Martes, 12 de junio de 2001
 
 
 
Bush defiende la pena de muerte en vísperas de viajar a Europa


No podía ser más acertada la última portada del semanario británico The Economist para introducir la visita del presidente estadounidense, George W. Bush a Europa: le presentaban llegando a la Luna, para ilustrar hasta qué punto ignora la realidad del continente en el que hoy desembarca y la sensibilidad de los mandatarios con los que se va a reunir en el foro de la OTAN. La mayor parte de ellos son de centro izquierda, pero al margen del color político de sus gobiernos, hay una serie de acuerdos internacionales firmados por los Quince que Bush ha despreciado, como el Protocolo de Kioto. Y existe un desapego a la cultura de la guerra y la violencia que casa mal con su propuesta del escudo antimisiles y con la pena capital. Ayer, cuando EEUU ejecutaba por primera vez en 38 años la pena de muerte federal, reservada para graves delitos, como el terrorismo, Bush volvía a defender el castigo capital diciendo que se había hecho «justicia y no venganza». Pero el inconsciente ojo por ojo afloraba en sus palabras al decir que Timothy McVeigh se había buscado su final. En efecto. Como señaló el Consejo de Europa -que calificó la ejecución de «deplorable, patética y errónea»- McVeigh logró la notoriedad que deseaba, poniendo de manifiesto una vez más la inutilidad de la pena como método disuasorio. Nadie duda de que el ejecutado fuera un asesino sin escrúpulos, pero el debate en Europa no versa sobre su culpabilidad, sino sobre la inútil barbarie de que un Estado actúe como un justiciero vengativo. Por legal que haya sido la ejecución, se tratado -como bien ha señalado Libération- del asesinato de un asesino.


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