Enseñanzas de Fidel

Nos has enseñado muchas cosas, Comandante. Pero en primer lugar, que eres un ser humano, no un dios infalible, porque serias inalcanzable, y tú siempre has estado en la tierra, con nosotros.



No siempre he estado de acuerdo contigo. A veces, mi casi arrogante desacuerdo, en lucha con la confianza infinita en ti, me ayudó a cambiar.

Así me ocurrió cuando le dijiste a Frey Betto en la entrevista, que nuestra alianza con la religión no es táctica sino estratégica. Yo me había formado en el ateísmo “científico” y en el “no científico” de nuestro pueblo humilde. Pero tu afirmación me motivó a estudiar. Gracias a ti aprendí a distinguir el sentimiento religioso puro y honesto del de los apóstatas, vengan con sotana o con otra vestimenta. Hoy entiendo mejor la importancia de luchar y construir el reino de Dios en la tierra, que no cae del cielo.

Otras veces me enseñaste lo difícil del arte de comunicar ideas. Como cuando dijiste que la principal fortaleza que tenemos es nuestro “capital humano”. Cuando escuché tus palabras, me sorprendiste. Sentí que te habías equivocado. Le escribí a un amigo que respeto mucho, como creo lo merece su obra, sin decirle de quien eran las palabras. Me respondió que eso solo lo puede decir alguien por ignorancia o mala intención.

Luego busqué en tu discurso, precisamente en la primera graduación de la Escuela Latinoamericana de Medicina, que empezó a materializar uno de tus sueños. Allí aclaras lo que entiendes por “capital humano”, y tu enseñanza alcanza su plena dimensión:

“¿Dónde está el secreto? En el hecho real de que el capital humano puede más que el capital financiero. Capital humano implica no sólo conocimientos, sino también ―y muy esencialmente― conciencia, ética, solidaridad, sentimientos verdaderamente humanos, espíritu de sacrificio, heroísmo, y la capacidad de hacer mucho con muy poco.”

¡Tu capital humano no tiene nada que ver con ese “capital” que enfrentamos! ¡Ahí está el secreto! Tu definición, más que una simple abstracción teórica, es un desafío. El mismo que nos planteó el Ché cuando alertó el peligro de las “armas melladas”. El mismo que tú constantemente nos planteas y nos ayudas a vencer, porque de verdad entiendes que lo que hacemos es algo radicalmente nuevo, y no bastan los términos viejos para describirlo, y mucho menos para construirlo.

Tu definición es un desafío que, una vez más, nos enseña a no dejarnos arrastrar por lo fácil, ni siquiera “para comunicarnos” en este mundo que nos rodea, tan diferente a lo que hemos alcanzado y lo que queremos alcanzar. Nos enseña que repetir consignas sin más, no solo las convierte en papel mojado, sino puede convertirlas en lo que nos destruya desde dentro.

Tu definición nos enseña una vez más la importancia de las ideas, y no bajar la guardia –por ignorancia o mala intención- cuando el mundo al que no podemos volver, ahora también nos planta batalla con sus propuestas de “capital humano”, “capital social”, y un mercado ¡para “darnos señales” y aprovechar mejor nuestros recursos!

Otras veces, estuve en desacuerdo contigo. Y he seguido sin estar de acuerdo contigo, esperando poder conversarlo algún día, que por ahora no llegará. Pero el desacuerdo nunca disminuyó mi confianza en ti. Y es que tú y yo somos humanos, y podemos equivocarnos. Pero no traicionarnos.

En todos los casos, creo que he sido fiel a lo que en una ocasión te escuché pedir claramente, y siempre promoviste con tus actos: cuando un revolucionario está convencido de algo, lo defiende hasta que le demuestren lo contrario.

¡Cuánta enseñanza en tan pocas palabras! ¡Cuánto necesitamos actuar así, que es lo mismo que Raúl nos pide al afirmar que “el dirigente que no promueve la discrepancia entre sus subordinados, es un mal dirigente”!

¡Qué difícil es ser consecuente con estas ideas! Pero tú nos enseñas que el revolucionario de verdad no busca lo fácil, porque, como martiano, no buscas “de qué lado se vive mejor”, sino “de qué lado está el deber”.