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Podríamos ser Teseo
Por Andrea Benites-Dumont

Anudados, atrapados cual ovillo de Ariadna, maniatados en un lenguaje que impide descifrar el puente de ideas, de conceptos, esos espacios que la mente pergeña para encontrar los signos identitarios, los encuentros integradores e igualadores sin atinar con el hilo que nos salve del laberinto envenenado donde todas las salidas son falsas y los atajos son engañosos cebos que conducen a las fauces del Minotauro, irremediablemente.

El sentimiento que atraviesa los últimos tiempos, parecería el de ser hacedores de la nada.

Se multiplican y afianzan las trampas que destruyen los valores y en esta red tóxica pervertidora no nos deja ejercer otros oficios, y la temperatura descontrolada por el cambio climático determina un cambio “humánico” en casi todos los aspectos de la vida: nos deshidratamos de pensamientos y solidaridades y no se encuentra cobijo alguno de los fríos extremos y hasta el más elemental lazo gregario se deshace.

Las entrañas del sistema han quedado en exposición obscena: nunca fue tan claro el control de los financieros sobre los gobernantes, llamados, felicitaciones por el trabajo sucio de sustraerle a los más pobres, y teatralizar una opereta para inducir al convencimiento que no hay otro camino que dejar a los ricos en paz.

El escenario en que estas secuencias se desarrollan, el temor, la inseguridad, la desconfianza, el individualismo, el egoísmo, la banalización, el consumismo, son los regidores obligados al conjunto social; los trabajadores ven a otros trabajadores como enemigos y a los desempleados como los espectros de su posible futuro inmediato.

Una reforma laboral canalla tendrá una huelga general “diferida”.

La memoria es un respaldo de las identidades, y sin esa memoria no habría ninguna identidad a la que hacer referencia. La memoria es utilizada para organizar y reorganizar el pasado y sus relaciones con el presente y con el futuro. La presencia de la memoria sirve para consolidar y fortalecer las identidades, como también su ausencia la fragmenta y debilita. De dicha ausencia de memoria no son inocentes los portadores del olvido y el desarraigo, en que se desenvuelven los discursos populistas e hipócritas inherentes a gobernantes falsarios, mediocres y a medios de comunicación –manipulada- masivos. Así la huelga de los trabajadores de Metro de Madrid, fue presentada como una agresión a la población.

El derecho de huelga fue reconocido por primera vez en 1864, en Inglaterra, pero ejercido sin registros precisos o con interesadas imprecisiones, desde la antigüedad, y, constituye –todavía- uno de los derechos inalienables reconocidos por Naciones Unidas y por la mayoría de los países, aún cuando tanto la prohibición de la misma como los impedimentos y restricciones, van desdibujando la naturaleza de este derecho.

Según la Organización Internacional del Trabajo, el derecho de huelga es uno de los medios legítimos fundamentales del que disponen los trabajadores y sus organizaciones para la promoción y defensa de sus intereses económicos y sociales. La aplicación de las disposiciones legislativas que imponen limitaciones al ejercicio del derecho de huelga origina, naturalmente, numerosos reclamos y denuncias ante el Comité de Libertad Sindical, en las que los problemas más recurrentes son la prohibición de la huelga en servicios considerados como esenciales en un país determinado, pero que no lo son en el sentido estricto, así como la imposición de sanciones por la realización de huelgas legítimas.

En esta situación de conjura de pudientes que mantienen su poder y sus beneficios incólumes avasallando una subsistencia mínima de los “demás”, se vive una suerte de lock out del gobierno socialdemócrata y en paralelo con las comunidades gobernadas por el PP, privatizando servicios y espacios públicos, aplicando EREs, reduciendo salarios, endureciendo el acceso a las pensiones, atacando la negociación colectiva y cuanta medida sirva para presionar y obligar a obreros y empleados a aceptar las decisiones y condiciones que quieren aplicar pero sin recortar los despilfarros insultantes del boato del poder.

Una interpretación etimológica del vocablo huelga es tomar aliento, y dada la coyuntura en que este sistema siniestro nos ha metido, es tal vez la terapia indicada, pero la realidad indica que quienes retoman aliento es la banca, los empresarios, las grandes fortunas, la iglesia, los reyes, los hijos de reyes, la prensa amarilla, etc., que insultantemente son los que padecen apnea y asma financieras.

Huelgas históricas han sido referencia de identidad y han conformado el acervo solidario y anidado en sentires de dignidad sin acotaciones de fronteras ni nacionalidades ni ninguna otra reducción humana. Huelgas que han pasado a la historia como la de 1886 en Chicago, por la jornada de ocho horas, la insurreccional de 1905 en San Petersburgo; las revolucionarias de 1917 y 1920, en España y Alemania respectivamente; la de 1946 en la General Motors de EE.UU., de un año de duración, la de mayo de 1968 en Francia, las huelgas que desataron puebladas como el Cordobazo (*) en 1969…

Lo que queda guarecido en la memoria colectiva más allá del triunfo o no de las mismas son las gestas de las huelgas, las gentes que se levantaron, los desobedientes al sometimiento; claro que no quedan ni siquiera como notas marginales los sindicatos amarillistas ni los esquiroles, ni los políticos necios; las huellas de pundonor en el imaginario colectivo son los huelguistas, más allá de los análisis y precisiones historicistas, lo que queda son las gentes.

Los lazos endebles, precarios y fugaces que se basan las actuales relaciones humanas en este mundo de consumo, se debilitan aún más frente a la ofensiva del proyecto neoliberal que requiere la anulación de la condición de ciudadanos por piezas removibles hasta que su deterioro natural los deposite en deshechos y desahuciados, irreparablemente.

El recurso de invocar mitos nos permite reconocernos en la especie, ejercitar la capacidad de imaginación, de memoria y de sorpresa ante una Grecia que engendra nuevas alegorías de resistencias a los designios de los dioses monetarios.

Parecería que recordar es indispensable porque el pasado constituye el fondo de nuestra identidad, individual y colectiva, y la ausencia del sentir de identidad común genera no sólo exclusión, se sobrevive en una nebulosa de limbo agónico.

Es innegable el placer de pasear por los mitos ya que con ellos se nos consiente hablar al subconsciente y con una lejanía que nos alivia.

Y aún cuando el panorama por el que transitamos nos confunda como infinito, nuestros sueños siguen siendo sus peores pesadillas…

…. Y el Minotauro sucumbió.


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(*) El Cordobazo fue un importante movimiento de protesta ocurrido en Argentina el 29 de mayo de 1969, en la ciudad de Córdoba, una de las ciudades industriales más importantes del país.