BERNARDO LEJDERMAN, mi amigo.

Diciembre 2006.

Yo tenía un amigo, era maestro y estudiaba Derecho. Era imposible mantenerse impasible de la alegría que transmitía en su sonrisa constante. Ahí estaban sus dientes destellantes de vida y tan apurados para morderla que se le habían adelantado las paletas.

Las manos dispuestas para todo, carteles, pintadas, para repartir volantes, ocupadísimas en distribuir pipas de girasol a las que era adicto irrecuperable; manos alteradas de pasar las hojas de los libros que a pares le rebosaban los bolsillos del abrigo de toque rabínico desarrapado y ateo.
Manos de abrazos y de golpes y, de sonrisa adelantada.

Yo tenía un amigo, era maestro; quería ser educador aprendiendo de los educandos. Quería ser amigo aprehendiendo de los amigos. Quería ser compañero acercándose a todo del Ché.

No faltó a ninguna de las citas de encontronazos con los fachos, no faltó nunca a las citas de aventuras campamenteras.

Bernardo, mi amigo, tenía contentura de vivir y de luchar.

Si te encontrabas accidentalmente con él, te quedabas con la convicción que te esperaba hacía horas, y seguramente era así, desde siempre esperaba a todas las gentes, era virgen en sectarismo.

Le sobraban canciones para todas y cada una de las situaciones, las tenía de rabia, de fraternidad, de empuje, y por supuesto, de amores y festejos. Un día las reunió todas en un cancionero artesano para dárselas a los demás por darlas nomás. Un día le llamaron Alerón, por el sonsonete de las marchas, y desde entonces fue Alerón Bernardo como si así se llamara desde el inicio de su tiempo.

Hace ya unas cuantas lunas, recién iniciado el Rosariazo, abordamos las aulas de las facultades llamando a la huelga obrero-estudiantil que empezaba a fraguar en todo el país; y por ahí andábamos en los pasillos y escaleras de la facultad, con el corazón escapado por los asesinatos de tres estudiantes... Bernardo no dejaba de entonar “cuando canta un gallo negro, es que ya se acaba el día, si cantara un gallo rojo otro gallo cantaría”.

Hace tiempo vengo escribiéndote pedacitos de cartas, las tenía dispersas en servilletas de papel, en cuadernos viejos, en fotos que se empeñan en amarillear...

Ahora se me juntan todos los momentos que debimos compartir, que soñamos compartir...

Bernardo, si supieras cuántas cosas han pasado y que intento comprimir en esta continuada misiva en la que te vengo charlando desde hace años... parecidas como cuando nos juntábamos en la biblioteca parlante para escribir a los que estaban presos, y allá se iban las tuyas con las cáscaras de las semillas de girasol, y así llegaron también a las manos mías con tu cancionero casero y tu poemario de urgencia.

Tu hijo Ernesto se te parece mucho, y en ese parecido se reafirma la presencia indeleble de Rosario tu compañera, su mamá.

Y Ernesto tampoco falta a la cita de la vida, por eso acumula los reclamos de justicia por vos y por Rosario, por eso acumula la ternura y te hace un homenaje; ponélo junto al que hicimos en la Facultad de Derecho a todas y todos los compañeros que nos arrancaron.

Bernardo, Alerón, vos que fuiste un brigadista internacionalista nos llenaste de orgullo; vos que tradujiste en idishe-argentino la UHP (Unión de Hermanos Proletarios), le pusiste el tono chileno y Rosario el cantito mexicano... que sinfonía tan linda compusieron!!!!

Iba a salir este papel así tal cuál, pero es que justo en el medio de tu homenaje, para completarlo, se murió tu asesino, el genocida Pinochet. Y entonces, me explota la alegría, y aunque desentone canto con vos Bernardo-compañero-amigo-hermano, ¡¡¡que un gallo rojo canta porque ha muerto el gallo negro!!!

Andrea Benites-Dumont (La Turca)
Madrid, diciembre 10, 2006.