Pensando el antifascismo
Juan Girtz

Diciembre 2006

El movimiento social madrileño que ha seguido las convocatorias de la Coordinadora Antifascista es el que agrupa y sirve de referencia a los jóvenes más radicales y combativos. Un movimiento inequívocamente antisistémico que, no sin una buena dosis de sectarismo explicable por su composición y orígenes, se ha nucleado sobre un discurso teóricamente discutible (el del inexorable avance del fascismo en la calle y en las instituciones) pero políticamente eficaz.

Desde hace más de diez años, las convocatorias del 20N han reunido e incorporado a la militancia radical a miles de jóvenes madrileños que han experimentado así un rápido proceso de socialización política y de adquisición de identidad colectiva, articuladas ambas en un desafío al Estado y las instituciones y en la decisión de enfrentarse con la policía y los fascistas en la calle.

Hemos discutido su discurso teórico. Impulsado en sus orígenes por sectores autónomos y libertarios(estos renacidos precisamente en torno a esta convocatorias y a la evocación de la figura de Durruti), este discurso tiene más que ver con la decisión de referenciarse con un momento histórico de enfrentamiento violento con el enemigo (sin demasiados matices), que con el análisis y el discurso clásico de la política antifascista impulsado por el VIIº congreso de la IC. El año pasado y coincidiendo con el 30º aniversario de los fusilamientos de cinco militantes del FRAP y ETA (otro referente identitario fuerte), la convocatoria del 20N cobró nuevos impulsos e incorporó colectivos que renovaban su discurso en un sentido más coherentemente anticapitalista. Este movimiento de renovación ha sido visto, sin embargo, como una amenaza para su hegemonía por los herederos de ese discurso de la IIIª, empeñados en la tarea de construirse como partido independiente tras su salida de IU y que han presionado para el abandono de estos sectores al tiempo que, en una operación de sectarismo y manipulación, han impuesto los lemas “República, Autodeterminación, Socialismo” para la convocatoria de este año. Se trata de una operación política calcada del proceso de absorción/encuadramiento de la multiplicidad de sensibilidades autónomas y libertarias en el MNLV (modelo de referencia para quienes hegemonizan la Coordinadora) desde los años setenta del pasado siglo. En Madrid y otros puntos del Estado, la conexión de la referencia antifascista con los lemas citados permitiría, en el cálculo de sus mentores, vincular este vigoroso movimiento juvenil con la recuperación de la izquierda rupturista del 75-78 y concentrarla en el punto de ruptura sistémica que –en su opinión- representa la consigna de la República.

Hay precedentes históricos suficientes para alertar de las negativas consecuencias de este tipo de operaciones vanguardistas. Sin mitificarlo en absoluto, el movimiento antifa en Madrid presenta(ba) potencialidades antagonísticas evidentes, de especial importancia en lo que concierne a la construcción de un imaginario colectivo radical. Su instrumentalización solo podrá esterilizarlo secando las fuentes de renovación del movimiento anticapitalista en Madrid.

En modo alguno se está aquí postulando variedad alguna de apoliticismo. Pero los precedentes de vanguardismo aludidos obligan a establecer cautelas ó prevenciones contra sus efectos indeseados. Si por algo se ha caracterizado la transición política ha sido porque las operaciones políticas de las que han sido partícipes los partidos de la llamada “oposición democrática” han subalternizado a los movimientos sociales y ciudadanos, terminando por asfixiar su desarrollo. Con ellos no hay garantía alguna contra la neutralización de la izquierda anticapitalista. Sin ellos, está garantizada su absorción por el Estado ó su marginación.

No obstante todo lo anterior, el movimiento antifascista y el anticapitalista en general tienen una reflexión pendiente sobre las relaciones entre el fascismo y la democracia. Existen sugestivas aproximaciones teóricas como la del “fascismo societal” de De Sousa, el “fascismo posmoderno” de López Petit ó el “demofascismo” de García Olivo. Mas no se trata de encerrarse en una mera actividad de reflexión. Se trata, por el contrario, de perseverar en la línea de indagación / experimentación de las prácticas de autodeterminación, obligando al Estado a mostrar sus límites en tanto que “productor” de democracia.

El antifascismo tiene que ser, no puede dejar de ser, un movimiento por la democracia y la autodeterminación que debe y puede contribuir a evidenciar el antagonismo esencial entre el capitalismo y la democracia. Poco importa el nombre que le demos: lo importante es mostrar con claridad la forma en la que la democracia es un régimen político de una especie distinta, incompatible con el Estado capitalista. Esa es la pelea que hoy está a la orden del día, con independencia de que a algunos la palabra democracia les parezca “palabra del enemigo” . Los partidos del Estado y el conjunto de las instituciones pretendiendo hacer pasar por democracia, el gobierno de todos, el entramado institucional con el que se asegura y legitima la gobernanza del sistema capitalista. Y, abajo, la multitud social capaz de cooperar y autogestionar nuestras vidas, empeñados en derribar ese entramado asfixiante y usurpador.