Extracto de “Las jornadas de abril”, HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA
León Trotsky

Veinticinco días después -durante ese plazo, el Soviet había adquirido mucha más experiencia y seguridad en sí mismo-, tuvo lugar la fiesta del Primero de Mayo, en la fecha marcada por el calendario occidental (18 de abril, según el viejo cómputo). En todas las ciudades del país se celebraron mítines y manifestaciones. No sólo se holgó en los establecimientos industriales, sino también en las oficinas públicas del Estado, municipales y provinciales. En Mohilev, donde se hallaba el Cuartel general, desfilaron, al frente de la manifestación, los Caballeros de San Jorge. La columna del Cuartel general, en la que formaban los generales zaristas no destituidos, iba también en la manifestación, con un cartel alusivo al Primero de Mayo. La fiesta antimilitarista y proletaria se fundía con una manifestación patriótica, teñida un poco de revolucionarismo. Cada sector de población ponía en la fiesta su nota peculiar, y todas ellas se fundían, formando un conjunto harto difuso y bastante falso, aunque, en general, grandioso.

En la fiesta de las dos capitales y en los centros industriales, dominaban los obreros, y en la masa de éstos se destacaban ya claramente -con sus banderas, sus cartelones, sus discursos y sus ritos- los fuertes núcleos bolcheviques. En la inmensa fachada del palacio de Marinski, albergue del gobierno provisional, se extendía una insolente faja roja, con esta inscripción: «¡Viva la III Internacional!» Las autoridades, que no se habían curado aún del pudor administrativo que todo el mundo estaba de fiesta. El ejército de operaciones celebró el Primero de Mayo como pudo, y del frente se recibían noticias dando cuenta de asambleas, discursos, banderas y canciones revolucionarias en las trincheras. También en las fronteras alemanas encontraba eco la fiesta obrera.

La guerra no tocaba a su fin; lejos de ello, ensanchaba su círculo. Pocos días antes, el mismo precisamente en que se enterraban las víctimas de la revolución, se lanzaba a ella todo un continente, para imprimirle nuevo impulso. Entre tanto, en todos los ámbitos de Rusia los prisioneros de guerra tomaban parte en las manifestaciones al lado de los soldados, bajo banderas comunes, y a veces entonando el mismo himno en varios idiomas. En aquella inmensa fiesta, semejante a una inundación que sumergía los ra sgos distintos de las diferentes clases, partidos e ideas, el desfile en común de los soldados rusos y los prisioneros austroalemanes era un hecho bastante esperanzador y elocuente, que permitía pensar que la revolución, a pesar de todo, despertaba un mundo mejor.

La fiesta del Primero de Mayo, lo mismo que el entierro de las víctimas, transcurrió en medio del mayor orden, sin choques ni víctimas, como una solemnidad de carácter nacional. Sin embargo, un oído atento hubiera podido ya percibir, sin dificultad, en las filas de los obreros y de los soldados, notas de impaciencia y hasta de amenaza. La vida se hacía cada vez más difícil. En efecto, los precios subían de un modo aterrador, los obreros exigían un salario mínimo, los patronos se resistían, el número de conflictos en las fábricas aumentaba sin interrupción. Empeoraba la situación, desde el punto de vista de las subsistencias se reducía la ración de pan, todo se racionaba, hasta el arroz. Crecía también el descontento de la guarnición; el mando de la región sacaba de Petrogrado a los regimientos más revolucionarios.

En la Asamblea general de la guarnición, celebrada el 17 de abril, los soldados, que adivinaban los propósitos hostiles del mando, plantearon la necesidad de oponerse a la salida de los regimientos. En adelante, esta reivindicación surgirá en términos cada vez más decididos a cada nueva crisis de la revolución. Pero la raíz de todas las calamidades era la guerra, cuyo fin no se veía. ¿Cuándo traerá la paz la revolución?