La injusticia anda en patrulla, carga placa y actúa en nombre de la ley.
Por Raúl Gatica

A la mitad de junio yo tuve la cara llena de vergüenza y el corazón que me reclamaba inquieto. Todo fue porque una noche en la calle de Gore casi esquina con Columbia, dos jóvenes peleaban. Uno corría del otro con evidente temor. Sin embargo, llegó un momento en que se encontraron y se dieron de golpes. Casi de inmediato uno logró safarse y tomar distancia.

Justo cuando tomaron distancia, una mujer se puso en medio y pidió que dejaran de pelear. Uno de los jóvenes sin importarle la condición de mujer y su actitud pacificadora le dio una patada tan fuerte que se escucho hasta la esquina un golpe seco y que algo crujía.

Habíamos por lo menos 20 personas de espectadores, entre hombres y mujeres. Todos, exclamamos indignados, pero nadie, absolutamente nadie dijo nada. Los cercanos a mi dijeron groserías del hombre que había golpeado a la muchacha y en igual sentido se expresaron otros, pero nadie, nadie, ni yo, hicimos nada, ni le dijimos nada al golpeador. Ni siquiera levantamos a la mujer caída, pero eso si, estábamos indignados todos. Una indignación extraña que no hace nada. 

Cuando nos fuimos, en el camino uno de mis amigos comentó lo injusto que había sido el golpe para la mujer, y el poco valor del hombre que golpeo. Yo que iba con una pelea interna terrible, conteste que era mas poco valor que todos los que habíamos visto no hiciéramos nada, nada, nada. Y que me sentía avergonzado por no haber actuado como lo hubiese hecho en tiempos atrás, cuando vivía en mi país, donde ante cualquier injusticia cometida por quien fuera, y sin mediar el peligro intervenía, y sin embargo ahora me había quedado parado, mirando como todos, criticando como todos, pero sin hacer nada.

Parece ser que mis palabras afectaron a mis amigos y no dijeron nada más ante mi silencio. Yo interiormente me prometí no volver a ver una injusticia sin decir o hacer nada, porque yo no quería morir interiormente, pues eso significaba no hacer nada ante las injusticias. Por eso escribo este artículo ahora, para decir que no me voy a callar injusticias cometidas, contra nadie, y menos ahora que lo ha hecho la policía, que al parecer son lo mismo en todos lados, o quizás en algunos peor, aquí por ejemplo. Veamos que paso.

El día sábado 12 de agosto, sobre la calle Pender, entre Richards y Seymour, la patrulla de la policía de Vancouver que tenía el letrero de 911 y cuya placa es 754 JCM, sin mayor razón y ninguna explicación se detuvo de pronto frente a la parada de autobuses que esta justo en frente del negocio que se llama Bravura, y descendió en forma prepotente y sin mas se dirigió a un joven de color cuya edad no pasaba los 16 años, quien tranquilamente escuchaba música.

De inmediato, mientras se tocaban las armas con las manos, le dijeron que se pusiera de pie, se volteara y abriera las piernas: el joven todo sorprendido se les quedó mirando sin entender que pasaba. Lo que parece ser enojo a la “autoridad”, pues de manera mas agresiva lo voltearon, le doblaron las manos y los dedos y después lo esposaron, al tiempo que le decían de manera intimidatorio que no se resistiera, cuando lo menos que hacia el joven era resistirse.

Después, estos dos policías, ambos blancos, comenzaron a interrogar al joven e incrédulo detenido, quien por cierto respondía sin intimidarse y con cierto aire de dignidad y coraje, lo que no agradó a los policías ya que comenzaron a ser mas agresivos verbalmente.

Entonces uno de ellos se puso guantes azules y sin dejar de amenazarle comenzaron a registrarle todo el cuerpo. La chamarra, pantalones, mochila, walkman, celular, zapatos y hasta un pañuelo que traía amarrado en la cabeza se los hicieron al revés y al derecho. Le revisaron todo en busca de quien sabe que. Le quitaron su pase de bus, le juzgaron su porta discos y tomaron su identificación para registrar sus datos, ¿para que? si todos ahí vimos que no había hecho nada.

Pasados 20 minutos de revisión exhaustiva, sin encontrar nada, le volvieron a doblar la mano y los dedos para quitarle las esposas y enseguida marcharse, no sin antes amenazar al muchacho que se portara bien. Dejaron al joven con todas sus cosas revueltas y tiradas, unas encima de la banca donde uno se sienta a esperar el bus, y otras en el piso.

Una vez que abordaron su patrulla y se  fueron lentamente, el joven ultrajado comenzó a levantar sus cosas, a ponerse los zapatos y a revisar que todo estuviera bien, que no le faltara nada y que su música sirviera para pasar ese trago amargo. Después el también se fue lentamente, con la tristeza colgando de su rostro como las bolsas de su pantalón que olvido guardar en su sitio, poniendo tal vez, mayor volumen a la música de su walkman para que acallara la rebelión de sentimientos que sin duda sentía ante el ultraje pasado.

Yo me he quedado pensando en ¿como puede llamarse justicia o cuidadores del orden público, quienes sin razón alguna agreden de ese modo a inocentes personas cuyo único delito es tener piel oscura, vestir distinto u hablar otra lengua? O quizás yo no conozco lo suficiente este país que presume de democrático y justo, y me falta entender que la paz de aquí se sostiene justamente en el miedo a los que tienen armas, el manejo de las leyes y control del dinero.

Sea lo que sea, yo no voy a callar lo que vea, me lo debo y se lo debo a todos los que creen que lucho por la justicia, si eso trae consecuencias sabré afrontarlas con dignidad y con la seguridad de que habré actuado conforme a mis convicciones de justicia, y que solo actuar conforme a convicciones puede hacer que los derechos de todos se respeten algún día, porque en esencia la pregunta es, ahora fue este muchacho de color, pero mañana puedo ser yo, o usted o cualquiera, y quizás hasta entonces entendamos que no se pueden permitir esos actos, ni el de los policías que ultrajan a un inocente, ni el de un hombre que patea inmisericorde a una mujer, ni el que nosotros nos quedemos mirando sin hacer nada, porque asumir esa actitud garantiza, ni mas ni menos, que algún día los agredidos seamos los que guardamos silencio.

Por eso convoco al coraje, a tener la capacidad de indignarnos y actuar contra cualquier acto de abuso, venga de donde venga y se haga a nombre de quien se haga, porque los abusos son abusos y no deben permitírsele a nadie, ni nada debe justificarlo. Decirlo de este modo es mi forma de luchar ahora contra la injusticia, quedarme sin decir nada implicaría que si no soy un farsante, al menos alcahuete si seria y aún en el exilio siempre se encuentran formas de luchar por lo que uno cree y de ese modo, participar en la dignificación del refugiado que tanta falta hace.
Vancouver, Canadá, agosto de 2006


 

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