La lucha de los parquímetros / pongamos que hablo de Madrid

La lucha de los vecinos de Carabanchel, Fuencarral, Hortaleza y el Barrio del Pilar contra los parquímetros ha sido como una bocanada de aire fresco en el enrarecido clima de los movimientos sociales de Madrid. Acostumbrados a la hegemonía de los temas globales en sus preocupaciones, la mayoría de de estos movimientos no ha percibido la radicalidad potencial de estas luchas y la trascendencia de sus planteamientos.

Se dirigen contra la política del Ayuntamiento del PP de poner en valor porciones crecientes del espacio público al servicio de los miserables necesitados de financiación de los megalómanos planes de un alcalde que parece dispuesto a hacernos pagar a los madrileños la frustración de sus expectativas políticas.

Al principio hubo quienes incluso desde la "izquierda" criticaron estas movilizaciones por su incomprensión de la finalidad racionalizadora de la medida y por estar inspiradas en la defensa egoísta del uso del coche privado. Es chocante como algunos progresistas quieren endilgarle el coste de la racionalización del tráfico y la humanización de la ciudad a quienes han sufrido todos los inconvenientes del diseño de la ciudad del automóvil.

En efecto se ha construido una ciudad sólo y exclusivamente para el coche y para ello se ha arrasado buena parte de la configuración urbana de Madrid y, con ella, la mayor parte del tejido relacional que la sustantivaba.

Se han multiplicado las infraestructuras viarias de circunvalación expulsando y dispersando buena parte de la población urbana por los municipios metropolitanos. Y para aquellas bolsas de población que han conseguido quedarse (o que, faltas de capacidad económica no pueden endeudarse en la compra de una vivienda de algunas zonas del centro, se reserva ahora una medida tendente a obligarles a mover el coche. Que es de lo que se trata en definitiva, de fomentar la movilidad (objetivo este que forma parte de los programas de todos los partidos "serios"), que moviendo el coche se deja sitio para otro usuario y así uno tiene que consumir gasolina y hasta gastarse en aparcamiento. Y el transporte colectivo para los discursos y las inauguraciones.

¿O es que de verdad se pretende disuadir el uso del coche hasta el punto de prescindir de él, ya que sólo son inconvenientes y gastos los que aporta a sus sufridos propietarios? Cuesta creerlo cuando los mismos gobernantes (esta vez los municipales, pero también hay para los otros) han puesto patas arriba la ciudad con esas obras delirantes destinadas a facilitar (¡otra vez!) la movilidad.

Cuando se llega a este punto no es difícil plantearse si no estamos gobernados por una cuadrilla de insensatos y desaprensivos, alimentados por una patológica ansía de poder y de riqueza que les está llevando a la devastación pura y simple de toda una ciudad. Pero conviene no dejarse llevar por las apariencias. No son insensatas aunque con frecuencia lo parezcan. Trabajan al servicio de un proyecto de ciudad en el que lo común ha desaparecido sustituido por el todo mercado, en el que las relaciones sociales están cosificadas, toman formas extrañas a las personas que en ellas participan si las imponen como potencias extrañas.

Hace ya tiempo que Madrid es gobernado por un consorcio de inmobiliarios, constructores y banqueros con representación del Ayuntamiento ó de la corporación municipal. Ellos proyectaron el delirio de Madrid 2012, ellos han impulsado los sinuosos anillos viarios que encierran a la ciudad y multiplican los desarrollos urbanísticos, ellos son los responsables de los interminables desplazamientos que cientos de miles de trabajadores deben hacer todos los días desde su casa al lugar de trabajo.

Madrid se ahoga entre el cemento, los atascos, la contaminación y una vida cotidiana cada vez más miserable y acentuada por los detestables productos de la industria del entretenimiento. Los poderes públicos municipal y regional ceban a través del planeamiento urbanístico y de infraestructuras la primera industria regional, la industria de producción de suelo y en su desarrollo, alimenta un crecimiento tan ficticio como insostenible.

Cuando, a pesar de todos los remiendos públicos, la burbuja estalle Madrid habrá sido devastada y sobre las ruinas de este infame modelo económico, será muy difícil levantar otro alternativo. Expulsar a Ruiz Gallardón y su cuadrilla sería positivo para la gente de Madrid; derrotar al bloque inmobiliario rentista que nos gobierna es una necesidad imperiosa de supervivencia.