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Colombia 
  

 

Poblaciones indígenas enferman por causa de las fumigaciones

 

Marjon van Royen, NRC HANDELSBLAD, de Holanda (Nariño, Colombia, 8 de Enero de 2001. Traducido del ingles por Héctor Mondragón)  
 

Desde que los campos de la coca en el sur de Colombia han sido fumigados con veneno como parte de la "guerra contra las drogas", un número de niños notablemente alto ha caído enfermo.

"Estoy realmente perplejo", dice el joven médico sobre sus propias consultas en el Centro de Salud de Aponte. Su sala de espera está llena de niños gritando. Tienen úlceras sobre todo su cuerpo.

Un muchacho joven se vuelve loco con la picazón. Pero el médico José Tordecilla tiene que enviarlo fuera con su madre. "Tengo solamente medicina para diez por ciento de los niños. Sólo puedo tratar los casos peores."

Un poco después, en su consultorio, Tordecilla dice: "esto es una epidemia. Desde la fumigación de los campos del Resguardo Indígena de Aponte, el 80 por ciento de los niños de la comunidad han caído enfermos. Él señala a los pacientes en su registro: "Esto es un drama médico: erupción, fiebre, diarrea e infecciones oculares - comenzó después de fumigar, porque antes de esa época sólo cerca del 10 por ciento de los niños estaban enfermos con las enfermedades normales como la gripa o de las paperas".

El 3 de noviembre la fumigación comenzó en el resguardo Indígena de Aponte, de 8,000 hectáreas, en el sur de Colombia. Por diez días sucesivos, las avionetas rociaron el área con las largas colas azul y blancas del herbicida. Tres avionetas acompañadas por tres helicópteros de combate aparecieron repentinamente sobre las montañas altas de los Andes.

El ingeniero agrícola Luis Camoes ha hecho las grabaciones de video. "Mire, allí ellas fumigan los nacimientos de agua del páramo," precisa. El vídeo muestra bien cómo emerge una avioneta repentinamente y en picada rocía su carga sobre el bosque verde. Vuelve, no una, sino tres veces. Vacía repetidamente una y otra vez su veneno sobre la fuente del agua. "Y no una, sino las tres fuentes en el área fueron tratadas de esa manera", declara Camoes.

El programa de fumigación financiado y coordinado por Estados Unidos, contra el aumento de la producción de coca y amapola siempre utilizó herbicida Roundup. Existen evidencias durante los dos últimos años que indican que se está empleando uno nuevo producto químico de mayor alcance.

Un portavoz del departamento del estado de los E.E.U.U. confirmó - por primera vez - a este periódico, que en el programa colombiano de fumigaciones es hecho ahora con el químico Roundup Ultra, una versión a la cual se le han añadido nuevas substancias de refuerzo.

Tiene que ver con los "revestidores" también llamados "surfactantes" parecidos a jabón, sustancias que se encargan de una absorción más rápida y mejor del herbicida por la planta. El portavoz de los E.E.U.U. también confirmó que el Cosmoflux, químico colombiano está agregado al Roundup Ultra. Existe la hipótesis según la cual especialmente la adición de estos surfactantes nuevos provoca los síntomas de la enfermedad. Washington niega los nuevos productos químicos están poniendo en peligro salud.

La fumigación de cultivos ilegales es polémica. Colombia es el único país del mundo en el que se está haciendo. Según las autoridades de E.E.U.U. las fumigaciones de herbicidas desde el aire son la única manera de controlar la cada vez mayor producción de coca y amapola. Los críticos precisan que no frenan tal incremento, y que se está afectando el ambiente.

En la Casa Comunal de Aponte, el ingeniero agrícola Luis Camoes dice, refiriéndose a la fumigación de las fuentes de agua: "Así, este es el final de nuestro proyecto." La reforestación del área de las tres fuentes en las cuales nace el río, era parte de un programa oficial.

Camoes y los aldeanos habían acarreado los árboles con los caballos a las fuentes de agua a aproximadamente 3000 metros de altura. El presupuesto vino del Plante, el programa del gobierno colombiano que financia proyectos alternativos del desarrollo. 170.000 dólares americanos han sido invertidos por el Plante en Aponte para estimular a la gente sustituir su amapola ilegal por las cosechas legales.

El proyecto de Plante era un éxito abrumador. "Virtualmente ninguna amapola salía de aquí", dice Camoes. "Ahora, una rama del gobierno está fumigando lo qué ha sido logrado por la otra". El viaje por el área da lugar a un humor melancólico. A pesar de su pierna lisiada, el gobernador sube como una cabra montés.

Desde que el reloj dio la cinco de la mañana de este 28 de diciembre del 2000, el gobernador indígena nos conduce sobre los caminos estrechos, arriba a la colina y abajo al valle. "Y entonces, vinieron las avionetas y los helicópteros, y después todo lo que se fue", dice el campesino Carlos. Él sostiene una especie de ramillete seco en sus manos: plantitas de frijol marchito. yuca machucada y mazorcas secas. Eso es lo que sacó de su tierra fumigada. Él es el séptimo campesino que visitamos. Pero la historia es siempre igual. "Doctora, fumigaron todas nuestras cosechas. ¿Cómo haremos ahora para vivir? " Además de maíz y de yuca, Carlos cultivaba un pequeño lote de amapola. "No me gusta. Pero es la única cosa que podemos vender ", dice.

Él se sienta al lado de su esposa en el suelo de greda de su choza. Una pareja de cuyes merodea al rededor. Además, los muebles consisten en un tablón para dormir, y un crisol de cocinar sobre fuego en la tierra. Tanto como antes las 700 otras familias campesinas en Aponte, Carlos cultiva su pequeño lote de amapola solamente para comprar libros de textos, medicina o ropa. "Producimos nuestro alimento nosotros mismos, pero para algunas cosas uno necesita el dinero."

A propósito, la fumigación de comienzos de noviembre no era la primera para los campesinos-indígenas de Aponte. En junio, sus cosechas también fueron destruidas, cuentan. Carlos acababa de contraer un préstamo con Plante, y su amapola fue substituida por la cebada. "Incluso antes de que brotara la cebada, había sido fumigada a muerte ", relata. Por lo tanto él tuvo que mantener otra vez un pequeño campo de amapola.

Plante lo busca para que pague, con uno por ciento de interés, el préstamo para su cebada fumigada. "¿Cómo puedo hacer eso, señora?. Ahora incluso no tenemos nada que comer. ¿Cómo podemos pagar un préstamo?"

Trepamos la loma, una vez más, con el gobernador. Otra vez una pequeña choza, otra vez cosechas muertas. La mujer campesina joven muestra su bebé: los órganos genitales del niño se cubren con las úlceras. "Desde la fumigación", dice la mujer y sacude sus trenzas negras.

Ella misma tiene la erupción alrededor de su boca. Ella tiene dolor de cabeza y ardor en los ojos, dice. Piensa que es debido al agua envenenada. "Es inhumano lo qué ellos hacen a mi pueblo", dice el gobernador. Cuando finalmente llegamos arriba a las fuentes de agua que él ha estado deseando mostrarnos todo el día.

Se marchitan los árboles. El manantial se secó arriba. Con todo, en un área amplia alrededor, ningún campo de amapola pudo ser encontrado. "Usted piensa que ¿porqué desean envenenar nuestra agua?" pregunta, como si cualquiera supiera la respuesta.

Detrás, en la aldea el médico no ha progresado mucho con sus pacientes. "Soy sólo un simple médico rural". Envió a las autoridades departamentales una solicitud de más medicina. Fue rechazada. Le dijeron que la enfermedad causada por la fumigación es una "mentira". "Parece como si todo mundo estuviera obligado a guardar silencio", dice el médico mientras presiona su estetoscopio en el pecho ulcerado de otro niño.

Más tarde, en Bogotá, llega a estar claro lo qué él quiso decir. "¡Mienten!", bufó el director de la Policía antinarcóticos cuando le pedimos el comentario sobre lo que hemos visto en Aponte. 

"Usted no ha visto lo que usted ha visto. Nunca hemos fumigado allí." Él no quiere ver el vídeo. Tan solo fotos de niños enfermos. "¡Es falso! La prueba que usted desea darme es falsa ", rabia el general Socha antes de que finalmente nos expulse de su oficina. "No venga aquí a traerme discusiones. No permito que usted me cuestione".

Su unidad se adorna con un anuncio iluminado de talla humana, con avionetas de fumigación. "Traficantes de droga", llama él a los pequeños campesinos que cultivan un lotecito de coca o de amapola además de sus cosechas ordinarias. Y siempre que una mata de plátano o de maíz se esté fumigando, según el general ha sido plantada allí especialmente por la "narcoguerrilla" para engañar a periodistas ingenuos.

¿Pero nunca comete errores? quisiéramos saber. ¿Nunca fumiga cosechas legales, un bosque o una fuente del agua? "No, nunca, absolutamente imposible que incurramos en equivocaciones", dice al general.

Primero se toman fotografías aéreas de los campos a fumigar. Después de eso, se toman las coordenadas. Y luego todo se observa con la ayuda de los americanos. "Han intentado denunciarnos por estas cosas", dice Socha. "Pero hay una convicción, nunca ha ocurrido".

Cuando objetamos que el sistema judicial colombiano es muy lento, la emoción inunda al general: "No sé quién es usted o el que le envió para lanzar dudas sobre nuestras autoridades. Usted socava nuestro estado de derecho".

Según el científico colombiano y experto en fumigaciones Ricardo Vargas, el general tiene razón en un punto: la construcción del programa colombiano de fumigaciones hace muy baja la posibilidad de un error". "Eso hace muy siniestro el escenario", reflexiona Vargas. "¿La fumigación como estrategia para afectar conscientemente la supervivencia de las comunidades? Prefiero no pensar en ello".