LA IZQUIERDA ANTICAPITALISTA EN MADRID.

José Antonio Errejón.

Febrero 2007.

MADRID, LA CIUDAD Y LA REGIÓN, SON TERRITORIOS-ESCAPARATES DE Y PARA EL CAPITALISMO ESPAÑOL.

Son espacios sociales que reflejan ó expresan la huella de la dominación de una amplia coalición de intereses en la vida colectiva de los madrileños. Desde hace casi dos décadas, esta vida colectiva ha sido gobernada y orientada de acuerdo con la lógica de la mercantilización generalizada del tejido que la constituye y por la maximización del valor extraído del conjunto de sus relaciones.

El capitalismo, una modalidad singular de sociedad capitalista, está implantada en el territorio de Madrid. Esta afirmación dista de ser una mera obviedad.. Lo que se postula es la existencia de todo un cambio económico y social en Madrid sobre el que se soportan dos décadas de inequívoca hegemonía de la derecha y las políticas que conocemos como neoliberales. Identificar ese cambio, los vectores que lo impulsan y la estructura social que ha conformado es un requisito indispensable para conocer la realidad social madrileña; identificar las nuevas ontologías sociales y, de entre ellas, las que presentan potencialidades antagonistas es la condición misma de existencia de una política anticapitalista.

LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD MADRILEÑA.

En términos muy generales los cambios aludidos pueden resumirse en los siguientes:

Sin dejar de ser nunca una economía de servicios, la de Madrid ha unido una corta etapa-entre los sesenta y los ochenta del pasado siglo- de relativa industrialización (fundamentalmente en las comarcas del corredor del Henares y del Sur), con la emergencia de un proletariado joven y combativo y un hábitat urbano en rápida expansión sobre el que se ha asentado en el período comentado, la fuerza social y electoral de la izquierda.

La política de reconversiones y ajustes de los primeros gobiernos del PSOE en los ochenta han modificado profundamente el paisaje físico y económico de la región. Aquí la dinámica tendencial que se estaba imponiendo en el resto de los países capitalistas- el paso del fordismo al posfordismo- ha coincidido con los objetivos perseguidos por la política del PSOE, disolver las identidades colectivas de un proletariado que nunca había organizado y asentar, en su lugar, una sociedad de clases medias beneficiaria y al tiempo soporte del naciente estado del Bienestar.

Asentados en el apoyo electoral de un proletariado declinante, los gobiernos socialistas del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, ocupados en el montaje de algo parecido a unas administraciones modernas y al asentamiento institucional, no han sido capaces de contrarrestar ó-al menos- de compensar los efectos sociales de la política de ajuste impulsada por su mismo partido en el ámbito estatal.

Cuando a fines de los ochenta está desapareciendo ó menguando significativamente la base social de los gobiernos municipales y regional de la izquierda, ya ha surgido un potente conglomerado de intereses en torno al desarrollo y la expansión del mercado inmobiliario. Buena parte de las indemnizaciones de los expedientes de regulación de empleo de esta década se han convertido en una fuente de alimentación de este mercado, impulsado por la búsqueda de plusvalías de los gobiernos municipales sin recursos presupuestarios y fácil presa de la mafia de banqueros y promotores inmobiliarios.

Ya desde este momento se hace evidente que la contienda política en la región y en el conjunto de sus municipios va a estar centrada en la gestión urbanística. Con un modelo imperante del PP de maximizar la oferta de suelo con el pretexto de abaratar el precio de la vivienda y sin alternativa real en el campo de la izquierda, limitada a proclamar el destino social de las plusvalías generadas en las operaciones urbanísticas pero practicando similares políticas que las del PP e incurriendo, también con frecuencia, en escándalos e irregularidades múltiples.

Es ese amplio conglomerado de intereses el soporte fundamental de las políticas de derechas de estas últimas dos décadas. En muchos pueblos de la región, cargos públicos de la izquierda y derecha (más la tropa de independientes estimulados por el ejemplo de Gil en Marbella ó generados por riñas de intereses en el seno del PP), han descubierto en la gestión urbanística un filón de riqueza con el que emprender políticas (con frecuencia disparatadas como la siembra de polideportivos permanentemente subutilizados) de otra manera inabordable pero también con el que dar el salto personal al mundo de los negocios y el ascenso social.

EL AUGE DEL NEGOCIO INMOBILIARIO.

La industria del suelo es así la primera industria regional tanto por su contribución al PIB regional como en términos de generación de empleos directos e indirectos. La capacidad de presión política de esta industria es grande como se ha podido comprobar en distintas ocasiones, la más conocida de las cuales es el episodio de Tamayo y Sáez tras las penúltimas elecciones regionales. La política regional de infraestructuras está determinada, en muy buena medida, por las necesidades de la industria inmobiliaria y la diferente capacidad de ejercer presión de sus diferentes focos de poder. El desdoblamiento de la M-501, el tren de alta velocidad a Guadalajara ó la operación de la Ciudad deportiva del real Madrid son todos ejemplos de la forma en la que la expectativa de suculentos beneficios ligados a recalificaciones urbanísticas han determinado, por no decir orientado, el rumbo de la política de infraestructuras.

La industria inmobiliaria es más amplia que el sector de la promoción inmobiliaria. Está vinculada por supuesto a la edificación de viviendas pero no menos a la construcción de obra civil que trabaja en la puesta en valor del territorio, condición de valorización de las inversiones inmobiliarias. La construcción de obra civil opera, además, como una fuente de actividad complementaria de la anterior, muy interesante cuando, por razones diversas, la construcción de viviendas y la “máquina de producir suelo” se paralizan momentáneamente.

El capital financiero ha jugado, asimismo, un destacado papel en el desarrollo de la industria del suelo en Madrid. Tras advertir la imposibilidad de mantener una rentable y potente industria pesada, los grandes bancos, habiendo experimentado ellos mismos un fuerte proceso de concentración, han orientado lo principal de sus operaciones al negocio del préstamo hipotecario, el primero en términos de recursos movilizados y beneficios obtenidos.. La oferta de créditos para la compra de la vivienda crece espectacularmente estimulada por la política fiscal de todos los gobiernos del Estado mientras que el mercado de alquileres (sobre todo tras el decreto Boyer) se cierra para las rentas populares. El resultado de todo ello es la generalización de la condición de propietario de vivienda. Más adelante se mostrará algunos de los efectos políticos de largo alcance de este fenómeno.

Por si todas estas “ayudas” fueran poco, las sucesivas (contra)reformas laborales han habilitado una fuerza de trabajo para el sector de una maleabilidad extrema, acentuada por su engrosamiento en los últimos años por trabajadores inmigrantes, muchos de ellos en situación irregular y, por ello, fácilmente propensos a aceptar altos niveles de explotación, pésimas condiciones de trabajo e inexistencia efectiva de derechos LABORALES. Los sindicatos “de clase”, por su parte, no han dejado de acudir a la cita del festín inmobiliario, legitimando con su silencio la instalación de un marco de relaciones laborales impropio de una sociedad democrática. Cuando no participando directamente en el festín a través sus promociones inmobiliarias cuya utilidad social es más que dudosa pero que han proporcionado fructíferas relaciones con el capital financiero a las cúpulas sindicales.

Las condiciones están así dadas para la consolidación de un sector de muy altos beneficios, de sólidos anclajes en las administraciones públicas y profesiones asociadas (notarios y registradores de la propiedad) y con una fuerte base social de apoyo que se expresa en la elección reiterada de auténticos delincuentes para desempeñar cargos públicos.

LA POLÍTICA EN LA COMUNIDAD DE MADRID.

La pujanza de este sector ha invadido el conjunto de la actividad económica de la región, eliminando actividades tanto en la agricultura como en la industria- desaparecida prácticamente la primera y residualizada la segunda- y subordinado a la mayoría del resto de los servicios que en una alta proporción trabajan directa ó indirectamente para el negocio inmobiliario. Uno de los más importantes efectos derivados de esta hegemonía del negocio inmobiliario y de la construcción es el peso exorbitante que tiene en la sociedad y la economía madrileña. Si los datos oficiales le asignan un 20% del PIB regional, parece fuera de dudas que su repercusión en otros sectores de los servicios e industriales (p.ej. el sector cemento) es muy superior. Eso le concede una influencia social muy notable y una capacidad de presión política inestimable

Y, por supuesto, ha colonizado el espacio todo de la política institucional, incorporando procedimientos y métodos que están dando al traste con cualquier posibilidad, por remota que fuera, de sanear la vida política y revitalizar la ciudadanía. Es este, quizás, el factor de mayor peso entre los que contribuyen a explicar la relación social y política de fuerzas en la Comunidad de Madrid. Esta colonización de la política por la cultura proveniente de la promoción y el negocio inmobiliario desnaturaliza a fortiori el elemento básico, constituyente de la actividad política, la búsqueda del interés general.

Los partidos políticos se han llenado-en proporción a su proximidad relativa a los poderes políticos y administrativos- de una especie muy determinada de afiliado, aquel para el que la política es una forma de vivir ó, mejor, una forma de participar en el mercado en posiciones de ventaja comparativa. En el campo de la derecha política ello no ha supuesto problema alguno sino, más bien, continuidad con los usos y procedimientos de los políticos del franquismo y de la restauración. En la izquierda, por el contrario, se ha asistido a una desnaturalización del “ser de izquierda” de un alcance muy superior a las evoluciones “ideológicas” impulsadas por las direcciones de estos partidos y de devastadores efectos para la histórica tarea de construir contra hegemonía a la del rápido enriquecimiento a costa de los bienes comunes.

Se ha producido, en efecto, toda una mutación en las subjetividades y en el imaginario colectivo en línea con la hegemonía política de la derecha. La hegemonía de los valores del individualismo propietario, de la competencia exacerbada y de la selección y el éxito de los más capaces, en un contexto de bonanza económica que ha estimulado una expansión del consumo y un nivel de endeudamiento de los hogares sin precedentes, ha devastado aquellos otros de la solidaridad, la cooperación y el apoyo mutuo, enraizados en las capas sociales laboriosas incluso en el largo período del franquismo. Este es el verdadero problema al que la izquierda debe hacer frente, incluso si sus aspiraciones se limitan a mejorar sus posiciones electorales. Porque sin un “suelo común” de experiencias y valores socialmente compartidos en un amplio sector de la población es sencillamente inútil plantearse el menor tipo de intervención política.

En estas condiciones, no ha sido demasiado difícil a la derecha gobernante el despliegue de una ofensiva de calado contra los servicios públicos y contra los derechos constitucionales proclamados y nunca hecho efectivos como el de la vivienda, el de la salud, la educación ó el medio ambiente. Una ofensiva contra los derechos sociales que forma parte de la guerra contra los bienes comunes, por su desaparición y sustitución por su apropiación privada, único camino, según los ideólogos del neoliberalismo para su puesta en valor y su conservación(la “tragedia de los comunes”).

El principal damnificado en esta guerra es el medio ambiente madrileño. La Comunidad de Madrid es, junto a las de Valencia y Murcia, la que presenta la más alta tasa de artificialización de su territorio: Sistemas naturales de gran valor ecológico como la sierra de Guadarrama se encuentran seriamente amenazados por la colonización de las urbanizaciones, las infraestructuras viarias y los grandes centros comerciales y de ocio, sin que su calificación como espacio protegido, aún con el más alto nivel, pueda aportar algo más que una visión “postalera” de la naturaleza madrileña, sin que ello frene de forma efectiva las citadas amenazas. El transporte es la otra gran amenaza para el equilibrio ecológico de la región. Junto a sus efectos sobre los sistemas naturales- y al día de hoy con mayor importancia- debe citarse su contribución al volumen total de emisiones de CO2. El desmesurado aumento del parque automovilístico de la región contribuye a crear un microclima que favorece a su vez la proliferación de incendios forestales al tiempo que eleva exponencialmente la demanda de agua y energía para refrigeración. El déficit de recursos hídricos, en fin, se ha agravado con el incremento de las urbanizaciones “extensas” y las pautas de consumo que les están asociadas.

LA IZQUIERDA ANTICAPITALISTA EN MADRID.

El “problema” de la izquierda anticapitalista en Madrid no puede reducirse a una dimensión antropológica. Hay factores estrictamente políticos que explican en buena medida su escasa operatividad y casi nula influencia social. Y, entre ellos, destaca lo que llamaremos” inexistencia política”. En efecto, la izquierda anticapitalista no existe en Madrid. Deberíamos aclarar que por “existencia política” entendemos existir para el común de la ciudadanía. Y, en una sociedad compleja como la madrileña, el común de los ciudadanos conoce de la existencia de un ente político a través de los medios de comunicación y de su presencia, también, en las instituciones.

La afirmación de esta obviedad dista de ser ociosa. Durante décadas hemos albergado la idea, realmente quimérica, de que podía existir una izquierda radical fuera de las instituciones parlamentarias pero alimentada por la savia de los movimientos sociales. “Refugiarse“ en los movimientos sociales ha sido la postura de la izquierda radical desde que las primeras elecciones democráticas evidenciaron la hegemonía del PSOE en el campo de la izquierda. La nostalgia de la ruptura que no pudo ser ha pesado como una losa sobre el ánimo de aquella militancia, vuelta desde entonces de espaldas a la realidad política del país y en situación de permanente espera del ó de los movimientos sociales que habían de redimir el adverso marco configurado por los resultados electorales.

Ha sido claro y reiteradamente evidenciado, por el contrario, que las capas sociales en principio destinatarias naturales de las propuestas radicales no estaban dispuestas a desertar de ó a impugnar la legitimidad del régimen parlamentario. Y que incluso en las ocasiones en que, siguiendo las consignas de los sujetos políticos ó sindicales en los que confían, se han comprometido con una movilización en la calle, han buscado sacarle algún partido a la misma en clave electoral. El más reciente ejemplo es el apoyo al PSOE al término de las movilizaciones contra la guerra en el año 2003; pero aún más importancia relativa revela la aparición de IU al término de las grandes movilizaciones que precedieron el referéndum sobre la OTAN en 1.985. Ambos ejemplos demuestran la imposibilidad de mantener un movimiento social sin anclaje institucional alguno. Inclusive cuando dicho movimiento presenta una impronta inequívocamente insurgente, ha buscado cubrirse las espaldas con alguna forma de institucionalidad que al tiempo que le aporta una cierta legitimidad sistémica (indispensable hasta que puede ser sustituida por “otra”legitimidad), le permite diversificar sus ámbitos de actuación y defenderse mejor de la represión estatal.

Si, por lo demás y como ha ocurrido por un largo período en Madrid, la sociedad ha vivido de espaldas a los problemas políticos y no ha habido en su seno dinámicas de ningún tipo, es fácil deducir que la izquierda radical, su discurso, sus señas de identidad hayan desaparecido del imaginario colectivo, especialmente de los más jóvenes (su cantera natural) que carecen de la memoria de experiencias anteriores. Parece corresponder al ABC del leninismo la necesidad de garantizar la continuidad de un movimiento mediante la consolidación de una estructura organizativa que mantenga sus propuestas y las actualice a la primera ocasión de emergencia social que encuentre, al tiempo que asegura algo tan indispensable como el asegurar los relevos generacionales, garantizando que las nuevas generaciones atesoran la experiencia y los conocimientos que les han legado sus mayores.

En Madrid la izquierda radical ha renunciado a mantener ese mínimo de estructura organizativa desde el fracaso de la experiencia de unificación de la LCR y el MC en los años ochenta del pasado siglo, sustituyéndola por ese refugiarse en los movimientos (¿cuáles?) y complementada en algún caso por su incorporación a las filas de IU donde, como era de esperar las diferencias con la cultura mayoritaria de la coalición, la han relegado a un práctico ostracismo. Es verdad que ha inspirado y alentado el nacimiento de los únicos movimientos sociales dignos de tal nombre pero sus carencias políticas y organizativas la condenan, una y otra vez, a regalar el fruto de su trabajo a las izquierdas sistémicas, principalmente al PSOE. Para desesperación de los pocos jóvenes que se le acercan los más firmes de los cuales pasan a engrosar las filas de la amargura y el desencanto político mientras que los más astutos y”realistas” dan el salto a la política “de verdad”rentabilizando el capital de experiencias y conocimientos adquiridos y renovando, siquiera sea formalmente, el discurso de los partidos del sistema.

SOBRE LA COMPOSICIÓN DE LA IZQUIERDA ANTICAPITALISTA EN MADRID.

En lo que sigue pretendo esbozar algunos rasgos que ayuden a caracterizar a la izquierda anticapitalista en Madrid. No se pretende un análisis sociológico (aunque no sobraría) ni siquiera un exhaustivo examen de las distintas componentes y culturas que se reclaman como de “izquierda anticapitalista.”

En primer lugar debería advertirse que no es esta una denominación indiscutida. Excesivamente ambigua para algunos que gustan de una autodefinición más afirmativa (revolucionaria, socialista, comunista, incluso libertaria), vacía para otros por excesivamente genérica (qué es el anticapitalismo?), Esta denominación tiene, sin embargo, una fuerte capacidad para marcar diferencias con la izquierda sistémica (ó institucional ó del capital como dicen otros).

En cuanto a su composición, deben distinguirse diversos elementos:

1) el “cultural”: desde ese punto de vista es posible distinguir a su vez varios agrupamientos:
. la precedente de la cultura comunista tradicional, tanto del PCE como de los grupos de su izquierda en los sesenta y setenta, fundamentalmente maostalinistas.
. la cultura libertaria a su vez dividida en varias familias (anarcosindicalistas,” insus”, ateneos y colectivos, etc.) que, a pesar de sus divisiones, mantiene una cierta presencia periódicamente renovada por su intrínseca capacidad de atracción de los más jóvenes.
. la cultura de las ONGs solidarias que desarrollan campañas que permiten la visualización, por la opinión pública, de referentes y discursos distintos de los codificados ó institucionalizados.
. el llamado área de la autonomía, cuya influencia en ideas y discurso ejercido a través de la red y alguna actividad editorial es muy superior a su militancia efectiva.
La constelación de grupos que se reclaman del trotskismo, en un muy diferente grado de evolución teórica y política (El Militante, En lucha, POR, PRT; POSI, etc.) .ATTAC y su área de influencia ciudadanista.
2) Elemento generacional
. la generación de militantes del PCE y la extrema izquierda de los 60-70 que no se fueron a casa ó al PSOE y que han resistido peripecias diversas (no la menor de las cuales ha sido, para algunos, su paso por IU)
. la generación políticamente socializada en torno a las luchas antiOTAN y durante los años de gobierno de Felipe González.
. la generación emergida en Madrid durante los noventa, con evidentes diferencias pero de la que parece más significativo destacar la herencia de Lucha Autónoma, la convocatoria de los 20N y el movimiento ocupa y un cierto resurgir del movimiento libertario.
3) Composición “social-territorial”
. La componente política: militantes generalistas

ACERCA DE LA AUTONOMÍA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Todo lo anterior trae causa de una concepción de la sociedad civil como radicalmente opuesta al dominio del Estado y susceptible de una dinámica de autoorganización que contraponer a las rígidas y esclerotizadas estructuras estatales. Desborda los límites de estos comentarios entrar en esa discusión teórica que tiene que ver con la concepción del estado y la dinámica de los grupos sociales y sus conflictos. Ciñéndonos a nuestra experiencia más próxima, la del municipio y la Comunidad de Madrid, es fácil rebatir esa concepción subyacente. Las relaciones sociales en nuestra ciudad y nuestra región están fuertemente determinadas por la presencia de las instituciones y las administraciones públicas que en unos casos las configuran directamente y en otros muchos favorecen un tipo de relaciones en vez de otras. El breve análisis realizado sobre las políticas urbanísticas y de vivienda ejemplifica a la perfección esta acción conformadora. ¿O es que acaso las políticas urbanísticas imperantes no han configurado en cada pueblo y en el conjunto de la región unos estratos sociales beneficiados en perjuicio de otros y no han determinado apoyos electorales y gobiernos locales y regional con orientaciones determinadas?

Los propios movimientos sociales realmente existentes (no las campañas más ó menos éxitos de esta ó aquella ONG son y han sido creados, alentados y sostenidos por militantes, colectivos y partidos de izquierda). La tan reclamada autonomía de los movimientos sociales se ha convertido con frecuencia en una expresión retórica y simplificadora. Autonomía, ¿de quién?. Un proceder autónomo en política es un proceder no mediatizado ni determinado por instancia distinta del que lo ejerce. ¿Por qué es menos autónomo darle forma política a las agrupaciones anticapitalistas y concurrir a las elecciones?. En un marco de conflicto social gobernado y regulado por leyes, ¿Cómo es posible postular la autonomía de una parte de ese conflicto si no puede acceder, siquiera sea formal ó potencialmente, a la “producción” de esas leyes?.

Para no abusar del discurso abstracto, tomaremos el ejemplo de un movimiento en concreto, el de la defensa de los servicios públicos. En Madrid un reducido y esforzado grupo de personas de edad madura mantiene una plataforma de defensa de los SS.PP. de la que no se puede decir tenga excesiva proyección social fuera de los círculos militantes. Su calificación y capacidad de trabajo son elevadas pero ha chocado una y otra vez con el desconocimiento y el desinterés de la clase política regional, con contadas excepciones que confirman la regla. ¿Acaso no sería llegado el momento de que sus planteamientos integraran una propuesta alternativa para la Asamblea de Madrid ó para tal ó cual municipio, en la que fuera acompañada de otras plataformas anticapitalistas como la de la lucha por una vivienda digna, la defensa de los ecosistemas madrileños contra la voracidad inmobiliaria ó la defensa de un esquema de salud público regional universal y gratuito?. ¿Es que la existencia de estas candidaturas limitaría el desarrollo de estos movimientos ó, por el contrario, ayudaría a su desarrollo?

La situación de bloqueo de los movimientos sociales madrileños pudiera estar reclamando algún tipo de iniciativa similar. Precisamente la actuación de las administraciones- no solo las del PP-cooptando la actividad de bastantes colectivos amenaza gravemente la autonomía de estos movimientos y su desarrollo. Algunos sectores de la izquierda anticapitalista confían, con un cierto candor, en un sentimiento natural de identidad con los movimientos sociales, que estos serían, de forma natural, un ecosistema propio de la izquierda anticapitalista. Por más que esta tendencia pueda efectivamente encontrarse entre los miembros más jóvenes del movimiento, es claramente perceptible la presencia de sectores no politizados ó con adscripciones muy distantes de la izquierda radical. Para decirlo categóricamente, en la medida que los movimientos sociales lo sean, la izquierda anticapitalista tendrá que batirse en su seno por influir su dirección y posicionamientos con el resto de las fuerzas políticas, incluidas algunas de derechas. La cuestión entonces se planteará en términos de maximizar la eficacia de esta intervención; y, ahí, la izquierda anticapitalista se encontrará con una desventaja comparativa con aquellas fuerzas que ya tiene representación parlamentaria y los recursos de toda índole que ello conlleva.

SUPERAR EL SECTARISMO, AVANZAR PROPUESTAS POLÍTICAS.

La izquierda anticapitalista debería hacer un esfuerzo para superar su actitud de inquina contra la izquierda sistémica, especialmente el PSOE. Durante demasiado tiempo y por efecto de la persistente influencia de las tesis del “comunismo del tercer período” en su formación teórica, la socialdemocracia contemporánea y luego el socialliberalismo han sido concebidos como enemigos políticos situados en el mismo campo que los partidos de la derecha. Esa posición, que llegó al esperpento en la época de Anguita al frente de IU, tiene hoy su epígono en un pequeño colectivo cuyo jefe se dedica a repartir excomuniones periódicas contra los “agentes de la socialdemocracia en el seno de los movimientos sociales” alimentando de paso la recuperación de las más aberrantes expresiones del sectarismo stalinista (Ver artículo.de J.A. Egido sobre el trotskismo). Posiciones como esta alejan a la izquierda anticapitalista de los sectores sociales entre los que “naturalmente” debería desplegar su actividad. Ante los ataques contra el PSOE (frecuentemente más virulentos que contra el PP), estos sectores responden dando la espalda, especialmente si estas actitudes se acompañan de formas violentistas ó innecesariamente instaladas en la ilegalidad. Se suele despreciar, entre nosotros, los sentimientos sinceramente democráticos y respetuosos de la ley de las capas laboriosas. Como no se presta aún la debida atención-a pesar de los progresos de los últimos años-a la importancia de los sentimientos ciudadanistas ó ciudadanos, injustamente despreciados desde posiciones pseudo libertarias.

El respeto a la ley y el sentimiento de pertenencia (el considerarse “ciudadano español”) representa para los sectores más desfavorecidos un escudo y una protección, un arma de defensa contra la violencia cotidianamente sufrida en términos de trabajo asalariado y alienante, pobreza, desigualdad, exclusión. No se preciso extenderse en este punto. Nadie minimamente sensato en las filas anticapitalistas se plantea hoy la “superación” de la ley y el Derecho; son piezas arqueológicas del “pensamiento de izquierda” su simplista identificación con “la voluntad de la clase dominante” desechables en la sociedad autorregulada.

El peso mismo de los acontecimientos históricos va otorgando cada vez mayor importancia a la norma ordenadora de las relaciones sociales, a su fuente de legitimación y a sus procedimientos de elaboración.

Pero debemos volver el necesario cambio de actitud en relación al PSOE. Lo exigen las condiciones actuales del conflicto político en nuestra región, situado en la oposición entre el “partido inmobiliario”, y transversal a todas las formaciones políticas, con una amplia base social y soporte suficiente(al menos por ahora) en el capital financiero, de un lado, y, de otro, un heterogéneo conjunto de sectores económicos, grupos sociales y sectores de los partidos de izquierda deseosos de encontrar potro modelo de desarrollo para la Comunidad de Madrid.

No puede haber duda para los anticapitalistas en este conflicto. Debemos tomar partido contra el partido inmobiliario y contribuir a sentar las condiciones que hagan posible su derrota histórica. Que sería una derrota no sólo de la derecha regional sino de uno de los bastiones políticos más fuertes del capitalismo español. Batir al partido inmobiliario en la Comunidad de Madrid supone asestar un duro golpe al capital inmobiliario en el conjunto del Estado, si esta victoria es algo más que electoral y se consolida con un nuevo ordenamiento jurídico y, sobre todo, con un bloque social de apoyo que cierre el paso a la vuelta de la cultura política expoliadora que hoy domina la gestión política en buena parte de los municipios de la región.

En esta estratégica empresa debe estar objetivamente interesado el PSM que contempla como una y otra vez se le niegan apoyos electorales seducidos por las expectativas de rápido enriquecimiento generadas por las políticas urbanísticas del PP. Cada vez es más evidente que el diseño territorial condiciona las modalidades posibles de organización de la convivencia social. Y que el imperante en la Comunidad de Madrid favorece un modelo individualista, insolidario, esquilmador de los recursos e insostenible ecológicamente pero también desde el punto de vista de los derechos sociales y la ciudadanía democrática, incapaz de subsistir en un contexto de generalización del individualismo propietario.

Los propios intereses del PSM-PSOE como partido de gobierno se ven afectados, lo están siendo ya, por esta asfixiante cultura política y social del pelotazo. Cada vez son más los militantes que advierten que, en su terreno, es imposible competir con el PP a riesgo de convertirse en una especie de PRI (opción esta que hubiera sido más posible en la década de los ochenta).

Inclusive desde esa simple constatación de utilidad electoral- la de que por ese camino el PSM no puede competir con el PP-, se abre una posibilidad objetiva de colaboración con la izquierda anticapitalista, sobre la base de un serio programa de reforma legislativa soportado en una dinámica de amplias movilizaciones sociales contra la especulación y la esquilmación del territorio y los recursos naturales. La izquierda anticapitalista debe tener su propio programa con una fuerte inspiración socialista en lo que concierne a la determinación de las necesidades colectivas en cuanto a los usos del territorio y los recursos(suelo, agua, bosques), así como en materia de los servicios públicos básicos(sanidad, educación, transporte. Todo ello soportado en una propuesta fiscal que articulada sobre los principios de radical descentralización, suficiencia financiera, progresividad y gravamen como hechos imponibles de aquellas actividades económicas ecológicamente insostenibles.

Con este programa es posible plantearse un acuerdo estratégico con el PSOE orientado a la construcción del bloque social alternativo. Pero, para ello, resulta indispensable que este programa sea conocido y respaldado electoralmente por un sector de la población. Sin esta condición, si la izquierda anticapitalista no es capaz de llevar de llevar un programa regional y defenderlo en sede parlamentaria, el PSOE no emprenderá esta dirección de reforma porque no existen en su seno sectores con fuerza y legitimidad para impulsarlo y predominan los incapaces de concebir políticamente otro modelo de desarrollo que el vigente.

Este ejercicio de elaborar y sistematizar propuestas que ofrecer a la ciudadanía es un saludable ejercicio para la izquierda anticapitalista en Madrid, excesivamente acostumbrada a la práctica de la crítica estetizante y las causas solidaristas exóticas. Constituye un auténtico reto encontrar soluciones anticapitalistas a los problemas reales de nuestro tiempo y nuestra región.

Y no sirve refugiares en la comodidad que desdeña las medidas parciales invocando la transformación global revolucionaria. No se producirá esta, en le ámbito y extensión que sean, si la sociedad no ha podido experimentar en la práctica la efectiva posibilidad de autogobernarse en la satisfacción de sus necesidades individuales y colectivas.

No superaremos el capitalismo desde los escaños de los parlamentos y las instituciones pero tampoco de espaldas a ellos.
Así que no hay tiempo que perder para la izquierda anticapitalista en la tarea de diseñar una propuesta política para la Comunidad de Madrid. Y hay que hacerla en su seno, con la gente de la izquierda anticapitalista tal y como somos, no como a cada uno nos gustaría que fueran los demás. Con demasiada frecuencia se escuchan entre nosotros expresiones de desaliento y descalificación hacia los otros, cargándolos con las culpas de nuestra debilidad y escasa influencia. De una vez por todas, la “culpa” es de todos nosotros al tiempo que no es de ninguno. Creemos haber mostrado como los profundos cambios en la estructura social madrileña han contribuido a hacer posible la hegemonía de la derecha y las políticas capitalistas más depredadoras.

Han sido no solo las ideas sino las instituciones y los derechos en que se habían consagrado en parte estas ideas y valores, las que han sido derrotadas y están siendo desguazadas. Pero las ideas neoliberales y las políticas capitalistas de la derecha ya han mostrado su auténtica faz y sus consecuencias. Las excepcionales condiciones que han hecho posible la situación de bonanza económica relativa(que para miles de trabajadores ha supuesto el “privilegio” de sufrir grados extremos de explotación) no podrán prolongarse y a su término le sucederán el aumento y la extensión de la pobreza, el paro y la exclusión lo que reducirá notablemente la legitimación de las políticas neoliberales aunque no garantice, en absoluto, mejores condiciones de influencia social para la zquierda anticapitalista esta no deberá esperar, sin embargo, a esta nueva coyuntura que podría serle aún más adversa que la presente. Es ahora cuando hay que preparase y disponer nuestras propuestas, activarlas para que sirvan como alternativa en el momento en que entren en crisis las políticas capitalistas.

Una generación de anticapitalistas ha entrado en la escena política y tiene un papel relevante en los movimientos sociales. Los militantes más veteranos están obligados no sólo a eliminar obstáculos en la dinámica de encuentros de esta nueva generación, sino a poner a su disposición todo el caudal de experiencia y conocimiento acumulado, inhibiendo los aspectos más negativos también acumulados en el largo período de derrotas.

La izquierda anticapitalista en Madrid tiene nombres y apellidos. Sus componentes están igualmente obligados a revisar sus tradiciones respetando las del otro. Pero estas tradiciones tienen un valor relativo para enfrentarse a las tareas políticas del presente. Jóvenes militantes de uno y otro lado ya hacen experiencias comunes como las hicieron sus antepasados políticos en las luchas contra la dictadura franquista ó contra la OTAN. No todo son derrotas en nuestro pasado; los mejores episodios los hemos escrito juntos. La juventud anticapitalista de Madrid, los trabajadores ocupados precarios y parados, los inmigrantes, las mujeres maltratadas y desamparadas se merecen un instrumento potente y eficaz con el que trabajar para la superación de las políticas neoliberales en la región madrileña.

Los dos vectores principales de la izquierda anticapitalista en Madrid deben sentarse para hablar de política. Basta de refugiarse detrás de las instancias unitarias del movimiento (que, desgraciadamente, no lo son). Por supuesto que hay que seguir y potenciar auténticos organismos unitarios superando el sectarismo que ha contaminado a todo el movimiento. Pero eso no es incompatible con que estos dos colectivos establezcan un cauce de diálogo regular y con perspectivas u horizontes más amplios que los que son habituales en estas instancias unitarias. Sin que ninguno de los dos pretenda arrogarse representaciones que no ostenta sino en su calidad de “comunidad” es de reflexión y elaboración”, con el único objeto de intercambiar eso, reflexiones, sobre las perspectivas de la izquierda anticapitalista en Madrid.

De nuevo pueden ser invocadas experiencias del pasado. Incluso bajo el franquismo, en condiciones de clandestinidad que favorecen actitudes de desconfianza y espíritu de secta, han sido frecuentes los contactos entre organizaciones de culturas políticas muy alejadas entre sí. Un poco más cercana, la larga experiencia de diálogo MC-LCR es solamente el más conocido de los ejemplos y –aunque solo fuera eso- su saldo contiene activos tan importantes como la Corriente Sindical de Izquierdas en CCOO y, en buena medida, la plataforma antiOtan, amén de la ininterrumpida colaboración en el movimiento ecologista. Si personalidades de uno y otro lado (y aledaños) representan un obstáculo para el encuentro, sus organizaciones deberían apartarlos en aras de superar esos obstáculos.

Un encuentro de reflexión política enmarcado en un escenario determinado, el de la Comunidad de Madrid en la actualidad. Sin eludir ó impedir los análisis más globales pero sin perder de vista que nuestra intervención se produce aquí y ahora, no en otro lugar ó momento histórico. Podemos valorar de forma muy distinta la marcha de la revolución bolivariana ó la insurgencia en Iraq, caracterizar también de forma diferente el régimen cubano ó el movimiento de fábricas recuperadas en Argentina; pero ninguna de estas diferencias justifica la imposibilidad de poder hablar ó intentar empresas comunes en nuestro común ámbito de intervención. Buscando lo sustantivo de esa acción y apartando lo adjetivo (y los adjetivos con los que solemos ocultar nuestra falta de ideas ó argumentos). Asumiendo nuestra responsabilidad histórica y aprendiendo de nuestros errores y del rico acervo de nuestras experiencias, las mejores de las cuales, hay que reiterarlo, las hemos vivido juntos.

En la primera parte de estos comentarios se han analizado algunos problemas asociados con el modelo territorial a los que la izquierda anticapitalista debería dar respuesta. Con seguridad que hay otros de parecida ó superior importancia que deben ser abordados. El proceso de reforma del estatuto de Autonomía es una buena ocasión para repasar en común algunos de estos problemas. Cuando en 1.983 se aprobó el Estatuto de Autonomía la mayoría de la gente anticapitalista apenas reparó en él cuando no lo desdeñó como un asunto de importancia política menor. Casi un cuarto de siglo después comprobamos su influencia en la ordenación de la convivencia, el peso de sus instituciones en la vida cotidiana, la forma en que pueden favorecer ó perjudicar un determinado equilibrio de fuerzas entre las clases sociales. La suerte de millones de personas depende, en una medida importante, de la dirección u orientación del gobierno de esta Comunidad. No puede sernos en absoluto indiferente la dirección imprimida a su reforma. No es un asunto meramente formal, no es mera liturgia institucional, como lo prueba la atención que le prestan algunos sectores económicos muy poderosos. La izquierda anticapitalista debería comprometerse a fondo en el debate para, en primer lugar, sacarlo del ámbito estrictamente institucional. Una gestión en sede exclusivamente parlamentaria garantiza un estatuto escasamente favorable a las necesidades de la gente trabajadora en Madrid.

El nuevo estatuto de autonomía puede y debe ampliar su techo competencial, lo que favorecerá sin duda las posibilidades de intervención de las instancias regionales en la realidad socioeconómica de la región. Pero nada impide que aborde nuevos retos en la perspectiva de su autoconstrucción como una auténtica comunidad democrática y autónoma.

El campo de los derechos sociales en sentido amplio es un buen ejemplo de setos nuevos retos. La constitución de 1.978 define un cuadro de derechos fundamentales a los que otorga el máximo de protección jurídica. Y define, a continuación, otro grupo (la salud, la vivienda, el medio ambiente, etc.) como meros principios reguladores de la actuación de los poderes públicos. Y, para regular el ejercicio de estos derechos en los distintos territorios del Estado, consagra el concepto de normativa básica como aquella en la que se establecen mínimos iguales en todo ese territorio. El movimiento ecologista desde hace tiempo y ahora el movimiento por la vivienda saben de la importancia que “sus”respectivos derechos no sean exigibles ante los tribunales. Esta irrelevancia jurídica” está en la base de la esquilmación territorial y la especulación denunciada en el primer epígrafe de este trabajo.

Incluso en la propia lógica constitucional no parece existir impedimento alguno a que determinados derechos puedan ser regulados por las CCAA con criterios más exigentes (más garantistas podríamos decir) de lo que lo están por el estado en el marco de su normativa básica. Es perfectamente posible p.ej. que la Comunidad de Madrid definiera estándares de calidad del aire más exigentes que los del estado lo que sería una forma de mejorar el goce del derecho al medio ambiente regulado por el Art.45º de la Constitución.

Pero se puede -y la izquierda anticapitalista debería- ir más allá, en dirección a la “constitucionalización” de los EEAA. ¿Qué impide la consagración, en un Título sobre los derechos y deberes de los ciudadanos de la Comunidad de Madrid, de un derecho a los servicios públicos que los blindara contra las arremetidas de las políticas neoliberales?

NO ESPERAR MÁS.

No podemos seguir esperando tiempos mejores. Estamos atiborrados de razones y argumentos a favor de la superación del orden capitalista global. Pero no podemos seguir eludiendo el enfrentamiento en donde vivimos y trabajamos, en donde se desenvuelve nuestra existencia individual y colectiva e invocar el carácter necesariamente global de la transformación. La gente anticapitalista en Venezuela, en Bolivia, en Francia en el próximo año, no esperan a que “venga” el cambio global. Hay que empezar, entre otras cosas para demostrarnos a nosotros mismos que somos algo más que un puñado de alucinados marginales que alimentamos nuestro resentimiento social consumiendo quimeras que sabemos nunca se realizarán. Solo nuestra falta de coraje nos lleva a la peor de las derrotas, la que s e sufre en la pelea que nunca se empieza. La gente de la izquierda anticapitalista, sobre todo los más veteranos, deberían tener el valor de reconocer un cierto miedo escénico, un vértigo ante la concurrencia electoral que les hace perderse en época de sufragios y contentarse con análisis más ó menos sesudos de los resultados. El tiempo de los análisis y las denuncias se ha pasado con creces.

La dedicación exclusiva de tiempo y energía a estos menesteres no corresponde a necesidad objetiva alguna; expresa más bien los temores que han acompañado la vida de la izquierda anticapitalista desde hace décadas. Es el tiempo de la acción, de la presentación de nuestras propuestas, de producir una oportunidad para una senda distinta para la organización de la convivencia social en la comunidad de Madrid. Un camino socialista me atrevería a decir si no temiera el desgaste y envilecimiento de las palabras. Si no podemos hablar de socialismo tendremos que crear nuevas palabras para designar nuestros sueños y aspiraciones. Lo que verdaderamente está desgastado es el capitalismo y la prolongación de su existencia descansa, junto a su inmensa capacidad para producir violencia y anonadamiento colectivo, en la falta de empuje de quienes decimos combatirle.