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Alto a la guerra contra la subsistencia
Por Jean Robert

Quisiera hablarles de un modo de despojo que no entra fácilmente en los moldes explicativos teóricos, pero que adquiere cada vez más peso en la práctica. De hecho, las luchas que motiva son las más significativas de éste nuevo siglo. Este corto manifiesto quiere afirmar, después de otros, que es muy importante que esa forma de violencia se vuelva visible y que deje de ser impune. Los pueblos indios de América Latina son pioneros en estas luchas en las que, defendiéndose, defienden a otros.

Debemos encontrar un nombre para este tipo de despojo, el más radical de todos. Debemos también denunciar la confusión mental y conceptual que permite a los poderes disfrazarlo bajo una espuria legitimidad. Podría resumir mi intervención en dos frases. 1. En todo el mundo, este despojo se justifica en nombre del progreso. 2. Cómo empiezan a decirlo los pueblos amerindios, “el progreso mata”. O: el progreso mata toda vez que su condición es un despojo.

Este pillaje que hay que nombrar y clarificar conceptualmente suscita formas de resistencia cuya legitimidad debemos afirmar. Me limitaré a mencionar ejemplos latinoamericanos. A principios de este mes, los indígenas de la región amazónica del Perú se levantaron contra dos nuevos decretos de la llamada “Ley de de la Selva” cocinados al vapor para permitir a la compañía Shell Oil transformar la selva en un desierto petrolero. Actualmente, miles de ciudadanos mantienen bloqueadas carreteras y un aeropuerto en el norte, el centro y el sur del país en solidaridad con la resistencia de los pueblos amazónicos. En el vecino Ecuador, otras comunidades indígenas están en pie de lucha contra la empresa petrolera Texaco. Acaba de ocurrir lo nunca antes visto: demandaron legalmente a la compañía depredadora y un tribunal aceptó hacerse cargo del caso. La ONG Survival señala que decenas de tribus amazónicas han decidido cortar toda relación con el mundo blanco, prefiriendo una vida extremadamente precaria en territorios empobrecidos en los que tienen que esconderse de los secuaces del “progreso que mata”. Últimamente, Survival convenció a un miembro de una de esas tribus que se pusiera una camisa y fuera a Europa a defender la causa de su pueblo. El municipio autónomo de San Juan de Copala, una de las dos cabeceras del pueblo driqi, en la Mixteca Baja de Oaxaca, acaba de sufrir una agresión por parte de paramilitares. Pensemos en el joven Epifanio Celestino Bautista que murió durante este asalto.

Piensen también en la lucha del heroico pueblo de Atenco que supo hasta la fecha defender sus campos y milpas de la destrucción por pistas de aterrizaje. Pensemos particularmente en las mega-sentencias que sus líderes recibieron por defender el territorio de sus padres contra un mega-aeropuerto. Recordemos también a los compañeros de Xochimilco que, en el encuentro de la Diga Rabia, denunciaron los proyectos gubernamentales de transformación de las muy productivas chinampas en zona turística. O a las señoras amas de casa del Estado de Hidalgo que lucharon contra el establecimiento de un centro de confinamiento de desechos altamente peligrosos en Zimapan y que nos acompañaron en solidaridad en una manifestación contra un proyecto de tiradero sobre una zona de recarga de las acuíferas en Cuernavaca. Una de ellas nos enseñó las cicatrices de los golpes que le propinó la policía y nos habló de un compañero que quedó paralizado por obra de la misma. Creo poder decir que el ejemplo de los Zapatistas nos dio valor a todos los involucrados. Después de los casos dramáticos, mencionamos muchas más “fresas” -o así las vio la gente- porque involucraron a personas que se desempeñan como artistas, profesores, periodistas y no son –aun no- consideradas carnes de cañón por los poderes de arriba. Piensen por ejemplo en los ciudadanos de Cuernavaca que se opusieron a que una mega-tienda ocupara lo que fue el jardín del Casino de la Selva y que, a treinta de ellos, por muy “de clase media” que fueran, les costó unos diez días de cárcel. O, para acabar este derrotero de represiones con la más anodina, mencionemos a los profesores que, hace poco, tuvieron, la necedad de salir a “franelear” coches en solidaridad con los que lo hacen para subsistir. Los que la vimos, no olvidaremos la cara burlona del policía al que Roberto, un joven abogado, pedía que lo arrestara, como lo acababa de hacer con un joven que hacía lo mismo, sólo que no por necedad, sino por necesidad.

En el origen de todos esos movimientos, hay primero una violación de un patrimonio o de una libertad elemental por parte del poder. Enseguida: una indignación popular frente a esa intolerable violación. Luego: una manipulación de la ley por la misma autoridad y la promulgación de reglamentos y “bandos de gobierno” para poder tratar a los manifestantes cívicos como si fueran delincuentes.

Los manifestantes contra el despojo de patrimonios y libertades elementales manifiestan algo que mañana, me podría, te podría, le podría ocurrir a él o a ella. Manifiestan un atropello contra su territorio, su cultura y su modo de subsistir, es decir que revelan este despojo, lo vuelven políticamente visible, público, y con ello permiten que otros ciudadanos no sólo les puedan apoyar, sino que también entiendan lo que les amenaza a ellos también ¿Qué hay de común entre el sitio de Gaza en Palestina, el asesinato del joven Grigori por un policía en Atenas y de Epifanio Celeste por un paramilitar mexicano, la tortura de gente inocente de Atenco en el camino de la peni, los insultos del presidente peruano a los indígenas del Amazona o el policía que se burló del abogado que sólo le pedía el mismo trato que la policía reserva aún exclusivamente a los pobres?

Todos estos atropellos, despojos y esta burla son episodios de una guerra contra la subsistencia de los ciudadanos comunes. Creo que si queremos llegar a una clarificación jurídica sobre ellos, hay que elucidar su objeto común. La subsistencia no es la economía formal y registrada, pero la economía puede ser un elemento de subsistencia. Lo que llamo subsistencia es la diversidad de las maneras de obtener la canasta y de depositarla sobre la mesa familiar o comunitaria. Cuando pretende destruir toda forma de subsistir que no esté sometida a su ley, la economía formal y registrada es la dictadura de un pensamiento único, esencia del capitalismo.

Temo que, en vez de estímulos a tomar más libertades creadoras de nuevas formas de subsistencia, el pueblo tendrá que oir cada vez más llamados a “hacer los sacrificios necesarios al salvamento de la economía”. Vemos que parte de los sacrificios que los de arriba exigen a los de abajo es renunciar a las formas de llenar la canasta que no se inscriben estrictamente en la economía registrada, la que paga impuestos y permite la acumulación del capital. Actividades como, por ejemplo, vender flores en la calle, ofrecer s propia producción artesanal, exhibir talentos de payaso o saltimbanqui. Es de temer que, conforme se va hundiendo el barco de la economía global, los poderes intenten reponerla a flote prohibiendo todas las actividades de subsistencia qe le hacen competencia. Podemos prever que, cada vez más, el despojo de la gente de su subsistencia, es decir de su capacidad de sobrevivir y de su sentido particular de la buena vida, se volverá condición de la ilusión ahora mortal que el crecimiento económico puede salvarnos de la pobreza.

En resumen, veo tres obstáculos al reconocimiento jurídico del delito de atropello contra la subsistencia:

1. El uso de la Ley como arma de despojo de los pobres.
2. La justificación económica de la destrucción de la base de la subsistencia de los pueblos: la creencia de que, cuando la economía será global y la dependencia hacia los mercados total, la productividad será tal que “cada quien recibirá según sus necesidades” un espejismo mortal.
3. La criminalización de la acción cívica mediante reglamentos y “bandos de gobierno” oportunistas.

Primer Encuentro Continental contra la Impunidad