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Balcanes


 

Harán lo que les pidan

Carlos Taibo (3 de Abril de 2001)

Como no podía ser menos, medio mundo se pregunta si Milosevic acabará en La Haya. Por lo que ya sabemos, la respuesta se antoja a primera vista sencilla: dependerá en buena medida de la presión que los gobiernos occidentales ejerzan sobre sus homólogos serbio y yugoslavo. Y es que si hay algo que ha quedado claro en los últimos días es que, para estupor de tantos, el ultimátum norteamericano ha dado resultados: nadie puede estar ajeno a la patética imagen que las autoridades serbio-yugoslavas han ofrecido cuando, presionadas desde el exterior, lanzaron una orden de captura pocas horas antes de que el plazo estadounidense expirase. Por si poco fuese, Kostunica y Djindjic han comprobado que la resistencia popular a la detención de Milosevic ha sido mucho más liviana de lo que se esperaba. Los rumores sobre una eventual reacción militar, con el general Pavkovic en cabeza, se han difuminado.

Así las cosas, una de las pocas incógnitas que quedan por despejar es la relativa a una cuestión de enjundia: ¿Hasta dónde está interesado Occidente en presionar a las autoridades serbio-yugoslavas? Hay quien intuye que lo más fácil es que EE UU levante el pie del acelerador y permita, al menos durante un tiempo, que Milosevic sea juzgado en Belgrado por delitos económicos. Al fin y al cabo, y aunque esto ahora se olvide, la semana pasada menudearon los análisis que sugerían que Washington emitía señales conciliadoras, y usaba un lenguaje mucho menos severo, con Kostunica y Djindjic. Claro es que, si se trata de buscar un gesto conciliador, lo mejor sería que el tribunal de La Haya se tome en serio su trabajo respecto, por ejemplo, al procesamiento de croatas presuntamente responsables de crímenes en la guerra en la Krajina en 1995 y haga otro tanto con los bombardeos de la OTAN en 1999.

Declaraciones con miga

Carlos Taibo (6 de Abril de 2001)

El pulso de la vida pública serbia de estas horas se palpa a través de dos significativas declaraciones. La primera corresponde al presidente federal Kostunica, quien ha puesto todo su empeño en subrayar que poco o nada sabía de la detención de Milosevic. Las palabras de Kostunica, difícilmente creíbles, ocultan lo que se antoja una reyerta cada vez más aguda con el primer ministro serbio, Djindjic.

Aunque los papeles de Kostunica y Djindjic son perfectamente intercambiables, lo cierto es que el reparto de atribuciones que se ha abierto camino en los últimos meses ha colocado al primero la etiqueta de nacionalista serbio, en tanto ha reservado para el segundo la de liberal occidentalizante. Las palabras de Kostunica pueden entenderse también en el escenario perfilado por este juego: en su esfuerzo por desmarcarse de la detención de Milosevic, el hoy presidente estaría intentando salvar la cara ante un electorado, el de perfil decididamente nacionalista, que en buena medida le robó al propio Milosevic en septiembre pasado.

La segunda declaración con miga corresponde al ex presidente recientemente detenido, quien parece haber señalado que el dinero que a menudo se ha sugerido sustrajo en provecho personal se destinó en realidad a financiar a las milicias serbias que operaban en Croacia y en Bosnia. Las palabras de Milosevic son claramente interesadas: nuestro hombre se propone aquilatar una imagen de honradez personal, a sabiendas, por añadidura, de que a la mayoría de los serbios semejante desvío de recursos les parecerá sensato o, al menos, tolerable. Pero la revelación que nos ocupa debe interpretarse también como un gesto de desesperación. Aunque puede servir para ganar algunos puntos en el primer asalto, se volverá en contra de Milosevic si éste se sienta a la postre en un banco en La Haya. Claro es que el otrora presidente serbio y yugoslavo tiene motivos sobrados para concluir que entre los cargos que, llegado el caso, habrá de encarar en la ciudad holandesa lo de la financiación ilegal de las milicias serbias será una minucia.