizaciones combativas de
nuevo tipo -como ATTAC- y batallas insólitas, ampliamente mediatizadas:
Seattle, Washington, Praga, Okinawa, Niza...
A estas dos primeras fases,
de análisis y de protesta, debía inevitablemente suceder
una tercera etapa de proposiciones. Fin de la rebelión en contra
y principio de una acción en favor. Pero, ¿en favor de qué?
Aquí aparece el sentido
del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Concebido como la antítesis
del Foro Económico Mundial de Davos. Si éste se instaló
en el Norte, el de Porto Alegre se sitúa en el Sur. Si en Davos
se reúnen los nuevos amos del mundo (empresarios, banqueros, gobernantes),
en Porto Alegre se reunirán los ciudadanos y los pueblos del planeta.
Lo único en común, por razones de eficacia mediática,
las fechas: del 25 al 30 de enero en los dos casos.
Mientras un Davos fortificado
y militarizado apareció sumido en la mala conciencia y en la culpabilidad,
el éxito festivo de Porto Alegre salta a la vista. Unos 12.000
participantes (sólo se esperaba a 5.000), 120 países representados,
1.600 periodistas acreditados, más de 800 ONGs, 400 talleres de
reflexión, decenas de intelectuales de talla internacional (de
Samir Amin a Armand Mattelart, de Eduardo Galeano a Walden Bello, de Ariel
Dorfman a Tarik Ali...).
El nuevo siglo empezó
efectivamente en Porto Alegre. Y los fanáticos de la globalización
saben que las cosas probablemente ya no serán como antes. Porque
se ha comenzado a entrever que otro mundo es posible. Un mundo en el que
se suprimiría la deuda externa; en el que los países pobres
del Sur jugarían un papel más importante; en el que se pondría
fin a los ajustes estructurales; en el que aplicaría la tasa Tobin
en los mercados de divisas; en el que suprimirían los paraísos
fiscales; en el que se aumentaría la ayuda al desarrollo y en el
que éste no adoptaría el modelo del Norte ecológicamente
insostenible; en el que se invertiría masivamente en escuelas,
alojamiento y sanidad; en el que se favorecería el acceso al agua
potable de la que carecen 1.400 millones de personas; en el que se obraría
seriamente por la emancipación de la mujer; en el que se aplicaría
el principio de precaución contra todas las manipulaciones genéticas
y en el que se frenaría la actual privatización de la vida.
En suma, un mundo en el
que el "consenso de Washington" sería por fin sustituido
por este nuevo consenso de Porto Alegre.
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