Sábado, 2 de junio de 2001



Bush, contra el paisaje de Estados Unidos


ROBERT REDFORD
Tras escuchar al presidente Bush presentar su plan energético, eché en falta una información clara. Al parecer, su retórica pretendía amedrentarnos o hacer que nos confiáramos demasiado. Tampoco ayudó que concluyera el discurso sobre su plan energético -desarrollado junto con los grupos de presión de las industrias del carbón, del gas, de la minería y del sector nuclear- instando a las partes enfrentadas a poner fin a la riña y a escucharse... Visto que el vicepresidente Dick Cheney ni siquiera se ha dignado a reunirse con los grupos ecologistas, la solicitud del presidente resulta un tanto curiosa, si no hipócrita.

Para Bush, la cuestión es muy sencilla: tender miles de kilómetros de oleoductos, abrir centenares de pozos de petróleo y de gas, construir 1.000 centrales eléctricas... entonces veremos otra vez «amanecer en América». El presidente asegura que su plan tendría escaso impacto medioambiental. Realizar prospecciones en el Artico, frente a nuestras costas, o en cualquier otro lugar cuando sea «necesario» no supone peligro alguno, afirma, gracias a las nuevas tecnologías que garantizan la inocuidad para el medio ambiente. Esto es lisa y llanamente falso.

Cheney se ha encargado de decir que el Gobierno Federal no ha permitido la construcción de una sola central nuclear en los últimos 20 años. Pero lo cierto es que nadie ha solicitado autorización. Ni siquiera las empresas energéticas más agresivas han podido ignorar la moraleja extraída del incidente de Three Mile Island. Hasta hoy.

El presidente ha apoyado de forma descarada al sector nuclear sin pensar en los riesgos inherentes de los residuos nucleares, su posible uso en la creación de armas atómicas, o el peligro de que se produzcan accidentes en los reactores.

Si vamos más allá de la retórica de Bush descubrimos que su plan energético propone, en el fondo, debilitar la protección del medio ambiente establecida hace mucho tiempo. Los estadounidenses han luchado muy duro durante las últimas tres décadas por la protección del medio ambiente. Pero Bush favorece más al grupo de presión de la industria energética.

Las petroleras y las empresas del carbón, pese a registrar beneficios sin precedentes, pretenden que les concedan cuantiosos subsidios, a cargo del bolsillo del contribuyente, y que se flexibilice la protección al medio ambiente como pago por apoyar la campaña republicana.

La prospección petrolera de la Reserva Nacional del Artico es sólo una parte de un plan energético que autoriza la exploración y el desarrollo de reservas petrolíferas y de gas en todas las tierras del Gobierno, incluso en zonas extraordinarias que fueron declaradas monumento nacional por la anterior Administración. Las Fallas del Alto Misuri, en Montana, el Monumento Nacional Escalante de Utah o la Cuenca del Vermillion podrían abrirse a la explotación petrolífera. Es ridículo pensar que estas prospecciones no acabarán destruyendo estas zonas vírgenes.

¿Por qué no se establecen, en cambio, criterios para aprovechar mejor el combustible? La adopción de estas medidas durante los próximos 50 años permitiría ahorrar 15 veces más petróleo del que pueda extraerse del Artico, y beneficiaría mucho antes a los consumidores. La Administración sólo ha anunciado que va a «estudiar» esta opción. ¿Estudiar? Bueno, sabemos lo que esto significa.

En cuanto al consumo de electricidad, con sólo implantar los criterios de eficacia para aires acondicionados propuestos por la anterior Administración, en 2020 podrían ahorrarse 13.000 megavatios durante las épocas de mayor demanda, el equivalente a la producción de decenas de centrales eléctricas.

Hace 30 años, las grandes compañías estadounidenses vertían alegremente residuos tóxicos en todos los ríos del país en nombre del progreso. En respuesta a los espantosos daños ecológicos de la posguerra, una amplia coalición de estadounidenses llevó el debate sobre la salud pública, la seguridad y el medio ambiente a todos los niveles del Gobierno. Ahora, una Administración que intenta deshacer esa labor.

La ciencia ha demostrado con pruebas irrefutables que el recalentamiento del planeta existe, y que la política de la Administración, favorable a la explotación desmedida, sólo lo agravaría. Aún tengo esperanzas de que se produzca un diálogo razonable que incluya a los grupos ecologistas, aunque la postura de la Administración da a entender que esto es poco probable. Si el presidente Bush no convierte el medio ambiente en un punto clave de su política energética, quizá no deje más que cenizas a las próximas generaciones.

Robert Redford es actor y director de cine, es miembro de la junta directiva del Consejo de Defensa de Recursos Naturales.

The New York Times Op/Ed


© elmundo.es