Este texto ha sido el resultado de un intenso trabajo de recopilación de
datos, de un debate de ideas y de un amplio consenso logrado entre alumnos
de quinto curso de la Licenciatura en Biología que se imparte en la
Universidad Autónoma de Madrid.
Como se puede suponer, la intención de este manifiesto no tiene ninguna
causa interesada ni un ánimo de sembrar la inquietud. Ninguno de nosotros
tenemos relación alguna con ningún grupo mediático, político o económico
ni limitaciones impuestas por ninguna jerarquía académica, por lo que
cuanto escribimos proviene tan sólo de nuestra vocación por difundir una
información que entendemos necesaria sobre un gravísimo problema, que nos
atañe muy de cerca, desde un punto de vista basado en datos científicos.
El cambio climático es ya más un hecho constatado que una teoría. Este
fenómeno ha alcanzado gran resonancia en los medios de comunicación en los
últimos años, sin embargo, la fragmentación de la información, el
escepticismo y la creación de intereses cruzados han creado un clima de
confusión general que afecta a la percepción de la gravedad de esta crisis
inminente.
Los medios de comunicación ofrecen a diario noticias sobre el cambio
climático, si bien éstas presentan, muchas veces, una información puntual,
a veces contradictoria, vagamente desarrollada y ampliamente desligada.
Por otra parte, la difusión general y no especializada sobre el tema
parece permitir que cualquier persona, sin importar su formación o sus
conocimientos reales sobre este fenómeno, pueda pronunciarse de forma
aparentemente consistente y válida. Así pues, es extremadamente frecuente
oír tesis infundadas a personajes públicos sin ningún tipo de formación
científica, provenientes del mundo de la política, la economía, el
periodismo o la televisión, relegando los datos y estudios científicos al
mismo nivel que estas opiniones subjetivas. Como consecuencia, la
percepción del verdadero problema queda minimizada para muchas personas
que no observan en los pequeños cambios producidos en su entorno inmediato
ningún síntoma preocupante.
En el ámbito de la difusión de los datos sobre este problema hay también
factores que favorecen la inconsistencia de la información acerca del
cambio climático y sus consecuencias. En primer lugar, parece existir una
confusión generalizada entre los ecólogos (científicos que se dedican al
estudio empírico de la dinámica global y local de los ecosistemas) y los
ecologistas (activistas, con o sin formación, que defienden el cuidado de
la naturaleza incondicionalmente) dando a su vez el mismo valor a los
actos y tesis de ambos, reduciendo al nivel de activismo exaltado y
desmereciendo la credibilidad de los datos y conclusiones puramente
científicas y demostrables de los ecólogos. Por otra parte, algunos
científicos corruptos, cuyos nombres han sido recientemente revelados por
la Academia de Ciencias Británica, han sido sobornados por las grandes
empresas petroleras y de otros sectores, para tergiversar u ocultar datos,
así como emitir tesis en contra del calentamiento global con el fin de
mantener su producción y sus beneficios aún a costa de seguir
promocionando esta catástrofe. El cambio climático, lejos de ser
considerado con la seriedad que se merece, se ha convertido en una carta
más a jugar en la economía mundial. Ignorado o subvalorado por unos y
visto como un negocio a explotar por otros, el cambio climático es
contemplado bajo un peligroso prisma empresarial.
Este tratamiento de la información da lugar a una confusión general que es
acentuada por el estudio discreto de los efectos que produce y producirá
el cambio climático, en vez de un análisis global y generalizado, y que no
permite una concienciación seria y realista del fenómeno que nos acontece.
La Tierra es un sistema extremadamente complejo en el que se dan
simultáneamente una enorme cantidad de procesos altamente
interrelacionados y la variación drástica de la dinámica de uno o varios
de estos factores puede repercutir, como de hecho ya está ocurriendo, en
el funcionamiento general del ecosistema global, con catastróficas
consecuencias para los seres humanos.
El calentamiento global es consecuencia de un aumento considerable en el
nivel de CO2 y otros gases producidos, fundamentalmente, aunque no
únicamente, durante la quema de combustibles fósiles en la atmósfera
terrestre. Como ya está suficientemente comprobado, este incremento de
concentración ha producido un aumento en el efecto invernadero de nuestro
planeta y la consecuente subida de las temperaturas medias anuales en todo
el globo y acidificando las aguas oceánicas al difundirse el CO2 como
ácido carbónico. Este cambio en la temperatura está ligado a la aparición
de otros fenómenos subyacentes que se retroalimentan provocando una
desestructuración general de la dinámica ecológica de nuestro planeta y
los seres vivos que lo habitamos.
Así pues, el aumento de las temperaturas tiene consecuencias visibles
directas sobre el derretimiento anormal y acelerado de los casquetes
polares y otras masas heladas, si bien en pocas ocasiones se plantean los
graves problemas que a su vez conlleva éste hecho. Al derretirse estas
enormes masas de hielo se liberan al mar millones de litros de agua dulce
y de muy baja temperatura, provocando un aumento inmediato del nivel del
mar, lo que inundará zonas costeras y tierras por debajo su nivel actual
(como los Países Bajos, por ejemplo), pero también modificando las
corrientes oceánicas actuales afectando seriamente a los ecosistemas
marinos de los que depende la pesca mundial y modificando los patrones
climáticos dependientes de los casquetes polares, resecando el aire y
desertizando amplios territorios.
Pero no todo el hielo está en los casquetes polares, según publicó
recientemente Gabrielle Walker en la prestigiosa revista Nature, el
permafrost del ártico, extensa capa de tierra permanentemente helada y
extremadamente rica en materia orgánica, está derritiéndose de forma
acelerada, lo que puede dar lugar al liberación masiva de una cantidad de
metano comparable a la ya presente en la atmósfera. Este aumento
desmesurado en la concentración de gas invernadero retroalimentará los
efectos del calentamiento global acelerando su ritmo y extremando sus
consecuencias.
Por otro lado, se ha estimado que el aumento de tan sólo dos grados en la
temperatura media global será suficiente para reducir en un 60% la
producción mundial de cereales y así como más gravemente la de otras
plantas cultivables. Los cereales son la base de la alimentación humana y
del ganado que producimos, lo que irremediablemente desembocará en una
crisis alimentaria a escala mundial. Este deterioro en la capacidad de
producción, así como la reducción de las tierras habitables por la
trasgresión marina y la desertización, y la acentuación de las
desigualdades económicas y sociales aumentarán de forma desorbitada las
migraciones humanas en situaciones desesperadas (y no sólo en los países
pobres), fomentando un clima de conflicto inminente.
La destrucción generalizada de los hábitats naturales promueve además la
extinción masiva y abrupta de gran cantidad de especies, desestabilizando
la gran complejidad biológica de los ecosistemas. Este hecho, tenido
generalmente en baja consideración, es de una gran importancia, pues los
recientes estudios sobre la integridad ecológica revelan que estos
sistemas son extremadamente complejos y regidos por las interacciones
estabilizantes de todos sus componentes, y muy especialmente de una
inabarcable cantidad y variedad de virus y bacterias. Estos
microorganismos son los más abundantes de todos los seres existentes en la
Naturaleza y están presentes en todos los sistemas biológicos y
ecológicos. Según estudios publicados en Nature, por cada litro de agua
marina hay cerca de 1010 virus y 109 bacterias que regulan la base
nutricional de la que dependen todos los organismos acuáticos (incluidas
las especies de pesca habitual) e incluso influyen en los ciclos
geoquímicos como la descomposición orgánica, la asimilación del nitrógeno
y el azufre en los vegetales o la formación de las nubes. Los estudios en
otros ambientes, como el suelo o el hielo ártico, revelan resultados
similares en cuanto a variabilidad, importancia y abundancia. Pero estos
microorganismos, pese a desempeñar un papel imprescindible en los sistemas
equilibrados, son susceptibles a los cambios en la dinámica del planeta, y
una variación en la capacidad infectiva o en la dinámica normal de los
mismos puede tener consecuencias catastróficas en el desequilibrio de los
ecosistemas y la malignización de estos microbios. Existen estudios,
constatados y publicados en revistas especializadas, que prueban que los
cambios en la temperatura global afectan a estos y otros microorganismos
potenciando la aparición y el efecto de enfermedades que están llevando a
la extinción de especies por medio de epidemias impulsadas por el cambio
climático. Los seres humanos, como seres vivos que somos, ya estamos
potencialmente expuestos a las enfermedades emergentes y a los cambios en
la distribución de aquellas infecciones que actualmente se restringen a
regiones específicas, pero este fenómeno puede conducir, además, a la
aparición de nuevas plagas.
Además, la desaparición de especies desorganiza las complejas redes de
nutrición de los ecosistemas equilibrados, permitiendo el desarrollo
desmesurado de especies de invertebrados y microorganismos susceptibles a
convertirse en plagas para los seres humanos y para los cultivos,
acentuando la previsible grave situación de los mismos. De forma análoga,
los arrecifes de coral, en los que se condensa gran parte de la
biodiversidad marina, están sufriendo severamente los aumentos en la
temperatura y acidez del océano, desapareciendo de forma drástica la base
de estos ecosistemas esenciales para la integridad de los océanos, pero
también para la alimentación y la vida humana. Según expuso Camilo Mora,
de la Dalhousie University en Canadá, a la revista Science: "los arrecifes
generan cerca de 30.000 millones de dólares al año en pesca, turismo y
protección de las costas ante las tormentas marinas" y "albergan a 9
millones de especies - un tercio de todas las formas de vida conocidas".
Pero el problema es aún más complejo. El nivel de CO2 en la atmósfera es
regulado de forma natural por los procesos fotosintéticos de los
vegetales, muy especialmente en la extensa selva amazónica. Sin embargo,
la exhaustiva actividad de deforestación que se está llevando a cabo en la
Amazonía y otras selvas con fines únicamente comerciales está disminuyendo
de forma radical la extensión de este ecosistema que alberga a la mayor
parte de la biodiversidad terrestre, ejerce un efecto de filtro sobre el
gas invernadero y es un generador mundial del oxígeno que respiramos. La
destrucción de la selva conlleva grandes repercusiones sobre la vida en
la Tierra y el interés por su conservación no tiene nada que ver con
salvaguardar la existencia de especies exóticas por fines morales o
humanistas, sino que su erradicación compromete seriamente la calidad de
vida e incluso la supervivencia de la misma, destruyendo la mayor fuente
de oxígeno del planeta, favoreciendo la acentuación de la oscilación de
las temperaturas, modificando la dinámica hídrica de todo el globo y
desestabilizando un complejo ecosistema del que pueden emerger diversas
enfermedades y plagas.
Muchos de los problemas que hemos mencionado, y algunos más, son conocidos
y difundidos constantemente, pero hay dos conceptos sobre los cuales no se
habla suficientemente: El primero es el de "retroalimentación". Entre
todos los fenómenos naturales mencionados existe una compleja red de
interacciones sujetas a procesos de retroalimentación positiva (efectos
derivados de un fenómeno que, a su vez, lo aceleran) y negativa (que lo
mitigan), pero el desequilibrio creado por las actividades humanas ha
potenciado los procesos de retroalimentación positiva. Algunos son muy
evidentes, como el hecho de que la disminución de la superficie helada
reduce la capacidad de reflejar el calor del sol, con lo que se acelera el
calentamiento que, a su vez, acelera el proceso, pero hay muchos otros,
menos intuitivos, pero de una importancia semejante, como la saturación de
las aguas marinas en su capacidad de absorber CO2, el hecho de que el
agua menos salinizada se calienta y evapora más rápidamente produciendo
vapor de agua, también con efecto invernadero, y unos cuantos más, también
de origen antrópico, cuyas consecuencias son una aceleración progresiva
del calentamiento global. Y el proceso ya está desencadenado.
El segundo, es que los fenómenos ecológicos siguen la dinámica de los
"sistemas complejos", en la que todos sus componentes están íntimamente
interrelacionados y en los que una alteración del equilibrio tiene
consecuencias en todo el sistema que no son proporcionales a dicha
alteración. Es lo que se conoce como "relaciones no lineales". Los
sistemas complejos se caracterizan por una gran capacidad de ajuste a las
alteraciones, pero llegados a un punto de desequilibrio extremo, la
consecuencia es un colapso catastrófico.
Ante este desesperante panorama, probablemente más cercano de lo que
comúnmente se cree, es necesario buscar soluciones inmediatas y efectivas.
Es más, todos los esfuerzos de la Humanidad deberían estar encaminados en
esta tarea. Sin embargo, en lo que parece un intento por conservar la
forma de vida actual de los países ricos y el sistema socioeconómico
imperante, lo que, a modo de anestesia mental, llega a la población, son
las ideas de determinados científicos (o científicos de determinados
países) que tratan de teorizar soluciones tecnológicas basadas en un
remarcable e inadmisible reduccionismo científico y en la completa
incomprensión del ecosistema terrestre y del cambio climático como
fenómenos de alta complejidad de interacción. Entre estas soluciones
encontramos ideas tecnológicas que, si bien seducen al público general con
su aspecto sacado de las novelas de ciencia ficción, se basan en una
visión mecanicista de la vida en la que los factores se pueden modificar
individualmente y no se retroalimentan (lo cual es claramente erróneo) y
son absolutamente dominables y comprensibles para el hombre (lo que
también es falso y necio): bombardeo de la atmósfera con gases de azufre,
puesta en órbita de filtros y espejos solares, creación de "árboles"
artificiales, desarrollo de productos transgénicos... Todas estas
"soluciones" son claramente ilusorias respecto a su viabilidad y sólo
provocarían aún más efectos nocivos como la intoxicación de la atmósfera,
cambios en la dinámica climática, descenso de la capacidad fotosintética
de los vegetales, contaminación biológica... Sin embargo, parece que la
solución tecnológica más tenida en consideración es la vuelta a la energía
nuclear como fuente energética no productora de gases invernadero. Como es
ampliamente conocido, la energía nuclear genera residuos radiactivos
altamente nocivos para la vida, que no se pueden reciclar ni eliminar de
ninguna forma conocida. Los residuos nucleares son almacenados en barriles
y enterrados en estructuras subterráneas o submarinas, con la vaga
esperanza de que cuando salgan al exterior haya transcurrido suficiente
tiempo para no tener que buscar culpables. Estos residuos se almacenan en
países del tercer mundo bajo la falsa excusa de que no provocarán ningún
daño a la población, pero lo cierto es que si la seguridad fuese absoluta
nadie se molestaría en exportar estos productos tóxicos a países
subdesarrollados. Las fugas radiactivas ya ocurrieron en el pasado con el
auge de esta tecnología y sus efectos fueros catastróficos, prolongándose
durante generaciones. Y todo esto, sin contar con la posibilidad de
accidentes o ataques premeditados.
Por otro lado están las llamadas energías renovables o ecológicas. Estas
fuentes de energía (solar, eólica, hidráulica, biocombustibles, etc.)
presentan ciertos problemas con respecto a su instalación e impacto sobre
el medio, pero su mayor limitación es que no son capaces de generar tanta
energía como los combustibles fósiles, por lo que su utilización aislada
no permitiría el mantenimiento del consumo energético actual ni del
mercado vinculado a éste.
Los más prestigiosos (y galardonados) "profetas del cambio climático"
culpan de esta situación "al ser humano" en abstracto, y promueven
soluciones basadas en la actitud individual ("Qué debo hacer para luchar
contra el cambio climático") y soluciones tecnológicas en las que muchas
empresas "pioneras" ven una nueva y enorme fuente de ingresos. Pero si
algo está claro es que la única solución para hacer frente a la tremenda
crisis que se avecina no pasa por reforzar la tecnología y la economía,
sino en arrancar de raíz la fuente del problema. El cambio climático es,
única y exclusivamente, producto del modelo socioeconómico actual, su
desarrollo desorbitado a partir de la revolución industrial y el apoyo
científico a su práctica a lo largo de los últimos doscientos años. La
explotación indiscriminada de los recursos naturales, y la repartición
extremadamente desigual de la riqueza, que sitúa al 99% de la población
bajo las decisiones de unas pocas personas y entidades, la irreflexión
sobre los avances tecnológicos y la contaminación y el agotamiento de
todas las fuentes naturales son las condiciones necesarias para la
supervivencia de un modelo socioeconómico que basa el supuesto bienestar
humano en el aumento constante y creciente de la riqueza económica de unos
pocos, aunque irremediablemente provoque el empobrecimiento de la calidad
de vida ambiental y social del resto del planeta. La amplia liberalización
de las operaciones privadas y la ausencia de control sobre ellas o, en
otras palabras, la transferencia de decisiones económicas desde un campo,
al menos, supuestamente, bajo control democrático (gubernamental) a uno
carente del mismo (privado), hace que los modos de producción y de
movimientos de capital se configuren a escala planetaria, mientras los
gobiernos van perdiendo atribuciones ante lo que se ha denominado la
"sociedad en red" (la red de los poderosos) cuyo único interés son sus
crecientes beneficios. La búsqueda de soluciones tecnológicas irreales se
basa en la intención de mantener este sistema socioeconómico intacto como
base del desarrollo humano, si bien es más que evidente que es este
desarrollo neocapitalista el que nos ha llevado a la crítica situación
actual. Por lo tanto, la solución lógica pasa por la concienciación de la
verdadera gravedad de este problema al público general (que es la
finalidad de este texto) y a los dignatarios que nos gobiernan, realizar
análisis complejos e integradores para prever las consecuencias y paliar
coherentemente sus efectos, pero, sobre todo, aplicar un inmediato cambio
hacia un modelo socioeconómico que no comprometa la existencia del Hombre
sobre la Tierra.
No se trata de una propuesta utópica o candorosa. Somos conscientes de que
si los máximos responsables de esta desesperada situación no han cambiado
su actitud depredadora a pesar de que pueden ver diariamente los rostros
de sus víctimas, no van a hacerlo pensando en las generaciones futuras. Se
trata de dejar constancia de que las verdaderas causas de este problema
son evidentes y de que no habrá solución si no se hace frente a ellas.
Tratar de conservar la tierra para las generaciones futuras ha sido
siempre una de las metas del hombre en todos los pueblos del mundo. Al ser
olvidada esta obligación moral durante más de tres siglos de desarrollo
insostenible e irracional, ahora nos veremos obligados a luchar duramente
por conservar la esperanza para la vida.
Cantoblanco, 5 de Junio de 2007