El fenómeno de la inmigración
La puerta de Europa no es sólo Tánger
Carla
Fibla, en "La Vanguardia"
(Larache- Marruecos, 18 de Agosto de 2002)
Sólo 14 kilómetros,
que en un día claro permiten divisar el territorio de enfrente,
separan Marruecos de España. Tánger, ciudad sucia, descuidada
pero atractiva, es el punto de encuentro de los que, desesperados, utilizan
cualquier medio para llegar al otro lado y los que, aprovechando esa desesperación,
han creado una trama de contactos que hace que alcancen la orilla española.
Pero, las medidas de vigilancia y sobre todo la fuerte demanda de los
que quieren emigrar han provocado que esa puerta de Europa que es Tánger
hoy descienda hasta más abajo de Tetuán, en Tleta Oued Laou,
o por la costa Atlántica que las pateras salgan de Larache, a unos
70 kilómetros de Tánger. Los habituales puntos de partida,
las amplias playas de Ksar Eseguir o los cabo Malabata y cabo Spartel
están saturados. Las embarcaciones parten, en el otro extremo,
de El Aaiún (Sahara Occidental) hacia Canarias, que cuesta menos
dinero.
El movimiento en el puerto de Tánger es constante. Entre los camiones,
coches y autobuses de turistas, se mueven niños que aprovechan
cualquier descuido para colarse en los bajos o introducirse en los ferrys.
Pero si superan el descuido de la frontera marroquí, en Algeciras
deben enfrentarse a los perros y al minucioso control de los españoles.
"El poder marroquí está adoptando unas medidas policiales
que favorecen la emigración, porque todas las pateras que salen
del norte de Marruecos están permitidas. Es una mafia de tráfico
de personas que tiene cómplices claros en las autoridades del norte
del país", explica Mohamed Balga, miembro de la ONG Pateras
de la Vida y activista de derechos humanos.
La sede de Pateras de la Vida está en Larache. Una ciudad donde
en las conversaciones se mezclan palabras españolas, de casas bajas
y descuidadas, pintada de azul y blanco y una plaza de España junto
a la playa desde donde cada noche grupos de jóvenes intentan cruzar
el Estrecho. "El Gobierno marroquí no hace caso a la gente
que muere cada día porque para ellos si sobrevive ese inmigrante
ilegal, si consigue su residencia y un trabajo, aportará divisas
para el país. Aquí hay familias con 11 miembros que viven
del giro, de la ayuda de su hijo emigrante", comenta Balga.
"Lo más importante es el desarrollo económico, hacer
más inversiones, preparar a la gente para que alcancen condiciones
de vida digna, dar más importancia a los pobres y a los pueblos
pequeños porque esa es la cuna de la emigración", relata
Omar, un joven estudiante de Hispánicas desde una de las playas
que de día acogen a los bañistas y por la noche a los que
emigran.
Los marroquíes suelen permanecer en casas particulares hasta que
la mafia les anuncia el momento de partir; en cambio los subsaharianos
se sienten más seguros en los montes de los alrededores de Ceuta
y Melilla, donde construyen campamentos. Es el caso de Belyunesh (muy
cerca del islote del Perejil), que funcionó durante dos años,
hasta que la semana pasada la policía marroquí lo desalojó
violentamente.
Cerca de una de las entradas de Melilla, en Farahama, durante el atardecer
los subsaharianos descienden de las montañas para ir a los cafés
y comprar provisiones. El resto del día sólo se acercan
a la carretera los que no tienen dinero y viven de la caridad: "Venimos
de Malí, Guinea Conakry, Senegal, Nigeria... Cuando cruzamos la
frontera de Uxda no quisimos un guía y llegamos a Nador preguntando
a la gente. Estamos esperando nuestra oportunidad para cruzar a España",
explica uno de los chicos que, sonriente, señala al resto de sus
compañeros que poco a poco salen de detrás de los árboles
para contarnos su viaje. "Los civiles en Marruecos son buenos, no
hemos tenido problemas, pero cuando nos coge la policía nos pegan
y nos devuelven a Argelia", añade otro mirando constantemente
a su alrededor, sin dejar de vigilar. "La policía española
no hace nada, no nos da miedo. Lo peor es la marroquí."
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