Alan Woods
La Civilización, la Barbarie y la visión marxista de la Historia
Este artículo se ocupa de la barbarie y del desarrollo de la
sociedad humana. En escritos post-modernistas, la historia aparece
esencialmente como una serie sin sentido e inexplicable de acontecimientos
aleatorios o accidentales. No se rige por ninguna ley que podamos
comprender. Una variación de este tema es la idea, ahora muy popular en
algunos círculos académicos, de que no hay tal cosa como formas de desarrollo
social y cultural superiores o inferiores. Esta negación del progreso en
la historia es característico de la psicología de la burguesía en la fase de
decadencia capitalista.
Parece ser que en cierta ocasión,
Henry Ford dijo que "la historia es una bobada" ["history is
bunk"]. Para aquellos que no estén familiarizados con la jerga
norteamericana, la palabra "bobada" significa algo que no tiene
sentido. No es una frase muy elegante para expresar adecuadamente una idea que
ha cobrado fuerza durante los últimos años. El ilustre fundador de la empresa
automovilística Ford, más adelante perfeccionó su definición de la historia al
describirla como "sólo una maldita cosa tras otra", que es una forma
de mirarla.
La misma idea también la expresan
de una forma más elegante (aunque no menos errónea) los seguidores de la moda
post-modernista, que algunas personas consideran una filosofía válida.
Realmente, esta idea no es nueva. Hace ya mucho tiempo que la expresó el gran
historiador inglés Edward Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del imperio romano.
En la célebre frase de Edward Gibbon la historia es poco más que el registro de
los crímenes, locuras y desgracias de la humanidad. (Gibbon, vol. 1, p. 69. En
la edición inglesa).
La historia se presenta aquí como
una serie de acontecimientos fortuitos o accidentes, esencialmente
sin sentido e inexplicables. Sin el gobierno de ninguna ley que podamos
comprender. Intentar comprender la historia sería por lo tanto un ejercicio
inútil. Otra variación de este tema es la idea, ahora muy popular entre algunos
círculos académicos, de negar la existencia de las formas superiores e
inferiores de desarrollo social y cultural. Dicen que no existe tal cosa como
el "progreso", y lo consideran una idea pasada de moda del siglo XIX,
cuando fue popularizada por los liberales victorianos, los socialistas fabianos
y Carlos Marx.
Esta negación del progreso en la
historia es característica de la psicología de la burguesía en la fase de
declive capitalista. Es un fiel reflejo de que, bajo el capitalismo, el
progreso ha alcanzado sus limites y amenaza con convertirse en su contrario.
La burguesía y sus representantes intelectuales están, como es natural, poco
dispuestos a aceptar este hecho. Además, son orgánicamente incapaces de reconocerlo.
Lenin dijo en una ocasión que un hombre al borde de un acantilado no era capaz
de entrar en razón. Sin embargo, son algo conscientes de la verdadera situación
e intentan encontrar alguna clase de justificación al callejón sin salida de su
sistema, ¡negando la posibilidad de todo progreso!
Esta idea ha penetrado tanto en la
conciencia que incluso se la ha llevado al reino de la evolución no-humana.
Incluso un pensador brillante como Stephen Jay Gould, cuya teoría dialéctica
del equilibrio puntuado transformó la forma de percibir la
evolución, sostenía que era incorrecto hablar de progreso en la evolución de lo
inferior a lo superior; así que, debemos situar a los microbios en el mismo
nivel que a los seres humanos. En un sentido, es correcto decir que todas las
cosas vivas están relacionadas (el genoma humano lo ha demostrado de una forma
concluyente). El hombre no es una creación especial del Todopoderoso, es el
producto de la evolución. No es correcto ver la evolución como una especie de
gran diseño, cuyo objetivo final era la creación de seres como nosotros
(teleología, de la palabra griega telos, estudio de la finalidad).
Sin embargo, rechazar una idea incorrecta no necesariamente obliga a ir al otro
extremo, y con ello, provocar nuevos errores.
No se trata de aceptar la
existencia de un plan predeterminado relacionado con la intervención divina o
alguna clase de teleología, pero está claro que las leyes de la
evolución inherentes a la naturaleza son las que en realidad determinan el
desarrollo desde las formas simples de vida a otras formas más complejas. Las
primeras formas de vida ya contenían dentro de ellas el embrión de su futuro
desarrollo. Es posible explicar el desarrollo de los ojos, las piernas y otros
órganos sin recurrir a ningún plan predeterminado. En determinado momento
llegamos al desarrollo del sistema nervioso central y el cerebro. Por último,
con el homo sapiens, llegamos a la conciencia humana. La
materia se hace consciente de sí misma. No se ha producido una revolución
más importante que esta desde el desarrollo de la materia orgánica (la vida) a
partir de la materia inorgánica.
Para complacer a nuestros críticos,
quizás deberíamos añadir la frase: desde nuestro punto de vista.
Sin duda los microbios, si fueran capaces de tener punto de vista,
probablemente harían algunas objeciones serias. Pero nosotros debemos afirmar
que la evolución, realmente, representa el desarrollo de formas simples de vida
hasta otras formas más complejas y versátiles; en otras palabras, el
progreso de formas inferiores de vida a otras formas, superiores. Negar
esto carece de sentido, no es una formulación científica, se trata de escolástica.
Al decir esto, por supuesto, nuestra intención no es ofender a los microbios,
después de todo llevan aquí mucho más tiempo que nosotros, y si no se acaba con
el sistema capitalista, puede que terminen riéndose los últimos.
La cultura y el capitalismo
Si, para no ofender a los microbios
y otras especies, no está permitido hacer referencia a formas superiores e
inferiores de vida, entonces menos aún -según la última moda- se puede afirmar
que los bárbaros representan una forma inferior de desarrollo social y cultural
frente a la esclavitud -sin hablar del capitalismo. Decir que los bárbaros
tenían su propia cultura no es decir demasiado. Desde el momento en que los
primeros humanos fabricaron herramientas de piedra se puede decir que cada
período ha tenido su propia cultura. Que estas culturas no han sido lo
suficientemente apreciadas hasta hace poco, también es verdad. La burguesía
siempre ha tenido una tendencia a exagerar las conquistas de algunas culturas y
denigrar a otras. Detrás de esto están los intereses creados de aquellos que
buscan esclavizar, dominar y explotar a otros pueblos, y disfrazar esta
opresión y explotación bajo el disfraz hipócrita de la superioridad cultural.
Bajo esta bandera, los cristianos
del norte de España (verdaderos descendientes de los godos bárbaros),
destruyeron los sistemas de irrigación y la maravillosa cultura islámica de
Al-Andalus. Después continuaron destruyendo las ricas y florecientes culturas
de los aztecas y los incas. Bajo la misma bandera, los colonialistas
británicos, franceses y holandeses, esclavizaron sistemáticamente a los pueblos
de África, Asia y el Pacífico. No contentos con reducir a estos pueblos a la
peor clase de esclavitud, les robaron, no sólo su tierra, también el alma. Los
misioneros cristianos terminaron el trabajo comenzado por los soldados y
cazadores de esclavos, robando a la población su identidad cultural.
Todo esto es verdad y es necesario
tratar la cultura de cada pueblo con el respeto y afecto que se merece. Cada
período, cada pueblo, ha añadido algo al gran tesoro de la cultura humana que
es nuestra herencia colectiva. Pero, ¿esto significa que una cultura es tan
buena como cualquier otra? ¿Eso significa que se puede afirmar que entre las
primeras hachas de piedra (algunas de las cuales mostraban un grado
considerable de sentido estético) y el David de Miguel Ángel no se ha producido
un progreso artístico perceptible? En una palabra, ¿se puede hablar de progreso
en la historia humana?
En la lógica, hay un método muy
conocido que reduce un argumento al absurdo y lo lleva a su extremo. Vemos algo
similar en ciertas tendencias modernas de la antropología, la historia y la
sociología. Es un hecho conocido que la ciencia bajo el capitalismo cada vez es
menos científica. Las llamadas ciencias sociales no son en absoluto ninguna
ciencia, son intentos mal encubiertos de justificar el capitalismo, o al menos,
de desacreditar al marxismo (que equivale a lo mismo). Esto ya ocurrió en el
pasado, cuando los llamados antropólogos hicieron todo lo posible por
justificar la esclavitud de las llamadas razas atrasadas denigrando su cultura.
Pero las cosas no son mucho mejores ahora, cuando ciertas escuelas intentan
hacerlo de otra forma.
Es verdad que los imperialistas,
deliberadamente, han quitado importancia o incluso negado la cultura de los pueblos
atrasados de África, Asia, etc., El poeta pro-imperialista inglés, Kipling (el
autor de El libro de la selva) las llamó razas menores sin ley.
Este imperialismo cultural sin duda era un intento de justificar la
esclavización colonial de millones de personas. También es verdad que todas las
acciones más bárbaras e inhumanas del pasado, palidecen en comparación con los
horrores infligidos a la raza humana por nuestro supuestamente civilizado
sistema capitalista y su homólogo: el imperialismo.
Es una paradoja terrible que cuando
más ha desarrollado la humanidad su capacidad productiva, cuando los avances de
la ciencia y la tecnología son más espectaculares, mayor es el sufrimiento, el
hambre, la opresión y la miseria de la mayoría de la población mundial. Incluso
algunos de los partidarios del sistema actual reconocen este hecho. Pero no han
hecho nada para corregirlo. Tampoco pueden porque se niegan a reconocer que la
razón del callejón sin salida actual en el que se encuentra la raza humana es
el mismo sistema que ellos defienden. Pero no sólo la burguesía se niega a
sacar las conclusiones necesarias. Lo mismo ocurre con muchos de los que se
consideran de izquierda y radicales. Hay algunas personas bienintencionadas
que, por ejemplo, sostienen que la fuente de todos nuestros problemas es el
crecimiento de la ciencia, la técnica y la industria, y consiguientemente,
sería algo bueno ¡regresar al modo de existencia precapitalista!
Los victorianos tenían una visión
muy parcial de la historia, la veían como una especie de marcha triunfal, una
marcha imparable hacia el progreso y la ilustración, dirigida, por supuesto,
por el capitalismo inglés. Esta idea también sirvió como una justificación
conveniente del imperialismo y el colonialismo. Los civilizados británicos
fueron a la India y África, armados con la Biblia (y también en barcos de
guerra, con cañones y rifles) para introducir a los nativos ignorantes en las
alegrías de la cultura occidental. Aquellos que no mostraban entusiasmo ante
los refinamientos de la cultura británica (y también de la belga, holandesa,
francesa y alemana) rápidamente eran educados con las balas y las bayonetas.
Hoy en día los burgueses tienen un
estado de ánimo bastante diferente. Enfrentados a la creciente evidencia de la
crisis global del capitalismo, están hundidos en un ambiente de incertidumbre,
pesimismo y temor ante el futuro. Las viejas canciones sobre la inevitabilidad
del progreso humano parecen bastante fuera de tono con la cruda realidad del
momento. La misma palabra progreso provoca una sonrisa cínica de desprecio. Y
esto no es casualidad. La gente está empezando a comprender que en la primera
década del siglo XXI, el progreso se ha detenido completamente. Pero esto,
sencillamente, refleja el callejón sin salida del capitalismo, que hace mucho
agotó su potencial de progreso y se ha convertido en un monstruoso obstáculo en
el camino del avance humano. Hasta cierto punto -y sólo hasta cierto punto-
se puede decir que es imposible hablar de progreso.
No es la primera vez que hemos
visto esta tendencia. En el largo período de declive que precedió a la caída
del Imperio Romano, a muchos les parecía que se aproximaba el fin del mundo.
Esta idea era particularmente intensa entre la cristiandad, y da forma al texto
bíblico Apocalipsis. La gente realmente creía que se aproximaba el
fin del mundo. En realidad, lo que llegaba a su fin era sólo una clase
particular de sistema socioeconómico, el sistema esclavista, que había
alcanzado sus límites y era incapaz de desarrollar las fuerzas productivas como
lo había hecho en el pasado.
Se pudo observar un fenómeno
similar al final de la Edad Media, cuando se puso de moda la misma idea: el fin
del mundo. Las masas se unían a las sectas flagelantes que viajaban por toda
Europa, azotándose y torturándose para expiar los pecados de la humanidad,
preparándose para el día del juicio final. De nuevo aquí lo que se aproximaba
no era el fin del mundo, sino el final del sistema feudal, que había superado
su utilidad y, finalmente, fue derrocado por la burguesía.
Sin embargo, el hecho de que una
forma socioeconómica particular haya sobrevivido a su utilidad histórica y se
convierta en un obstáculo reaccionario para el avance de la raza humana, no
significa que el progreso sea un concepto sin sentido. No significa que no haya
existido progreso en el pasado (incluso bajo el capitalismo) o que no pueda
existir en el futuro, una vez sea abolido el capitalismo. De este modo, una
idea que a primera vista parece ser muy razonable, se convierte en una defensa
encubierta del capitalismo frente al socialismo. Hacer incluso la más
mínima concesión a esta idea, sería abandonar una posición revolucionaria firme
para caer en una posición reaccionaria.
El materialismo histórico
La sociedad está en constante
cambio. La historia intenta catalogar estos cambios e intenta explicarlos.
Pero, ¿cuáles son las leyes que rigen el cambio histórico? ¿Existen estas
leyes? Si no existieran, la historia humana sería completamente incomprensible,
como pensaban Gibbon y Henry Ford. Sin embargo, los marxistas no ven la
historia de esta manera. De la misma forma que la evolución de la vida tiene
leyes inherentes que se pueden explicar, y que fueron explicadas, primero por
Darwin y, más recientemente, por los rápidos avances en el estudio de la
genética, también la evolución de la sociedad humana tiene sus leyes inherentes
y éstas fueron explicadas por Marx y Engels.
Aquellos que niegan la existencia de las leyes que dominan el desarrollo social
humano, sin excepción, abordan la historia desde un punto de vista subjetivo y
moralista. Como Gibbon (pero sin su extraordinario talento) sacuden la cabeza
ante el espectáculo interminable de violencia sin sentido, la inhumanidad del
hombre contra el hombre (y la mujer) y otras cosas por el estilo. En lugar de
una visión científica de la historia, tenemos la visión de un sacerdote.
Pero lo que necesitamos no es un sermón moral, sino una visión racional.
Por encima y más allá de los hechos aislados, es necesario comprender las
tendencias, las transiciones de un sistema social a otro, y extraer las fuerzas
motrices fundamentales que determinan estas transiciones.
Al aplicar el método del
materialismo dialéctico a la historia, inmediatamente resulta obvio que la
historia humana tiene sus propias leyes, y que, consecuentemente, es posible
comprenderla como un proceso. El ascenso y la caída de diferentes formaciones
socioeconómicas se pueden explicar científicamente en términos de su capacidad
o incapacidad de desarrollar los medios de producción, y de ese modo, empujar
hacia delante los horizontes de la cultura humana e incrementar el dominio de
la humanidad sobre la naturaleza.
El marxismo sostiene que el
desarrollo de la sociedad humana a lo largo de millones de años representa el
progreso, pero éste nunca ha seguido una línea recta, como equivocadamente
creían los victorianos (quienes tenían una visión vulgar y antidialéctica de la
evolución). La premisa básica del materialismo histórico es que la fuente
última del desarrollo humano es el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta
es la conclusión más importante, porque es la única que nos puede permitir
llegar a una concepción científica de la historia.
Antes de Marx y Engels, la historia
para la mayoría de las personas era una serie de acontecimientos desconectados
o, por utilizar un término filosófico, accidentes. No había una explicación
general a este proceso porque supuestamente la historia no tenía leyes
internas. Una vez se acepta este punto de vista, la única fuerza motriz de los
acontecimientos históricos es el papel del individuo, los grandes hombres (o mujeres).
En otras palabras, caemos en una visión idealista y subjetiva del proceso
histórico. Este era el punto de vista de los socialistas utópicos, quienes, a
pesar de su gran perspicacia y penetrante crítica del orden social existente,
no consiguieron comprender las leyes fundamentales del desarrollo histórico.
Para ellos, el socialismo era sólo una buena idea, una idea atemporal, de hace
mil años o de mañana por la mañana. ¡Si se hubiera inventado hace mil años, la
humanidad se habría ahorrado muchos problemas!
Fueron Marx y Engels los primeros que explicaron esto. A pesar de las
apariencias, todo el desarrollo humano depende del desarrollo de las fuerzas
productivas. Y de este modo, dotaron de bases científicas el estudio de la
historia. La primera condición de la ciencia es que seamos capaces de mirar más
allá de lo particular para llegar a las leyes generales. Por ejemplo, los
primeros cristianos eran comunistas (aunque su comunismo era utópico, basado en
el consumo y no en la producción). Sus primeros experimentos con el comunismo
no los llevaron a ninguna parte, y tampoco era posible, porque el desarrollo de
las fuerzas productivas en ese momento no permitía el desarrollo del verdadero
comunismo.
En el período reciente se ha puesto
de moda entre algunos círculos intelectuales de izquierda negar la existencia
del progreso en la historia. En parte, estas tendencias representan la reacción
contra el imperialismo cultural y la eurocentricitad. Se dice que una cultura
humana es igual de válida que cualquier otra. En este sentido, los
intelectuales europeos progresistas piensan que, él o ella, con esta postura,
en cierta forma, están compensando el sistemático pillaje y violación
perpetrado contra los pueblos de las antiguas colonias por nuestros
antepasados, saqueo que, por supuesto, continua en la actualidad aunque con
disfraces diferentes.
Las intenciones de estas personas
pueden ser loables, pero sus premisas están completamente equivocadas. En
primer lugar, para los millones de personas explotadas y oprimidas de Asia,
África y América Latina, les sirve de poco alivio saber que ahora los
intelectuales europeos redescubren y aprecian sus antiguas culturas. Lo que
hace falta no son gestos simbólicos o terminología radical, sino una verdadera
lucha contra el imperialismo y el capitalismo a escala mundial. Sin embargo,
para que esta lucha triunfe, hay que ponerla sobre bases firmes. La condición previa
para el éxito es la lucha implacable por la teoría marxista. Por supuesto, es
necesario poner las cosas en su lugar y luchar contra toda clase de prejuicios
racistas e imperialistas. Pero al luchar contra una idea incorrecta es
necesario tener cuidado de no ir demasiado lejos, porque una idea correcta
cuando se lleva a sus extremos puede volverse en su contrario.
La historia humana no es una línea
ininterrumpida hacia el progreso. A lo largo de la línea ascendente, existe
otra línea descendente. En la historia ha habido períodos en los que, por
diferentes razones, la sociedad ha retrocedido, el progreso se ha detenido y la
civilización y la cultura se han hundido. Ese fue el caso de Europa después de
la caída del Imperio Romano, en el período conocido, al menos en inglés, como
la Edad de las Tinieblas. Recientemente, ha habido una tendencia por parte de
algunos académicos a rescribir la historia y presentar a los bárbaros desde una
óptica más favorable. Esto no es más científico o más objetivo, simplemente es
pueril.
Cómo no presentar la cuestión
Recientemente, el Canal Cuatro de
la televisión británica emitió una serie de tres capítulos titulada Los bárbaros, presentada
por Richard Rudgley, un antropólogo y autor de Civilizaciones perdidas de la Edad de
Piedra. Después de ver el segundo capítulo de la serie dedicado
a los anglos y los sajones -las tribus germánicas que invadieron las Islas
Británicas-, me he podido formar una idea bastante buena de la tesis central de
Rudgley. Sostiene que ellos dejaron una sociedad más civilizada que la que
conquistaron: La dependencia de la esclavitud del Imperio Romano fue sustituida
por una sociedad más justa donde se estimulaba y valoraba el trabajo y los
oficios técnicos.
La gente, en general, cree que el
legado romano en Gran Bretaña fue una sociedad civilizada más tarde brutalizada
por las tribus bárbaras que invadieron las islas durante la Edad de las
Tinieblas. Pero para Rudgley: En mi viaje para comprender la Edad de las
Tinieblas, me he encontrado con muchas cosas valiosas que tienen sus raíces, no
en la civilización romana, sino en el mundo de los bárbaros, construido sobre
las ruinas del Imperio Romano.
Rudgley ha realizado un
descubrimiento asombroso: los sajones sabían como construir barcos,
y rápidos. Dice que los bárbaros trajeron oficios y talento a estas orillas. Su
técnica era inmensa. Sólo hay que mirar algunas de las obras de metal, madera o
joyería de ese período. Pero los romanos sabían construir no sólo barcos,
también carreteras, acueductos, ciudades y muchas otras cosas. Rudgley pasa por
alto el insignificante detalle de que estas cosas fueron destruidas o se
hundieron por el abandono de los bárbaros, y que esto llevó a desbaratamiento
catastrófico del comercio y a una profunda caída en el desarrollo de las
fuerzas productivas y de la cultura, que retrocedió mil años atrás.
Él cita las palabras del experto fabricante de espadas Héctor Cole, quien dice:
Los fabricantes de espadas sajones eran especialistas. Fabricaban filos
estructurados seiscientos años antes que los japoneses. No hay duda de todo
esto. Todas las tribus bárbaras de este período eran expertos guerreros y lo
demostraron acabando con las defensas romanas como un cuchillo caliente
atraviesa la mantequilla. Los romanos del final del Imperio incluso comenzaron
a imitar algunas de las tácticas militares de los bárbaros. Pero nada de eso
demuestra que los bárbaros tuvieran un nivel de desarrollo comparable al de los
romanos, y menos aún superior.
Rudgley explica que las travesías
marítimas de los anglos y los sajones hacia Gran Bretaña, no fueron invasiones
de masas dirigidas por guerreros, sino pequeños grupos de emigrantes pacíficos
que buscaban nuevos asentamientos. Aquí confunde dos cosas. Sin duda los
bárbaros buscaban un territorio sobre el que asentarse. Las razones para estos
movimientos de masas de los pueblos en el siglo V probablemente son variadas.
Una teoría es que un cambio de clima elevó el nivel del mar en las zonas
costeras de lo que es ahora Holanda y el norte de Alemania, volviendo estas
tierras inhabitables. Una visión más tradicional es la presión de otras tribus
bárbaras que venían de Oriente. Con toda probabilidad se trate de una
combinación de estos factores y otros. En general, las causas de esta migración
de masas se pueden poner bajo el título de accidente histórico. Lo que importa
son los resultados que provocaron en la historia. Y esto es lo que está en
discusión.
Los contactos iniciales entre los
romanos y los bárbaros no necesariamente tuvieron un carácter violento. Durante
siglos existió un comercio importante a lo largo de las fronteras orientales, y
éste llevó a una progresiva romanización de aquellas tribus que vivían próximas
al Imperio. Muchos se convirtieron en mercenarios y sirvieron en las legiones
romanas. Alarico, el líder godo que fue el primero que entró en Roma, no sólo
era un antiguo soldado de Roma, también era cristiano (arriano). Y es cierto
que los primeros sajones que entraron en Gran Bretaña eran comerciantes
pacíficos, mercenarios y colonos. De hecho, según la tradición, fueron invitados
a Gran Bretaña por el rey británico romanizado Vortigern, después de la salida
de las legiones romanas.
Pero en este punto, el análisis de
Rudgley comienza a resquebrajarse. Ha olvidado completamente que el comercio
entre las naciones civilizadas y los bárbaros, estaba invariablemente
relacionado con la piratería, el espionaje y la guerra. Los comerciantes
bárbaros observaban cuidadosamente los puntos fuertes y débiles de las naciones
con las que entraban en contacto. Si existían signos de debilidad, a las
relaciones comerciales pacíficas seguirían las bandas armas en busca de saqueo
y conquista. Basta con leer el Antiguo Testamento para ver que esta era
precisamente la relación entre las tribus israelíes nómadas y pastoriles y los
antiguos cananitas, quienes, como pueblos urbanos civilizados, contaban con un
elevado nivel de desarrollo.
Los romanos tenían un nivel
cultural más alto que los bárbaros y se puede demostrar fácilmente con el
siguiente hecho. Aunque los bárbaros consiguieron conquistar a los romanos,
ellos mismos fueron rápidamente absorbidos, e incluso perdieron su propia
lengua y acabaron hablando un dialecto del latín. Del mismo modo, los francos,
que dieron su nombre a la Francia moderna, eran una tribu germánica que hablaba
una lengua relacionada con el alemán moderno. Lo mismo ocurrió con las tribus
germánicas que invadieron España e Italia.
La única excepción manifiesta a
esta regla es que los anglos y los sajones que invadieron Gran Bretaña, no
fueron absorbidos por los celtas-romanos británicos que eran más avanzados. La
lengua inglesa básicamente es una lengua germánica (con una mezcla moderna de
francés normando desde el siglo XI en adelante). En realidad, el número de
palabras de origen celta en la lengua inglesa es insignificante, mientras que
hay muchas más palabras árabes en la lengua española. La razón para esto es que
los árabes en España tenían un nivel cultural superior a los cristianos de
habla española que los conquistaron. La única explicación concebible es que los
bárbaros anglo-sajones (a quienes Rudgley considera unas personas muy pacíficas
y amables) aplicaron una política genocida contra el pueblo celta cuyas tierras
fueron tomadas con sangrientas guerras de conquista.
¿Sentimentalismo o ciencia?
Por lo tanto, podemos poner una
regla firme: un pueblo invasor cuya cultura está en un nivel más bajo
que el pueblo conquistado por él, con el tiempo, será absorbido por la cultura
de los conquistados y no viceversa. Se podría responder que este proceso
ocurrió porque el número de invasores era relativamente pequeño. Pero esto no
se sostiene. En primer lugar, como el propio Rudgley afirma, en estas vastas
migraciones participó un gran número de personas, en realidad pueblos enteros.
En segundo lugar, hay otros muchos ejemplos históricos que demuestran lo
contrario.
Los mogoles que invadieron la India
y establecieron la dinastía Mogul, que duró hasta que los británicos conquistaron
la India, fueron completamente absorbidos por la forma de vida india que era
más avanzada. Exactamente lo mismo ocurrió en China. Sin embargo, cuando los
británicos conquistaron la India, no fueron absorbidos por la cultura nativa,
sino lo contrario, como explica Marx, destruyeron completamente la vieja
sociedad india que había resistido durante miles de años. ¿Cómo fue esto
posible? Sólo porque Gran Bretaña, donde el sistema capitalista se había
desarrollado rápidamente, tenía un nivel más alto de desarrollo que la
India.
Por supuesto, es posible decir que
antes de la llegada de los británicos, los indios tenían un nivel más alto de
desarrollo cultural. Aunque los conquistadores europeos despreciaban a los
indios, al menos como semi-bárbaros, nada puede estar más alejado de la
realidad. Sobre las bases del antiguo modo asiático de producción, la cultura
india alcanzó niveles prodigiosos. Sus conquistas en los terrenos del arte,
escultura, arquitectura, música y poesía fueron tan brillantes que incluso
provocaron la admiración de los representantes más cultos del Imperio
Británico.
Es igualmente posible deplorar a
los supuestamente civilizados británicos por la forma tan brutal en la que
aplastaron a los indios, con una combinación de engaño, mentiras, asesinatos y
masacres. Esa es toda la verdad, pero falta algo. La verdadera pregunta que se
debe hacer es la siguiente: ¿Por qué los británicos no fueron
absorbidos por la cultura india como les ocurrió a los mogoles? Después
de todo, en este caso, es verdad que el número de británicos que se asentaron
en la India era insignificante comparado con las masas de este vasto
subcontinente. Después de doscientos años, fueron los indios los que
aprendieron inglés y no viceversa.
Hoy, medio siglo después de la salida
de los británicos, el inglés es aún la lengua oficial de la India y permanece
como la lingua franca de todos los indios y pakistaníes
cultos. ¿Cómo se puede explicar esto? Sólo porque el capitalismo representa un
nivel más elevado de desarrollo que el feudalismo o el modo asiático de
producción. Ese es el factor decisivo. Quejarse de esto, protestar contra el
imperialismo cultural y otras cosas por el estilo puede tener un cierto valor
en el terreno de la agitación (no hay ninguna duda de la conducta verdaderamente bárbara de
los imperialistas en general). Pero desde un punto de vista científico estos
comentarios no nos llevan muy lejos.
Abordar la historia humana desde un
punto de vista sentimental es peor que inútil. La historia no
conoce la moralidad y funciona según leyes diferentes. La tarea de cualquier
persona que desee comprender la historia es en primer lugar dejar a un lado
todos los elementos moralistas, ya que no existe ninguna moralidad
suprahistórica, ninguna moralidad en general, sino sólo moralidades
particulares que pertenecen a períodos históricos particulares y formaciones
socioeconómicas definidas y no tienen relevancia fuera de ellas.
Desde un punto de vista científico,
por lo tanto, no tiene sentido comparar los niveles morales de la conducta de
los romanos y los bárbaros, los británicos y los indios, los mogoles y los
chinos. Las prácticas inhumanas y bárbaras han existido en cada período de la
historia, si tomamos una vara de medir para juzgar la raza humana, deberíamos
sacar conclusiones muy pesimistas. En realidad, se podría sostener que cuánto
mayor es el grado de desarrollo, mayor la capacidad de infligir sufrimiento a
un mayor número de personas. La situación del mundo en la primera década del
siglo XXI parece confirmar esta sombría valoración de la historia humana.
Algunas personas han sacado la
conclusión de que quizá el problema es que ha habido demasiado desarrollo,
demasiado progreso, demasiada civilización. ¿No seríamos más felices viviendo
en un entorno agrícola sencillo -por supuesto en líneas estrictamente
ecológicas- cultivando nuestros propios campos (sin tractores), haciendo
nuestra ropa y amasando nuestro pan? Es decir, ¿no sería mejor si regresáramos
a la barbarie?
Debido a la terrible situación de
la sociedad y el mundo bajo el capitalismo, fácilmente podemos comprender que
existan personas que busquen un escape de la desagradable realidad y que
quieran dar marcha atrás al reloj para regresar a una época dorada. El problema
es que nunca existió esta época. Aquellas personas (normalmente de clase media)
que hablan grandiosamente de las maravillas de la vida en los días de las
comunas agrícolas no tienen idea de lo difícil que era la vida en aquellos
tiempos. Citaremos un manuscrito de un monje medieval que, a diferencia de
nuestros fanáticos de la New Age (Nueva Era), conocía perfectamente como era la
vida bajo el feudalismo. Este es un extracto de un autor medieval, un monje
llamado Aelfric, que escribió un libro para enseñar conversación latina en
Winchester:
Maestro: ¿Qué
haces labrador, cómo haces tu trabajo?
Pupilo: Señor,
trabajo muy duro. Me levanto al amanecer para llevar los bueyes al campo y allí
les acoplaré el arado. Pero el invierno es duro y no me atrevo a quedarme en
casa por temor a mi señor; después de acoplar los bueyes, pongo la reja y la
cuchilla al arado, cada día tengo que arar un acre o más.
Maestro: ¿Alguien
te ayuda?
Pupilo: Tengo
a un chico que guía los bueyes con la aguijada y ahora está afónico del frío.
Maestro: ¿Qué
otro trabajo tienes que hacer diariamente?
Pupilo: Mucho
más. Tengo que llenar los cubos de los bueyes con heno, darles agua y sacar el
estiércol fuera.
Maestro: ¿Es
un trabajo duro?
Pupilo: Sí,
es un trabajo duro, porque no soy libre.
¡Un par de semanas de trabajo
deslomado y de destrucción del alma, seguramente sería una cura garantizada
para las ilusiones de la mayoría de los intransigentes románticos! Es una pena
no poder hacer un viaje corto en la máquina del tiempo con este objetivo.
¿Qué es la barbarie?
La palabra barbarie se utiliza en
diferentes contextos y para cosas diferentes. Incluso puede ser un insulto
cuando hacemos referencia al comportamiento bárbaro de ciertos seguidores de
fútbol demasiado entusiasta. Para los antiguos griegos (los primeros que
acuñaron la palabra) significaba simplemente uno que no habla el idioma (es
decir, el griego). Pero para los marxistas, normalmente, significa la etapa
entre el comunismo primitivo y la primera sociedad de clases, cuando se
empezaron a formar las clases y con ellas el estado. La barbarie es una fase
transicional, donde la vieja comuna se encuentra en un estado de decadencia y
donde las clases y el estado están en proceso de formación.
Como las otras sociedades humanas
(incluido el salvajismo, la fase de las sociedades cazadoras y recolectoras
basadas en el comunismo primitivo y que realizaron maravillosas obras de arte
en las cuevas de Francia y el norte de España), los bárbaros ciertamente tenían
cultura, y fueron capaces de producir objetos de arte muy hermosos y sofisticados.
Sus técnicas de guerra demuestran que también eran capaces de hazañas
extraordinarias de organización y esto se demostró cuando derrotaron a las
legiones romanas. Los romanos comenzaron a copiar las tácticas militares de los
bárbaros, introdujeron el arco corto perfeccionado por los hunos y otras tribus
para disparar desde el caballo.
El período de barbarie representa
una parte muy larga de la historia humana, y está dividida en varios períodos
más o menos diferenciados. En general, se caracterizó por la transición del
modo de producción basado en la caza y la recolección, al pastoreo y la
agricultura, es decir, del salvajismo paleolítico, pasando por la barbarie
neolítica, a la barbarie más elevada de la Edad de Bronce, que permanece como
el umbral de la civilización. El punto de inflexión decisivo fue lo que Gordon
Childe llamó "la revolución neolítica", que representó un gran paso
adelante en el desarrollo de la capacidad productiva humana, y por lo tanto, de
la cultura. Esto es lo que dice Childe:
"Es enorme nuestra deuda para
con estos bárbaros que no conocieron la escritura. Todas las planta comestibles
cultivadas de cierta importancia han sido descubiertas por alguna sociedad
bárbara innominada". (Gordon
Childe. Qué sucedió en la historia. Buenos Aires. Editorial La
Pléyade. 1977. p. 69).
Aquí está el embrión de dónde
crecieron las aldeas y las ciudades, la escritura, la industria y todo lo demás
que sirve de base para lo que llamamos civilización. Las raíces de la
civilización se encuentran precisamente en el barbarie, y aún más, en la esclavitud.
El desarrollo del barbarie llevó a la esclavitud o a lo que Marx llamó el modo
asiático de producción.
Sería incorrecto negar la
contribución de los pueblos bárbaros al desarrollo humano. Jugaron un papel
vital en determinada etapa. Poseían cultura, y muy avanzada para el tiempo en
el que vivieron. Pero la historia no se detiene aquí. El nuevo desarrollo de
las fuerzas productivas llevó a nuevas formas socioeconómicas que llevaron a un
nivel cualitativamente más elevado. Nuestra civilización moderna (tal como es)
viene de las conquistas colosales de Egipto, la Mesopotamia y el Valle del
Indo, e incluso más, de Grecia y Roma.
Mientras que no negamos la
existencia de la cultura bárbara, los marxistas no dudamos en afirmar que ésta
última fue históricamente sustituida por las culturas de Egipto, Grecia y Roma
que crecieron a partir de la barbarie, la superaron y la sustituyeron. Negar
este hecho sería obviar la realidad.
El papel de la esclavitud
Si miramos todo el proceso de la
historia y prehistoria humanas, lo primero que nos llama la atención es la
extraordinaria lentitud con que se desarrollaron las especies. La evolución
gradual de las criaturas humanas o humanoides y su alejamiento de la condición
de animales, hacia una condición genuinamente humana, transcurrió a lo largo de
millones de años. Durante el primer período que llamamos salvajismo,
caracterizado por un desarrollo muy lento de los medios de producción, la
fabricación de herramientas de piedra y el modo de existencia cazador-recolector,
la línea de desarrollo permanece prácticamente plana durante un largo período
de tiempo. Comienza a acelerarse precisamente en el período conocido como
barbarie (particularmente con la revolución neolítica) cuando las primeras
comunidades estables se convirtieron en ciudades (como Jericó, que data de
aproximadamente del 7.000 a. C).
Sin embargo, el crecimiento
realmente explosivo ocurre en Egipto, la Mesopotamia, el Valle del Indo (y
también China, Persia, Grecia y Roma). En otras palabras, el desarrollo de la
sociedad de clases coincide con un aumento masivo de las fuerzas productivas, y
como resultado, de la cultura humana, que alcanza cimas sin precedentes. Este
no es el lugar para mencionar todos los descubrimientos realizados por los
griegos y los romanos. Hay una famosa escena en la película La vida de
Brian de los Monty Piton, donde un entusiasta luchador por la libertad
hace una pregunta retórica: ¿Qué han hecho los romanos por nosotros? A su pesar
recibe una respuesta con una larga lista de cosas que le debían a los romanos.
¡No deberíamos cometer el mismo error!
Pero podría hacerse la siguiente objeción, Grecia y Roma se basaban en la
esclavitud, que es una institución inhumana y aborrecible. Las maravillosas
conquistas de la antigua Atenas se consiguieron bajo la esclavitud. Su
democracia -probablemente la más avanzada del mundo hasta la fecha- era la
democracia de una minoría de ciudadanos libres. La mayoría -los esclavos- no
tenían ningún derecho. Hace poco recibí una carta que compara desfavorablemente
la sociedad esclavista con la barbarie. Reproduzco un extracto:
"En realidad, las sociedades primitivas son las menos bárbaras de la
historia mundial. Por ejemplo, sus guerras eran rituales sin apenas víctimas.
La barbarie del nazismo y las guerras de los Balcanes es una característica
típica del capitalismo, igual que el feudalismo o la sociedad esclavista tenían
sus características bárbaras particulares. Los hechos más bárbaros de la
historia son todos, de una forma u otra, consecuencia de la sociedad de
clases".
Estas líneas plantean la cuestión
de la guerra en un sentido moralista y no materialista. La
guerra siempre ha sido bárbara. Se trata de asesinar personas de una manera más
eficaz. Se puede estar de acuerdo que en las guerras de las sociedades
primitivas se asesinaba a menos personas que en las guerras modernas. Eso hasta
cierto punto es producto del desarrollo de la ciencia y la técnica que han
llevado a una perfección de la productividad humana, no sólo en la industria y
la agricultura sino también en el campo de batalla. Engels explica en el Anti-Dühring cómo
la historia de la guerra sólo se puede comprender en términos del desarrollo de
los medios de producción. Los romanos eran menos eficaces en el asesinato que
los bárbaros (al menos en el período de decadencia del poder romano), y
nosotros somos incomparablemente más eficaces que los romanos, en este terreno
y en muchos más.
Los marxistas no pueden mirar la
historia desde el punto de vista de la moralidad. Aparte de eso, no existe la
moralidad suprahistórica. Toda sociedad tiene su propia moralidad, religión,
cultura, etc., que se corresponde con un nivel determinado de desarrollo, y, al
menos en el período que llamamos Civilización, no se puede observar desde el
punto de vista del número de víctimas, y mucho menos, desde un punto de vista
moral abstracto. Podemos desaprobar las guerras en general, pero no se puede
negar una cosa: durante todo el curso de la historia humana, todas las
cuestiones serias, en última instancia, se han resuelto de esta forma. Esto se
aplica tanto en los conflictos entre las naciones (guerras) como a los
conflictos entre las clases (revoluciones).
Nuestra actitud hacia un tipo
particular de sociedad y su cultura no puede estar determinada por consideraciones
moralistas. Desde el punto de vista del materialismo histórico resulta
totalmente indiferente que algunos bárbaros (incluidos mis propios ancestros,
los celtas) fueran cazadores de cabezas o quemasen vivas a las personas en el
interior de estatuas de mimbre para celebrar el solsticio de verano. Existen
los mismos motivos para condenarlos, que para alabarlos por la hermosa joyería
que fabricaron o la poesía que recitaban. Lo que determina si una formación
socioeconómica determinada es históricamente progresista o no, es en primer
lugar, su capacidad de desarrollar las fuerzas productivas, las bases
materiales reales sobre las que se levanta y desarrolla la cultura humana.
La razón por la cual el desarrollo
humano fue tan terriblemente lento durante un largo período de tiempo, fue
precisamente el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. El
desarrollo real comienza ya en la fase del barbarie, como explicamos antes.
Este fue un acontecimiento progresista en su día, pero fue superado, negado y
sustituido por una forma más elevada que fue la esclavitud. El viejo Hegel, ese
pensador tan profundo y maravilloso, escribe: "No fue tanto desde la
esclavitud como a través de la esclavitud que la humanidad se
emancipó". (Lectures
on the Philosophy of History, p. 407).
Los romanos utilizaron la fuerza
bruta para subyugar a otros pueblos, vendieron ciudades enteras a la
esclavitud, masacraron a miles de prisioneros de guerra para diversión en el
circo público, e introdujeron métodos muy refinados de ejecución, como la
crucifixión. Sí, todo esto es verdad. Pero también es verdad que nuestra
civilización moderna, nuestra cultura, nuestra literatura, nuestra
arquitectura, nuestra medicina, nuestra ciencia, nuestra filosofía, incluso en
muchos casos, nuestra lengua, proceden de Grecia y Roma.
No es una tarea difícil leer en voz alta una larga lista de los crímenes de los
romanos (o de los señores feudales, o de los modernos capitalistas). Es incluso
posible compararlos desfavorablemente, al menos en algunos aspectos, con las
tribus bárbaras frente a las que estaban en más o menos constante guerra. Esto
no es nada nuevo. En realidad, se pueden leer numerosos pasajes sobre el tema
en los escritos del historiador romano Tácito. Pero hacer esto no nos permite avanzar
en nuestra comprensión de la historia. Sólo lo podemos conseguir si aplicamos
consistentemente el método del materialismo histórico.
El ascenso y la caída de Roma
Aunque el trabajo del esclavo
individual no era muy productivo (los esclavos eran obligados a trabajar), en
gran número los esclavos, en las minas y latifundia (unidades
agrícolas a gran escala) de Roma en el último período de la República y el
Imperio, sí producían una plusvalía considerable. En el punto álgido del
Imperio, los esclavos abundaban y eran baratos, las guerras de Roma básicamente
equivalían a una gran caza de esclavos. Pero en determinado momento, este
sistema llegó a sus límites y entonces entró en un prolongado período de
declive.
Los inicios de la crisis en Roma se
pueden ya observar en el último período de la República, un período
caracterizado por agitaciones sociales, políticas y guerra de clases. Desde el
principio, había una lucha violenta entre los ricos y los pobres en Roma. Hay
informes detallados, en los escritos de Tito Livio y de otros, de las luchas
entre los plebeyos y los patricios, que terminaron con un compromiso incómodo.
El último período, cuando Roma ya se había convertido en el amo del
Mediterráneo después de derrotar a su poderoso rival: Cartago, no fue otra cosa
que una lucha por la división de los botines.
Tiberio Graco pidió que la riqueza
de Roma se dividiera entre sus ciudadanos libres. Su objetivo era convertir a
Italia en una república de pequeños campesinos y no de esclavos, pero fue
derrotado por los nobles y los propietarios de esclavos. Esto resultó a largo
plazo un desastre para Roma. El campesinado arruinado -la columna vertebral de
la república y su ejército- huyó hacia Roma donde formó el lúmpemproletariado,
una clase no productiva que vivía a costa del estado. Aunque resentidos con los
ricos, compartían un interés común en la explotación de los esclavos, la única
clase realmente productiva en el período de la República y el Imperio.
La gran sublevación de esclavos
dirigida por Espartaco fue un episodio glorioso en la historia de la
antigüedad. Los ecos de esta lucha titánica reverberaron durante siglos y aún
es fuente de inspiración. El espectáculo de estas personas oprimidas
levantándose con las armas en la mano e infligiendo una derrota tras otra a los
ejércitos de la potencia más poderosa del mundo, es uno de los acontecimientos
más increíbles en la historia. Si hubieran conseguido derrocar al estado
romano, el curso de la historia se habría alterado significativamente.
Por supuesto, no es posible decir
exactamente cuál habría sido el resultado. Sin duda, los esclavos habrían sido
liberados. Dado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la tendencia
general habría sido en dirección hacia alguna clase de feudalismo. Pero al menos
la humanidad se habría ahorrado los horrores de la Edad de las Tinieblas, y es
probable que se hubiera acelerado el desarrollo económico y cultural.
La razón fundamental del fracaso
final de Espartaco, fue que los esclavos no se vincularon con el proletariado
de las ciudades. En la medida que éste último continuó apoyando al estado, la
victoria de los esclavos era imposible. Pero el proletariado romano, a
diferencia del proletariado moderno, no era productivo, era sólo una clase
parasitaria que vivía a costa del trabajo de los esclavos y que dependía de sus
amos. El fracaso de la revolución romana reside en este hecho.
Marx y Engels señalaron que la
lucha de clases, al final, o termina en la victoria total de una de las clases,
o en la ruina común de las clases en contienda. El destino de la
sociedad romana es el ejemplo muy claro del último caso. En ausencia de un
campesinado libre, el estado estaba obligado a apoyarse en un ejército
mercenario para que luchara en sus guerras. El estancamiento de la lucha de
clases provocó una situación similar al fenómeno moderno del bonapartismo. El
equivalente romano se llama "cesarismo".
Los legionarios romanos ya no eran
leales a la República, sino a su comandante, el hombre que les garantizaba su
salario, su botín y un pedazo de tierra cuando se jubilaban. El último período
de la República se caracterizó por una intensificación de la lucha entre las
clases, en la que ninguna parte fue capaz de conseguir una victoria decisiva.
Como resultado, el estado (que Lenin describió como cuerpos de hombres armados)
comenzó a adquirir una independencia cada vez mayor, levantándose por encima de
la sociedad y apareciendo como el árbitro final de las continuas luchas de
poder en Roma.
Hubo toda una serie de aventureros
militares: Mario, Craso, Pompeyo, y finalmente Julio César, un general
brillante, un político inteligente y un hombre de negocios astuto, que en
realidad puso fin a la República mientras prestaba servicio a ella. Su
prestigio aumentó con sus triunfos militares en las Galias, España y Gran
Bretaña, y comenzó a concentrar todo el poder en sus manos. Aunque fue
asesinado por una fracción conservadora que deseaba preservar la República, el
viejo régimen estaba condenado.
En su obra Julio Cesar, Shakespeare
dice de lo siguiente de Bruto: De todos los romanos fue el más noble.
Ciertamente, Bruto y los otros conspiradores que asesinaron a César no carecían
de coraje personal y sus motivos puede que fueran nobles o no. Pero eran unos
utópicos sin esperanza. La República que intentaban defender era un cadáver
corrupto desde hacía mucho tiempo. Después de que Bruto y los otros fueran
derrotados por el triunvirato, la República fue reconocida formalmente y el
primer emperador -Augusto- siguió con esta pretensión. El mismo título de
emperador (imperator en latín) es un título militar, inventado para
no utilizar el título de rey que era demasiado ofensivo para los oídos
republicanos. Pero era un rey en todo, menos en el nombre.
Las formas de la vieja república
sobrevivieron durante mucho tiempo después. Pero sólo eran eso -formas vacías
sin contenido real-, una cáscara vacía que al final fue arrastrada por el
viento. El Senado estaba desprovisto de todo poder y autoridad real. Julio
César había conmocionado a la respetable opinión pública al nombrar a un galo
miembro del senado. Calígula mejoró considerablemente esto al nombrar senador a
su caballo. Nadie veía nada malo en esto, y si lo veían, mantenían la boca
cerrada.
Los emperadores continuaron
consultando al senado, e incluso consiguieron no reírse cuando lo hacían. En el
último período del Imperio, debido al declive de la producción, la corrupción y
el saqueo, las finanzas estaban en un estado lamentable, y los romanos ricos
eran regularmente ascendidos al rango de senador, para cobrarles impuestos
extras. Según algún humorista romano, un legislador reticente era desterrado al
senado.
A menudo ocurre en la historia que
instituciones obsoletas pueden sobrevivir mucho tiempo después de que haya
desaparecido su razón de existir. Desde ese momento, arrastran una existencia
miserable -igual que un anciano decrépito se aferra a la vida-, hasta que esa
institución es derrocada a través de la revolución. El declive del imperio
romano duró casi cuatro siglos. No fue un proceso continuo. Hubo períodos de
recuperación e incluso brillantez, pero la línea general fue descendente.
En períodos como este hay un
sentimiento general de malestar. El ambiente predominante es el escepticismo,
la ausencia de fe y pesimismo en el futuro. Las viejas tradiciones, la
moralidad y la religión, cosas que actúan como un cimiento poderoso para
mantener unida a la sociedad, pierden su credibilidad. En lugar de la vieja
religión, la gente busca nuevos dioses. En su período de declive, Roma se vio
inundada con una plaga de sectas religiosas procedentes de oriente. La
cristiandad era una de esas sectas, aunque al final triunfó, tuvo que luchar
duramente con numerosos rivales, como el culto a Mitra.
Cuando la gente cree que el mundo
en el que viven se tambaleaba, que han perdido el control de su existencia, que
sus vidas y destinos están determinados por fuerzas invisibles, entonces
aparecen las tendencias irracionales y místicas. La gente cree que está cerca
el final del mundo. Los primeros cristianos creían esto fervientemente, pero
muchos otros recelaban de ello. En realidad, lo que se aproximaba era el final,
no del mundo, sino de una forma particular de sociedad, la sociedad esclavista.
El éxito de la cristiandad se encuentra aquí y estaba relacionado con este
ambiente general. El mundo era horrible y pecaminoso. Era necesario dar la
espalda al mundo, a todas sus obras y mirar hacia otra vida después de la
muerte.
En realidad, estas ideas ya fueron
anunciadas por las tendencias filosóficas de Roma. Cuando los hombres y mujeres
pierden toda esperanza en la sociedad existente, hay dos opciones: o intentan
llegar a una comprensión racional de lo que está ocurriendo y luchan para
cambiar la sociedad, o bien vuelven la espalda a la sociedad en su conjunto. En
el período de declive, la filosofía romana estaba dominada por el subjetivismo:
el estoicismo y el escepticismo. Desde un ángulo diferente, Epicuro pensaba que
las personas buscaban la felicidad y aprendían a vivir sin temor. Es una
filosofía sublime, pero en el contexto dado, sólo podía apelar a los sectores
más inteligentes de las clases privilegiadas. Finalmente, aparece la filosofía
neo-platonista de Plotino, con su abierto misticismo y superstición, y al final
proporciona una justificación filosófica a la cristiandad.
Cuando los bárbaros invadieron, toda la estructura estaba al borde del colapso,
no sólo económica, también moral y espiritualmente. No es de extrañar que los
bárbaros fueran bienvenidos como libertadores de los esclavos y sectores más
pobres de la sociedad. Simplemente completaron un trabajo que estaba preparado
por adelantado. Los ataques bárbaros fueron un accidente histórico que
sirvió para expresar una necesidad histórica.
Por qué triunfaron los bárbaros
¿Cómo es posible que una cultura
tan desarrollada fuera superada tan fácilmente por una más primitiva y
atrasada? Los gérmenes de la destrucción de Roma estaban presentes mucho antes
de las invasiones bárbaras. La contradicción básica de la economía esclavista
es que, paradójicamente, se basaba en la baja productividad del trabajo.
El trabajo esclavista es sólo productivo cuando es empleado a escala masiva. La
condición previa para esto es un suministro amplio de esclavos a bajo costo.
Como los esclavos se reproducían lentamente en cautiverio, la única forma de
tener un suministro suficiente de esclavos era con continuas guerras. Cuando el
Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo Adriano, esto se convirtió en
algo muy difícil.
Cuando el Imperio alcanzó sus
límites y las contradicciones inherentes a la esclavitud comenzaron a
afirmarse, Roma entró en un largo período de declive que duró más de
cuatrocientos años, hasta que finalmente fue rebasado por los bárbaros. Las
migraciones de masas que provocaron el colapso del Imperio fueron un fenómeno
común entre los pueblos pastores nómadas de la antigüedad y ocurrieron por
varias razones: necesidad de tierras de pastoreo como resultado del crecimiento
de la población, cambios climáticos, etc.
En este caso, los pueblos más
asentados de las estepas occidentales y Europa oriental, fueron echados de sus
tierras debido a la presión de las tribus nómadas más atrasadas que venían de
oriente, los hsiung-un, más conocidos como los hunos. ¿Estos bárbaros tenían
cultura? Sí, tenían una especie de cultura, como todos los pueblos en el
amanecer de la historia tenían una cultura. Los hunos no tenían conocimientos
de agricultura, pero su horda era una formidable maquina de lucha. Su
caballería no tenía paralelo en el mundo en aquella época. Se dice de ellos que
su país era el lomo de un caballo.
Sin embargo, desgraciadamente para
Europa, los hunos en el siglo cuatro se toparon con una cultura más avanzada,
una civilización que conocía el arte de la construcción, que vivía en ciudades,
que poseían un ejército disciplinado: China. La destreza en la lucha de estos
guerreros temidos de las estepas de Mongolia no tenía nada que ver con los
civilizados chinos, que construyeron la Gran Muralla -una formidable obra de
ingeniería-, para mantenerlos fuera.
Derrotados por los chinos, los
hunos se volvieron a occidente, dejando tras de sí una estela de destrucción y
devastación. Atravesaron lo que ahora es Rusia y se toparon con los godos, en
el año 355, en la actual Rumania. Aunque las tribus godas tenían un nivel de
desarrollo superior a los hunos, fueron reducidas a pedazos y obligadas a huir
a occidente. Los supervivientes -unos 80.000 hombres, mujeres y niños
desesperados sobre primitivos carros- salieron hacia las fronteras del Imperio
Romano en el momento en que el declive de la sociedad esclavista había
alcanzado un punto donde su capacidad para defenderse estaba seriamente
debilitada. Los visigodos (godos occidentales), que tenían un nivel inferior de
desarrollo que los romanos, los derrotaron. El historiador romano Amiano
Marcelino describió este choque entre dos mundos extraños como la derrota
romana más desastrosa desde Cannas (frente a Aníbal). (Amiano, xxxi, 13).
Con una velocidad impresionante
abandonaron la mayoría de las ciudades. Es verdad que este proceso no comenzó
con los bárbaros. La decadencia de la economía esclavista, la naturaleza
monstruosamente opresiva del Imperio con su enorme burocracia y agresivos
impuestos agrícolas, estaba ya minando todo el sistema. El campo iba a la
deriva y ya se estaban creando las bases para el desarrollo de un modo de
producción diferente: el feudalismo. Los bárbaros simplemente dieron el coup
de grâce a un sistema podrido y moribundo. Todo el edificio estaba
podrido y, simplemente, le dieron el último empujón.
La aparentemente inexpugnable línea
romana a lo largo del Danubio y el Rin colapsó. En determinado momento,
diferentes tribus bárbaras, incluidos los hunos, convergieron en un ataque
unido contra Roma. El jefe godo Alarico (que a propósito, era un cristiano
arriano y un antiguo mercenario romano) dirigió a 40.000 godos, hunos y
esclavos liberados a través de los Alpes julianos y ocho años después saquearon
la propia Roma. Aunque Alarico, que era una persona relativamente ilustrada,
parece que perdonó a los ciudadanos de Roma, no pudo controlar a los hunos y
esclavos liberados, que se dedicaron al asesinato, saqueo y la violación.
Destruyeron y fundieron valiosas piezas de escultura y obras de arte. Esto sólo
fue el principio. En los siglos posteriores, llegaron de oriente sucesivas
oleadas de bárbaros: visigodos, ostrogodos, alanos, lombardos, suevos,
alamanes, borgoños, francos, burgundios, frisios, hérulos, anglos, sajones,
jutos, hunos y magiares, que encontraron su camino hacia Europa. El todopoderoso
y eterno imperio quedó reducido a cenizas.
¿Retrocedió la civilización?
¿Es correcto decir que el
derrocamiento del Imperio Romano por los bárbaros hizo retroceder la
civilización humana? A pesar de la reciente campaña ruidosa de los amigos de la
sociedad bárbara, no hay duda de esto, y se puede demostrar fácilmente con
hechos y cifras. El efecto inmediato de la embestida bárbara fue
destruir la civilización y arrojar la sociedad y el pensamiento humano mil años
atrás.
Las fuerzas productivas sufrieron
una interrupción violenta. Las ciudades fueron destruidas o abandonadas según
la población huía al campo en busca de comida. Incluso nuestro amigo Rudgley se
ve obligado a admitir: Los únicos restos arquitectónicos que dejaron los hunos
son las cenizas de las ciudades que quemaron. Y no sólo los hunos. El primer
acto de los godos fue quemar la ciudad de Mainz. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué
no se limitaron a ocuparla? La respuesta está relacionada con el atraso del
desarrollo económico de los invasores. Eran un pueblo agrícola y no conocían
nada de las ciudades. Los bárbaros en general eran hostiles a las ciudades y
sus habitantes (una psicología que es muy común entre los campesinos de todos
los períodos).
San Jerónimo describe los resultados
de esta devastación: "En aquellos países desérticos nada quedó excepto el
cielo y la tierra; después de la destrucción de las ciudades y la extirpación
de la raza humana, la tierra se cubrió de hierba, densos bosques y zarzas
inexpugnables; y esa desolación universal, anunciada por el profeta Zephanias,
estuvo acompañada de la escasez de bestias, pájaros e incluso peces”. (Citado
por Gibbon. Historia
de la decadencia y caída del Imperio Romano, vol. 3, p. 49. En
la edición inglesa).
Estas líneas fueron escritas veinte
años antes de la muerte del emperador Valente, cuando comenzaron las invasiones
bárbaras. Describen la situación en la provincia natal de San Jerónimo,
Pannonia (la actual Hungría) donde las sucesivas oleadas de invasores
provocaron la muerte y la destrucción a una escala inimaginable. Al final,
Pannonia fue completamente despoblada, más tarde ocupada por los hunos y
finalmente ocupada por la población magiar. Este proceso de devastación,
violación y pillaje continuó durante siglos, dejando tras de sí una herencia
terrible de atraso, en realidad, de barbarie, que llamamos la Edad
de las Tinieblas. Veámoslo en la siguiente cita:
"La Edad de las Tinieblas fue
absoluta en toda su dimensión. Las hambrunas y las plagas culminaron en la
peste negra y sus recurrentes pandemias, que repetidamente reducían la
población. Los supervivientes padecían raquitismo. Los extraordinarios cambios
climáticos trajeron tormentas y riadas, que provocaron desastres mayores porque
el sistema de alcantarillado del imperio, como la mayoría de la infraestructura
romana, ya hacía mucho que no funcionaba. Se habla mucho de la Edad de las
Tinieblas, en el año 1500, mil años después de su abandono, las carreteras
construidas por los romanos todavía eran las mejores del continente. Las otras
estaban en tal estado de abandono que eran inservibles; lo mismo ocurrió con
todos los puertos europeos hasta el siglo XVIII, cuando de nuevo comenzó a
florecer el comercio. Entre las artes que se perdieron se encontraba la
albañilería; en toda Alemania, Inglaterra, Holanda y Escandinavia prácticamente
no había edificios de piedra, excepto las catedrales, que se levantaron a lo
largo de diez siglos. Las herramientas agrícolas básicas de los siervos eran
las piquetas, horcas, rastrillos, guadañas y hoces. Como escaseaba el hierro,
no había rejas de arado con rueda, ni vertederas. La ausencia de arados no era
el principal problema en el sur, donde los campesinos contaban con la luz de la
tierra mediterránea, pero la tierra dura del norte de Europa tenía que moverse
con la mano. Aunque había caballos y bueyes, su uso era limitado. El collar del
caballo, los arneses y el estribo no existieron hasta el año 900. Por lo tanto,
era imposible atar a los animales en tándem. Los campesinos trabajaban duro, sudaban
y, con frecuencia, caían agotados antes que sus animales". (William Manchester. A World Lit Only by Fire.
pp. 5-6. En la edición inglesa).
El ascenso del sistema feudal
después del colapso de Roma, estuvo acompañado por un largo período de estancamiento
cultural en toda Europa. Con la excepción de dos inventos: el molino de agua y
el de viento, no hubo otras innovaciones durante aproximadamente mil
años. En otras palabras, existió un eclipse total de la cultura. Esto
fue el resultado del colapso de las fuerzas productivas, de lo que, en última
instancia, depende la cultura. Si no se comprende esto, entonces es
completamente imposible tener una comprensión científica de la historia.
El pensamiento humano, el arte, la
ciencia y la cultura cayeron hasta su nivel más primitivo, sólo experimentaron
una relativa recuperación cuando los árabes introdujeron en la Europa medieval
las ideas de los griegos y los romanos. De nuevo se volvió a atar el nudo de la
historia en el período que conocemos como Renacimiento. La lenta recuperación
del comercio llevó a la aparición de la burguesía y la recuperación de las
ciudades, las más destacadas en Flandes, Holanda y el norte de Italia. Pero es
un hecho real que la civilización retrocedió mil años. Esto es lo que significa
una línea descendiente de la historia. Y no se puede pensar que esto no pueda
volver a ocurrir.
Socialismo o barbarie
Toda la historia humana consiste
precisamente en la lucha de la humanidad por elevarse por encima del nivel
animal. Esta larga lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros
remotos ancestros humanoides adoptaron la posición erecta y después fueron
capaces de liberar sus manos para el trabajo manual. La producción de los
primeros raspadores y hachas de mano de piedra fue el comienzo de un proceso a
través del cual los hombres y mujeres se hicieron humanos a través del trabajo.
Desde entonces, las sucesivas fases de desarrollo social han surgido sobre la
base de los cambios en el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo - es
decir, de nuestro poder sobre la naturaleza.
Durante la mayor parte de la
historia humana, este proceso ha sido muy lento, como The Economist comentó
en vísperas del nuevo milenio:
"Durante casi toda la historia
humana, el progreso económico ha sido tan lento como para aparecer
imperceptible en el lapso de una vida. Siglo tras siglo, la tasa anual de
crecimiento económico fue de apenas unas décimas. El crecimiento era tan lento
que era invisible para los contemporáneos -e incluso en retrospectiva no
aparece como un aumento de los niveles de vida (que es lo que significa el
crecimiento en la actualidad), excepto para un pequeño segmento de la
población. Durante milenios, el progreso, para todos excepto una pequeña élite,
equivalió a esto: lentamente permitía a una cantidad mayor de gente vivir en el
nivel más humilde de subsistencia". (The
Economist, 31 de Diciembre, 1999)
La relación entre el desarrollo de
la cultura humana y las fuerzas productivas ya estaba clara para ese gran genio
de la antigüedad, Aristóteles, quien explica en su libro La Metafísica que
"el hombre comienza a filosofar cuando ha satisfecho sus medios de
vida", y añadía que la razón de que la astronomía y las matemáticas fueran
descubiertas en Egipto era que la casta sacerdotal no tenía que trabajar. Esta
es una comprensión puramente materialista de la historia. Es la respuesta
completa a todas las tonterías de los utopistas que imaginan que la vida sería
espléndida si pudiéramos "volver a la naturaleza" - es decir, volver
a un nivel de existencia animal.
La posibilidad de un auténtico
socialismo depende del desarrollo de los medios de producción a un nivel muy
por encima, incluso, de las sociedades capitalistas más desarrolladas, como
EEUU, Alemania o Japón. Así lo explicó Marx incluso antes de que él escribiera
el Manifiesto Comunista.
En La ideología Alemana,
escribió que "allí donde se generaliza la escasez vuelve a surgir toda la
vieja basura". Y por "toda la vieja basura" se refería a la
opresión de clase, la desigualdad y la explotación. La razón de por qué la
Revolución de Octubre degeneró en el estalinismo fue que permaneció aislada en
un país atrasado, donde las condiciones materiales para la construcción del
socialismo estaban ausentes.
A pesar del hecho de que el capitalismo
es el sistema más explotador y opresivo que haya existido nunca; a pesar de
que, en palabras de Marx, "El Capital llegó al escenario de la historia
chorreando sangre por todos los poros", no obstante, representó un salto
adelante colosal en el desarrollo de las fuerzas productivas -y, por lo tanto,
de nuestro poder sobre la naturaleza. El desarrollo de la industria, la
agricultura, la ciencia y la tecnología ha transformado el planeta y ha sentado
las bases para una revolución completa que, por primera vez, nos hará seres
humanos libres.
Hemos emergido del salvajismo, de
la barbarie, de la esclavitud y del feudalismo, y cada una de estas etapas
representaba un momento definido del desarrollo de las fuerzas productivas y de
la cultura. El brote desaparece cuando la flor se abre, y podemos considerar
eso como una negación, una cosa que contradice a la otra. Pero de hecho, estas
son etapas necesarias, y deben tomarse como una unidad. Es absurdo negar el
papel histórico de la barbarie, o de cualquier otra etapa del desarrollo
humano. Pero la historia sigue adelante.
Cada fase del desarrollo humano
tiene sus raíces en todo el desarrollo anterior. Esto es cierto tanto en la
evolución humana como en el desarrollo social. Hemos evolucionado de especies
inferiores y estamos genéticamente relacionados con incluso las formas de vida
más primitivas, como el genoma humano ha demostrado de manera concluyente.
Estamos separados de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, por una
diferencia genética de menos del dos por ciento. Pero ese pequeño porcentaje
representa un enorme salto cualitativo.
De la misma manera, el desarrollo
del capitalismo ha sentado las bases para un nuevo y cualitativamente superior
(sí, más elevado) nivel de desarrollo humano, que nosotros llamamos Socialismo.
La actual crisis a escala mundial no es más que un reflejo del hecho de que el
desarrollo de las fuerzas productivas ha entrado en conflicto con la camisa de
fuerza de la propiedad privada y del estado nacional. El capitalismo hace
tiempo que dejó de jugar un papel progresista, y se ha convertido en un
monstruoso obstáculo para un desarrollo mayor. Este obstáculo decadente debe
ser apartado si la humanidad quiere seguir adelante. Y si no se retira a
tiempo, una terrible amenaza se cierne sobre las cabezas de la raza humana.
El embrión de una nueva sociedad ya
está madurando en el seno de la vieja. Los elementos de una democracia obrera
ya existen en la forma de las organizaciones de trabajadores, los comités de
delegados sindicales, los sindicatos, las cooperativas, etc. En el período que
se abre, habrá una lucha a vida o muerte - una lucha de los elementos de la
nueva sociedad que está naciendo, y una resistencia igualmente feroz por parte
del viejo orden para evitar que esto suceda.
En una cierta etapa de este
conflicto -que ya se puede ver en contorno en las huelgas generales en Europa,
los movimientos revolucionarios en Argentina y otros países de América Latina,
y en la rebelión de la juventud en todas partes- alcanzará un punto crítico.
Ninguna clase dominante en la historia ha renunciado a su poder y privilegios
sin una lucha feroz. La crisis del capitalismo representa no sólo una crisis
económica que amenaza los puestos de trabajo y el nivel de vida de millones de
personas en todo el mundo. También amenaza la base misma de una existencia
civilizada -en la medida que consideremos que existe tal cosa. Amenaza con
hacer retroceder a la humanidad en todos los aspectos. Si el proletariado -la
única clase verdaderamente revolucionaria- no tiene éxito en el derrocamiento
del dominio de los bancos y los monopolios, el escenario estará preparado para
un colapso de la cultura e incluso un retorno a la barbarie.
De hecho, para la mayoría de la gente en Occidente (y no sólo en Occidente) las
manifestaciones más obvias y dolorosas de la crisis del capitalismo no son
económicas, sino esos fenómenos que afectan a su vida personal en los puntos
más sensibles y emocionales: la ruptura de la familia, la epidemia de la
delincuencia y la violencia, el colapso de los viejos valores y la moral que no
tienen nada con que ser sustituidos, el estallido constante de guerras -todo
esto da lugar a una sensación de inestabilidad, de falta de fe en el presente o
en el futuro. Estos son los síntomas de la parálisis del capitalismo, que en
última instancia (pero sólo en última instancia) son el resultado de la
rebelión de las fuerzas productivas contra la camisa de fuerza de la propiedad
privada y del estado nacional.
Fue Marx quien señaló que la raza
humana tenía dos elecciones ante sí: socialismo o barbarie. La democracia
formal, que los trabajadores de Europa y los EEUU consideran como algo normal,
es en realidad una estructura muy frágil que no va a sobrevivir a un enfrentamiento
abierto entre las clases. La burguesía "culta" no dudará en moverse
en dirección hacia la dictadura en el futuro. Y debajo de la capa delgada de la
cultura y de la civilización modernas, hay fuerzas que se asemejan a la
barbarie en su peor expresión. Los recientes acontecimientos en los Balcanes
son un claro recordatorio de esto. Las normas civilizadas pueden romperse
fácilmente y los demonios de un pasado ya olvidado pueden abrumar incluso a la
nación más civilizada. Sí, de hecho, ¡la historia conoce tanto líneas
ascendentes como descendentes!
Por tanto, la cuestión se plantea
en los términos más agudos: en el próximo período, o bien la clase obrera toma
en sus manos la gestión de la sociedad, en sustitución del sistema capitalista
decrépito, con un nuevo orden social basado en la planificación armoniosa y
racional de las fuerzas productivas y el control consciente de los hombres y
mujeres sobre sus propias vidas y destinos; o, de lo contrario, se enfrentará
al espectáculo más terrible de colapso social, económico y cultural.
Durante miles de años la cultura ha
sido el monopolio de una minoría privilegiada, mientras que la gran mayoría de
la humanidad fue excluída del conocimiento, la ciencia, el arte y el gobierno.
Incluso ahora, este sigue siendo el caso. A pesar de todas nuestras
pretensiones no estamos realmente civilizados. Nuestro mundo no merece ese
nombre. Es un mundo bárbaro, habitado por personas que aún tienen que superar
un pasado bárbaro. La vida sigue siendo una lucha dura e implacable de
existencia para la gran mayoría del planeta, no sólo en el mundo
subdesarrollado, sino en los países capitalistas desarrollados.
Sin embargo, el materialismo histórico no nos inclina a sacar conclusiones
pesimistas, sino todo lo contrario. La tendencia general de la historia humana
ha sido en la dirección de un desarrollo cada vez mayor de nuestro potencial
productivo y cultural. Los grandes logros de los últimos cien años han creado
por primera vez una situación en la que todos los problemas a que se enfrenta
la humanidad pueden ser fácilmente resueltos. El potencial para una sociedad
sin clases ya existe a escala mundial. Lo que es necesario es lograr una
planificación racional y armónica de las fuerzas productivas con el fin de que
este inmenso, prácticamente infinito, potencial pueda ser realizado.
Sobre la base de una verdadera
revolución en la producción, sería posible alcanzar tal nivel de abundancia que
los hombres y mujeres ya no tendrían que preocuparse por sus necesidades
diarias. Las preocupaciones y miedos humillantes que llenan cada hora del
pensamiento de los hombres y mujeres actualmente, desaparecerán. Por primera
vez, seres humanos libres serán dueños de su destino. Por primera vez, serán
realmente humanos. Sólo entonces comenzará la verdadera historia de la raza
humana.
Fuente: luchadeclases