La guerra sucia en
Argelia
GEMA MARTÍN
MUÑOZ, profesora de Sociología del Mundo Árabe
e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
("El País", 8 de Enero de 2001)
Las matanzas perpetradas en Argelia en las últimas semanas
han sacado a la opinión internacional del desinterés
en el que había caído desde hace tiempo por este
país, donde, sin embargo, la violencia y la degradación
de la situación política, económica y social no
han dejado en ningún momento de acrecentarse desde el golpe de
Estado de enero de 1992.
Muchos son los signos que parecen indicar que el nuevo ciclo de matanzas
de civiles (más de 300 personas) desencadenado este mes en el
centro-oeste de Argelia es el indicio de un nuevo periodo de luchas
intestinas en la cúpula del Estado. La lógica implacable
del funcionamiento del sistema político argelino muestra que
la conjugación entre masacres y ofensiva contra el presidente
es el signo de que se prepara su cese.
Como le ocurriera a Liamin Zeroual entre 1997 y 1998, a Abdelaziz
Buteflika le empiezan a ir las cosas mal a tenor de los ataques virulentos
lanzados contra él por algunas personalidades políticas
que gravitan en los círculos político-militares y por
la prensa privada (y en su mayoría enfeudada a los grupos de
poder). En Argelia, esta situación suele ser el escenario que
mina al jefe del Estado y prepara su final político. Bien entendido
quede que, por supuesto, el enfrentamiento en ningún momento
es porque una de las partes ponga en duda la lógica del poder
argelino y su fundamento clánico. Es sólo una lucha intestina
cuando el sector más poderoso considera que se ponen en peligro
sus privilegios, las fuentes de su inmensa fortuna y las modalidades
de gestión de la guerra.
¿Qué papel desempeñan las matanzas y por qué
quienes en 1999 encumbraron a Buteflika como presidente (a través
de unas elecciones fraudulentas) hoy día podrían
estar interesados en sustituirle? A pesar de la ceguera (voluntaria
en la mayor parte de los casos) entre los actores de la comunidad internacional
con respecto a los principales responsables de la violencia en Argelia
(cómodamente instalados en la simplista interpretación
de un régimen militar agredido por unos integristas primarios
sedientos de sangre), la perseverancia de algunos y su valentía
para romper el muro de silencio y la falsa interpretación de
los hechos han ido progresivamente denunciando y constatando la implicación
de sectores militares en las violencias y las masacres.
Diversos testimonios y análisis han introducido desde hace
tiempo esta posibilidad que, lejos de situar a Argelia en una especie
de caso único en el mundo donde nada se investiga ni explica
porque todo se tapa bajo la actuación de los "locos de Allah",
más bien la situaría en un escenario similar al de las
matanzas de campesinos en El Salvador y Guatemala, o Rodesia en los
años setenta. En este sentido, completamente abrumador
e impactante ha sido el testimonio e investigación de Nesroulah
Yous, superviviente de una de las más brutales matanzas de 1997,
publicado en el libro Qui a tué à Bentalha? en la editorial
parisina La Découverte (y que alguna editorial española
debería traducir).
Este libro, que ha caído como una bomba en Argel, siendo inmediatamente
prohibido, confirma por primera vez de una manera precisa y detallada
la implicación directa del Ejército en la preparación
y desarrollo de la matanza por parte de una especie de escuadrones de
la muerte disfrazados de islamistas. Y es que, en efecto, ofrece respuestas
a preguntas que se planteaban desde hace tiempo, como por qué
el régimen argelino no ha detenido con vida ni juzgado nunca
a ninguno de los asaltantes de las matanzas o a alguno de los miembros
del GIA, o por qué se ha prohibido a los periodistas entrevistar
a los supervivientes, o por qué se han podido proteger
sin fisuras las enormes regiones petroleras y gasísticas del
país mientras que el régimen se muestra impotente
para proteger a la población civil, por qué las
masacres se han perpetrado contra población seguidora del
FIS o cómo explicar la inacción de los militares en
los cuarteles muy próximos a los lugares donde se cometieron
las matanzas.
O, lo que es muy importante, por qué rechazar virulentamente
cualquier investigación independiente sobre los hechos si no
sería más que para desacreditar aún más
a los enemigos políticos del régimen, si realmente fueron
los islamistas los autores de las matanzas, tal y como aseguran las
versiones oficiales y sus adláteres políticos "erradicadores".
Todo esto también viene a profundizar en la cada vez más
extendida idea de que la instrumentalización del GIA ha sido
determinante en esta guerra sucia, que parece ha dominado la realidad
del conflicto argelino. El Ejército Islámico de Salvación
(EIS) se constituyó como rama armada del FIS (partido que iba
a ganar las elecciones en enero de 1992 y contra las que se dio el golpe
de Estado), manteniendo una estrategia dirigida a objetivos militares
(siempre ha condenado las matanzas y asesinatos contra civiles y extranjeros
firmados por el GIA). Después del golpe, los Grupos Islámicos
Armados (GIA) aparecieron como una constelación de grupúsculos
informales de composición muy variada.
Muchos hechos indican que la seguridad militar desde ese año
se dedicara también a crear una "contra-guerrilla" que, tanto
simulando ser islamistas como filtrando y utilizando parte de esos grupos
islámicos armados, convertirán las siglas del GIA en el
instrumento y firma de sus "operaciones especiales". ¿Con qué
objetivos?: que el FIS y el EIS no puedan implantarse en el Gran Argel
a pesar de ser una región de base social favorable a éstos;
capitalizar la violencia para trastornar a la sociedad y desconectar
a los verdaderos grupos islámicos de los civiles que los apoyan;
transmitir a la población argelina que no le queda más
opción que plegarse al sistema o enfrentarse a un terror ciego,
y mostrar a la comunidad internacional que la "barbarie islamista"
es capaz de todos los horrores y que, por tanto, más vale que
apoyen a un régimen totalitario como "mal menor".
En 1997, dichas matanzas tuvieron también el mensaje añadido
al entonces presidente de la república, Liamin Zeroual, de que
no le correspondía a él reorganizar el espacio político
negociando por su cuenta con los líderes del FIS, y a éstos
y a los responsables del EIS, que no les quedaba más remedio
que aceptar una tregua bajo sus condiciones si querían que frenase
la violencia contra sus partidarios. Tregua que el EIS firmó
con el Ejército a finales de 1997.
En la actualidad se observa, por un lado, una reconstitución
de la guerrilla islamista (que sólo dirige sus ataques contra
objetivos militares), consecuencia probablemente de la radical intransigencia
del poder militar para aceptar una vía de diálogo político
(el brutal asesinato en 1999 de Abdelkader Hachani, número tres
del FIS, fue una prueba contundente), y por otro, signos claros de reajuste
interno a través de la presión contra Buteflika. En consecuencia,
¿la guerra sucia se pone en marcha una vez más y las matanzas,
siempre firmadas por el GIA, resurgen para desacreditar a la guerrilla
islamista y preparar el terreno que muestre que Buteflika no es capaz
de llevar la paz al país?.
La campaña contra Buteflika se centra en el ataque a su proyecto de Concordia Civil (si bien fue consecuencia de la tregua entre el Ejército y el EIS dos años antes, pero que se le dejó rentabilizar a él para alimentar la gran operación de marketing con que inició la presidencia y que entonces fue muy valiosa para
rehabilitar al régimen en el exterior después de las fraudulentas
elecciones presidenciales). Hoy se le achaca que lo único que
ha conseguido es que se reorganicen los grupos armados islamistas, que
se reproduzcan las matanzas y que, por tanto, ha fracasado en su misión pacificadora.
En efecto, la Ley de Concordia Civil no tenía ninguna posibilidad
de lograr la pacificación porque no tuvo ninguna base política,
y lejos de restablecer la legalidad recondujo y amplió la legislación
de excepción. Pero no es en nombre de la paz por lo que ahora
se acosa a Buteflika, sino porque el poder argelino podría haber llegado a la conclusión de que éste le molesta más de lo que le sirve.
Bien es cierto que Buteflika ha tendido a respetar las líneas rojas establecidas por los que verdaderamente mandan (les décideurs,
como se les conoce popularmente), es decir, no consentir ninguna reorganización
del FIS, ni aceptar apertura democrática alguna, ni cuestionar
el papel del Ejército ni inmiscuirse en el control de la renta
económica del país. Pero el presidente tiene una marcada
tendencia a querer decidir y, discípulo de Bumedián, a
querer dotarse de su dimensión carismática para tratar
de ejercer el poder real y no sólo su 10%, que es lo que más
o menos ostenta el jefe del Estado en Argelia desde que Bumedián desapareció.
Toda una serie de decisiones o actuaciones del presidente argelino en
los últimos tiempos han, seguro, molestado e inquietado profundamente
a la máxima jerarquía militar, que, como ha hecho siempre, ha empezado a reaccionar de cara a neutralizarlo. Buteflika, en los
últimos meses, no ha seguido al pie de la letra las propuestas
de promoción en el Ministerio de Defensa que le fueron sugeridas,
tomando decisiones propias (y es que puede haber pensado que para ser
un verdadero jefe de Estado debe promover otros generales que le sean
fieles porque le deban su nombramiento).
La frialdad que a continuación se interpuso entre la cúpula
militar y la presidencia se expresó, como una primera señal,
en la asignación de dos generales a la presidencia (Belkheir
como director de gabinete y Touati como encargado de asuntos militares),
según muchos, para mejor controlarle. En noviembre, Amnistía
Internacional visitó Argelia y solicitó encontrarse con
los tres hombres fuertes del régimen militar en relación
con las violaciones de los derechos humanos y las desapariciones, lo
que se consideró una blasfemia e hizo chirriar los dientes de
muchos que no pueden quitarse de la cabeza el caso Pinochet.
La falta de confianza hacia Buteflika se acrecentará ahondando
en el sentimiento de que éste podría haber querido utilizar
a Amnistía Internacional contra ellos. Unido a esto, se acentúa
también el sentimiento, como ocurrió con Zeroual, de que
Buteflika quiere negociar con el FIS en detrimento de la cúpula
militar (al menos, se han extendido rumores sobre una posible liberación
de Alí Benhadj), lo cual constituye una línea roja para
aquellos que, desde que dieron el golpe de Estado en 1992, no han
modificado un ápice su estrategia estrictamente erradicadora
basada en la aniquilación política y física de
los islamistas, la negativa a cualquier solución política
y la consideración de que el problema se reduce a una sola cuestión
de terrorismo (¿cómo se identifica fidedigna y legítimamente
a los terroristas en regímenes antidemocráticos y sin
Estado de derecho que actúan en la más estricta impunidad?).
Finalmente, el presidente argelino ha querido también aportar su iniciativa personal en dos materias consideradas igualmente reservadas
por el cónclave militar: Marruecos y EE UU. En el primer caso,
enviando al ministro del Interior a Rabat para negociar la liberación
de doscientos prisioneros marroquíes detenidos por el Polisario; en el segundo, incentivando las relaciones con los norteamericanos a
fin de encontrar unos valedores que seguro le van a hacer mucha falta
para mantenerse en el puesto (aunque la diplomacia de EE UU ya lo intentó,
sin éxito, en el caso de Zeroual).
Pero, no nos engañemos, pase lo que pase, no será sino un arreglo de cuentas dentro de un sistema político caracterizado por la privatización del poder, y donde tanto el actual presidente como el que pudiera sustituirle serían hombres del serrallo.
Lo verdaderamente importante es el inadmisible ejercicio de la violencia
continuada y masiva contra la población argelina en un grado
absoluto de impunidad. La única respuesta eficaz para poner fin
a esa situación sólo puede venir de una solución
política y democrática, y realizando una investigación
independiente sobre esos crímenes masivos que en otras geografías
han justificado acciones decisivas de la comunidad internacional, que
en este caso se manifiesta escandalosamente inactiva y desinteresada.
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