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Una masacre premeditada y planificada
Por Michel Warschawski, desde Jerusalén

No hay guerra que no sea también, y primero, una guerra de palabras. Los últimos acontecimientos en Gaza no constituyen, evidentemente, una excepción a esta regla. La palabra “guerra” por ejemplo, que utilizan la mayor parte de los medios occidentales, está particularmente mal utilizada, pues se trata claramente de un enfrentamiento entre uno de los Ejércitos más fuertes del mundo y una población civil, de un millón y medio de mujeres, hombres, niños, ancianos. Un Ejército cuya aviación ha bombardeado, durante varias horas, el centro de Gaza, ciudad cuya densidad de población es una de las más grandes del mundo; un Ejército que utiliza la artillería, cuya falta de precisión reconocen todos los expertos, un Ejército que, lanzando la operación terrestre, anuncia abiertamente que todo lo que encuentre en su camino será considerado como objetivo legítimo. Se trata, en definitiva, de una carnicería, de una masacre premeditada y planificada.

Hace ya cinco años, el gobierno israelí definía el conjunto de la Banda de Gaza, mujeres y niños incluidos, como una “entidad hostil”, cuya erradicación era legítima. La carnicería actual permite decir que eso no era una metáfora, sino un plan de acción. Hablar de guerra significaría un mínimo de capacidad de contraataque de parte de los palestinos de Gaza. Sin embargo, éstos no tienen a su disposición más que un armamento primitivo, cuya capacidad es nula. En este sentido, comparar el bombardeo masivo de Gaza y los cohetes disparados por algunos pequeños grupos militantes como la Jihad islámica es, como poco, indecente, habiendo hecho estos últimos hasta ahora cinco víctimas israelíes, cuando solo el ataque aéreo del sábado 27 de diciembre hizo más de 200 víctimas. No hay simetría militar entre Palestina e Israel, pero, sobre todo, no hay ninguna simetría moral.

Desde hace cerca de 42 años, Israel ocupa la Banda de Gaza y alterna en ella cortos periodos de ocupación “liberal” y periodos de ocupación brutal y sangrienta. Desde hace un año y medio, la Banda de Gaza está sometida a un estado de sitio y a un embargo internacional total. Ni siquiera la retirada unilateral, saludada por una parte de la comunidad internacional como el establecimiento de una “soberanía palestina en Gaza”, puso fin a esta ocupación, al estar sometida Gaza a un bloqueo israelí total (aéreo, naval, terrestre). Las acciones de resistencia, incluso los cohetes Qassam, son pues actos de resistencia legítimos a una ocupación denunciada por el derecho internacional.

Israel no “responde” pues a ataques palestinos provenientes de Gaza, sino que continúa ocupando brutalmente un territorio palestino y su población. La invasión terrestre significa el fracaso de la estrategia de sitio de la Banda de Gaza: tras un año y medio de embargo total, en el que el Estado egipcio ha jugado un papel particularmente siniestro, el gobierno elegido sigue en su sitio y goza del apoyo de la mayoría de la población. Como había que esperar, el castigo colectivo impuesto a la población de Gaza ha llevado a los gazauis que no eran favorables a Hamas a hacer frente con él, y la aspiración a la unión nacional es prácticamente unánime. Si el objetivo de la operación israelí es separar la población del gobierno que ha democráticamente elegido, ya ha fracasado, pues es desconocer a la gente de Gaza creer que va a capitular bajo las bombas y las amenazas de miserables como Ehud Barak.

Pronto o tarde, el gobierno israelí va a negociar, bajo la presión internacional, un alto el fuego… con Hamas, como se había visto obligado a hacer con la OLP en el Líbano en los años 1970 y con Hezbolá en 2006. Pero la “comunidad internacional” tiene una grave responsabilidad sobre la situación que habrá precedido a este alto el fuego, dando conscientemente a Israel el tiempo necesario para intentar llevar a cabo su ofensiva hasta el final. Las manos de los dirigentes occidentales están, también, rojas de la sangre de los mártires palestinos, y sus hijos no lo olvidarán.

El fracaso anunciado de la ofensiva israelí reside precisamente en el hecho de que no hay “final” a esta ofensiva, pues mientras los hombres y mujeres, jóvenes y viejos, obreros y campesinos vivan en las costas de Gaza, en los montes de Hebrón y en los hermosos valles que rodean Naplus, la guerra colonial de Israel será hecha fracasar por una resistencia popular, civil o armada, ofensiva y defensiva, a la que ninguna represión, por sangrienta que sea, podrá jamás poner fin.