Ni por accidente hay puertas en el cielo.
por Andrea Benites-Dumont

Octubre, 2006

Hace ya muchas lunas -más de 20 años quizás- en una escuela en Madrid a una nena hija de refugiada política, le dijeron “extranjera vete a tu tierra”; la nena se levantó y dijo, “soy un accidente, vos sos un accidente: que dos personas se conozcan es un accidente, que esas dos personas tengan un hijo, es también un accidente, que ese hijo nazca en un hospital, en una casa, en un taxi, es un accidente... el lugar en la Tierra es lo de menos; voy a seguir acá accidentalmente así que es mejor que te callés porque sino vas a tener un accidente”.

Querríamos seguir desarrollando la madeja tentadora que esta nena nos dejó, y seguramente podríamos construir un relato cortaziano más atractivo e imaginativo que la compleja y dura realidad de la multiplicidad de intereses y reglas con que la vida en este mundo ha ido transformando el ajeno, alienus latín, que para algunos se encuentra la etimología de lo extranjero; frente a otros que –¡qué paradoja!- extranjero, viene de “los de afuera” como los egipcios denominaban a los hebreos, apirus: los que atraviesan los limites y las fronteras; los errantes, los refugiados; también podríamos mencionar a los bárbaros como los romanos denominaban a los no-romanos, etc. Desde el inicio de los estados se establecieron sistemas normativos para calificar y clasificar a los que no pertenecían, los que no pertenecen al grupo “nacional”. Resulta dificultoso recuperar del olvido que la población mundial se estableció y constituyó en estados gracias a los movimientos migratorios de los primeros humanos; pero no es tan complicado el comprender cómo posteriormente le sucedieron las conquistas de territorio, la expansión, la extensión de dominio.

Siempre que las circunstancias económicas y sociales nacionales no los necesitaran, las leyes de extranjería han sido y son normas reguladoras de las diferencias, distancias entre derechos y sujetos detentadores de los mismos. Si se considerara al ser humano sinónimo de ciudadanía, esto implicaría compartir la soberanía, y por ende, la vigencia del principio de igualdad enunciado hace muchísimo, allá por la Revolución francesa, al fin habría alcanzado su concreción!! Una única ley para todos sin distinción alguna. Pero en el mapa político actual -alejadísimo de las intenciones revolucionarias- encontramos que el principio de igualdad sólo es aplicable estrecha y reducidamente a los “naturales del lugar”, y los nacionalismos detienen y abortan a aquellas igualitarias ansias de 1789.

Continuando en el marco de aquella fecha determinante en la historia de Occidente, la fraternidad, que tan prostituída ha sido en los discursos o en los soflamas de la iglesia, o en el paternalismo blandengue de las ongs; ni siquiera es transitada por los de “afuera”, los que se agolpan en los muros, los que saltan las vallas, los que se lanzan al abordaje de las costas; porque entre los excluidos también existen “clases”, los perseguidos políticos son envidiados por los que sólo se mueren de hambre, porque los civilizados países tienen cuotas y burócratas que contienen atienden a los que huyen por persecución política. Y en un “escalafón esperpéntico”, ya que todos pertenecen a la nación de los errantes, pero como en una suerte de división de castas, se subdividen en inmigrantes comunitarios, extra-comunitarios, residentes con permiso de trabajo, residentes sin permiso de trabajo, solicitantes de asilo, solicitantes de permiso, ilegales, clandestinos que ocultan orden de expulsión asilados, refugiados, apátridas. En verdad, prácticamente todos son apátridas de hecho y de derechos; todos son residuos de la globalización. Hay que añadir que a partir del 11-S, los solicitantes de refugio y/o asilo, son sospechosos de todo.

Fue también hace muchas lunas, en que las culturas se honraban con proteger a rechazados y expulsados tanto por sus ideas políticas o por pertenencia a una etnia o religión, grupos acosados por la intolerancia, el racismo, la xenofobia...

Pero es en el actual escenario que en diferentes actos tiene lugar la tragedia y el drama de la inmigración. Sin embargo en todas las instancias oficiales e internacionales se plantea la inmigración como un “problema” o un generador de problemas para el país receptor, pero la inmigración tiene otra cara, la que nunca gusta mirar de frente: la cara de la muerte.

En la avasalladora globalización es tan insólito como ridículo ver a naciones poderosas, potencias económicas, clubes de lujo y despilfarro, temblar ante andrajosos, temer a estos nuevos enemigos que los asedian con su hambre; cuanto más pobres más temor provocan, los más pobres tienen mucho miedo que dar; pero esas medrosas sociedades también los necesitan para los trabajos que sólo los desesperados realizan. Sectores económicos enteros son abandonados por la mano de obra nacional, generando movimientos centrípetos incontrolados, la presión a la baja de la mano de obra nacional origina ciertos nichos de mercado laboral haciéndolos compatibles únicamente con la mano de obra inmigrada. Asimismo la presión a la baja de la mano de obra de los países en desarrollo resulta inasumible en Occidente, tal como se constata en la agricultura y en el textil. Además de la posible “apropiación” del trabajo, otros de los miedos que habitan en los países desarrollados, es la disminución de los subsidios, por la posibilidad de transferencia de los mismos a los inmigrantes marginales, aún cuando sean ayudas mínimas, borrando de toda conciencia que recae en el trabajo inmigrante, en gran medida, el sustento de pensiones.

Tanto por la realidad tozuda como por las leyes que sólo alcanzan a regular la disparidad de derechos, la sociedad asiste impotente cuando no indiferente, a los acuerdos firmados de devolución en masa narcotizados en aviones, trenes de deportación, centros de internamientos con funcionamiento carcelario, re-militarización de las fronteras: ¡estas son las soluciones que los gobiernos de los países ricos abordan “el problema de la inmigración”!. Además de las manidas palabras de “multiculturalidad”, “mestizaje”, diversidad, por supuesto que encontramos matices en las posiciones “integradoras” que batallan contra los “soberanistas-nacionalistas”, y que buscan la participación política en contra del ghetto y la marginación, proyectos que se re-activan en momentos en que muchos de los inmigrantes “legales” podrán acceder al proceso electoral regional. Pero la realidad no es el deseo ni el programa de partidos ni de Ong’s ni de las iglesias, basta con caminar por los barrios para comprobar la crisis del modelo de integración. Y los miedos y los cotos y sub-cotos siguen creciendo y se multiplican y diversifican.

A comienzos de este nuevo siglo, se presuponía que la modernidad asentaría ya una sociedad completa de derechos, la tozudez vuelve a imponerse, la codicia del capitalismo es insaciable, pero resulta que el universo de la modernidad va más allá de Europa, de EEUU... y la modernidad de los estados de bienestar, bastante desmoronados y frágiles, están alterados e inquietos por una suerte de “devolución del colonialismo”, y como más arriba decíamos, esto produce miedo, zozobra, altera la seguridad; rápidamente los inmigrantes pueden atravesar con celeridad y con facilidad como ninguna otra la frontera interna, a la delincuencia, y así se sospecha sin prurito alguno y se extiende la desconfianza, el miedo, y éste es el elemento indispensable para sostén del poder, (y caldo de cultivo del fascismo), ya que al tiempo se desplazan las preocupaciones públicas y las salidas a la ansiedad individual lejos de las raíces económicas y sociales del problema hacia preocupaciones relativas a la seguridad personal física.

Con displicencia y rapidez se atribuyen rasgos étnicos y nacionalidades “foráneas” en acontecimientos violentos y hechos delictivos, calificativos que no son aplicados si se trata de nacionales, y mucho menos asistimos a la rectificación por parte de los medios de comunicación juzgadores si se han equivocado en la identificación.

El despilfarro mundial ha generado dos actividades económicas ascendentes, la de la seguridad y la eliminación de residuos; y en esta globalización monstruosa, en que proliferan empresas especializadas en custodiar campos de golf, también hay vertederos urbanos para los residuos humanos, para los excluidos.

Todo esto colabora y aumenta que sea en el seno de las clases más débiles donde crecen sentimientos de rechazo al inmigrante, en sectores que en su tiempo emigraron tanto sus propias familias, vecinos, gentes de sus pueblos, etc. Asimismo como el trabajo es la mercancía preciada, el conflicto entre trabajadores nativos y los de “afuera”, aumenta; y es de anotar el triste rol que los sindicatos han jugado al no enfrentarse con valentía, seguramente que con fuertes costos, al tinte xenófobo que se extiende en los trabajadores, incluso en los resquicios de la izquierda.

Siguiendo con el razonamiento transparente de la nena, nacer en un lugar determinado y en un tiempo concreto, es acabadamente un accidente. Y este accidente puede escribir un destino de consumo o un destino de recolector de deshechos, o de deshecho en sí mismo. Los parámetros de la modernidad -de este criminal progreso económico- produce consumistas compulsivos, individualistas, competitivos, pero mucha mayor cantidad de seres humanos residuales, sobrantes, inútiles, despojados de sus medios de supervivencia en su lugares de origen, y desposeídos de sus modos socio-culturales, y por supuesto, no portadores de derechos, y sin la mínima y difusa promesa de ser algún día consumidores.

Y se multiplican las reuniones ministeriales, interministeriales, continentales, internacionales de los gobiernos de los poderosos o de las estructuras ineptas de las NNUU para tratar de cerrar puertas en el campo y en el mar, controlar la superpoblación de los pobres, porque los pobres son muchísimos, y sólo los ricos son los que tienen derecho a consumir los recursos del planeta, y generar residuos tóxicos y contaminantes que vierten en los países productores de inmigrantes, de residuos humanos...

Y se dictan leyes y reglamentos de extranjería; y mientras los “homo sacer” (figura del derecho romano situada fuera de la jurisdicción humana) mueren por hambre, en pateras, en trabajos clandestinos, por enfermedades curables... los homo “saber” se tiran por las cabezas los efectos llamadas en histéricos debates políticos, demostrando simple y llanamente la vulnerabilidad del sistema, a pesar de su blindaje.

Si no fuera por el dolor, el desgarro, y la denigración colectiva que generan las medidas excluyentes, sería imperdonable no saborear el miedo que sienten los acaparadores de riqueza.