Género, Militarismo y Cambio Climático
Por Betsy Hartmann
Febrero 2007.

A medida que las pruebas del cambio climático se vuelven más acuciantes, la batalla sobre quién consiga delimitar sus causas, efectos y soluciones se irá intensificando. En foros tanto populares como políticos va a constituir un hito político clave de nuestro tiempo quién pueda hacerse escuchar y quién no. Actualmente, a nivel de política internacional, la ausencia del género en los debates acerca del cambio climático resulta manifiesta. De hecho, los términos de "mujeres" y "género" faltan en los dos principales acuerdos internacionales sobre el calentamiento global: la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el Protocolo de Kyoto. Estudios y campañas feministas recientes desafían esta invisibilidad del género, señalando en especial la importancia de diferencias por géneros en el análisis de la vulnerabilidad y la adaptación al calentamiento global.

Los trabajos feministas sobre la vulnerabilidad se basan en investigaciones previas en relación con lo que hace que ciertas poblaciones corran mayores riesgos frente a desastres naturales tales como inundaciones y sequías, acontecimientos meteorológicos extremos que podrían adquirir mayor prevalencia como resultado del calentamiento global. Por ejemplo, en los lugares en los que las mujeres tienen menos acceso a la comida y a la sanidad que los varones, parten de una posición desventajosa frente a los desastres naturales y al estrés medioambiental. Dado que con frecuencia son las primeras cuidadoras de niños y ancianos, seguramente tendrán también menor movilidad. Las restricciones de carácter cultural a la movilidad de las mujeres pueden formar parte del problema. Durante el ciclón que se produjo en Bangladesh en 1991 murieron muchas más mujeres que hombres debido a que las primeras alertas se difundieron en espacios públicos a los que las mujeres tienen prohibido el acceso y porque demoraron el abandono de sus hogares por miedo a mostrar una conducta impropia.

En vez de fiarse de generalizaciones amplias, las estudiosas y activistas feministas han desarrollado mapas de riesgo sensibles al género, en los que las mujeres cartografían sus propias vulnerabilidades en términos de qué cereales cultivar, qué recursos controlan y cuáles no, en su acceso a los sistemas de irrigación, mercados, información, etc. En este sentido, el análisis de género es una herramienta para explorar diversos contextos y poder aportar soluciones locales eficaces, antes que una comprensión de la vulnerabilidad que no tenga en cuenta los casos particulares.

Hasta la fecha, gran parte de la bibliografía sobre género y vulnerabilidad al cambio climático ha estado enfocado sobre las mujeres de entornos rurales del Sur, si bien dentro de unas décadas la mayoría de la población mundial vivirá en ciudades. Como ilustró el huracán Katrina, el Norte tampoco es inmune a los acontecimientos meteorológicos extremos, y el grado de vulnerabilidad de la gente en Nueva Orleáns estuvo muy correlacionado con el género, la pobreza, la raza, la edad y la clase, y las intersecciones entre éstos. Dada la probabilidad de que los riesgos asociados al cambio climático aumenten en los próximos años, una cartografía del riesgo y una recogida de datos sensibles al género constituirían herramientas útiles para las comunidades en todo el mundo, tanto urbanas como rurales.

Queda mucho por hacer para que los sistemas de primeras alertas sean más atentos a las cuestiones de género. De acuerdo con Maureen Fordham, de la Red de Género y Desastres, este campo está dominado principalmente por expertos varones, siendo el énfasis tradicional sobre los enfoques científicos ("duros") y técnicos para la identificación de los peligros y la solución a los problemas, en tanto que se presta poca atención al papel de las redes de mujeres y otros grupos de ciudadanos para el desarrollo de sistemas de alarma de carácter informal. Análogamente, el sector de la gestión de desastres está dominado por varones, y con frecuencia se suelen descuidar las necesidades de información y de servicios de las mujeres en el diseño de respuestas al desastre.

Dada la amplia negligencia de las cuestiones de género en los acuerdos internacionales sobre el cambio climático, no sorprende que se haya prestado poca atención a cómo dichos acuerdos han generado consecuencias. En una crítica al acercamiento del Protocolo de Kyoto al comercio del carbono, Larry Lohmann de la organización británica Corner House señala cómo los sistemas de contabilización del carbono marginalizan las aportaciones no-empresariales, no-estatales y de no-expertos a la estabilidad climática, creando nuevas formas excluyentes de derechos de propiedad. Favorecen los proyectos de secuestro de carbono a gran escala en el Sur, que pueden tener consecuencias negativas, tanto sociales como medioambientales. Por ejemplo, en Minas Gerais, Brasil, la empresa Plantar S.A. ha solicitado ya financiación con carbono para expandir sus monocultivos de eucaliptos. Estas plantaciones no sólo ocupan terrenos públicos que por ley están destinados a los campesinos pobres, sino que disminuyen los recursos hídricos y reducen la biodiversidad a gran escala.

Tales proyectos de plantaciones probablemente tendrán una serie de efectos a nivel de género. Por ejemplo, las mujeres no tendrán acceso a ellos para recoger leña para el hogar, y los pocos empleos que generen para guardas forestales, etc. irán a parar mayormente a varones. Dado que las mujeres en muchos lugares dependen de las plantas silvestres tanto como fuente de alimentación como para semillas para cultivos domésticos, la pérdida de biodiversidad podría reducir sus posibilidades de supervivencia adaptativa. Tampoco parece probable que tales plantaciones vayan a contribuir a solucionar las necesidades energéticas a más largo plazo para las mujeres. Según Margaret Skutsch, de la Red de Género y Cambio Climático, el mecanismo de desarrollo limpio del Protocolo de Kyoto ha cerrado eficazmente las puertas a las soluciones a pequeña escala, no empresarial, tales como los sistemas para estimular el control local de los bosques existentes y mejoras en su potencial para secuestrar el carbono y producir leña de forma sostenible.

En general, se han destinado pocos esfuerzos a analizar cómo las relaciones de género afectan a los mecanismos del cambio climático. Por ejemplo, en el Norte, cuya responsabilidad en el calentamiento global es desproporcionadamente grande, el sector transporte es una de las fuentes primarias de los gases de invernadero. Quizá, a excepción de los EE.UU., las mujeres en el Norte suelen poseer menos coches y utilizar más el transporte público. Más aún, en Europa los coches conducidos por mujeres suelen ser menores y con un mayor rendimiento en el consumo de combustible porque no se ven como símbolos de prestigio. Este último punto subraya la necesidad de mirar las dimensiones de los deseos de los consumidores en cuando afectan al uso de la energía en función del género. La publicidad tiene un fuerte componente de género -el típico conductor de un todoterreno o furgoneta retratado en los anuncios estadounidenses, por ejemplo, es un varón, bien solo o con sus compañeros, presto a conquistar la naturaleza salvaje. Si se ven mujeres en el anuncio, generalmente son bellas y delgadas, añadiendo un elemento de atracción sexual. De este modo, las nociones de masculinidad y feminidad son desplegadas estratégicamente para crear y sostener una cultura despilfarradora y gran consumidora de gasolina, desde la promoción de todoterrenos como "juguetes para chicos" al todoterreno marca Hummer, mezcla entre vehículo militar y civil, como potente símbolo de virilidad americana.

Estudiar el cambio climático en función del género requiere igualmente mirar muy de cerca la delgada línea entre las preocupaciones justificadas con respecto a las amenazas que plantea el calentamiento global y el despliegue estratégico de discursos alarmistas para construir plataformas de apoyo al protocolo de Kyoto así como para servir a otros objetivos más problemáticos. Aquí se hace necesario un seguimiento muy estrecho de los discursos implícitos y explícitos, atendiendo al género, que puedan reforzar las visiones negativas de las mujeres y de la gente pobre.

Un ejemplo de esto es el considerar a las mujeres en términos de amenaza demográfica. Las predicciones apocalípticas sobre que el crecimiento demográfico superará la capacidad de carga del planeta, gozan desde hace tiempo de gran popularidad en los círculos ecologistas del Norte especialmente en EE.UU., donde existe una relación entre el lobby a favor del control demográfico y los principales movimientos ecologistas que viene de hace tiempo. Los que intentan trasladar la responsabilidad del calentamiento global desde el consumo y los patrones de producción del Norte a la gente pobre del Sur a menudo hacen uso de argumentos demográficos alarmistas. Por ejemplo, el catedrático Chris Rapley, director de la Agencia de Investigación Británica del Antártico, recientemente proporcionó titulares a la prensa británica argumentando que sin una reducción significativa de la población, existía poca esperanza para poder hacer frente con eficacia al cambio climático. El mensaje implícito es que ha de controlarse la fertilidad de las mujeres. En el pasado, tales razonamientos han contribuido a la implantación de políticas demográficas draconianas, que lesionaban profundamente los derechos y la salud de las mujeres.

El alarmismo demográfico también aparece en las imágenes de grandes oleadas de refugiados huyendo del cambio climático muriendo en nuestras costas, como se describía en un supuesto de cambio climático abrupto encargado por el Pentágono en 2003, en el cual las reducciones de la capacidad de carga en áreas sobrepobladas era causa de un aumento de las guerras, epidemias, hambrunas y finalmente emigraciones hacia el Norte. Este tipo de discurso incorpora a las mujeres en un retrato totalmente amenazador de los pobres del Tercer Mundo y refuerza la autoridad de las instituciones de seguridad nacional por encima de las iniciativas de la población civil para enfrentarse al cambio climático.

Una forma de desafiar tales maniobras militares es enfocar el significativo papel que los propios militares desempeñan en el calentamiento global, que se suele pasar por alto. El Departamento de Defensa es el mayor consumidor individual de combustible en los EE.UU., siendo responsable del 1,8% del total de combustible utilizado para el transporte nacional. Ciertamente esto no es una escasa contribución al calentamiento global, dado que los EE.UU. son el mayor emisor de gases de invernadero. En otras partes los militares también consumen recursos energéticos desproporcionadamente; según una estimación, los militares de todo el mundo usan, globalmente, la misma cantidad de productos derivados del petróleo como Japón, una de las mayores economías del mundo. En el caso de los EE.UU., la ironía consiste en que los militares están usando actualmente enormes cantidades de petróleo para alimentar una guerra en Iraq, cuyo objetivo radica, al menos en parte, en garantizar el futuro control americano del suministro de petróleo.

Cuando echamos una mirada en función del género tanto sobre el militarismo como sobre el cambio climático surge toda una serie de cuestiones interrelacionadas. ¿Cuáles son las políticas en función del género para determinar las prioridades estratégicas y presupuestarias? ¿Cómo perfilan las ideologías de lo masculino y las redes de varones poderosos las políticas de defensa, eximen a los militares de la necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles y las emisiones de los gases de invernadero, y establecen que los gastos en la defensa convencional tienen una prioridad mucho mayor que la inversión en fuentes y tecnologías energéticas limpias?

¿Cómo impacta la cultura militar masculina en las elecciones de los consumidores a través de productos como el Hummer, manteniendo estilos de vida despilfarradores y de elevado consumo energético?

¿Cómo el estado de guerra va minando las libertades democráticas, saca a las mujeres a empellones de la vida pública y reduce el espacio para debates abiertos sobre cómo enfrentarse al calentamiento global?

¿Cómo multiplica e intensifica el militarismo la vulnerabilidad de las mujeres frente al cambio climático? En el supuesto de desastres naturales inducidos por el calentamiento global, por ejemplo, ¿aumentará el riesgo de violencia sexual si los gobiernos se apoyan en instituciones militares para mantener el orden y atender emergencias?

Viéndolo de una forma más positiva: ¿cómo pueden contribuir los movimientos femeninos por la paz y en defensa del medio ambiente a una visión más amplia de la justicia climática y a soluciones más practicables que reduzcan las emisiones al tiempo que aumenten las rentas de hombres y mujeres pobres?

Estas son sólo algunas cuestiones que necesitamos preguntar para construir un frente efectivo desde los frentes feministas y de justicia social que desafíe al mundo tradicional de los negocios en un entorno definido por el cambio climático.

Betsy Hartmann es Directora del Programa de Población y Desarrollo en el Hampshire College de Amherst, MA. Recientemente ha escrito junto con Joni Seager, de "Mainstreaming Gender in Environmental Assessment and Early Warning" (UNEP 2005) y editado junto con Banu Subramaniam y Charles Zerner "Making Threats: Biofears and Environmental Anxieties" (Rowman and Littlefield, 2005)