LAS MUJERES Y NUESTRAS DEUDAS
Raúl Gatica

 

En 1906, Práxedes G. Guerrero, anarquista del Partido Liberal Mexicano y autor de la frase: “más vale morir de pie que vivir de rodillas” que casi todos atribuyen al Che Guevara, afirmaba durante la preparación de los múltiples levantamientos armados en que participaron los magonistas de esos tiempos: “que hombre por pusilánime que sea, no voltea el rostro avergonzado cuando una mujer combate”. Y muchos que ahora nos reivindicamos magonistas compartimos esa forma de pensar, por eso en lugar de esperar que nuestro rostro se llene de vergüenza, luchamos a lado de las mujeres.

Sin duda los hombres debemos mucho a las mujeres, yo al menos: la vida, el cariño, la ternura, el coraje, la terquedad, etc., y no porque ellas sean las únicas que pueden dar eso, no, sino porque ellas lo dan pese a todos y contra todo, y principalmente las mujeres indígenas de todo el mundo.

Pese a que la población femenina es más del 50 % del total mundial, los cargos de representación que ellas tienen no llegan al 20 % y en muchos espacios su presencia es simbólica y excepcional, además cuenta con la oposición declarada de los hombres, como en la iglesia y las fuerza armadas. En contraposición, se mantienen áreas donde la participación es mayoritariamente de mujeres, como en la educación pre escolar, enfermería, trabajo administrativo de recepcionista, secretaria, limpieza, edecán, etc., que implica en si, una discriminación.

A esta discriminación hay que sumar que la mayor cantidad de trabajo no remunerado ni reconocido en el mundo es el de las mujeres: cuidar los hijos, hacer la comida, limpiar la casa, lavar la ropa, los platos, etc., etc., y sin embargo, quienes mas padecen la violencia son las mujeres, y con vergüenza reconocemos que al seno de nuestros pueblos indígenas, uno de los mayores pasivos es la relación que tenemos con las mujeres, que es usado muchas veces para ejemplificar porqué no es valida la forma de vida indígena, pues es verdad que la participación de las mujeres, al menos entre los Ñuu Savi, le falta mucho para lograr una relación de iguales y de reconocimiento a su papel. Esta limitación no descalifica lo que hemos hecho en otros rubros como la justicia, educación, conservación de la tierra, etc., pero si pone como reto atender esa parte.

Entre todas las mujeres discriminadas, violentadas y demás, destacan las que son pobres e indígenas, pues cargan en la vida los estragos del racismo, desprecio y exterminio al considerarlas extranjeras en su propia tierra, en cualquier parte del mundo, incluido Canadá.

Aquí en Canadá, infinidad son los ejemplos que podemos dar de dolor padecido por las mujeres indígenas: por ejemplo, el ocasionado por las escuelas residenciales, que les arrebató a sus hijas-os para hacer de ellos personas que se avergonzaran de sus raíces y perdieran su identidad, en un proceso de exterminio como pueblos, pues ya no solo quitan tierras, bosques y mares, o asesinan a las mujeres del Down Town east side de Vancouver, sino también, anulan el espíritu, la cultura y cosmovisión del mundo que como indígenas tenemos y que principalmente las mujeres nos ayudan a mamar desde los primeros instantes de vida.

Pero la iglesia no solo comete injusticia contra las indígenas, sino también contra las no indígenas, como actualmente sucede en la Iglesia Anglicana de San James, en Vancouver, donde una parte minoritaria quiere expulsar a la Reverenda Emilie Smith, tomando como pretexto el que ella, vestida con traje de oficiar misa y cargando una bicicleta, aparezca en una fotografía publicada en la portada de la revista Momentun, aquí en Canadá y en el diario la Jornada, en México. Argumentando que la publicación de la foto resulta el acto más vergonzante y humillante que ha tenido la iglesia anglicana en los últimos tiempos.

Lo que nos parece aberrante es que un sector de la iglesia anglicana, en una muestra exagerada de oscurantismo, tome el pretexto de una fotografía que promueve a las bicicletas como alternativa de transporte, para justificar la expulsión de una mujer que, con todo y lo que digan, ha tenido el coraje, la capacidad y sensibilidad de acercar el reino de Dios a las causas de los y las desposeidos-as.

Para nadie es un secreto que muchos asisten a la iglesia anglicana por la manera amable y respetuosa que la reverenda Emilie tiene con todos, con las prostitutas, indígenas, gays, refugiados, en fin. Y que las causas que abandera tienen que ver con reclamos de justicia, de respeto a los derechos humanos, que impulsa con el ejemplo la construcción de un mundo nuevo aquí en la vida y que, paradójicamente, por eso esta siendo crucificada por esta nueva santa inquisición.

Lo cierto es que quieren sacar a la Reverenda Emilie Smith, o al menos acotar sus actividades, por ser mujer y porque no les gusta que una mujer oficie misa y menos que permita la entrada a la iglesia de San James de que también somos hijos de Dios pero excluidos de su reino por obra y gracia de personas como las que quieren expulsarla, diciendo que es humillante y vergonzoso una fotografía, pero guardan silencio cómplice ante la vergüenza que han sido las escuelas residenciales y la pederastia practicada por la iglesia. Es decir, la iglesia pregona tolerancia y practica intolerancia, al juzgar como grave peligro que mujeres como Emlie Smith y su pelo rojo, y en ocasiones sus uñas verdes y su eterna bicicleta sean como son.  

Pienso que la defensa de las mujeres es un deber y obligación que todos tenemos para con nosotros mismos y en nombre del mundo que decimos aspirar. Y no podemos quedarnos impasibles viendo como juzgan injustamente a la reverenda por el enorme delito de ser mujer, identificarse con la causa de los pobres, andar de la mano con las indígenas y sobre todo ser una mujer digna.

Afirmo que todos los hombres tenemos una deuda con las mujeres y que la mejor forma de irla saldando es acompañar sus luchas, poner nuestra mano en sus sueños y sembrar esperanzas a su ritmo, paso y modo. De ahí que debamos hacer expreso nuestro apoyo a la reverenda Emilie Smith de alguna forma, o al menos exigiendo que quien habla de amor y tolerancia con el otro, como la iglesia, sean consecuentes con su dicho y no lo contradigan con prácticas que nada tienen que ver con el amor y la tolerancia. Es decir, hacerles ver que el buen juez por su casa empieza.

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