HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
Alan Woods
Indice
1. ¿Necesitamos una filosofía?
2. Los primeros dialécticos
3. Aristóteles y el final de la filosofía griega
clásica
4. El Renacimiento
5. Descartes, Spinoza y Leibniz
6. La filosofía del siglo XX
7. Apéndice: La filosofía islámica e hindú
Capítulo I
¿Necesitamos una filosofía?
Antes de empezar, uno podría preguntarse: ¿Es
realmente necesario preocuparnos
de complicadas cuestiones científicas y filosóficas?
Semejante pregunta
admite dos respuestas. Si lo que se quiere decir es si
hace falta saber estas cosas
para la vida cotidiana, la respuesta es,
evidentemente, no. Pero si aspiramos a
lograr una comprensión racional del mundo en que
vivimos y de los procesos
fundamentales en la naturaleza, la sociedad y nuestra
propia forma de pensar,
entonces la cosa se presenta de una forma totalmente
distinta.
Aunque parezca extraño, todos tenemos una filosofía.
Una filosofía es una
manera de interpretar el mundo. Todos creemos que
sabemos distinguir entre
el bien y el mal. Sin embargo, es una cuestión harto
complicada que ha ocupado
la atención de las grandes mentes a lo largo de la
historia. Cuando nos vemos
enfrentados con hechos tan terribles como la guerra
fratricida en la ex
Yugoslavia, el resurgimiento del desempleo o las
masacres en Ruanda, muchos
confesarán que no entienden de esas cosas y, a menudo,
recurrirán a vagas
referencias a la “naturaleza humana”. Pero, ¿en qué
consiste esa misteriosa
naturaleza humana que se presenta como la fuente de
todos nuestros males y se
alega que es eternamente inmutable? Esta es una
cuestión profundamente
filosófica que pocos intentarían contestar, a no ser
que tuvieran inclinaciones
religiosas, en cuyo caso dirían que Dios, en su
sabiduría, nos creó así. Por qué a
alguien se le ocurriría adorar a un Ser que crea a los
hombres sólo para gastarles
tales faenas es otro asunto.
Los que mantienen con obstinación que ellos no tienen
ninguna filosofía se
equivocan. La naturaleza aborrece el vacío. Las
personas que carecen de un
punto de vista filosófico elaborado y coherente
reflejarán inevitablemente las
ideas y los prejuicios de la sociedad y el entorno en
que viven. Esto significa, en
este contexto dado, que sus cabezas estarán repletas
de las ideas que absorben
de la prensa, la televisión, el púlpito y el aula, las
cuales reflejan fielmente los
intereses y la moral de la clase dominante.
Por lo común, la mayoría de la gente logra “ir
tirando”, hasta que algún
gran evento les obliga a reconsiderar las ideas y
valores a que están acostumbrados
desde su infancia. La crisis de la sociedad les obliga
a cuestionar muchas cosas
que daban por supuestas, haciendo que ideas aparentemente remotas
se vuelvan de repente tremendamente relevantes.
Cualquiera que desee comprender la vida no como una serie
de accidentes
sin sentido ni como una rutina irreflexiva debe
ocuparse de la filosofía,
esto es, del pensamiento a un nivel superior al de los
problemas inmediatos
de la vida
cotidiana. Tan sólo de esta forma nos elevamos a una altura
desde la que comenzamos a realizar nuestro potencial
como seres
humanos conscientes, dispuestos y capaces de tomar las
riendas de nuestro destino.
En general se comprende que cualquier empresa que
merezca la pena en
la vida requiere esfuerzo. La propia naturaleza de la
filosofía implica ciertas
dificultades para su estudio, ya que trata de cosas
muy alejadas del mundo de
la experiencia normal. Incluso los términos utilizados
presentan dificultades
porque su significado puede ser diferente al común,
aunque esto también es
verdad para cualquier materia especializada, desde el
psicoanálisis hasta la
mecánica.
El segundo obstáculo es más grave. En el siglo pasado,
cuando Marx y
Engels publicaron por primera vez sus escritos sobre
materialismo dialéctico,
podían dar por supuesto que muchos de sus lectores
tenían por lo menos unos
conocimientos básicos de filosofía clásica, incluido
Hegel. Actualmente no es
posible hacer semejante suposición. La filosofía ya no
ocupa el lugar del
pasado, puesto que la especulación sobre la naturaleza
del universo y la vida
fue asumida hace tiempo por las ciencias naturales. La
posesión de potentes
radiotelescopios y naves espaciales vuelve
innecesarias las conjeturas sobre la
naturaleza y la extensión de nuestro sistema solar.
Incluso los misterios del
alma humana se están poniendo paulatinamente al
descubierto mediante el
progreso de la neurobiología y la psicología.
La situación en el terreno de las ciencias sociales es
mucho menos
satisfactoria, debido sobre todo a que el deseo de
conseguir conocimientos
exactos a menudo decrece en la medida en que la
ciencia toca los enormes
intereses materiales que dominan la vida de la gente.
Los grandes avances
realizados por Marx y Engels en el terreno del
análisis socio-histórico y
económico quedan fuera del ámbito de este libro. Baste
con señalar que, a pesar
de los ataques constantes y frecuentemente maliciosos
a que estuvieron
sometidas desde el primer momento, las teorías del
marxismo en la esfera social
han sido el factor decisivo en el desarrollo de las
ciencias sociales modernas. En
cuanto a su vitalidad, está demostrada por el hecho de
que los ataques no sólo
continúan, sino que tienden a arreciar con el paso del
tiempo.
En épocas pasadas, el desarrollo de la ciencia, que
siempre ha estado estrechamente
vinculado al de las fuerzas productivas, no había
alcanzado un nivel
suficientemente alto como para permitir que las
personas entendiesen el mundo
en que vivían. En ausencia de un conocimiento
científico o de los medios
materiales para obtenerlo, se vieron obligados a
depender del único instrumento
que poseían para interpretar el mundo y, así,
conquistarlo: la mente
humana. La lucha para comprender el mundo se
identificaba con la lucha de la
humanidad para elevarse sobre una existencia meramente
animal, ganar el control
sobre las fuerzas ciegas de la naturaleza y liberarse
(en el sentido real, no
legalista, de la palabra). Esta lucha es como un hilo
conductor rojo que recorre
toda la historia de la humanidad.
El papel de la religión
"El hombre está totalmente loco. No sabría cómo
crear un
gusano, y crea dioses por docenas".
(Montaigne.)
"Toda mitología supera, domina y transforma las
fuerzas de
la naturaleza en la imaginación y mediante la
imaginación; por lo
tanto desaparece con la llegada de la auténtica
dominación sobre
ellas".
(Marx.)
Los animales no tienen religión, y en el pasado se
decía que ésa era la
principal diferencia entre hombres y bestias. Pero
ésta es sólo otra forma de
decir que únicamente los seres humanos poseen
conciencia en el sentido pleno
de la palabra. En los últimos años ha habido una
reacción contra la idea del
Hombre como Creación única y especial. Al fin y al
cabo, el ser humano
evolucionó de los animales y en muchos aspectos sigue
siendo animal. No
solamente compartimos con otros animales muchas de las
funciones corporales,
sino que la diferencia genética entre humanos y
chimpancés es menor del dos
por ciento. He aquí una respuesta devastadora a las
tonterías de los
creacionistas.
Las últimas investigaciones con chimpancés bonobos
(los primates más
afines a los humanos) han demostrado fuera de toda
duda que son capaces de
un nivel de actividad mental similar en algunos
aspectos al de un niño. Esto
prueba claramente el parentesco entre los seres
humanos y los primates
superiores, pero aquí la analogía empieza a
resquebrajarse. Pese a todos los
esfuerzos de los experimentadores, los bonobos
cautivos no han sido capaces de
hablar ni de labrar una herramienta de piedra
remotamente similar a los
utensilios más simples creados por los homínidos
primitivos. Esa diferencia
genética del dos por ciento que separa a los humanos
de los chimpancés marca
el salto cualitativo del animal al humano. Esto se
logró no por obra y gracia de
un Creador, sino por el desarrollo del cerebro a
través del trabajo manual.
La destreza para hacer incluso las herramientas de
piedra más simples
implica un nivel muy alto de habilidad mental y
pensamiento abstracto. El
seleccionar la piedra adecuada, elegir el ángulo
correcto para golpear y usar la
cantidad de fuerza precisa son acciones intelectuales
muy complejas. Requieren
un grado de planificación y previsión que no se
encuentra ni en los primates
más avanzados. No obstante, el uso y la manufactura de
herramientas de piedra
no fueron resultado de una planificación consciente,
sino una imposición de la
necesidad. No fue la conciencia la que creó la
humanidad, sino que las
condiciones necesarias para la existencia humana
condujeron a un cerebro más
grande, al habla y a la cultura, incluida la religión.
La necesidad de entender el mundo estaba estrechamente
vinculada a la
necesidad de sobrevivir. Aquellos homínidos primitivos
que descubrieron el
uso de raspadores de piedra para descuartizar
cadáveres de animales de piel
gruesa obtuvieron una considerable ventaja sobre
aquellos que no tuvieron
acceso a esta fuente abundante de grasas y proteínas.
Los que perfeccionaron
sus herramientas de piedra y descubrieron los mejores
yacimientos tuvieron
más posibilidades de sobrevivir que los que no lo
hicieron. Con el desarrollo de
la técnica vino la expansión de la mente y la
necesidad de explicar los
fenómenos naturales que gobernaban sus vidas. A través
de millones de años,
mediante aproximaciones sucesivas, nuestros
antepasados comenzaron a
establecer ciertas relaciones entre las cosas.
Empezaron a hacer abstracciones,
esto es, a generalizar a partir de la experiencia y la
práctica.
Durante siglos, la cuestión central de la filosofía ha
sido la relación entre el
pensamiento y el ser. La mayoría de las personas pasan
sus vidas sin siquiera
contemplar este problema. Piensan y actúan, hablan y
trabajan sin la menor
dificultad. Es más, ni se les ocurriría considerar
incompatibles las dos
actividades humanas más básicas, que en la práctica
son inseparables. Si
excluimos reacciones simples condicionadas
fisiológicamente, como los actos
reflejos, incluso la acción más elemental exige un
cierto grado de pensamiento.
En cierto modo, esto es verdad no sólo para los
humanos, sino también para los
animales (pensemos en un gato apostado a la espera de
un ratón). No obstante,
la planificación y el pensamiento humanos tienen un
carácter cualitativamente
superior a cualquier actividad mental de incluso el
simio más avanzado.
Este hecho está estrechamente vinculado a la capacidad
del pensamiento
abstracto, que permite a los seres humanos ir mucho
más allá de la situación
inmediata dada por nuestros sentidos. Podemos imaginar
situaciones no sólo
en el pasado (los animales también tienen memoria,
como el perro, que tiembla
a la vista de un garrote), sino también en el futuro.
Podemos predecir
situaciones complejas, planificar, y así determinar el
resultado y hasta cierto
punto controlar nuestros destinos. Aunque normalmente
no pensamos en ello,
esto representa una conquista colosal que separa a la
humanidad del resto de la
naturaleza. “Lo típico del razonamiento humano”, dice
el profesor Gordon
Childe, “es que puede ir muchísimo más lejos de la
situación actual, presente,
que el razonamiento de cualquier otro animal”.6 De
esta capacidad nacen las
múltiples creaciones de la civilización: la cultura,
el arte, la música, la literatura,
la ciencia, la filosofía, la religión. También damos
por supuesto que todo esto no
cae del cielo, sino que es el producto de millones de
años de desarrollo.
El filósofo griego Anaxágoras (500-428 a.C.), en una
deducción brillante,
afirmó que el desarrollo mental del hombre dependía de
la emancipación de las
manos. Engels, en su importante artículo El papel del
trabajo en la
transformación del mono en hombre, explicó la forma
exacta en que se logró
dicha transformación. Demostró que la postura
vertical, la liberación de las
manos para el trabajo, la forma de la mano, con el
pulgar opuesto a los otros
dedos de forma que permitía agarrar, fueron los
requisitos fisiológicos para la
manufactura de herramientas, que a su vez fue el
principal estímulo para el
desarrollo del cerebro. Incluso el habla, que es
inseparable del pensamiento,
surge de las exigencias de la producción social, de la
necesidad de cooperar
para realizar funciones complejas. Estas teorías de
Engels se han visto
confirmadas brillantemente por los últimos
descubrimientos de la
paleontología, que demuestran que los simios homínidos
aparecieron en África
bastante antes de lo que se pensaba y que tenían
cerebros no más grandes que
los de un chimpancé actual. Es decir, el desarrollo
del cerebro vino después de
la producción de herramientas y a consecuencia de
ésta. Así, no es verdad que
“En el principio, era la Palabra”, sino, en frase del
poeta alemán Goethe, “En el
principio, era el Hecho”.
La capacidad de manejar pensamientos abstractos es
inseparable del
habla. El célebre prehistoriador Gordon Childe
comenta:
“El razonamiento y todo lo que podemos llamar
pensamiento,
inclusive el del chimpancé, hace intervenir en las
operaciones mentales lo
que los psicólogos llaman imágenes. Una imagen visual,
la representación
mental de una banana, por ejemplo, ha de ser siempre
la representación de
una banana determinada en un conjunto determinado. Una
palabra, por el
contrario, según lo explicado, es más general y
abstracta, pues ha
eliminado precisamente esos rasgos accidentales que
dan individualidad a
cualquier banana real. Las imágenes mentales de las
palabras
(representaciones del sonido o de los movimientos
musculares que
intervienen en su pronunciación) constituyen ‘fichas’
muy cómodas en el
proceso del pensamiento. El pensar con su ayuda posee
necesariamente
esa cualidad de abstracción y generalidad que parece
faltar en el
pensamiento animal. Los hombres pueden pensar, lo
mismo que hablar,
sobre la clase de objetos llamados ‘bananas’; el
chimpancé nunca va más
allá de ‘esa banana en ese tubo’. De tal suerte el
instrumento social
denominado lenguaje ha contribuido a lo que se
denomina
grandilocuentemente ‘la emancipación del hombre de la
esclavitud de lo
concreto”. G. Childe, Qué sucedió en la historia.
Editorial Pléyade, Buenos
Aires, 1975, pp. 25-6)
Los humanos primitivos, después de largo tiempo,
formaron la idea
general de, por ejemplo, una planta o un animal. Esto
surgió de la observación
concreta de muchas plantas y animales particulares.
Pero cuando llegamos al
concepto general de “planta”, ya no vemos delante de
nosotros esta o aquella
flor o arbusto, sino lo que es común a todas ellas.
Comprendemos la esencia de
una planta, su ser interior. Comparado con esto, los
rasgos peculiares de las
plantas individuales parecen secundarios e inestables.
Lo que es permanente y
universal está contenido en el concepto general. Jamás
podemos ver una planta
como tal, opuesta a flores y arbustos particulares. Es
una abstracción de la mente.
Sin embargo, es una expresión más profunda y verdadera
de lo que es
esencial a la naturaleza de la planta cuando se la
despoja de todos los rasgos
secundarios.
No obstante, las abstracciones de los humanos
primitivos distan mucho de
tener un carácter científico. Eran exploraciones
tentativas, como las impresiones
de un niño: suposiciones e hipótesis a veces
incorrectas, pero siempre audaces e
imaginativas. Para nuestros antepasados remotos, el
Sol era un ser supremo que
unas veces les calentaba y otras les quemaba. La
Tierra era un gigante
adormecido. El fuego era un animal feroz que les
mordía cuando lo tocaban.
Los humanos primitivos conocieron los truenos y los
relámpagos, les
asustarían, como todavía hoy asustan a los animales y
a algunas personas. Pero,
a diferencia de los animales, los humanos buscaron una
explicación general del
fenómeno. Dada la ausencia de cualquier conocimiento
científico, la explicación
sólo podía ser sobrenatural: algún dios golpeando un
yunque con su martillo.
Para nosotros, semejantes explicaciones resultan
simplemente divertidas, como
las explicaciones ingenuas de los niños. No obstante,
en ese período eran
hipótesis extraordinariamente importantes, un intento
de encontrar una causa
racional para el fenómeno distinguiendo entre la
experiencia inmediata y lo que
había tras ella.
La forma más característica de las religiones
primitivas es el animismo —
la noción de que todo objeto, animado o inanimado,
posee un espíritu—. Vemos
el mismo tipo de reacción en un niño cuando pega a una
mesa contra la que se
ha golpeado la cabeza. De la misma manera, los humanos
primitivos y ciertas
tribus actuales piden perdón a un árbol antes de
talarlo. El animismo pertenece
a un período en el que la humanidad aún no se había
separado plenamente del
mundo animal y de la naturaleza. La proximidad de los
humanos al mundo de
los animales está demostrada por la frescura y belleza
del arte rupestre, donde
los caballos, ciervos y bisontes están pintados con
una naturalidad que ningún
artista moderno es capaz de lograr. Se trata de la
infancia del género humano,
que ha desaparecido y nunca volverá. Tan sólo podemos
imaginar la psicología
de nuestros antepasados remotos. Pero mediante una
combinación de los
descubrimientos de la paleontología y la antropología
es posible reconstruir,
por lo menos a grandes rasgos, el mundo del que hemos
surgido.
En su estudio antropológico clásico de los orígenes de
la magia y la
religión, James G. Frazer escribe:
“El salvaje concibe con dificultad la distinción entre
lo natural y lo
sobrenatural, comúnmente aceptada por los pueblos ya
más avanzados.
Para él, el mundo está funcionando en gran parte
merced a ciertos agentes
sobrenaturales que son seres personales que actúan por
impulsos y
motivos semejantes a los suyos propios y, como él,
propensos a
modificarlos por apelaciones a su piedad, a sus deseos
y temores. En un
mundo así concebido no ve limitaciones a su poder de
influir sobre el
curso de los acontecimientos en beneficio propio. Las
oraciones, promesas
o amenazas a los dioses pueden asegurarle buen tiempo
y abundantes
cosechas; y si aconteciera, como muchas veces se ha
creído, que un dios
llegase a encarnar en su misma persona, ya no
necesitaría apelar a seres
más altos. Él, el propio salvaje, posee en sí mismo
todos los poderes
necesarios para acrecentar su propio bienestar y el de
su prójimo”. (Sir
James Frazer, La rama dorada. Magia y religión. Fondo
de Cultura
Económica. Madrid. 1981, p. 33)
La noción de que el alma existe separada y aparte del
cuerpo viene
directamente de los tiempos más remotos. El origen de
esta idea es evidente.
Cuando dormimos, el alma parece abandonar el cuerpo y
vagar en nuestros
sueños. Por extensión, la similitud entre la muerte y
el sueño —“gemelo de la
muerte”, como lo llamó Shakespeare— sugiere la idea de
que el alma podría
seguir existiendo después de la muerte. Así fue cómo
los humanos primitivos
concluyeron que el interior de sus cuerpos albergaba
algo, el alma, que mandaba
sobre el cuerpo y podía hacer todo tipo de cosas
increíbles, incluso cuando
el cuerpo estaba dormido. También observaron cómo
palabras llenas de
sabiduría manaban de las bocas de los ancianos y
concluyeron que, mientras
que el cuerpo perece, el alma sigue viviendo. Para
gente acostumbrada a los
desplazamientos, la muerte era vista como una
migración del alma, que
necesitaba comida y utensilios para el viaje.
Al principio estos espíritus no tenían una morada
fija. Simplemente
erraban, la mayoría de las veces causando molestias y
obligando a los vivos a
hacer todo lo que podían por deshacerse de ellos. He
aquí el origen de las
ceremonias religiosas. Finalmente surgió la idea de
que mediante la oración
podría conseguirse la ayuda de estos espíritus. En
esta etapa, la religión
(magia), el arte y la ciencia no se diferenciaban. No
teniendo los medios para
conseguir un auténtico poder sobre el medio ambiente,
los humanos primitivos
intentaron obtener sus fines por medio de una relación
mágica con la
naturaleza, y así someterla a su voluntad.
La actitud de los humanos primitivos hacia sus
dioses-espíritus y fetiches
era bastante práctica. La intención de los rezos era
obtener resultados. Un
hombre haría una imagen con sus propias manos y se
postraría ante ella. Pero si
no conseguía el resultado deseado, la maldecía y la
golpeaba para obtener
mediante la violencia lo que no había conseguido con
súplicas. En ese mundo
extraño de sueños y fantasmas, un mundo de religión,
la mente primitiva veía
cada acontecimiento como la obra de espíritus
invisibles. Cada arbusto o cada
riachuelo eran una criatura viviente, amistosa u
hostil. Cada suceso fortuito,
cada sueño, dolor o sensación estaba causado por un
espíritu. Las explicaciones
religiosas llenaban el vacío que dejaba la falta de conocimiento
de las leyes de la
naturaleza. Incluso la muerte no era vista como un
evento natural, sino como el
resultado de alguna ofensa causada a los dioses.
Durante casi toda la existencia del género humano, la
mente ha estado
llena de este tipo de cosas. Y no sólo en lo que a la
gente le gusta considerar
como sociedades primitivas. Las creencias
supersticiosas continúan existiendo
hoy, aunque con diferente disfraz. Bajo el fino barniz
de civilización se
esconden tendencias e ideas irracionales primitivas
que tienen su raíz en un
pasado remoto que ha sido en parte olvidado, pero que
no está todavía
superado. No serán desarraigadas definitivamente de la
conciencia humana
hasta que hombres y mujeres no establezcan un firme
control sobre sus
condiciones de existencia.
La división del trabajo
Frazer señala que la división entre trabajo manual y
trabajo intelectual en
la sociedad primitiva está invariablemente vinculada a
la formación de una
casta de sacerdotes, hechiceros o magos:
“El progreso social, según creemos, consiste
principalmente en una
diferenciación progresiva de funciones; dicho más
sencillamente, en una
división del trabajo. La obra que en la sociedad
primitiva se hace por
todos igual y por todos igualmente mal o muy cerca de
ello, se distribuye
gradualmente entre las diferentes clases de
trabajadores, que la ejecutan
cada vez con mayor perfección; y así, tanto más cuanto
que los productos
materiales o inmateriales de esta labor especializada
van siendo gozados
por todos, la sociedad en conjunto se beneficia de la
especialización
creciente. Ahora, ya, los magos o curanderos aparecen
constituyendo la
clase profesional o artificial más antigua en la
evolución de la sociedad,
pues hechiceros se encuentran en cada una de las
tribus salvajes conocidas
por nosotros, y entre los más incultos salvajes, como
los australianos
aborígenes, es la única clase profesional que existe”.
(Ibíd. pp 137-8)
El dualismo, que separa el alma del cuerpo, la mente
de la materia, el
pensamiento del hecho, recibió un fuerte impulso con
el desarrollo de la
división del trabajo en una etapa dada de la evolución
social. La separación
entre trabajo manual y trabajo intelectual coincidió
con la división de la
sociedad en clases y marcó un gran avance en el
desarrollo humano. Por
primera vez, una minoría de la sociedad se vio
liberada de la necesidad de
trabajar para obtener su sustento. La posesión de la
mercancía más preciada, el
ocio, significó que los hombres podían dedicar sus
vidas al estudio de las
estrellas. Como el filósofo materialista alemán Ludwig
Feuerbach explica, la
ciencia teórica auténtica comienza con la cosmología:
“El animal es sólo sensible al rayo de luz que
inmediatamente afecta
a la vida; mientras que el hombre percibe la luz, para
él físicamente
indiferente, de la estrella más remota. Tan sólo el
hombre posee pasiones y
alegrías desinteresadas y puramente intelectuales;
sólo el ojo del hombre
mantiene festivales teóricos. El ojo que contempla los
cielos estrellados,
que medita sobre aquella luz al mismo tiempo inútil e
inocua que no tiene
nada en común con la Tierra y sus necesidades; este
ojo ve en aquella luz
su propia naturaleza, sus propios orígenes. El ojo es
celestial por su propia
naturaleza. De aquí que el hombre se eleve por encima
de la tierra sólo con
el ojo; de aquí que la teoría comience con la
contemplación de los cielos.
Los primeros filósofos eran astrónomos”. (Ludwig
Feuerbach. The essence
of Christianity. p. 5)
Aunque en esta etapa temprana esto todavía estaba
mezclado con la
religión y los requerimientos e intereses de una casta
sacerdotal, también
significó el nacimiento de la civilización humana.
Aristóteles ya lo había
entendido cuando escribió: “Además, estas artes
teóricas evolucionaron en
lugares donde los hombres tenían un superávit de tiempo
libre: por ejemplo, las
matemáticas tienen su origen en Egipto, donde una
casta sacerdotal gozaba del
ocio necesario”.11
El conocimiento es una fuente de poder. En cualquier
sociedad en que el
arte, la ciencia y el gobierno son el monopolio de
unos pocos, esa minoría usará
y abusará de su poder en su propio beneficio. La
inundación anual del Nilo era
un asunto de vida o muerte para los egipcios, cuyas
cosechas dependían de ello.
La pericia de los sacerdotes egipcios para predecir,
apoyándose en observaciones
astronómicas, cuándo se desbordaría el Nilo debió de
haber incrementado
enormemente su prestigio y poder sobre la sociedad. El
arte de escribir, una invención
muy poderosa, era un secreto celosamente guardado por
la casta sacerdotal:
“Sumeria descubrió la escritura; los sacerdotes
sumerios hicieron
conjeturas acerca de que el futuro pudiera estar
escrito por algún
procedimiento oculto en los acontecimientos presentes
que tenían lugar a
nuestro alrededor. Hasta llegaron a sistematizar esta
creencia, mezclando
elementos mágicos y racionales”.(I. Prigogine e I.
Stengers. Order Out of
Chaos, Man’s New Dialogue with Nature. p. 4)
La posterior profundización de la división del trabajo
hizo surgir un
abismo insalvable entre la élite intelectual y la
mayoría de la humanidad,
condenada a trabajar con sus propias manos. El
intelectual, sea sacerdote
babilónico o físico teórico moderno, sólo conoce un
tipo de trabajo: el mental.
En el curso de milenios, la superioridad de este
último sobre el trabajo manual
“puro y duro” ha echado raíces profundas y adquirido
la fuerza de un
prejuicio. Lenguaje, palabras y pensamientos se han
revestido de poderes
místicos. La cultura se ha vuelto el monopolio de una
élite privilegiada que
guarda celosamente sus secretos, usando y abusando de
su posición en su
propio interés.
En la antigüedad, la aristocracia intelectual no hizo
ningún intento de
ocultar su desprecio por el trabajo físico. El
siguiente extracto de un texto
egipcio conocido como La sátira sobre los oficios,
escrito alrededor de 2000 a.C.,
se cree que es la exhortación de un padre a su hijo,
al que quiere enviar a la
escuela para formarse como escriba:
La misma actitud prevalecía entre los griegos:“He
visto cómo se
maltrata al hombre que trabaja —deberías poner tu corazón
en la
búsqueda de la escritura—. He observado cómo uno
podría ser rescatado
de sus deberes —¡presta atención! No hay nada que
supere a la escritura—
. (...)
“He visto al metalúrgico trabajando en la boca del
horno. Sus dedos
eran similares a cocodrilos; olía peor que una hueva
de pescado. (...)
“El pequeño constructor lleva barro. (...) Está más
sucio que las viñas
o los cerdos de tanto pisotear el barro. Su ropa está
tiesa de la arcilla. (...)
“El fabricante de flechas es muy infeliz cuando entra
en el desierto
[en busca de pedernal]. Más grande es lo que da a su
burro que lo que
posteriormente [vale] su trabajo. (...)
“El lavandero que lava ropa en la orilla [del río] es
el vecino del
cocodrilo. (...)
“¡Presta atención! No hay ninguna profesión sin patrón,
excepto para
el escriba: él es el patrón. (...)
“¡Presta atención! No hay ningún escriba al que le
falte comida de la
propiedad de la Casa del Rey —¡vida, prosperidad,
salud!—. (...) Su padre
y su madre alaban a dios, puesto que él está en el
sendero de los vivientes.
¡Contempla estas cosas! Yo [las he puesto] ante ti y
ante los hijos de tus
hijos”. (Citado por Margret Donaldson, Children’s
Minds. p. 84)
“Las llamadas artes mecánicas”, dice Jenofonte,
“llevan un estigma
social y con razón son despreciadas en nuestras
ciudades, puesto que estas
artes dañan los cuerpos de los que trabajan en ellas o
de los que actúan
como capataces, condenándoles a una vida sedentaria de
puertas adentro
y, en algunos casos, a pasar todo el día al lado de la
chimenea. Esta
degeneración física asimismo da pie a un deterioro del
alma. Además, los
que trabajan en estos oficios simplemente no tienen
tiempo para dedicarse
a los deberes de la amistad o de la ciudadanía. En
consecuencia, son
considerados como malos amigos y malos patriotas, y en
algunas
ciudades, sobre todo las más guerreras, no es legal
que un ciudadano se
dedique al trabajo manual”. (Oeconomicusm iv, 203,
citado en B.
Farrington, Greek Science, pp. 28-9)
El divorcio radical entre trabajo intelectual y manual
profundiza la ilusión
de una existencia independiente de las ideas, los
pensamientos y las palabras.
Este concepto erróneo es el meollo de toda religión e
idealismo filosófico.
No fue Dios quien creó el hombre a su propia imagen y
semejanza, sino,
por el contrario, fue el hombre quien creó dioses a
imagen y semejanza suya.
Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuviesen una
religión, su dios tendría
alas. “La religión es un sueño en el que nuestras
propias concepciones y
emociones se nos presentan como existencias separadas,
como seres al margen
de nosotros mismos. La mente religiosa no distingue
entre lo subjetivo y lo
objetivo, no tiene dudas; tiene la capacidad no de
discernir cosas diferentes a
ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera
de sí misma, como seres
independientes”. Esto era algo que hombres como
Jenófanes de Colofón (565-
hacia 470 a. C.) entendió cuando escribió: “Homero y
Hesíodo han atribuido a
los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre
los hombres: el robo, el
adulterio, el engaño (...) Los etíopes hacen sus
dioses negros y con nariz chata, y
los tracios hacen los suyos con ojos grises y pelo
rojo (...) Si los animales
pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los
caballos y los bueyes
también harían dioses a su propia imagen”.
Los mitos de la creación, que existen en casi todas
las religiones,
inevitablemente toman sus imágenes de la vida real,
por ejemplo, la imagen del
alfarero que da forma a la arcilla amorfa. En opinión
de Gordon Childe, la
historia de la Creación en el primer libro del Génesis
refleja que en
Mesopotamia la tierra fue separada de las aguas “en el
Principio”, pero no
mediante la intervención divina:
“La tierra sobre la cual las grandes ciudades de
Babilonia se alzarían
tenía que crearse en el sentido literal de la palabra;
el antepasado
prehistórico de la Erech bíblica fue construido encima
de una especie de
plataforma de juncos entrecruzados sobre el barro
aluvial. El libro hebreo
del Génesis nos ha familiarizado con una tradición
bastante más antigua
de la condición prístina de Sumeria —un ‘caos’ en el
cual las fronteras
entre el agua y la tierra todavía eran fluidas—. Un
incidente esencial en ‘la
Creación’ es la separación de estos elementos. Sin
embargo, no fue ningún
dios, sino los propios protosumerios quienes crearon
la tierra: cavaron
canales para irrigar los campos y drenar la marisma,
construyeron diques
y plataformas elevadas por encima del nivel de
inundación para proteger
a los hombres y al ganado de las aguas, despejaron las
extensiones de
juncos y exploraron los canales que las cruzaban. La
persistencia tenaz del
recuerdo de esta lucha es un indicio del grado de
esfuerzo que supuso
para los antiguos sumerios. Su recompensa era una
fuente garantizada de
nutritivos dátiles, una abundante cosecha de los
campos que habían
drenado y pastos permanentes para sus rebaños”.
(Gordon Childe. Man
Makes himself, pp. 107-8)
Los intentos más ancestrales del hombre de explicar el
mundo y su lugar
en él estaban mezclados con la mitología. Los
babilonios creían que el dios del
caos, Marduc, había creado el Orden, separando la
tierra del agua y el cielo de
la tierra. Los judíos tomaron de los babilonios el
mito bíblico de la Creación y
más tarde lo transmitieron a la cultura cristiana. La
auténtica historia del
pensamiento científico empieza cuando el hombre
aprende a prescindir de la
mitología e intenta comprender racionalmente la
naturaleza, sin la intervención
de los dioses. En ese momento comienza la auténtica
lucha por la emancipación
de la humanidad de la esclavitud material y
espiritual.
El advenimiento de la filosofía representó una
auténtica revolución en el
pensamiento humano. Al igual que tantos otros
elementos de la civilización
moderna, la filosofía se lo debemos a la Grecia
antigua. Si bien es verdad que
los indios, los chinos, y más tarde los árabes,
también hicieron importantes
avances, fueron los griegos quienes llevaron la
filosofía y la ciencia a su punto
álgido antes del Renacimiento. La historia del
pensamiento griego durante el
período de 400 años que arranca en la mitad del siglo
VII a. de C., constituye
una de las páginas más impresionantes en los anales de
la historia humana.
En este período aparecen una larga serie de héroes,
pioneros en el
desarrollo del pensamiento. Los griegos, antes que
Colón, descubrieron que la
tierra era redonda. Antes que Darwin, afirmaron que
los humanos habían
evolucionado de los peces. Hicieron extraordinarios
descubrimientos en
matemáticas, especialmente en geometría, y para
superarlos fueron necesarios
más de mil años. Fue uno de los momentos más decisivos
de la historia del
pensamiento humano, el inicio de la verdadera ciencia.
El nacimiento de la filosofía
La filosofía occidental nació bajo el cielo azul del
Egeo. Los siglos VII y
VIII a. C. fueron años agitados y de rápida expansión
económica del
Mediterráneo oriental. Los griegos de las islas Jonias
que residían en la costa de
Turquía, mantenían una próspera relación comercial con
Egipto, Babilonia y
Lidia. El dinero ⎯una invención
lidia⎯, fue introducido en Europa a través del
Egeo, aproximadamente en el 625 a. C., y estimuló
enormemente el comercio y
como consecuencia, mientras unos acumulaban grandes
riquezas, otros, sólo
obtenían miseria y esclavitud.
Los primeros filósofos griegos representan el verdadero
punto de partida
de la filosofía. El primer intento de luchar y
liberarse de los antiguos límites de
la superstición y el mito, de prescindir de dioses y
divinidades, por primera vez
el ser humano se enfrentaba cara a cara con la
naturaleza.
La revolución económica provocó nuevas contradicciones
sociales. El
colapso de la vieja sociedad patriarcal provocó el
choque entre ricos y pobres.
La vieja aristocracia se enfrentó al descontento de
las masas y a la oposición de
los tiranos, a menudo, eran los propios nobles
disidentes siempre dispuestos a
ponerse a la cabeza de las insurrecciones populares.
Fue un período de gran
inestabilidad, en el que hombres y mujeres empezaron a
poner en tela de juicio
las viejas creencias.
El siguiente pasaje describe la situación en Atenas en
aquella época:
“En los años malos (los campesinos) tenían que pedir
prestado a sus
ricos vecinos; con la aparición del dinero en vez de
pedir prestado un saco
de grano, al viejo estilo de buena vecindad, tenían
que pedir prestado el
grano necesario antes de la cosecha, cuando aún estaba
barato, sino
tendrían que pagar elevados intereses, lo que provocó
una gran
indignación en Megara. En el año 600, mientras los
ricos exportaban a los
mercados del Egeo o Corinto, los pobres permanecían
hambrientos.
Muchos, demasiados, perdían su tierra o se empeñaban
como prenda de
sus deudas, e incluso perdían su libertad; al
acreedor, como último recurso
ante al deudor insolvente le quedaba la posibilidad de
entregarse él y su
familia como esclavos... La ley era muy severa, era la
ley del rico”. (A. R.
Burn; The Pelican History of Greece, p. 119).
Draco recopiló estas leyes en un código, de ahí
procede la expresión
“condiciones draconianas”.
El siglo VI a. C. fue un período turbulento y también
el del declive de las
repúblicas Jonias de Asia Menor, un siglo
caracterizado por la crisis social y por
una feroz lucha de clases entre ricos y pobres, entre
dominadores y esclavos.
“En Mileto”, escribe Rostovtzeff, “el pueblo resultó
primero victorioso,
asesinando a las esposas e hijos de los aristócratas;
después dominaron los
aristócratas que quemaron vivos a sus enemigos y
alumbraron las plazas de la
ciudad con antorchas vivientes”. (Citado por Bertrand
Russel, Historia de la
filosofía occidental. Madrid. Editorial Espasa, 1997.
p. 62).
En aquella época, estas condiciones sociales eran las
normales en la
mayoría de las ciudades griegas de Asia Menor. Los
héroes de esa época nada
tenían en común con la idea posterior del filósofo,
aislado del resto de la
humanidad en su torre de marfil. Estos “hombres
sabios” no eran sólo
pensadores, eran escritores, no sólo eran teóricos,
eran también hombres
prácticos. Del primero de ellos, Tales de Mileto
(640-546 a. C.), no sabemos
prácticamente nada, salvo que fue al final de su vida
cuando se aproximó a la
filosofía, se dedicó al comercio, a la ingeniería, a
la geometría y a la astronomía
(se dice que predijo un eclipse, que según los
astrónomos ocurrió en el año 585
a. C.).
No se puede negar que los primeros filósofos griegos
eran materialistas.
Dieron la espalda a la mitología, se dedicaron a
buscar el principio general del
funcionamiento de la naturaleza, a partir de la
observación de la propia
naturaleza. Los griegos posteriores les llamaron
hilozoístas, que se podría
traducir por: los que piensan que la materia está
animada. Esta concepción de la
materia en movimiento es sorprendentemente moderna y
muy superior a la
concepción de los físicos mecanicistas del siglo
XVIII. Debido a la ausencia de
modernos instrumentos científicos, con frecuencia sus
teorías tuvieron el
carácter de inspiradas conjeturas. A pesar de todo,
teniendo en cuenta la
ausencia de recursos, es realmente asombroso lo que
llegaron a aproximarse a
la comprensión del auténtico funcionamiento de la
naturaleza. El filósofo
Anaximandro (610-545 a. C.), afirmó que tanto el
hombre como el resto de los
demás animales habían evolucionado de un pez que
abandonó el agua para
salir a la tierra.
Sería un error pensar que estos filósofos eran
religiosos porque utilizasen
la palabra “dios” (theos) para referirse a la
sustancia primaria. J. Burnet dice
que esta palabra era similar a los antiguos epítetos
homéricos: “eterno”,
“inmortal”, etc. Incluso Homero, utiliza la palabra en
diferentes sentidos. Desde
Hesiodo a la teogenia está claro que muchos de los
“dioses” nunca fueron
adorados, eran meras personificaciones apropiadas para
los fenómenos
naturales o incluso para las pasiones humanas. Las
religiones primitivas
miraban al cielo como algo divino y lo separaban de la
tierra. Los filósofos
jonios rompieron radicalmente con esta concepción. Se
basaron en la multitud
de descubrimientos de la cosmología babilónica y
egipcia, rechazaron el
elemento mítico que confundía la astronomía con la
astrología.
La tendencia general de la filosofía griega antes de
Sócrates era la
búsqueda de los principios fundamentales de la
naturaleza:
“La naturaleza es lo que está más cerca de nosotros,
se encuentra más
cerca del ojo, es lo más palpable, es lo que primero
que atrae el espíritu de
investigación. En sus distintas formas, en su
multiplicidad, el pensamiento
debe encontrar el inicio de un principio fundamental
permanente. ¿Cuál
es este principio? ¿Cuál es exactamente el elemento
básico natural?”.
(Schwgler, History of Philosophy. En la edición
inglesa).
Los filósofos dieron explicaciones diferentes a esta
cuestión. Por ejemplo,
Tales sostenía que la base de todas las cosas era el
agua, esta afirmación fue un
gran paso adelante del pensamiento humano. Ya hacía
tiempo que los
babilonios anticiparon la idea de que todas las cosas
procedían del agua. Su
mito de la creación fue el modelo que siguió la
historia de la creación hebrea del
primer libro del Génesis. “Todas las tierras eran mar
hasta que Marduk, el
creador babilonio, separó la tierra del mar”. La
diferencia es que no hay
Marduk, ni creador divino externo a la naturaleza, por
primera vez se explica la
naturaleza en términos puramente materialistas, es
decir, en términos de la
propia naturaleza.
La idea de la naturaleza reducida al agua no es tan
inverosímil como
podría parecer. Aparte de que la gran mayoría de la
superficie de la tierra está
formada por agua, los jonios se dieron cuenta que el
agua es algo esencial para
todas las formas de vida. La mayor parte del volumen
de nuestro cuerpo es
agua, moriríamos rápidamente si nos privamos de ella.
Además el agua cambia
de forma, pasa de líquido a sólido o vapor.
“No es difícil suponer que los fenómenos
meteorológicos influyeron
en Tales a la hora de formular sus teorías. De todas
las cosas que
conocemos, el agua es la que parece tener las formas
más variadas. Nos
son familiares sus formas, sólido, líquido y vapor.
Tales pudo haberse
dado cuenta de ello observando como ante sus ojos el
agua regresaba de
nuevo al agua. La evaporación sugiere de manera
natural que el fuego de
los cuerpos celestiales se conserva gracias a la
humedad que extraen del
mar. El agua cae de nuevo en forma de lluvia, y al
final, como pensaban
los primeros cosmólogos, regresa a la tierra. Este
proceso era algo natural
para aquellos hombres familiarizados con los ríos de
Egipto que formaban
el Delta, y los torrentes de Asia Menor que bajaban
por los largos
depósitos aluviales”. (O. J. Burnet; Los primeros
filósofos griegos).
Anaximandro
A Tales le siguieron otros filósofos que postularon
diferentes teorías sobre
la estructura básica de la materia. Anaximandro nació
en Samos, donde vivió
también el famoso Pitágoras. Dicen que escribió sobre
la naturaleza, las estrellas
fijas, la esfera de la tierra y otros temas. Elaboró algo
parecido a un mapa que
mostraba el límite de la tierra y el mar, creó varias
inventos matemáticos,
incluyendo un cuadrante solar y una carta de
navegación astronómica.
Al igual que Tales, Anaximandro consideraba que la
naturaleza era real.
De igual manera se aproximó al tema desde un punto de
vista estrictamente
materialista, sin recurrir a los dioses o cualquier
otro elemento sobrenatural.
Pero a diferencia de su contemporáneo, Tales no
encontró la respuesta en una
forma concreta de materia como el agua. Según relata
Diógenes, “Recurrió al
Infinito (lo indeterminado) como elemento principal;
no lo concretaba en el
agua u otra materia”. (Hegel. Filosofía de la
Historia, Vol. I). “Es el principio de
todo, transformándose continuamente; a través de
mundos infinitos o dioses
que salen de él y que al mismo tiempo desaparecen”.
(Ibíd.).
Estas idean situaron por primera vez el estudio del
universo en el camino
de la ciencia, permitió a los primeros filósofos
griegos hacer descubrimientos
excepcionales, muy avanzados para su tiempo. Primero
descubrieron que el
mundo era redondo y que no descansaba sobre nada, la
tierra no era el centro
del universo y giraba junto a los otros planetas
alrededor del centro. De acuerdo
con otro contemporáneo, Hipólito, Anaximandro pensaba
que la tierra se movía
libremente y nada la podía detener porque era
equidistante a todo, tenía forma
redonda y era hueca como una columna, así unos nos
encontramos en una cara
de la tierra mientras los demás están en la otra.
También descubrió la teoría de
los eclipses lunar y solar.
Con todas sus carencias y deficiencias, estas ideas
representaban una
concepción audaz de la naturaleza y el universo,
sorprendente y original, más
cerca de la realidad que el ciego misticismo de la
Edad Media, un período en el
que de nuevo, el pensamiento humano caería aprisionado
bajo el dogma
religioso. Estos importantes avances no fueron sólo
resultado de sus conjeturas,
fueron también consecuencia del pensamiento, la
investigación y la
experimentación minuciosa. Dos mil años antes que
Darwin, Anaximandro se
adelantó a la teoría de la evolución gracias a sus
sorprendentes descubrimientos
en biología marina. El historiador A. E. Burn cree que
esto no fue accidental,
sino el resultado de la investigación científica. “Hicieron
observaciones de
embriones y también de fósiles, como hicieron algunos
de sus sucesores,
aunque no podemos afirmarlo con certeza”. (A. R. Burn,
The Pelican History of
Greece).
Anaximandro revolucionó el pensamiento humano. En
lugar de limitarse
a una forma concreta de la materia se ocupó del
concepto de materia en general,
como si se tratara de un concepto filosófico. Esta
sustancia universal es eterna e
infinita que se encuentra en constante evolución y
cambio. Toda la miríada de
formas de seres distintos que percibimos a través de
nuestros sentidos, son
diferentes expresiones de la misma sustancia básica.
Esta idea era tan insólita
que para muchos resultaba incomprensible. Plutarco se
quejó de que
Anaximandro no concretó si uno de los elementos de su
infinito era agua, tierra,
aire o fuego. Pero precisamente este carácter de la
teoría fue lo que hizo época.
Anaxímenes
El último del gran trío de materialistas jonios fue
Anaxímenes (585-528 a.
C.). Se dice que nació cuando Tales “florecía” y
“floreció” cuando Tales moría.
Más joven que Anaximandro, a diferencia de este último
e igual que Tales,
tomó un solo elemento ⎯el aire⎯ como la sustancia absoluta, de la que todo
procedía y a la que todo se reducía. El uso de la
palabra “aire” (aer) por
Anaxímenes, difiere sustancialmente del uso moderno de
la palabra.
Anaxímenes incluía el vapor, la bruma e incluso la
oscuridad. Muchos
traductores prefieren utilizar la palabra “bruma”.
A primera vista esta idea podría parecer un paso atrás
en comparación con
la concepción general de la materia propuesta por
Anaximandro, pero su visión
de la materia dio un paso adelante más.
Anaxímenes intentó demostrar que el “aire” era la
sustancia universal que
se transformaba mediante un proceso al que denominó
enrarificación o
condensación. Cuando el aire se enrarece se convierte
en fuego y cuando se
condensa se convierte en viento. Una nueva
condensación producirá las nubes,
la tierra y las piedras. Si comparamos su concepción
del universo con la de
Anaximandro, ésta es inferior (por ejemplo pensaba que
el mundo tenía forma
de tabla), sin embargo su filosofía representaba un
paso adelante por que
intentaba ir más allá de la afirmación general de la
naturaleza de la materia.
Intentó dar una determinación más precisa, no sólo cualitativa,
también
cuantitativamente, a través del proceso de
enrarificación y condensación:
“Observad esta sucesión de pensadores, con su lógica,
el aluvión de
ideas, el poder de abstracción, la forma en que se
enfrentan a los
problemas. Cuando Tales redujo las distintas
apariencias de las cosas a un
Primer Principio, fue un gran paso adelante en el
pensamiento humano.
Otro gran avance fue la elección de Anaximandro, no
eligió como Primer
Principio una forma visible como el agua, eligió un
concepto: lo
Indeterminado. Pero esta teoría no satisfacía a
Anaxímenes. Anaximandro
para explicar la forma en que emergían todas las cosas
a partir de lo
Indeterminado, utilizó una sencilla metáfora. Se
trataba de un proceso de
‘clasificación’. Anaxímenes creía que era necesario
algo más y fue más allá
con las ideas complementarias de enrarificación y
condensación, porque
éstas podían explicar la transformación de los cambios
cuantitativos en
cambios cualitativos”. (B. Farrington, op. cit. p.
39).
Debido al nivel tecnológico de la época era imposible
para Anaxímenes
caracterizar con más precisión el fenómeno en
cuestión. Es fácil señalar ahora
los fallos e incluso los puntos absurdos de sus ideas,
pero hacerlo sería un error.
No se puede culpar a los primeros filósofos griegos de
no esbozar con más
detalle el mundo, para ello hubo que esperar dos mil
años y todo gracias al
avance económico, tecnológico y científico. Estos
grandes pioneros del
pensamiento humano prestaron un servicio inestimable a
la humanidad, la
permitieron escapar de las antiguas costumbres de la
superstición religiosa y de
esta forma, crear las bases sin las que habría sido
impensable todo el avance
científico y cultural de la humanidad.
La visión general del universo y la naturaleza,
elaborada por estos grandes
y revolucionarios pensadores, en muchos aspectos se
acercaban a la realidad. El
problema residía en que debido al nivel de desarrollo
de la producción y la
tecnología, no tenían los medios necesarios para
demostrar sus hipótesis y
dotarlas de una base sólida. Se adelantaron a muchas
cosas que sólo la pudo
demostrar la ciencia moderna, porque requerían un
mayor desarrollo de la
ciencia y la técnica. Para Anaxímenes el “aire”, es
sólo la taquigrafía de la
materia, su forma más simple y básica. Como señala
Erwin Schrsdinger, uno de
los fundadores de la física moderna: “El dijo que
había conseguido disociar el
gas hidrógeno y no estaría muy alejado de nuestra
visión actual”. (A. R. Burn,
p. 131).
Los primeros filósofos jonios de la naturaleza con
total seguridad llegaron
tan lejos como pudieron en su explicación del
funcionamiento de la naturaleza,
y lo hicieron a través de la razón especulativa.
Hicieron grandes
generalizaciones, encaminadas en la dirección
correcta. Pero para seguir
avanzando era necesario examinar las cosas con mas
detalle, analizar la
naturaleza trozo a trozo. Aristóteles y los pensadores
griegos alejandrinos lo
hicieron más tarde. Una parte importante de su tarea
fue considerar la
naturaleza desde un punto de vista cuantitativo, y
aquí, los filósofos Pitagóricos
jugaron sin duda un papel decisivo.
Anaxímenes ya se había encaminado en esta dirección,
intentó explicar la
relación entre los cambios de cantidad a calidad en el
seno de la naturaleza
(enrarificación y condensación). Pero este método ya
había alcanzado y agotado
sus límites:
“El triunfo de la escuela Jónica original consistió en
que llegó a trazar
un cuadro de cómo había llegado a existir el universo
y, de su
funcionamiento, sin la intervención de los dioses o el
destino. Su debilidad
básica fue su vaguedad y carácter puramente
descriptivo y cualitativo. No
podía conducir por sí mismo a ninguna parte ni podía
hacerse con él nada
concreto. Para ello era necesario la introducción del
número y la
cantidad”. (J. D. Bernal. Historia Social de la
Ciencia. Barcelona. Ediciones
península, 1989. p. 149).
Del materialismo al idealismo
El período de auge de la antigua filosofía griega se
caracterizó por una
profunda crisis en la sociedad, y se destacó por el
cuestionamiento general de
las antiguas creencias, incluida la religión. La
crisis de las creencias religiosas
provocó el auge de las tendencias ateas, y el
surgimiento de un punto de vista
genuinamente científico basado en el materialismo. Sin
embargo, como siempre
ocurre en la sociedad, el proceso tuvo un carácter
contradictorio. Junto a las
tendencias racionalistas y científicas coexistía la
tendencia contraria, una
tendencia hacia el misticismo y la irracionalidad. En
los tiempos de crisis de la
sociedad romana ocurrió un fenómeno similar, durante
el último período de la
República se diseminaron rápidamente las religiones
orientales, y una entre
muchas fue el cristianismo.
Las masas de campesinos y esclavos vivían tiempos de
crisis social y los
dioses del Olimpo parecían algo lejanos. Esta era una
religión para las clases
superiores. En la otra vida no existía perspectiva de
una recompensa futura al
sufrimiento terrenal. El inframundo griego era un
lugar triste, habitado por
almas muertas. Los nuevos cultos, con su mimético
baile y su canción coral (el
origen real de la tragedia griega), sus misterios (el
verbo “myo” significaba
mantener la boca cerrada), la promesa de vida después
de la muerte, todo esto
era más atractivo para las masas. El culto a Dionisio
era muy popular, era el
dios del vino (Baco para los romanos) y su culto
incluía orgías de bebida,
evidentemente resultaba más atractivo que los antiguos
dioses de Olimpia.
Como ocurrió en el período de declive del Imperio
Romano, y como
ocurre en el período actual de declive capitalista, se
extendieron todo tipo de
cultos misteriosos, mezclados con los nuevos ritos
exóticos importados de
Tracia, Asia Menor y probablemente de Egipto. El culto
a Orfeo adquirió
bastante importancia, era un culto más sofisticado que
Dionisio, con muchos
puntos en común con el movimiento pitagórico, ambos
creían en la
transmigración de las almas. Tenían ritos de
purificación, incluyendo el ayuno
excepto para propósitos sacramentales. Su visión del
hombre era dualista: “el
desdoblamiento del cuerpo y del alma”, creían que el
hombre se dividía en
cielo y tierra.
Estas ideas eran tan similares a las doctrinas
pitagóricas que algunos
autores como Bury, mantienen que los pitagóricos en
realidad eran una rama
del movimiento órfico. Sin duda es una exageración. A
pesar de sus elementos
místicos, la escuela pitagórica contribuyó de manera
importante al desarrollo
del pensamiento humano, en especial a las matemáticas.
No se puede descartar
que fueran una secta religiosa, sin embargo, es
imposible oponerse a la
conclusión de que las concepciones idealistas del
pitagorismo no son sólo eco
de una perspectiva religiosa del mundo, sino que son
consecuencia de ella.
Bertrand Russell esboza el desarrollo del idealismo y
respalda el misticismo de
la religión órfica.
“El pitagorismo fue un movimiento de reforma dentro
del orfismo, el
orfismo a su vez, una reforma de la adoración a
Dionisio. Los elementos
órficos de Pitágoras entraron en la filosofía de
Platón, y después de Platón
entraron en la filosofía con un grado religioso”. (B.
Russell. Op. Cit.).
La división entre el trabajo mental y manual alcanza
su extrema expresión
con la extensión de la esclavitud. Este fenómeno
estaba relacionado
directamente con la expansión del orfismo. La
esclavitud es una forma extrema
de alienación, bajo el capitalismo, el trabajador
“libre” se aliena de su fuerza de
trabajo, y ante él existía una fuerza separada y
hostil ⎯el Capital⎯. Sin
embargo, en la esclavitud el esclavo pierde su propia
existencia como ser
humano. No es nada, no es persona, sólo una
“herramienta sin voz”. El
producto de su trabajo, cuerpo, mente y alma son
propiedad de otro que
dispone de él sin tener en cuenta sus deseos. Los
deseos insatisfechos del
esclavo, su extrema alienación del mundo y de él
mismo, hacen que aparezca
un sentimiento de rechazo hacia el mundo y todos sus
mecanismos. El mundo
material es malo. La vida es un valle de lágrimas, la
felicidad y la liberación del
duro trabajo sólo se encuentran en la muerte. El alma
se libera de su prisión
corporal y se libera.
En todos los períodos de declive social, los hombres y
las mujeres tienen
dos opciones: se enfrentan a la realidad y luchan por
transformarla o aceptan
que no hay salida y se resignan ante su destino. Estas
dos perspectivas
contrapuestas son el reflejo inevitable de dos
filosofías antagónicas: el
materialismo y el idealismo. Si deseamos cambiar el
mundo, es necesario
comprenderlo. Debemos mirar a la realidad, el alegre
optimismo de los
primeros materialistas griegos era característico de
esta visión del mundo.
Primero querían conocer para después transformarlo
todo. La ruptura del viejo
orden, el surgimiento de la esclavitud y un sentido
general de inseguridad
llevaron al pesimismo y la introversión. Ante la
ausencia de una alternativa
clara, ganó terreno la tendencia a buscar una salida
fuera de la realidad y a
buscar la salvación individual en el misticismo. Las
clases más bajas fijaron la
vista en los cultos misteriosos, Demeter, dios del
trigo, Dionisio, dios del vino, y
más tarde el culto a Orfeo. Las clases superiores
tampoco eran inmunes a los
problemas de la época. Eran períodos agitados, las
ciudades prósperas se
podían ver reducidas a cenizas de la noche a la mañana
y sus ciudadanos
asesinados o vendidos como esclavos.
La ciudad de Síbaris era una poderosa rival comercial
de Crotona y era
reconocida por su lujo y abundancia. Las clases más
altas poseían tanta riqueza
que se narraban todo tipo grandes historias sobre el
estilo de vida de los
“sibaritas”. Un ejemplo típico era aquel joven
sibarita que al acostarse se quejó
por que un pétalo de rosa le arrugaba la cama. Se
decía que conducían el vino
desde el muelle a través de cañerías. Dejando a un
lado el elemento de
exageración, está claro que era una ciudad muy
próspera donde los ricos vivían
una vida de gran lujo. Sin embargo, el aumento de las
desigualdades sociales
provocó una feroz lucha de clases.
Fue un período en el que se intensificó enormemente la
división del
trabajo, acompañada por el rápido crecimiento de la
esclavitud y el abismo cada
vez mayor entre ricos y pobres. Los barrios
industriales y residenciales estaban
separados. Pero los altos muros y los guardas no salvaron
a los ricos
ciudadanos de Síbaris. Como en otras ciudades-estado,
estalló una revolución,
el “tirano” Telys, llegó al poder con el apoyo de las
masas. Esto daría a Crotona
la excusa para declarar la guerra a su rival, en un
momento en que ésta se
encontraba debilitada por las divisiones internas,
después de setenta días de
campañas la ciudad cayó en sus manos. “La destruyeron
totalmente, cambiando
el curso del río, mientras los supervivientes se
dispersaban, en su mayor parte
hacia la costa oriental. La barbarie de esta guerra es
más fácil comprenderla
cuando se ve como una guerra de clases”. (A. R. Burn.
Op. cit.).
Es en este contexto, donde debemos situar el ascenso
de la escuela
pitagórica de filosofía. Como en el período de declive
del Imperio Romano, un
sector de la clase dominante era presa de un
sentimiento de ansiedad, temor y
perplejidad. Los antiguos dioses no ofrecían consuelo
o esperanza de
distribución, tanto al rico como al pobre. Incluso las
cosas buenas de la vida
perdían parte de su atractivo para los hombres y
mujeres que se veían sentados
al borde del abismo. En estas condiciones de
inseguridad general, donde los
estados más fuertes y prósperos podían caer derrocados
en un breve espacio de
tiempo, las doctrinas de Pitágoras sintonizaron con un
sector de la clase
dominante, a pesar de su carácter ascético o quizá
debido al mismo. La
naturaleza esotérica o intelectual de este movimiento
no tenía atractivo para las
masas que seguían ampliamente el culto Orfico.
La escuela de Pitágoras
Es más acertado hablar de la escuela antes que de su
fundador, por que es
difícil desenmarañar la filosofía de Pitágoras de los
mitos y oscurantismo de sus
seguidores. No han perdurado fragmentos escritos por
él, incluso se duda de la
propia existencia de Pitágoras. A pesar de todo su
escuela caló profundamente
en el pensamiento griego.
Se dice que Pitágoras era originario de la isla de
Samos, una próspera
potencia comercial similar a Miletos. Polícrates, su
dictador local (“tirano”),
derrocó a la aristocracia agrícola y gobernaba con el
apoyo de la clase comercial.
El historiador Herodotos decía de él que robaba
indiscriminadamente a todos
los hombres y que sus amigos le estaban muy agradecido
si les devolvía la
propiedad que les había robado. Parece ser que en su
juventud Pitágoras trabajó
como un Ohilo-Sophos (amante de la sabiduría) bajo el
mecenazgo de
Polícrates. Viajó a Egipto, donde parece ser se inició
en una casta sacerdotal
egipcia. En el año 530 a. C., huyó a Crotona, en el
sur de Italia, para escapar de
la lucha civil y la amenaza de los persas en Jonia.
La exuberancia del mito y la fábula hacen casi
imposible decir con certeza
algo sobre el hombre. Su escuela fue una
extraordinaria mezcla de investigación
matemática y científica, y de secta religioso-monástica.
La comunidad se regía
con normas monásticas, con estrictas reglas que
incluían entre otras cosas no
comer alubias; no recoger lo que se había caído; no
remover el fuego con hierro;
no pasar sobre un travesaño, etc., La meta era escapar
del mundo, buscar la
salvación en una vida pacífica dedicada a la
contemplación basada en las
matemáticas, a éstas últimas los pitagóricos las
atribuían cualidades místicas.
Probablemente tuviesen influencias orientales ya que
los pitagóricos también
creían en la transmigración de las almas.
En contraste con la alegre mundanería de los
materialistas jonios, en los
pitagóricos encontramos todos los elementos de la
visión idealista del mundo
que posteriormente desarrolló Platón, posteriormente
apropiada por la
Cristiandad y que paralizó durante muchos siglos el
desarrollo del espíritu de
investigación científica. El espíritu de esta
ideología lo expresa acertadamente
B. Russell:
“Somos extraños en este mundo, el cuerpo es la tumba
del alma, y
sin embargo, no debemos intentar escaparnos por el
suicidio: porque
somos rebaño de Dios que es nuestro pastor, y sin su
mandato no tenemos
derecho a desaparecer. En esta vida, hay tres clases
de hombres, lo mismo
que hay tres clases de personas que van a los Juegos
Olímpicos. La más
baja es la que va a comprar y vender, la segunda la
que va a tomar parte
de la competencia. Pero los mejores son los que
solamente van a
contemplar. La mas grande purificación es por tanto la
ciencia
desinteresada, y el hombre que se dedica a ella, el
verdadero filósofo, el
que se libera más eficazmente de la “rueda del
nacimiento”. (Russell, op.
Cit. P. 70).
Esta filosofía, con sus fuertes tonos elitistas y
monásticos, tuvo mucho
influencia entre las clases ricas de Crotona, aunque
no renunciaron a comer
alubias u otras cosas. El hilo común es la separación
radical del alma y el
cuerpo. Esta idea hunde sus raíces en una concepción
prehistórica del lugar que
ocupa el hombre en la naturaleza, y a lo largo de la
historia ha presentado
diferentes formas. Volvió a resurgir en uno los
tratados hipocráticos:
“Cuando el cuerpo está despierto, el alma no es su
propia señora,
sino que sirve al cuerpo, su atención se divide entre
los diferentes sentidos
corporales, ‘vista, oído, tacto, despertar y todas las
acciones corporales’,
que privan a la mente de su independencia. Pero cuando
el cuerpo está en
reposo, el alma despierta, se agita y mantiene su
propia casa y realiza por
sí misma todas las actividades del cuerpo. En el
sueño, el cuerpo no siente,
pero el alma despierta sabe todo, ve lo que tiene que
ser visto, oye lo que
tiene que ser oído, anda, toca, se aflige, recuerda,
en una palabra, todas las
funciones del cuerpo y del alma, del mismo modo que el
alma las
interpreta en el sueño. Por lo tanto, aquel que sabe
interpretarlo es muy
sabio”.
En contraste con los filósofos materialistas jonios
que volvieron la espalda,
deliberadamente, a la religión y la mitología, los
pitagóricos tomaron la idea del
misterioso culto órfico, éste creía que el alma podría
liberarse del cuerpo a
través del “éxtasis” (la palabra ektasis significa
“apartarse”). Sólo cuando el
alma deja la prisión corporal puede expresar su
verdadera naturaleza. La
muerte era vida y la vida era muerte. Desde su
principio el idealismo filosófico,
junto con su gemela, la religión, representó una
retroversión de la verdadera
relación entre el pensamiento y el ser, el hombre y la
naturaleza, las personas y
las cosas, retroversión que ha persistido hasta la
actualidad, de una forma u
otra, con resultados muy perniciosos.
La doctrina pitagórica
A pesar de su carácter místico, la doctrina pitagórica
supone un paso
adelante en el desarrollo de la filosofía. No nos debe
extrañar. En la evolución
del pensamiento humano hay muchos ejemplos de la
búsqueda de metas
irracionales y acientíficas que han hecho avanzar la
causa de la ciencia. Durante
siglos los alquimistas se esforzaron,
infructuosamente, en descubrir la “piedra
filosofal”. Esta busqueda terminó en fracaso, sin
embargo, en este proceso
consiguieron hacer descubrimientos muy importantes,
sobre todo en el terreno
de la experimentación, sentarían las bases para el
posterior desarrollo de la
ciencia moderna y, en especial, la química.
La tendencia filosófica jonia estuvo caracterizada por
el intento de
generalizar a partir de la experiencia del mundo real.
Pitágoras y sus seguidores
intentaron comprender la naturaleza de las cosas a
través de un camino
diferente. Schwegler lo relata de la siguiente forma:
“Nos encontramos ante la misma abstracción, pero a un
nivel
superior, cuando se aparta la mirada de la concreción
sensorial de la
materia; cuando la atención ya no está en el aspecto
cualitativo de la
materia, como el agua, aire, etc., sino en su medida y
relaciones
cuantitativas; cuando la reflexión no se dirige a lo
material, sino la forma y
el orden que ocupan las cosas en el espacio”.
(Schwegler, History of
Philosophy. P. 11).
El progreso del pensamiento humano está estrechamente
ligado a la
capacidad de hacer abstracciones de la realidad, a la
capacidad de extraer
conclusiones a partir de una multitud de detalles. La
realidad tiene muchas
caras, y por tanto es posible interpretarla de muchas
formas diferentes,
reflejando éste o aquél elemento de la verdad. En la
historia de la filosofía
hemos visto con mucha frecuencia a grandes pensadores
que se han aferrado a
un solo aspecto de la realidad, lo han elevado al
rango de verdad absoluta y
final y sólo consigue desaparecer con la siguiente
generación de pensadores,
quienes a su vez repiten el mismo proceso. Sin
embargo, el auge o declive de las
grandes escuelas filosóficas y teorías científicas
representa el desarrollo y
enriquecimiento del pensamiento humano a través de un
proceso interminable
de aproximaciones sucesivas.
Los pitagóricos se acercaban al mundo desde el punto
de vista del número
y de las relaciones cuantitativas. Para Pitágoras
“todas las cosas son números”.
Esta idea estaba ligada a la búsqueda de la armonía
subyacente del universo.
Creían que el número era el elemento a través del cual
se desarrollaban todas
las cosas. A pesar del elemento místico, lograron
descubrimientos importantes
que estimularon el desarrollo de las matemáticas, y en
especial, el desarrollo de
la geometría. Inventaron el término impar, los números
impares podían incluso
ser masculinos y femeninos. Las mujeres no eran
admitidas en la comunidad,
debido a la naturaleza de los números impares les
confirieron un carácter
divino e incluso existían número ¡terrenales! De los
pitagóricos también
proceden el cuadrado y el cubo de los números,
descubrieron la progresión
armónica de la escala musical, el largo de una cuerda
y el tono de su nota
vibrante.
Los pitagóricos no pusieron en práctica sus ideas,
sólo estaban interesados
en lo puramente geométrico, abstracto y místico. Aún
así, tuvieron una gran
influencia en el pensamiento filosófico posterior. La
mística de las matemáticas
es similar a una materia esotérica, inaccesible para
los mortales corrientes, y ha
perdurado hasta nuestros días. Se transmitió a través
de la filosofía de Platón,
quien a la entrada de su escuela puso la siguiente
inscripción: “Nadie que
ignore la geometría puede entrar aquí”.
“’La cosmología de los Pitagóricos’, escribe el
profesor Farrington, ‘es
muy curiosa e importante. Al contrario que los jonios,
trataron de describir
el universo en términos del comportamiento de
determinados elementos
materiales y procesos físicos. Lo describieron casi
exclusivamente en
términos numéricos. Los números constituían la parte
fundamental de la
que estaba compuesta su mundo. Llamaron al punto Uno,
a la línea Dos, a
la superficie Tres y al sólido Cuatro, según el número
mínimo de puntos
necesario para definir cada una de estas dimensiones”.
“Incluso en las matemáticas es muy evidente el
elemento místico. Los
pitagóricos relacionaban la inmortalidad del alma con
las eternas formas
de los números, atribuyéndole particularmente al
número 10 = 1 + 2 + 3 +
4. El universo, según ellos, está hecho solamente de
números. Esta forma
de idealismo extremado se relaciona con la magia cabalística
de los
números, invocada todavía en la trinidad, los cuatro
evangelistas, los siete
pecados capitales y el número de la bestia
apocalíptica. También está
patente en la moderna física matemática cuando sus
adeptos intentan
hacer de Dios el matemático supremo” (J. D. Bernal,
Op. Cit.pág. 151).
La historia de la ciencia se caracteriza por un feroz
partidismo que a veces
raya el fanatismo, en muchas ocasiones se ha visto en
la defensa de escuelas de
pensamiento, a las que se presentan como portadoras de
la verdad absoluta y la
cima del conocimiento humano hasta ese momento. Sólo
el desarrollo de la
propia ciencia puede revelar las limitaciones y
contradicciones internas de una
teoría determinada, negada después por su contraria, a
su vez negada otra vez,
y así en una sucesión infinita. Este proceso es
precisamente la dialéctica de la
historia de la ciencia, que durante siglos caminó al
unísono con la historia de la
filosofía, y al principio, en la práctica, a penas se
diferenciaban.
Todas las cosas son números
El desarrollo del aspecto cuantitativo de la
investigación natural tuvo sin
duda una importancia crucial. Sin él, la ciencia
habría seguido hundida en
meras generalidades y no habría podido avanzar más.
Cada vez que consigue
dar un paso adelante aparece una tendencia inevitable
a lanzar proclamas
exageradas en nombre de ella. Sobre todo allí donde la
ciencia aún se
entremezclaba con la religión.
Los pitagóricos veían en el número “relaciones
cuantitativas” y la esencia
de todas las cosas. “Todas las cosas son números”. Es
verdad que es posible
explicar muchos fenómenos naturales en términos
matemáticos. Pero incluso
los modelos matemáticos más avanzados son sólo
aproximaciones al mundo
real. Ya hace tiempo que es evidente la insuficiencia
de este tipo de
aproximación cuantitativa. Hegel era un idealista
convencido y un matemático
formidable, por lo tanto, se podría haber esperado de
él entusiasmo hacia la
escuela pitagórica, pero ocurrió todo lo contrario.
Hegel despreciaba el hecho
de reducir el mundo a simples relaciones
cuantitativas.
Desde los tiempos de Pitágoras se han hecho las
afirmaciones más
extravagantes en nombre de las matemáticas, se las
presentan como la reina de
las ciencias, la llave mágica que abre todas las
puertas del universo. Liberadas
de todo contacto con la tosca realidad material, las
matemáticas parece que se
elevaran a los cielos y allí adquirieran una
existencia cuasi divina, sin obedecer
a ninguna regla, salvo a sí mismas. El gran matemático
Henri Poincar, en los
primeros años de este siglo, decía que las leyes de la
ciencia no guardaban
relación con el mundo real, que representaban
convenciones arbitrarias
destinadas a describir un fenómeno determinado de la
forma más conveniente
y “útil”. Ahora muchos físicos afirman abiertamente
que la validez de sus
modelos matemáticos no dependen de la verificación
empírica, sino de las
cualidades estéticas de sus ecuaciones.
Las teorías matemáticas, por un lado, fueron fuente de
tremendos avances
científicos y por otro, origen de numerosos errores y
malinterpretaciones que
han tenido, y tienen, consecuencias profundamente
negativas. El error
fundamental es intentar reducir el funcionamiento
complejo, dinámico y
contradictorio de la naturaleza a algo estático, a
simples y ordenadas fórmulas
cuantitativas. Empezando por los pitagóricos, se
presenta a la naturaleza de
una manera formalista, como un punto unidimensional
que se convierte en
línea, que se convierte en un plano, un cubo, una
esfera, etc. A simple vista, el
mundo de las matemáticas puras es un pensamiento
absoluto, sin ningún
contacto con las cosas materiales. Pero como señaló
Engels, esta presunción está
muy alejada de la realidad. Utilizamos el sistema
decimal, no por una
deducción lógica o por la “libre voluntad”, sino
porque tenemos diez dedos. La
palabra “digital” proviene de la palabra latina que
designa a los dedos. Hoy en
día, un escolar contará en secreto con sus dedos
materiales por debajo del
pupitre, antes de llegar a la respuesta de un problema
matemático abstracto. El
niño inconscientemente refleja la forma en que los
primeros humanos
aprendieron a contar.
Los orígenes materiales de las abstracciones
matemáticas no eran un
secreto para Aristóteles:
“Los matemáticos investigan abstracciones. Eliminan
todas las
cualidades razonables como el peso, la densidad, la
temperatura, etc.,
dejan sólo las cualidades cuantitativas (una, dos ó
tres dimensiones) y sus
atributos esenciales (...) Los objetos matemáticos no
pueden existir aparte
de las cosas sensibles (por ejemplo lo material)
(...). No tenemos
experiencia de nada que consista en líneas, planos o
puntos, y deberíamos
tenerlas si estas cosas fueran sustancias materiales,
líneas, etc., Podría ser
importante una definición para el cuerpo, pero no tan
importante como
para la sustancia”. (Aristóteles. Metafísica. Madrid.
Espasa Calpe. 1979. p.
120-251-253)
El desarrollo de las matemáticas es el resultado de
las propias necesidades
materiales humanas. El primer hombre al principio
tenía sólo diez números,
precisamente porque contaba, como lo hace un niño
pequeño con sus dedos. La
excepción fueron los mayas de América Central que
tenían un sistema
numérico basado en el veinte y no en en el diez, con
toda probabilidad esto se
debía a que contaban con los dedos del pie y la mano.
El primer hombre, vivía
en una sociedad cazadora y recolectora, sin dinero o
propiedad privada, no
tenía necesidad de grandes números. Para expresar un
número mayor que diez,
simplemente combinaba algunos de los diez sonidos
relacionados con sus
dedos. De esta forma, uno más que diez es expresado
por “uno-diez”,
(undécimo en Latín o ein-lifon en teutónico), se
convierte en once en el inglés
moderno. Los demás números son sólo combinaciones de
los diez sonidos
originales, con la excepción de cinco añadidos:cien,
mil, millón, billón y trillón.
El gran filósofo materialista inglés del siglo XVII,
Thomas Hobbes,
comprendió el auténtico origen de los números: “Hubo
un tiempo en que no se
utilizaban los nombres de los números, y los hombres
utilizaban los dedos de
una o de ambas manos para contar aquellas cosas de las
que deseaban llevar la
cuenta, ahora en cualquier país nuestras palabras
numerales son diez y en
algunos cinco”. (Hobbes. Del ciudadano y Leviatán.
Madrid. Editorial Tecnos.
1999. p. 14. ).
“Sólo porque el hombre primitivo inventó el mismo
número de sonidos
numerales como dedos tenía su mano, hoy nuestra escala
numeral es decimal,
es decir, una escala basada en diez, y que consiste en
repeticiones interminables
de los primeros diez sonidos básicos numerales. Si los
hombres hubieran tenido
doce dedos, en vez de diez, sin duda tendríamos hoy
una escala numeral
dúodecimal, basada en el doce, y consistente en
repeticiones interminables de
los doce sonidos numerales básicos”. (A. Hooper.
Makers of Mathematics. p. 4-
5. En la edición inglesa). El sistema duodecimal tiene
ciertas ventajas en
comparación con el decimal, ya que diez sólo puede ser
dividido exactamente
entre dos y cinco, mientras el doce puede ser dividido
exactamente entre dos,
tres, cuatro y seis.
Los números romanos son representaciones pictóricas de
los dedos.
Probablemente el símbolo del cinco represente el hueco
entre el pulgar y el
resto de los dedos. La palabra “cálculo” (de la que
deriva “calcular”) significa
en latín, “guijarro”, está relacionada con el método
de contar abalorios de
piedra en un ábaco. Estos y otros incontables ejemplos
sirven para ilustrar que
las matemáticas no derivan de una operación de la
mente humana, sino que es
el producto de un largo proceso de evolución social -tantear, observar y
experimentar-, que poco a poco se va separando como un cuerpo
independiente del conocimiento y adquiere un carácter
abstracto.
Del mismo modo, nuestros sistemas actuales de peso y
medida derivan de
objetos materiales. El origen de la unidad inglesa de
medida, “pie”, es evidente,
igual que la palabra española “pulgada”, que significa
un pulgar. El origen de
los símbolos matemáticos más básicos + y – no tienen
nada que ver con las
matemáticas, eran los signos utilizados en la Edad
Media por los comerciantes
para calcular el exceso o defecto de cantidades de
mercancías en los almacenes.
La necesidad de construir viviendas para protegerse de
los elementos
obligó al hombre primitivo a encontrar la manera mejor
y más práctica de cortar
madera, y con ello el descubrimiento del ángulo recto
y la escuadra de
carpintero. La necesidad de construir una casa a nivel
del suelo llevó a la
invención de todo tipo de instrumentos de nivelado y
que se han encontrado en
las tumbas egipcias y romanas, y que consistían en
tres piezas de madera
unidas en un triángulo isósceles con una cuerda atada
al vértice. Estas simples
herramientas fueron utilizadas en la construcción de
las pirámides. Los
sacerdotes egipcios acumularon una gran cantidad de
conocimiento derivado
de la práctica.
La palabra “geometría” delata también sus orígenes
prácticos. Significa
“medida de la tierra”. La virtud de los griegos fue
proporcionar una expresión
teórica a estos descubrimientos. Pero al presentar sus
teoremas como un
producto puro de la deducción lógica, se engañaron a
sí mismos y también a las
futuras generaciones.
Las matemáticas surgen de la realidad material, y si
éste no fuera el caso
no tendrían aplicación. Incluso el famoso teorema de
Pitágoras, conocido por
cualquier escolar, en el triángulo rectángulo, la suma
de los cuadrados de los
dos catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa,
este teorema fue puesto en
práctica por los egipcios.
Los pitagóricos rompieron con la tradición
materialista jonia que
generalizaba a partir de la experiencia del mundo
real, los pitagóricos
afirmaban que las más altas verdades de las
matemáticas no podían derivar del
mundo de la experiencia sensorial, sino sólo del
trabajo de la razón pura, a
través de la deducción. Empezando por ciertos puntos
fundamentales, que hay
que tomarlos por verdad, el filósofo razonaba a través
de una serie de etapas
lógicas hasta llegar a una conclusión, utilizando sólo
hechos que están de
acuerdo con los primeros principios, o que se deriven
de ellos. Esto era
conocido como razonamiento a priori, de la frase
latina que significa: “lo que
viene primero”.
Utilizando la deducción y el razonamiento a priori,
los pitagóricos
intentaron establecer un modelo de universo basado en
las formas perfectas y
gobernado por la armonía divina. El problema es que
las formas del mundo real
son cualquier cosa menos perfectas. Por ejemplo,
pensaban que los cuerpos
celestiales eran esferas perfectas que se movían en
círculos perfectos. Esto fue
un avance revolucionario para su tiempo, pero ninguna
de estas afirmaciones
era correcta. El intento de imponer una armonía
perfecta al universo, y de esta
forma liberarlo de la contradicción, colapsó incluso
en términos matemáticos.
Las contradicciones internas comenzaron a salir a la
superficie y llevaron la
escuela pitagórica a la crisis.
A mediados del siglo V, Hipio de Metapontum, descubrió
que las
relaciones cuantitativas entre el lado y la diagonal
de figuras simples, como el
cuadrado y el pentágono regular no se podían medir, es
decir, no se pueden
expresar como una razón de un número, no importa lo
grande que sea. La raíz
cuadrada de dos no se puede expresar en ningún número.
Es lo que los
matemáticos llaman número irracional. Este
descubrimiento hundió la teoría en
la confusión. Hiterto, el pitagórico, pensaba que el
mundo estaba construido
por puntos con magnitud. Aunque no era posible decir
de cuantos puntos
constaba una línea determinada, si suponía que era un
número finito. Ahora
bien, si la diagonal y el lado son inconmensurables,
entonces las líneas son
divisibles infinitamente y los pequeños puntos de los
que está formado el
universo no existen.
Desde este momento, la escuela pitagórica entró en
declive. Se dividió en
dos facciones rivales, uno de las cuales se hundió en
las especulaciones
matemáticas más oscuras, la otra intentó superar la
contradicción mediante
ingeniosas innovaciones matemáticas que establecieron
las bases para el
desarrollo de las ciencias cuantitativas.
Capítulo II
Los primeros dialécticos
Hoy, más de cien años después de Darwin, en general,
se acepta la idea de
que todo cambia. Pero no siempre fue así. La teoría de
la evolución y de la
selección natural tuvo que librar una larga y amarga
batalla contra los
defensores de la concepción bíblica, que sostenía que
todas las especies fueron
creadas por Dios en siete días, y que éstas eran fijas
e inmutables. Durante
muchos siglos la Iglesia dominó la ciencia e impuso la
idea de que la tierra era
el centro del universo. Aquellos que no estaban de
acuerdo eran quemados en
la hoguera.
Incluso hoy en día, la idea del cambio se entiende de
una forma superficial
y parcial. Se interpreta la evolución como un cambio
lento y gradual que
excluye los saltos repentinos. Se presupone que en la
naturaleza no existen las
contradicciones y allí donde surgen, el pensamiento
humano las atribuye a un
error subjetivo. Pero las contradicciones abundan en
todos los niveles de la
naturaleza y conforman la base del movimiento y el
cambio. Los primeros
pensadores sí comprendieron este proceso que ya se
puede encontrar en la
filosofía budista. También es el eje central de la
antigua noción china del ying y
el yang. En el siglo IV a. C, Hui Shih escribió las
siguientes líneas:
“El cielo está al mismo nivel que la tierra; las
montañas están al
mismo nivel que los pantanos.
El sol está exactamente en el mediodía; todas las
criaturas están
moribundas”.
(G. Thomshon. The First Philosophers. P. 69).
Veamos también los siguientes fragmentos escritos por
el fundador de la
filosofía dialéctica griega, Heráclito (544-484 a.
C.):
“El fuego vive de la muerte del aire y el aire vive de
la muerte del
fuego; El agua vive de la muerte de la tierra y la
tierra vive de la muerte
del agua”.
Para nosotros es vivir y morir, dormir y despertar,
ser joven y viejo; a
todo cambio le sucede otro”.
“Paramos y no pasamos el mismo río; estamos y no
estamos”.
Con Heráclito las contradictorias afirmaciones de los
filósofos jonios
adquieren una expresión dialéctica. “Aquí vemos
tierra. No hay proposición de
Heráclito que no haya adoptado en mi Lógica” (Hegel.
History of Philosophy.
Vol. I. p. 279. En la edición inglesa).
Pese a su importancia sólo han llegado a nosotros 130
fragmentos de la
filosofía de Heráclito, escritos además con un estilo
aforístico bastante difíciles
de leer. A Heráclito se le conocía por “el oscuro”,
debido a la oscuridad de sus
escritos. Parece que eligiera deliberadamente que su
filosofía fuera inaccesible.
Sócrates comentó irónicamente: “en todo lo que
comprendía era excelente, en lo
que no creía lo era igualmente, pero el libro requería
un nadador resistente”.
(Schwegler, op. cit. p.20).
Engels, en el Anti-Dühring hace la siguiente
apreciación de la perspectiva
dialéctica que tiene Heráclito del mundo:
“Cuando sometemos a la consideración del pensamiento
la
naturaleza o la historia humana, o nuestra propia
actividad espiritual, se
nos ofrece por de pronto la estampa de un infinito
entrelazamiento de
conexiones e interacciones, en el cual nada permanece
siendo lo que era, ni
como era ni donde era, sino que todo se mueve, se
transforma, deviene y
perece. Esta concepción del mundo, primaria e ingenua,
pero correcta en
cuanto a la causa, es la de la antigua filosofía
griega, y ha sido claramente
formulada por vez primera por Heráclito: todo esto y
no es, pues todo
fluye, se encuentra en constante modificación, sumido
en constante
devenir y perecer” (Engels. Anti-Dühring; Barcelona.
Editorial
Crítica.1977. p. 20).
Heráclito vivió en Efeso, en medio del violento siglo
V a. C., un período de
guerra y lucha civil. Se sabe poco de su vida, excepto
que procedía de una
familia aristocrática. La naturaleza del período en el
que vivió se refleja en uno
de sus fragmentos: “La guerra es el padre de todo y el
rey de todas las cosas; a
algunos ha hecho Dioses y a otros hombres; a algunos
esclavos y a otros libres”.
(Los fragmentos que aquí se citan proceden de la
edición Baywater,
reproducida en Early greek philosophers de Burnet).
Heráclito aquí no hace
referencia a la guerra en la sociedad humana, sino al
papel de la contradicción
interna en todos los niveles de la naturaleza, por eso
la mejor traducción es
“lucha”. Según Heráclito “debemos darnos cuenta que la
guerra es común a
todos, la lucha es justicia, que todas las cosas nacen
y mueren a través de la
lucha”. Todas las cosas contienen la contradicción que
impulsa su desarrollo.
Sin contradicción no existiría movimiento ni vida.
Heráclito fue el primero en plantear la unidad de
contrarios. Los
pitagóricos elaboraron una tabla de diez antítesis:
1) Los finito y lo infinito
2) Lo impar y lo par
3) El uno y lo mucho
4) La derecha y la izquierda
5) Lo masculino y lo femenino
6) Lo móvil y lo inmóvil
7) Lo recto y lo tortuoso
8) Luz y oscuridad
9) Bueno y malo
10) El cuadrado y el paralelogramo
Estos conceptos son importantes pero los pitagóricos
no los desarrollaron,
se conformaban con su simple enumeración. Los
pitagóricos defendían la unión
de contrarios a través de un “significado” y así se
eliminaba la contradicción,
buscaban el término medio. Para responder a la
interpretación pitagórica
Heráclito utiliza una imagen aún más asombrosa y
bella.
“El hombre no sabe lo que concuerda con sí mismo. Es
una serie de
armoniosas tensiones contradictorias entre sí, como el
arco y la lira. En la
contradicción se encuentra el fundamento de todo. El
deseo de eliminar la
contradicción en realidad presupondría la eliminación
de todo
movimiento y vida, por eso ‘Homero se equivocó al
afirmar: ‘¡Si la lucha
entre dioses y hombres pereciera!’. No comprendía que
estaba rezando
por la destrucción del universo; porque si se hubiera
escuchado su rezo,
todas las cosas habrían perecido...”.
Estos pensamientos eran profundos pero chocaban con la
experiencia
cotidiana y con el “sentido común”. ¿Cómo una cosa
puede ser y no ser al
mismo tiempo? ¿Cómo puede una cosa vivir y morir al
mismo tiempo?
Heráclito se burlaba de estos argumentos:
“De sabios es escuchar, no a mi, sino a mi Palabra, y
confesar que
todas las cosas son una”... “Aunque esta Palabra es
verdad eternamente,
todavía el hombre es incapaz de comprenderla cuando la
escucha por
primera vez”... “Aunque todas las cosas llegan a pasar
según esta palabra,
el hombre parece que no tuviera experiencia en ella,
cuando hacen juicios
de palabras y escritura como yo hago, dividen cada
cosa según su clase y
muestran fielmente lo que es”... “Pero otros hombres
no saben lo que
hacen cuando despiertan y olvidan que estaban
dormidos”... “Locos
cuando escuchan como los sordos; de ellos se dice son
testigos por que
están ausentes cuando están presentes”... “Los ojos y
los oídos son malos
testigos para los hombres si tienen almas que
comprenden su lenguaje”...
¿Qué quieren decir estas palabras?. En griego palabra
se dice “logos” y de
ella deriva la lógica. A pesar de su apariencia
mística, el comentario de
Heráclito es un llamamiento a la objetividad racional.
No me escuchen a mí,
dice Heráclito, sino a las leyes objetivas de la
naturaleza que él describe. Este es
el significado esencial: Y “¿todas las cosas son
una?”. En la historia de la
filosofía hay dos formas de interpretar la realidad:
como una única sustancia
que se expresa de formas diferentes (monismo, de la
palabra griega que
significa simple); o como dos sustancias totalmente
diferentes, espíritu y
materia (conocido como dualismo). Los primeros
filósofos griegos eran
materialistas monistas. Posteriormente, los
pitagóricos adoptaron el dualismo,
que supuestamente se basaba en la existencia de un
abismo insalvable entre la
mente (el espíritu) y la materia. Este es el sello de
todo idealismo y hunde sus
raíces en las supersticiones primitivas de los
salvajes que creían que durante el
sueño el alma abandonaba el cuerpo.
El pasaje de arriba es una polémica contra el dualismo
filosófico de los
pitagóricos, Heráclito defendía la visión del antiguo
monismo jonio ⎯existe
una unidad material subyacente a la naturaleza⎯. El universo no se creó,
siempre ha existido, a través de un continuo proceso
de flujo y cambio, a través
de él las cosas se transforman en su contrario, la
causa se convierte en efecto y el
efecto en causa. La contradicción es la base de todo.
Para alcanzar la verdad es
necesario ir más allá de las apariencias y tener en
cuenta las tendencias
contradictorias internas de un fenómeno concreto y así
poder comprender sus
fuerzas motrices internas.
La inteligencia común, por su parte, se conforma con
la realidad que le
muestra el sentido de percepción y acepta los “hechos”
sin más. Pero esta
percepción, en el mejor de los casos, es limitada y
puede ser una fuente de
interminables errores. Por ejemplo, “para el ‘sentido
común’ el mundo es plano
y el sol gira alrededor de la tierra. La verdadera
naturaleza de las cosas no
siempre es evidente. Como señala Heráclito “a la
naturaleza le gusta ocultarse”.
Para alcanzar la verdad es necesario saber como
interpretar la información que
llega a nuestros sentidos. “Si no esperas lo
inesperado no lo encontrarás”. “Los
que buscan oro para encontrar un poco tendrán que
remover mucha arena”.
La filosofía de Heráclito se basa en la idea de que
“todo fluye”. “No
puedes pasar dos veces el mismo río; sus aguas frescas
están pasando siempre
ante tí”. Esta visión del universo era dinámica, todo
lo contrario a la concepción
idealista y estática de los pitagóricos. Heráclito
busca la sustancia material que
sustenta el universo, sigue los pasos de Tales y
Anaxímenes y elige el elemento
más fugaz y esquivo, el fuego.
Para la mente común es difícil aceptar que todo se
encuentra en un estado
de constante flujo, que no hay nada fijo y permanente,
excepto, el movimiento y
el cambio. El pensamiento humano, en general, es
innatamente conservador. El
deseo de asirse a algo sólido, concreto y seguro se
encuentra arraigado en un
instinto profundo, similar al instinto de
conservación. La esperanza de
encontrar una vida después de la muerte, la creencia
en un alma inmortal, es
fruto del rechazo a creer que todas las cosas tienen
un: “panda rhei” (todo
fluye). El hombre, tercamente, busca alcanzar la
libertad negando las leyes de la
naturaleza, inventándose privilegios imaginarios. La
verdadera libertad -como
explicó Hegel-, consiste en la comprensión correcta de estas leyes y
actuar en
consecuencia. La gran aportación de Heráclito fue que
por primera vez elaboró
una perspectiva dialéctica del mundo.
La filosofía de Heráclito, incluso en vida, fue recibida
con gran
incredulidad y hostilidad. Heráclito cambió la
concepción, no sólo de la religión
y de la tradición, también de la mentalidad y el
“sentido común” que no ve más
allá de sus narices. En los 2.500 años siguientes, se
ha intentado refutarla una y
otra vez:
“La ciencia como la filosofía, ha intentado evadirse
de la doctrina del
flujo perpetuo, encontrando un substrato permanente en
medio de los
fenómenos cambiantes. La química parecía cumplir este
deseo. Se vio que
el fuego, aparentemente destructor, solamente
transforma: los elementos
se combinan nuevamente, pero cada átomo que existía
antes de la
combustión existe aún cuando el proceso se realiza.
Por consiguiente, se
supuso que los átomos eran indestructibles y que todo
cambio en el
mundo físico consiste meramente en una nueva
disposición de elementos
persistentes. Esta idea predominó hasta que el
descubrimiento de la
radiactividad hizo ver que los átomos podían
desintegrarse.
Sin darse por vencidos, los físicos inventaron
unidades nuevas, más
pequeñas, llamadas electrones y protones, de los
cuales se componen los
átomos, y durante años se supuso que estas unidades
poseían la
indestructibilidad antes atribuida a los átomos.
Desgraciadamente, parecía
que los protones y electrones podían chocar y estallar,
formando no una
sustancia nueva sino una onda de energía que se
extiende por el universo
con la velocidad de la luz. La energía tenía que
sustituir a la sustancia
respecto a la permanencia. Pero la energía distinta a
la sustancia, no
representa el refinamiento de la noción vulgar de una
cosa, es meramente
una característica de procesos físicos. Puede
arbitrariamente identificarse
con el fuego de Heráclito, pero se trata de la acción
de arder, no de la que
arde. “Lo que arde” ha desaparecido en la física
moderna.
Pasando de lo pequeño a lo grande, la astronomía ya no
admite que
se consideren los astros como duraderos. Los planetas
proceden del Sol y
el Sol de una nebulosa. Ha durado y durará aún más,
pero más pronto o
más tarde, probablemente dentro de un millón de
millones de años,
estallará, destruyendo todos los planetas. Por lo
menos así lo afirman los
astrónomos. Acaso, mientras se acerca el día fatal,
encontrarán algún error
en sus cálculos”. (B. Russell. Op. Cit. p. 84-85)
Los eléatas
En la antigüedad se creía que la filosofía de
Heráclito era una reacción
contra las ideas de Parménides (540-470 a. C.). Ahora
la opinión predominante
es la contraria, la escuela eléata fue una reacción
contra la filosofía de Heráclito.
Los eléatas intentaron refutar la idea de que “todo
fluye” y afirmaron lo
contrario: nada cambia, el movimiento es sólo una
ilusión. Estamos ante un
buen ejemplo del carácter dialéctico de la evolución
del pensamiento humano y
de la historia de la filosofía en particular. Su desarrollo
no sigue una línea recta,
se desarrolla a través de la contradicción, se propone
una teoría y ésta a su vez
es negada por su contraria, hasta que de nuevo otra
teoría la niega, y a veces, el
proceso regresa al punto de partida. Sin embargo, esta
aparente regresión a las
viejas ideas no significa que el desarrollo
intelectual sea un círculo cerrado.
Todo lo contrario, el proceso dialéctico nunca se
repite de la misma forma, el
proceso científico de controversia, discusión y
constante revisión de postulados,
a través de la observación y experimentación, ayudan a
profundizar nuestra
comprensión y nos acercan a la verdad.
Elia (o Velia) era una colonia griega del sur de
Italia fundada en el año 540
a. C. por emigrantes procedentes de la invasión persa
de Jonia. Según la
tradición, la escuela eléata fue fundada por
Xenófenes. Sin embargo, no está
clara su relación con la escuela, su contribución se
vio eclipsada por sus más
destacados representantes, Parménides y Zenón (460 a.
C.). Mientras que los
pitagóricos abstraían de la materia todas las
cualidades excepto el número, los
eléatas dieron un paso más, llevaron el proceso a su
extremo, establecieron una
concepción completamente abstracta del ser, lo
despojaron de todas las
manifestaciones concretas, excepto su existencia
desnuda. “Sólo es el ser; el no
ser (se convierte) no es”. Un ser puro, limitado,
inmutable, sin características
distintivas, ésta es la esencia del pensamiento
eléata.
Esta visión del universo está diseñada para eliminar
todas las
contradicciones, toda la mutabilidad y todo el
movimiento. Dentro de su marco
de referencia, es una filosofía consistente, sólo hay
un problema, que entra
directamente en contradicción con toda la experiencia
humana. Nada de esto
preocupó a Parménides. Si el entendimiento humano no
puede comprender
esta idea, pues peor para el entendimiento humano.
Zenón elaboró una famosa
serie de paradojas con la intención de demostrar la
imposibilidad del
movimiento. Según la leyenda, Diógenes rebatió las
ideas de Zenón
sencillamente andando por una habitación. Pero cuantas
generaciones de
lógicos se han formado en las ideas de Zenón, ideas
difíciles de resolver en
términos teóricos.
Hegel afirma que la intención real de Zenón no era
negar la realidad del
movimiento, sino extraer la contradicción presente en
el movimiento y la forma
en que se refleja en el pensamiento. En este sentido,
paradójicamente, los eléatas
también eran filósofos dialécticos. Hegel intenta
defender a Zenón de la crítica
de Aristóteles con las siguientes palabras:
“La cuestión no es que exista el movimiento; la
existencia del
movimiento es sensorialmente tan cierta como que hay
elefantes; Zenón
no niega el movimiento en este sentido. Zenón hace
referencia a su
realidad. El movimiento, se considera incierto porque
su concepción
supone una contradicción; lo que quiere decir es que
no se puede predecir
el Ser verdadero” (Hegel. History of Philosophy. Vol.
1. p. 266. En la
edición inglesa).
Para contrarrestar el argumento de Zenón no basta
demostrar la existencia
del movimiento como lo hizo Diógenes. Es necesario
partir de sus premisas,
agotar el análisis del movimiento y llevarlo hasta sus
últimas consecuencias,
hasta el punto en que se transforme en su contrario.
Ese es el auténtico método
de razonamiento dialéctico, no basta con afirmar lo
contrario y menos aún
recurrir a la caricatura. La realidad es que las
paradojas de Zenón tienen bases
racionales y no se pueden resolver con el método de la
lógica formal, sólo se
pueden resolver de una forma dialéctica.
“Aquiles el rápido”
Zenón “rechazaba” el movimiento. Decía que un cuerpo
en movimiento
antes de alcanzar un punto concreto, debe primero
haber recorrido la mitad de
la distancia. Y antes debería recorrer la mitad de esa
mitad y así infinitamente.
De esta forma, cuando dos cuerpos están moviéndose en
la misma dirección y
el de detrás se encuentra a una distancia fija del
primero y se mueve a mayor
velocidad, se supone que este último superará al
primero. Pero Zenón decía que
“el más rápido nunca podrá alcanzar al más lento”.
Esta idea la expresó en la
famosa paradoja de ‘Aquiles el rápido’. Imaginemos una
carrera entre Aquiles y
una tortuga. Supongamos que Aquiles puede correr diez
veces más rápido que
la tortuga que lleva una ventaja de mil metros. En el
tiempo que Aquiles recorre
mil metros, la tortuga se encontrará cien metros
delante de Aquiles; cuando éste
haya recorrido otros cien metros, la tortuga estará un
metro por delante; cuando
él haya cubierto esa distancia, la tortuga estará a
una décima parte de un metro
por delante y así infinitamente.
Desde el punto de vista del sentido común cotidiano
esto parece absurdo.
Es evidente que ¡Aquiles alcanzará a la tortuga!
Aristóteles comentaba al
respecto que “esta prueba afirma la divisibilidad
interminable, pero esto es
falso, el cuerpo rápido alcanzará al lento sí los
límites establecidos lo permiten”.
Hegel cita estas palabras y comenta:
“Esta respuesta es correcta y contiene todo lo que se
puede decir. En
esta representación hay dos períodos de tiempo y dos
distancias,
separadas una de la otra: limitadas en relación la una
a la otra” y después
añade: “cuando admitimos que ese tiempo y ese espacio
están
relacionados uno con el otro como algo continuo, son
dos, pero no dos
distintos sino idénticos”. (Hegel, op. Cit. p. 273).
Las paradojas de Zenón no demuestran que el movimiento
sea una ilusión
o que Aquiles no alcance a la tortuga, pero sí revelan
brillantemente los límites
del pensamiento conocido como lógica formal. El
intento de eliminar toda la
contradicción de la realidad, como hicieron los
eléatas, inevitablemente conduce
a esta clase de paradojas insolubles, o antimonio,
como más tarde las denominó
Kant. Para demostrar que una línea no estaba formada
por un número infinito
de puntos, Zenón decía que si esto fuera así, entonces
Aquiles nunca alcanzaría
a la tortuga. Como explica Alfred Hooper:
“Esta paradoja todavía deja perplejo incluso a aquel
que sabe que es
posible encontrar la suma de una serie infinita de
números, con la
formación de una progresión geométrica con una razón
menor a 1 y cuyos
términos se van haciendo más y más pequeños para
“converger” en un
valor limitado”. (A. Hooper. Makers of Mathematics. P.
237. En la edición
inglesa).
Zenón descubrió una contradicción del pensamiento
matemático y habría
que esperar aún dos mil años más para encontrar la
solución. La contradicción
está relacionada con el uso del infinito. Desde
Pitágoras al descubrimiento del
cálculo diferencial e integral en el siglo XVII, los
matemáticos realizaron
grandes malabarismos para evitar el uso del concepto
de infinito. Sólo el genial
Arquímedes se aproximó a la cuestión y lo evitó con la
utilización de métodos
indirectos.
Los pitagóricos tropezaron con la raíz cuadrada de dos
porque no podía
expresarse como un número perfecto. Inventaron formas
ingeniosas para
realizar aproximaciones sucesivas. No importa lo lejos
que llegue el proceso
porque nunca habrá una respuesta exacta. El resultado
siempre es el camino
intermedio entre dos números. Según se va descendiendo
en la lista, más cerca
se está del valor de la raíz cuadrada de dos. Pero
este proceso de
aproximaciones sucesivas podría continuar
indefinidamente, y no llegaríamos a
un resultado exacto que se pueda expresar como un
número entero.
Los pitagóricos tuvieron que abandonar la concepción
de una línea
formada por un número finito de puntos muy pequeños, y
aceptaron la
existencia de una línea formada por un número infinito
de puntos sin
dimensión. Parménides trató el tema desde una
perspectiva diferente, propuso
que la línea era indivisible. Para demostrarlo Zenón
intentó demostrar las
consecuencias absurdas que se derivan del concepto de
divisibilidad infinita.
Siglos después, los matemáticos trabajaron con una
idea más clara del infinito
-a partir de Kepler en el siglo XVII-, simplemente dejaron a un lado las
objeciones lógicas, utilizaron el infinito en sus
cálculos y consiguieron
resultados extraordinarios.
Estas paradojas surgían cuando se trataba el problema
de la continuidad.
Todos los intentos de resolver este problema a través
de teoremas matemáticos,
como fue la teoría de series convergentes, sólo
consiguieron crear nuevas
contradicciones. Al final, no se han podido refutar
los argumentos de Zenón,
porque éstos se basan en una contradicción real que,
desde el punto de vista de
la lógica formal, no se puede resolver. “Incluso los
oscuros argumentos
presentados por Dedekind (1831-1916), Cantor
(1845-1918) y Russell
(1872-1970) en su gran esfuerzo por resolver los
problemas paradójicos del infinito
-guiados por nuestro concepto de “números”-, sólo han tenido como
resultado la creación de nuevas paradojas”. (Hooper,
op.cit). El paso adelante
llegó en los siglos XVII y XVIII, cuando hombres como
Kepler, Cavalieri, Pascal,
Wallis, Newton y Leibniz decidieron ignorar las numerosas
dificultades
suscitadas por la lógica formal y se ocuparon de las
cantidades infinitesimales.
Sin el uso del infinito la matemática moderna y la
física, no existirían.
El problema esencial, el eje de las paradojas de
Zenón, es la incapacidad de
la lógica formal de comprender el movimiento. La
paradoja de Zenón de ‘la
flecha’, parte de la parábola trazada por una flecha
en movimiento. En un cada
uno de los puntos concretos de su trayectoria, Zenón
considera que la flecha
está quieta y por consiguiente se encuentra en reposo;
pero la flecha llega a la
meta, por lo tanto sí está en movimiento. Pero una
línea es formada por una
serie de puntos y en cada uno de estos puntos se
encuentra la flecha, por lo
tanto el movimiento es una ilusión. Hegel dio la respuesta
a esta paradoja.
La noción de movimiento necesariamente implica una
contradicción. Si se
considera el movimiento de un cuerpo, por ejemplo la
flecha de Zenón, desde
un punto a otro, una vez la flecha comienza a moverse
ya no se encuentra en un
punto A, y al mismo tiempo, ya no se encuentra en el
punto B. Entonces ¿donde
está? Afirmar que la flecha está “en el medio” es no
decir nada, porque después
se encontrará en otro punto. “El movimiento implica
estar y no estar en un
lugar y al mismo tiempo, estar en ambos lugares a la
vez; es precisamente la
continuidad del espacio y el tiempo lo que en primer
lugar permite la existencia
del movimiento”. (Hegel, op. Cit). Como acertadamente
señaló Aristóteles:
“Esta idea surge del hecho de dar por sentado que el
tiempo consiste en el
ahora; y por esta razón no se corresponden las
conclusiones”. Pero, ¿qué es el
ahora? Si decimos que la flecha está “aquí”, “ahora” y
se ha ido.
Engels escribe:
“El movimiento en sí es una contradicción: incluso un
simple cambio
mecánico de lugar sólo se puede suceder gracias a que
un cuerpo está
tanto en un lugar como en otro y al mismo tiempo,
estar y no estar en el
mismo lugar. Y precisamente el movimiento es la
continua afirmación y la
solución simultánea de esta contradicción”. (Engels.
Ibíd.)
Los primeros atomistas
Anaxágoras de Clazomenios, nació en el 500 a. C. en
Asia Menor, en el
período de las guerras con los medos y el auge de
Atenas al mando de Pericles.
Anaxágoras se trasladó a Atenas, allí fue
contemporáneo de Esquilos, Sofocles,
Aristófanes, Diógenes y Protágoras. Anaxágoras fue más
que un profundo y
original pensador, provocó un gran impacto en la
filosofía de Atenas.
Aristóteles dijo de él que era “un hombre sobrio entre
borrachos”. Anaxágoras
continuó la mejor tradición Jonia, creía en la
experimentación y la observación.
“No hay ninguna duda”, dice Farrington, “lo que él
consideraba sentido de la
evidencia es indispensable para la investigación de la
naturaleza, igual que a
Empedocles, le preocupaba demostrar la existencia de
aquellos procesos físicos
que son demasiados sutiles para ser percibidos
directamente por nuestros
sentidos”. (B. Farrington. Greek Science. p. 62. En la
edición inglesa).
Realizó descubrimientos científicos de primer orden.
Creía que el sol era
una masa de elementos fundidos, como las estrellas,
aunque éstas estaban
demasiado lejos para sentir su calor. La luna se
encontraba más cerca, estaba
formada por el mismo material que la tierra. La luz de
la luna era el reflejo del
sol y los eclipses se producían cuando la luna tapaba
la luz del sol. Como le
ocurrió más tarde a Sócrates, fue acusado de ateísmo a
pesar de que apenas
mencionó la religión en su cosmología. Estas ideas
revolucionarias
escandalizaron a los conservadores atenienses y fue
desterrado.
Al contrario que Parménides, Anaxágoras defendía que
todo es
infinitamente divisible, incluso la cantidad más
pequeña de materia contiene
alguna otra clase de elemento. Consideraba que la
materia estaba formada por
muchas clases de partículas. Se preguntaba porque al
comer el pan éste se
convierte en huesos, carne, sangre, piel y demás
materia. La única explicación
debía ser que las partículas de harina contenían, en
algún tipo de forma oculta,
todos los elementos necesarios para formar el cuerpo y
éstos se reorganizaban
en el proceso digestivo.
Creía que existían un número infinito de elementos o
“gérmenes”. Pero
debía existir uno que tuviese un papel especial. Este
elemento era el nous,
normalmente se traduce como “espíritu”. Más ligero que
el resto de elementos,
es distinto a los demás, no se puede mezclar con nada
y tiene la capacidad de
penetrar en toda la materia, como un principio
organizado y animado. Por esta
razón normalmente se considera idealista a Anaxágoras.
Pero está afirmación
está muy lejos de la realidad. El archi-idealista
Hegel consideraba que, mientras
el nous era un paso importante en dirección al
idealismo, “no era precisamente
el caso de Anaxágoras” (Hegel. Op. Cit. Vol I. p. 330.
En la edición inglesa). El
nous de Anaxágoras también puede tener una
interpretación materialista: el
primer espíritu en movimiento de la materia o para
expresarlo más
correctamente, la energía. Hegel entendía que esto no
implicaba una
inteligencia externa, sino el proceso objetivo que
tiene lugar dentro de la
naturaleza y que la dado forma y definición.
La concepción de la materia formada por un número
infinito de
minúsculas partículas, invisibles ante los sentidos,
es una generalización
importante y representa la transición a la teoría
atómica -teoría que representó
una extraordinaria anticipación de la ciencia moderna-, los primeros que la
plantearon fueron Leucipo (500-440 a. C.) y Demócrito
(460-370 a. C.).
Este paso adelante es aún más asombroso si tenemos en
cuenta que estos pensadores no tenían acceso a los actuales microscopios
electrónicos o cualquier otro tipo de
ayuda tecnológica. No contaban con ningún medio que
les permitiera
corroborar la teoría. Sufrieron la ira religiosa, el
desprecio de los idealistas y su
teoría fue sepultada por la noche negra de la Edad
Media, hasta que como
tantas ideas de la antigüedad, fue de nuevo
descubierta por los pensadores del
Renacimiento, por ejemplo Gassendi, y jugó un papel
importante en el estímulo
de una nueva visión científica.
De Leucipo se conoce tan poco que incluso se llegó a
dudar de su
existencia hasta que se descubrió un papiro en
Hercalaneum. La mayoría de sus
palabras llegaron a nosotros a través de los escritos
de otros filósofos. Leucipo
realizó hipótesis nuevas y asombrosas, dijo que todo
el universo estaba
formado por dos cosas: átomos y vacío, un vacío
absoluto. También fue el
primero que formuló la que más tarde fue conocida como
la ley de la
causalidad y la ley de la razón suficiente. El único
fragmento que sobrevivió
dice lo siguiente: “Cero es nada, pero todo tiene un
motivo y una necesidad”
(Burnet. Early Greek Philosophers. P. 340. En la
edición inglesa). Los primeros
atomistas eran deterministas. Para ellos la causalidad
era el centro de todos los
procesos naturales, aunque lo aplicaban de una forma
inflexible, recuerdo del
posterior determinismo mecánico de Laplace. Epicuro
después corregiría esta
inflexibilidad de los primeros atomistas y formuló la
idea de los átomos al caer
en el vacío se desvían ligeramente, de esta forma
introducía el accidente en el
marco de la necesidad.
Para los atomistas todas las cosas derivaban de un
número infinito de
partículas fundamentales: el “átomo” (“que no puede
ser dividido”). Estos
átomos eran iguales en calidad pero distintos en
cantidad, diferenciándose sólo
en el tamaño, forma y peso, aunque era imposible ver
los átomos más
pequeños. En esencia era una idea correcta. Todo el
mundo físico, desde el
carbón a los diamantes, desde el cuerpo humano al olor
de las rosas, está
formado por átomos de diferentes tamaños y pesos,
agrupados en moléculas.
En la actualidad, la ciencia puede dar una expresión
cuantitativa a esta
afirmación. Los atomistas griegos no podían hacerlo
por el escaso desarrollo de
la tecnología, inherente al modo esclavista de
producción que impedía llevar a
la práctica los brillantes inventos de su tiempo,
incluida la máquina de vapor
que permaneció en la categoría de un juguete curioso.
Lo más impresionante es
la forma en que estos pensadores anticiparon los
principios más importantes de
la ciencia del siglo XX.
El famoso físico americano Richard P. Feynman destaca
el lugar de la
teoría atómica en la ciencia actual:
“Si por algún cataclismo, todo el conocimiento quedara
destruido y
sólo una sentencia pasara a las siguientes
generaciones de criaturas, ¿qué
enunciado contendría la máxima información en menos
palabras?. Yo creo
que es la hipótesis atómica (o el hecho atómico, o
como quiera que ustedes
deseen llamarlo) según la cual todas las cosas están
hechas de átomos:
pequeñas partículas que se mueven en movimiento
perpetuo, atrayéndose
mutuamente cuando están a poca distancia, pero
repeliéndose al ser
apretadas unas contra otras. Verán ustedes que en esa
simple sentencia
hay una enorme cantidad de información acerca del
mundo, con tal de
que se aplique un poco de imaginación y reflexión”.
(Richard P. Feynman
Seis piezas fáciles; Barcelona. Editorial Crítica.
1998. p. 34. El subrayado en
el original)
“Todo está hecho de átomos. Esta es la hipótesis
clave. La hipótesis
más importante de toda la biología, por ejemplo, es
que todo lo que hacen
los animales lo hacen los átomos. En otras palabras,
no hay nada que
hagan los seres vivos que no pueda ser comprendido
desde el punto de
vista de que están hechos de átomos que actúan de
acuerdo con las leyes
de la física. Esto no era conocido desde el principio:
se necesitó alguna
experimentación y teorización para sugerir esta
hipótesis, pero ahora se
acepta, y es la teoría más útil para producir nuevas
ideas en el campo de la
biología.
Si un pedazo de acero o de sal, que consiste en átomos
colocados uno
detrás de otro, puede tener propiedades tan
interesantes; si el agua ⎯que
no es otra cosa que estos pequeños borrones, un
kilómetro tras otro de la
misma cosa sobre la tierra⎯ puede formar olas y espuma y hacer ruidos
estruendosos y figuras extrañas cuando corre sobre el
cemento; si todo
esto, toda la vida de una corriente de agua, no es
otra cosa que un montón
de átomos, ¿cuánto más es posible?. Si en lugar de
disponer los átomos
siguiendo una pauta definida, repetida una y otra vez,
aquí y allí, o
incluso formando pequeños fragmentos de complejidad
como los que dan
lugar al olor de las violetas, construimos una
disposición que es siempre
diferente de un lugar a otro, con diferentes tipos de
átomos compuestos de
muchas formas, con cambios continuos y sin repetirse,
¿cuánto más
maravilloso podrá ser el comportamiento de este objeto?.
¿Es posible que
este “objeto” que se pasea de un lado a otro delante
de ustedes,
hablándoles a ustedes, sea un gran montón de estos
átomos en una
disposición muy compleja, tal que su enorme
complejidad sorprenda a la
imaginación con lo que puede hacer?. Cuando decimos
que somos un
montón de átomos no queremos decir que somos meramente
un montón
de átomos, porque un montón de átomos que no se
repiten de un lugar a
otro muy bien podría tener las posibilidades que
ustedes ven ante sí en el
espejo”. (Ibid, pág.: 52-53. El subrayado en el
original)
La visión del mundo de los atomistas griegos era
materialista por
naturaleza, eso les acarreó el odio de los idealistas
y la religión. Durante siglos,
se falsearon y distorsionaron las ideas filosóficas de
Epicuro, convirtiéndolas en
su contrario. Los atomistas se confesaban ateos, en su
concepción del universo
no había lugar para Dios. Demócrito ve el origen del
cambio en la naturaleza de
los átomos y sus diferentes formas, en su caída al
vacío (el “void”) y sus
interrelaciones mutuas.
A través de interminables y diferentes combinaciones
se producen
cambios constantes y visibles en cualquier parte de la
naturaleza, y dotan a las
cosas mundanas de transitoriedad. Existen infinitos
mundos “naciendo y
agonizando”, no son creados por Dios, nacen y mueren
por la necesidad, este
proceso se produce de acuerdo con las leyes naturales.
El conocimiento de estas
leyes y procesos procede principalmente de la
percepción sensorial, que sólo
nos proporciona una comprensión “débil” de la
naturaleza. Pero se debe
completar y superar con la “brillante” razón, que nos
lleva al conocimiento de
la esencia de las cosas, los átomos y el vacío. Los
elementos fundamentales de la
perspectiva materialista y científica del mundo están
presentes en estas pocas
líneas.
Epicuro profundizó y desarrolló la filosofía de
Demócrito. Al igual que su
mentor, negó la interferencia de los dioses en los
asuntos terrenales, se basó en
la eternidad de la material y en un estado de
movimiento continúo. Sin
embargo, rechazó el determinismo mecanicista de
Leucipo y Demócrito,
introdujo la idea de la “desviación” espontánea de la
trayectoria de los átomos,
para explicar la posibilidad de colisiones entre los
átomos que se mueven a
igual velocidad en el espacio y en el vacío. Fue un
gran paso adelante que sacó a
la luz la relación dialéctica entre la necesidad y la
casualidad, una de las
cuestiones teóricas clave sobre la que los físicos
modernos están aún
estrujándose el cerebro, a pesar de que hace tiempo
Hegel encontró la solución.
La teoría del conocimiento de Epicuro acepta
totalmente la información
que nos proporciona nuestros sentidos. Los sentidos
son “heraldos de la
verdad”, no hay nada que pueda rebatirlos. Epicuro
parte de una suposición
correcta, ‘yo interpreto el mundo a través de mis
sentidos’, pero representa un
paso atrás con relación a las ideas de Demócrito. Es
demasiado parcial. No hay
duda de que el sentido de la percepción conforma la
base de todo conocimiento,
pero también es necesario saber cómo interpretar
correctamente la información
que nos llega a través de los sentidos. Heráclito
expresó esta idea cuando dijo:
‘los ojos y los oídos son malos testigos para los
hombres que tienen almas
bárbaras’. La aproximación empírica conduce
invariablemente a errores. Según
Cicerón, Demócrito pensaba que el sol era inmensamente
largo, mientras
Epicuro creía que tenía sólo dos pies de diámetro.
Epicuro también realizó
algunos asombrosos descubrimientos. Gassendi, que
podría ser considerado el
padre del atomismo moderno, elogió a Epicuro porque a
través de sus
razonamientos consiguió demostrar un hecho que
posteriormente fue
demostrado por la experimentación: todos los cuerpos,
independientemente de
su masa y su peso, caen con la misma velocidad.
Lucrecio y la religión
Epicuro y sus seguidores declararon la guerra a la
religión porque
alimentaba el temor y la ignorancia de los hombres. El
primer libro del gran
poema filosófico de Lucrecio, De rerum natura, es todo
un manifiesto ateo y
materialista:
“Como ante sus ojos lastimosamente la vida de los
hombres
permaneciera abatida sobre la tierra, agobiada bajo la
onerosa religión que
mostraba su cabeza desde las regiones del cielo
amenazando a los
mortales desde arriba con su espantoso ceño, por
primera vez en un varón
griego se atrevió a dirigirle sus ojos de mortal y a
hacerle frente el
primero y a él no le frenaron ni las consejas en
tornos a los dioses ni los
rayos ni el cielo con su amenazador estruendo, sino
antes bien le espolean
la acelerada entereza de su espíritu hasta desear ser
el primero en hacer
saltar los firmes cerrojos de las puertas de la
naturaleza. En consecuencia,
prevaleció la vivida energía de su alma y fue más allá
lejos de las
llameantes murallas del mundo y recorrió la inmensidad
entera con su
alma y su mente de donde nos trae, vencedor, a
nosotros qué es lo que
puede nacer, qué es lo que no, en virtud de qué
proporción le está
conferida a cada cosa una entidad determinada y su
bien fijado término.
Por esto la regiligión, humillada bajo sus pies, en
desquite queda
aplastada y a nosotros la victoria de él nos iguala al
cielo”. (Lucrecio.De
rerum natura. Extraido de Lucrecio. Madrid. Ediciones
del Orto. 2000.
p.62)
La filosofía materialista de Epicuro provocó un gran
impacto en el joven
Carlos Marx, quien lo eligió como el tema de su tesis
doctoral en la universidad.
Marx consideraba que el poeta y filósofo romano
Lucrecio fue “el único de
todos los antiguos que comprendió la física de
Epicuro”. (Marx y Engels. Obras
Escogidas. Vol 1. p. 48. p. 48. En la edición
inglesa).
Con un lenguaje poético impactante, Lucrecio defiende
la indestructibilidad de la materia,
la idea correcta de que la materia no se crea ni se
destruye:
“Este espanto y oscuridad del alma, ciertamente
necesario es que no
los rayos del sol ni los luminosos dardos de la luz
los disipen, sino
mostrarse de la naturaleza y su explicación. A partir
de aquí su primer
principio se resumiría para nosotros en los siguientes
extremos: que
ninguna cosa de la nada proviene sobrenaturalmente
jamás. A decir
verdad de esta forma el miedo se apodera de los
mortales todos, dado que
contemplan acaecer muchas cosas en las tierras y en el
cielo, de los cuales
fenómenos sus causas de ninguna manera son capaces de
ver y piensan
suceden por un designio divino. En cuando a ello, una
vez que veamos
que nada puede ser creado de la nada, entonces lo que
perseguimos, de
ahí lo captaremos ya más derechamente al igual que de
dónde pueda ser
creada cada cosa y de qué forma las cosas todas se
hacen sin la
intervención de los dioses”. (Lucrecio. Ibíd.).
La ley de la conservación de la energía, demostrada
por Mayer, Joule,
Helmholz y otros en la mitad del siglo XIX, demuestra
que la energía no se crea
ni se destruye, sólo se transforma. Esta ley dotó de
una base inquebrantable a la
idea materialista cuando afirma que la materia no se
puede crear ni destruir,
esta idea también la expresó brillantemente Lucrecio:
“El segundo gran principio es este: la naturaleza
resuelve todo en sus
átomos componentes y nunca reduce nada a la nada. Si
todo fuera
perecedero en todas sus partes, repentinamente, todo
perecería y
desaparecería. No sería necesaria la fuerza para
separar sus partes y
perder sus vínculos. Como todo está formado por
gérmenes
indestructibles, la naturaleza, obviamente, no deja
que nada perezca, hasta
que ha encontrado una fuerza que con un golpe lo
destruye”. (Ibíd. p. 33
En la edición inglesa).
La concepción epicurea del mundo señala que el
universo es infinito y que
la materia no tiene límite, tanto externa como
internamente:
“Si no existieran estas partes más pequeñas, incluso
los cuerpos más
pequeños estarían formados por un número infinito de
partes y que
podremos partir por la mitad sin ningún límite. ¿Cuál
es la diferencia
entre el conjunto del universo y el resto de las
cosas? Ninguna en absoluto,
en un universo infinito incluso las más pequeñas cosas
consisten
igualmente en un número infinito de partes”. (Ibíd. p.
45. En la edición
inglesa).
“El universo no tiene límite en ninguna dirección. De
ser así,
necesariamente tendría que existir un límite en alguna
parte. Pero una
cosa no puede tener límite a menos que exista algo
fuera de ella, es decir,
que el ojo puede seguuirla hasta un determinado punto
pero no más allá.
Deberéis admitir que no existe nada fuera del
universo, no puede tener
límite y por lo tanto, tampoco final o medida”. (Ibid.
p. 55. En la edición
inglesa).
Si los científicos de nuestro siglo hubieran tenido
una base filosófica firme,
nos habríamos ahorrado los errores de método más
notorios: la búsqueda de
“los ladrillos de la materia”, “el big bang” y su
universo finito, el “nacimiento
del tiempo”, la igualmente absurda “creación continua
de la materia” y otras
teorías similares. Con relación al tiempo Demócrito
afirmó que el tiempo no
tenía origen, que por sí mismo, no existe al margen
del movimiento de las
cosas. Esta idea es infinitamente más científica que
las ideas de ciertos físicos
actuales que hablan del supuesto “nacimiento del
tiempo” ¡hace 20.000 millones
de años! Sus aparatos están más avanzados pero su
forma de pensar está a años
luz de retraso de los primeros materialistas.
La postura materialista de Epicuro desde el principio
mereció los ataques
más venenosos por parte de la Iglesia. El apóstol
Pablo le menciona en los Actos
de los Apóstoles, xvii, 18. En los tiempos de Dante,
la acusación de epicureísmo
significaba negar el Espíritu Santo y la inmortalidad
del alma. En general, a
Epicuro se le ha asociado con una filosofía amoral,
hedonística y licenciosa, en
la que estaban permitidas todas las formas de gula.
Todo es calumnia contra
Epicuro y su filosofía.
En términos de moralidad y ética, la filosofía
epicurea es uno de los
productos más nobles del espíritu humano. Parecida al
famoso Dictum de
Spinoza: “Ni reír ni llorar, sino comprender”. Epicuro
pretendía liberar a la
humanidad del miedo, a través de una comprensión
absoluta de la naturaleza y
el lugar del hombre en ella. Epicuro se preguntó en
qué se basa el miedo y
respondió, en el miedo a la muerte. Su principal
intención fue eliminar este
miedo, y para ello, explicó que la muerte en el
presente para mí no es nada y, no
será nada en el futuro porque sé que después de la
muerte no puedo saber nada
sobre ella. Animó a los hombres a que dejaran de lado
el miedo a la muerte y
que vivieran plenamente la vida. Esta filosofía
maravillosa y humana, siempre
ha sido un pecado para aquellos que desean que los
hombres y mujeres aparten
la vista de los problemas del mundo real y miren a un
teórico mundo que existe
después de la muerte, y donde se nos recompensará o
castigará según nuestros
méritos.
La acusación de hedonismo contra Epicuro es
consecuencia de la actitud
vegetativa de los apologistas del cristianismo,
contrarios a una filosofía alegre
que ensalza la vida. Y para ello no dudan en sepultar
a su enemigo bajo un
montón de calumnias. Epicuro, igual que Espinoza,
identificaba lo bueno con el
placer o la ausencia de pena. Trataba las relaciones
humanas desde el punto de
vista de la utilidad, que encuentra su más elevada
expresión en la amistad. En
medio de un período de gran turbulencia social e
incertidumbre, predicaba la
retirada del mundo y una vida pacífica de meditación.
Recomendaba a los
hombres reducir al mínimo sus necesidades, alejados de
un mundo de lucha,
competencia y guerra. Era, naturalmente, una idea
utópica, pero nada tiene que
ver con la fea y malévola caricatura que los
contrarios al materialismo han
puesto en circulación. Epicuro siguió fiel a sus
ideales hasta el lecho de muerte,
donde escribió: “Hoy cuando escribo es un día feliz...
los dolores que ahora
siento... ya no podrán ir a más. Todo esto se opone a
la felicidad que el alma
experimenta, al recordar nuestras conversaciones de un
tiempo pasado”.
El ascenso del Idealismo
La palabra “dialéctica” procede del griego
“dialektike”, que deriva de
“dialegomai”, discutir o conversar. Originariamente
significaba el arte de la
discusión, en los diálogos socráticos de Platón se
puede encontrar su forma más
elevada. Este significado no es casualidad, procede de
la propia naturaleza de la
democracia ateniense, basada en la amplia libertad de
oratoria y debate que
existía en las asambleas públicas. En aquella época
surgió una nueva capa de
figuras públicas, profesores profesionales y oradores
de todo tipo, desde
valientes librepensadores y filósofos profundos hasta
demagogos sin
escrúpulos.
Las palabras “sofista” y “sofistería” para nuestros
oídos modernos tiene
un toque de mala reputación, sugiriéndonos
deshonestidad intelectual,
engaños, y mentiras enmascaradas con frases hábiles.
Realmente, el sofismo
terminó de esta forma pero no siempre fue así. En
ciertos aspectos a los sofistas
se les podría comparar con los filósofos de la
Ilustración Francesa del siglo
XVIII. Había racionalistas y librepensadores,
contrarios a todos los dogmas y la
ortodoxia existente. Su máxima era “dudar de todo”.
Había que someter a la
crítica más exhaustiva todas las ideas y cosas
existentes en la naturaleza. No
hay duda de que estas ideas tenían un germen
dialéctico y revolucionario. “En
este nuevo campo los sofistas disfrutaban con juvenil
exuberancia el ejercicio
del poder de la subjetividad y destruían con el uso de
la dialéctica subjetiva
todo lo objetivamente establecido. (Schwegler. History
of Philosophy. P. 30. En
la edición inglesa).
Las actividades de los sofistas reflejaron la vida de
Atenas durante el
período de la guerra del Peloponeso entre Atenas y
Esparta. Eran tanto eruditos
como prácticos, y fueron los primeros en cobrar
honorarios por la enseñanza.
Platón en La República señala que las doctrinas de los
sofistas sólo expresan los
mismos principios que guiaban las costumbres de la
multitud en sus relaciones
sociales y civiles. El odio con el que fueron
perseguidos por los estadistas,
demostraba los celos que éstos últimos tenían de los
sofistas. Se les atacó por
afirmar que la moralidad y la verdad eran conceptos
subjetivos y que cualquier
persona podía determinarlos según sus preferencias e
intereses personales. Lo
único que hicieron fue decir en voz alta lo que, en la
práctica, era norma
establecida. Hoy nos encontramos en la misma
situación, vemos a políticos
profesionales que no les gusta que les recuerden el
código moral que funciona
en realidad en los pasillos del poder.
“La vida pública se convirtió en una lucha pasional
interesante. Las
disputas partidistas que agitaban Atenas durante la
guerra del
Peloponeso, habían adormecido y ahogado el sentimiento
moral; cada uno
acostumbraba a mirar sólo por su propio interés antes
que por el interés
del estado y el bien común, se buscaba la
autocomplacencia. El axioma de
Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas,
en la práctica se
seguía fielmente, era excesiva la influencia de la
retórica en las asambleas
públicas y en la toma de decisiones, los puntos
débiles eran la codicia, la
vanidad y el espíritu partidista que delataban al
astuto y se presentaban
demasiadas ocasiones para su ejercicio”.
“Lo que estaba establecido y se había derrumbado,
perdió autoridad,
la regulación política parecía una restricción
arbitraria, un principio moral
fruto del entrenamiento político calculado, la fe en
los dioses era una
invención humana para intimidar la libre actividad, la
piedad era una ley
de origen humano que cada hombre tenía derecho a
modificar a través del
arte de la persuasión. Esta reducción de la necesidad,
la universalidad de
la naturaleza y razón de la eventualidad del
compromiso humano, es el
punto principal a través del cual los sofistas entran
en contacto con la
conciencia general de las clases ilustradas de la
época; es imposible decir
que parte de teoría y qué parte de práctica hay, si
los sofistas sólo
encontraban la práctica de la vida en una fórmula
teórica o si la corrupción
social era consecuencia de la influencia destructiva
que ejercieron los
sofistas sobre las ideas de sus contemporáneos”.
(Schwegler. Ibíd. p. 31. En
la edición inglesa)
Estos tiempos turbulentos, de constantes cambios,
guerras, destrucción e
inquietud, encuentran su en el espíritu inquieto de la
contradicción dialéctica.
El movimiento perturbador del pensamiento, las
turbulentas ideas existentes
reflejaban las condiciones de Grecia durante la guerra
del Peloponeso. De igual
manera, la necesidad de ganar en la asamblea o en la
corte de justicia con la
utilización de argumentos inteligentes, crearon la base
material para el
surgimiento de toda una generación de oradores
profesionales y dialécticos.
Pero esto no quiere decir que el contenido inicial del
sofismo estuviera
determinado por consideraciones tales como conseguir
ventajas personales u
objetivos pecuniarios, en cualquier caso no lo fue más
que el calvinismo. Las
condiciones sociales existentes permitían determinar
por adelantado el
desarrollo posterior del sofismo.
La primera generación de sofistas eran auténticos
filósofos, con frecuencia
se les ha identificado con los políticos democráticos
y la comprensión
materialista de la naturaleza. Eran racionalistas y
enciclopedistas como sus
sucesores franceses en las décadas previas a 1789.
Igualmente, eran hábiles e
ingeniosos y tenían la habilidad de tener en
consideración todos los aspectos
que podía tener un problema. Protágoras fue célebre
como profesor de moral,
Gorgias como retórico y político, Prodicus como
gramático y etimólogo e Hipias
como matemático. Se les podía encontrar en todas las
profesiones y esferas del
conocimiento. Paulatinamente, el movimiento -nunca constituyó una
auténtica escuela-, comenzó a degenerar. El “hombre sabio” vagaba de
ciudad
en ciudad buscando un buen salario y un rico patrón, y
se convirtió en una
figura despreciable y ridícula.
La característica común a todas las escuelas
anteriores de pensamiento que
hemos examinado hasta ahora es la objetividad, la
presunción de que la validez
de nuestras ideas dependía de en que medida reflejaban
la realidad objetiva y el
mundo que nos rodea. El sofismo rompió totalmente con
esto y se presentó
como una alternativa de la subjetividad filosófica.
Esta idea está resumida
perfectamente en la frase célebre de Protágoras
(481-411 a. C.): “El hombre es la
medida de todas las cosas; de lo que es en tanto es y
de lo que no es en tanto no
es”.
Hay discrepancias en torno al significado exacto de
esta frase, también se
podría decir que significaba: “la causa principal
(“logoses”) de todas las cosas
se encuentra en la materia”. Pero no hay duda de que
la tendencia general del
sofismo iba en dirección al subjetivismo extremo.
Debido a sus fulminantes
ataques contra las creencias y prejuicios existentes,
en los círculos
conservadores se les consideró subversivos. A
Protágoras se le expulsó de
Atenas acusado de ateo y quemaron su libro Sobre los
Dioses.
La convicción religiosa y su homóloga filosófica, el
dogmatismo, no son
cultura. Incluso el propio Heráclito, a pesar de su
gran sabiduría, no quedó libre
del dogmatismo. Por este camino es imposible alcanzar
el auténtico progreso. El
sofismo, al menos en su primer período, jugó un papel
positivo, dividió los
antiguos dogmas universales en sus partes componentes
y confrontó entre sí
cada una de las partes. También tenía un aspecto
negativo, deformaba los
elementos aislados y los sacaba fuera de contexto, de
una forma típicamente
“sofista”. Como dice Hegel, “un hombre de cultura,
sabe como decir algo de
todo y capaz de opinar de todo”. (Hegel. History of
Philosophy. Vol. 1. p. 356.
En la edición inglesa). Hegel creía que los argumentos
de Protágoras en el
diálogo de Platón que lleva ese nombre eran superiores
a los de Sócrates.
Esta clase de espíritu es totalmente ajeno a la
tradición y mentalidad
anglosajonas, que aborda todo con sospecha y hastío.
Hegel afirma que el
sofismo marca el comienzo de la cultura en el sentido
moderno de la palabra.
Por cultura se presupone la consideración racional de
las cosas y la posibilidad
de elección.
“En realidad, lo que más impacta en un hombre o
persona de cultura
es el arte de hablar bien o de dar vueltas a los temas
y considerarlos desde
diferentes aspectos. El hombre no cultivado encuentra
poco placentero
reunirse con gente que sabe comprender y expresar sus
opiniones con
facilidad. Los franceses son buenos oradores en este
sentido y los
alemanes los llaman charlatanes; pero no es la simple
charla lo que
provoca este resultado, también hay que buscar la
cultura. Podremos
aprender a fondo un discurso en su totalidad, pero si
no tenemos cultura
no somos buenos oradores. Los hombres que aprenden
francés no sólo
pueden hablar bien francés, también adquieren cultura
francesa. Lo que se
puede obtener de los sofistas es el poder de mantener
los múltiples puntos
de vista que se encuentran presentes en la mente, y de
esta forma,
obtienen inmediatamente la riqueza de categorías que
se pueden aplicar a
un objeto”. (Ibíd. p. 359. En la edición inglesa)
Pese al descrédito actual que sufre el sofismo, es el
auténtico padre de los
actuales abogados, diplomáticos y políticos
profesionales. Podemos observar
con bastante y aburrida asiduidad a los políticos
burgueses dispuestos siempre
a defender, con una convicción totalmente aparente,
unas ideas ahora y
defender exactamente después lo contrario, y en todos
los casos defiende
argumentos morales y prácticos impresionantes. El
mismo comportamiento se
puede ver a diario en los tribunales. ¿Por qué
molestar al lector con una lista de
los ejemplos de las mentiras consumadas, maniobras y
practicas engañosas que
utiliza cualquier cuerpo diplomático en el mundo?
¡Todas estas personas tienen
los mismos defectos que los sofistas ¡pero ninguna de
sus virtudes!
Los sofistas se ganaban la vida con su diestra
inteligencia y habilidad para
argumentar a favor o en contra de casi todo, de la
misma forma que los
abogados pueden razonar tanto para la defensa como
para la acusación, sin
tener en cuenta los derechos intrínsecos o los errores
del caso (el verbo
“sophizesthai” significa “hacer carrera gracias a la
habilidad”). Los sofistas
eran el prototipo del abogado o del político
profesional actual, aunque fueron
mucho más que eso. Incluso en las actividades morales
más cuestionables de los
sofistas estaba implícito un verdadero principio
filosófico. Como Hegel observa
ingeniosamente:
“En la peor de las acciones existe un punto de vista
que es auténtico
en esencia; si se le quitan las apariencias, los
hombres disculpan y
justifican la acción... Un hombre no requiere tener
una gran educación
para encontrar buenas razones que justifiquen sus
peores acciones; todo lo
que ha ocurrido en el mundo desde Adán ha estado
justificado por una
buena razón”. (Ibid. p. 369)
En la dialéctica sofista destaca la idea de que la
verdad tiene muchas caras.
Y esta verdad es muy importante y fundamental para el
método dialéctico. La
diferencia estriba en el uso que se le da. La
dialéctica objetiva y científica se
esfuerza en comprender todos los fenómenos de una
forma amplia [completa].
La dialéctica subjetiva, la dialéctica del sofismo,
toma uno u otro aspecto del
conjunto y lo confronta con todo lo demás. De esta
forma, se puede negar todo
sólo con insistir en un aspecto, que por otra parte,
por sí mismo, es
perfectamente razonable. Este es el método utilizado
por el charlatán legal, el
ecléctico y también, de una manera más tosca, la forma
que adopta el “sentido
común” cuando se hacen suposiciones arbitrarias
basadas sólo en
particularidades.
Los sofistas intentaron utilizar los argumentos de
Zenón y Heráclito para
justificar sus opiniones, pero lo hicieron de una
forma parcial y negativa. Por
ejemplo, Heráclito dijo que es imposible pasar dos
veces por el mismo río. Uno
de sus discípulos llegaría aún más lejos y afirmaría
que no se puede pasar por el
río nunca. Esta idea es completamente incorrecta.
Heráclito decía que todo es y
no es, porque todo está en constante flujo y cambio.
La segunda proposición
sólo toma la mitad de la ecuación, todo no es. Nada
que ver con lo que decía
Heráclito. El mundo objetivo existe, pero está en un
proceso permanente de
movimiento, desarrollo y cambio, en el que nada
permanece como era antes.
Los sofistas eran escépticos. “Como los dioses”,
escribía Protágoras, “soy
incapaz de decir si existen o no; porque existen
demasiadas cosas que me
impiden este conocimiento tanto en la oscuridad de la
materia, como en la vida
tan corta del hombre”. Esta sentencia le costó el
destierro de Atenas. La
diferencia fundamental con la filosofía anterior es el
subjetivismo sofista. “El
hombre es la medida de todas las cosas”. Esta
afirmación se podría interpretar
de dos formas, una práctica y otra teórica. En la
primera, perfectamente puede
ser una defensa del egoísmo y del propio interés. En
la segunda, representa la
teoría del conocimiento (epistemología) que es
subjetiva. El hombre se antepone
al mundo objetivo, y al menos en su imaginación, lo
somete a sí mismo. Su
propia razón es la que decide la verdad de lo que está
pasando, lo esencial no es
lo qué es, sino cómo lo veo. Esta es la base de todas
las formas de idealismo
subjetivo, desde Protágoras al Obispo Berkeley, desde
Kant a Werner
Heisenberg.
El idealista subjetivo, en el fondo, pretende
convencernos de que el
mundo es incognoscible. Realmente, no podemos
comprender la verdad, sólo
podemos tener opiniones basadas en un criterio
subjetivo. “La verdad”,
preguntaba irónicamente Poncio Pilatos, “¿qué es la
verdad?”. Es el lenguaje del
burócrata y político cínico, que ocultan sus propios
intereses detrás de un ligero
barniz de “culta” sofistería. Para expresarlo en
términos filosóficos, es una
expresión del idealismo subjetivo que niega la
posibilidad de conocer realmente
el mundo que nos rodea. Uno de los sofistas más
famosos, Gorgias de Leontini
(483-375 a. C.), expresó este punto de vista con mayor
claridad en un libro
titulado: Sobre la naturaleza o sobre lo que no existe”.
El título lo dice todo,
Gorgias se basaba en tres tesis: a) nada existe, b)
pero aunque existiera algo,
sería incognoscible y c) aunque fuera cognoscible,
sería incomunicable.
Estas ideas que nos parecen absurdas se encuentran
presentes, en
diferentes formas, en la historia de la filosofía,
incluso en nuestra época,
respetables científicos llegan a afirmar que los
humanos son incapaces de
comprender el mundo cuántico de las partículas
subatómicas, porque los
fotones y los electrones se materializan en un lugar
concreto sólo cuando
alguien los observa; es decir, el observador, a través
de la observación subjetiva,
crea su resultado. De nuevo nos apartamos del mundo de
la objetividad para
regresar, gracias al idealismo subjetivo, a la esfera
del misticismo religioso.
A los científicos que hoy en día defienden estas
ideas, no se les puede
disculpar igual que a los sofistas quienes eran los
niños de su tiempo. Los
primeros intentos de encontrar una explicación
racional al proceso de la
naturaleza llegaron a un punto donde ya no se podía ir
más allá sólo con el
pensamiento. Los pensadores de ese período llegaron a
toda una serie de
brillantes generalizaciones acerca de la naturaleza
del universo. Pero para
demostrarlas y desarrollarlas, se requería un examen detallado,
descomponerlas en sus partes componentes y analizarlas
una a una. Los sofistas
iniciaron este trabajo y posteriormente, con más
rigurosidad, lo hizo Aristóteles.
El heroico período de grandes generalizaciones, poco a
poco abrió el camino a
una lenta y concienzuda acumulación de hechos, a la
experimentación y la
observación. Sólo por este camino se podía demostrar
la validez o la falsedad
de una hipótesis. Antes de alcanzar esta etapa,
llegaremos al punto álgido del
idealismo filosófico clásico.
Sócrates y Platón
Al subordinar el mundo objetivo a la subjetividad, los
sofistas le
despojaron de toda ley inherente y de la necesidad. La
única fuente de orden,
racionalidad y causalidad era el sujeto percibido.
Todo era relativo. Por
ejemplo, defendían que la moralidad y la conducta
social estaban determinadas
por la conveniencia (un visión similar a la defendida
por los pragmáticos, una
filosofía que encontró un gran apoyo en EEUU y que
coincide con la necesidad
de compatibilizar la moralidad con la ética de la
“libre empresa”). Trasímaco de
Calcedón a finales del siglo V a. C., afirmaba que “lo
correcto es aquello que es
beneficioso para el más fuerte o para el mejor”.
De nuevo llegó otro período de guerra, revolución y
contrarrevolución. En
el 411 a. C., después de cien años de democracia y
sistema esclavista, estalló una
revolución en Atenas y dos años más tarde otra
contrarrevolución. Después
llegó otra guerra desastrosa contra Esparta que inició
el dominio de los “treinta
tiranos”, en este período el partido aristocrático
perpetró numerosas
atrocidades. En el 399 a. C., los treinta fueron
derrocados y Sócrates, que tuvo la
desgracia de haber tenido en su momento a varios de
ellos como pupilos y
amigos, fue juzgado y sentenciado a muerte.
A Sócrates (469-399 a. C.) sus contemporáneos le
consideraron un sofista, a
pesar de no enseñar por dinero. No escribió nada, pero
sus ideas han llegado a
nosotros a través de los escritos de Platón y
Aristóteles, y ejerció una gran
influencia en el desarrollo de la filosofía. Sus
orígenes fueron humildes; hijo de
un picapedrero y una matrona. La fuerza motriz de su
vida era el ferviente
deseo de alcanzar la verdad, romper todos los
fingimientos y la sofistería
mediante un proceso implacable de preguntas y
repuestas. Se dice que en su
intento de hacer pensar a la gente sobre los
principios universales, acudía tanto
a los centros de trabajo de los artesanos y
comerciantes como a los centros
sofistas para someter a todos al mismo procedimiento.
El método era siempre el mismo: proponía una idea u
opinión
determinada relacionada con las experiencias concretas
y los problemas de la
vida de la persona, después, paso a paso, a través de
un proceso riguroso de
argumentación, sacaría a la luz las contradicciones
internas que contenía la
proposición original, mostraría sus limitaciones y
elevaría el nivel de la
discusión, hasta llegar a una proposición
completamente diferente. Esta es la
forma clásica de la dialéctica de la discusión. Se
propone una idea inicial (tesis),
a la que después se responde con una idea contraria
(antítesis) y por último,
después de examinar la cuestión a fondo,
diseccionándola, revelando sus
contradicciones internas, llegaremos a una conclusión
con un nivel más elevado
(síntesis). Esto puede significar o no que ambas
partes lleguen a un acuerdo.
Pero en el desarrollo de la propia discusión se
profundizará en la comprensión
de ambos aspectos y la discusión pasará de un nivel
inferior a otro superior.
El proceso dialéctico de desarrollo del pensamiento a
través de la
contradicción, se puede observar en la historia de la
ciencia y la filosofía. Hegel
lo demuestra gráficamente en el prefacio de su obra
pionera Fenomenología de
la mente:
“Cuando la flor brota, el capullo desaparece,
podríamos decir que la
flor niega al capullo; igualmente, cuando aparece el
fruto, se podría
explicar la flor como una falsa forma de la existencia
de la planta, el fruto,
en lugar de la flor, aparece como la verdadera
naturaleza. A primera vista,
estas etapas no se diferencian; una reemplaza a la
otra como seres
incompatibles entre sí. Pero la actividad incesante de
su propia naturaleza
inherente, hace de ellas, en algunos momentos, una
unidad orgánica
donde no sólo no se contradicen entre sí, sino que se
necesitan
mutuamente y esta misma necesidad de todos los
momentos constituye
sólo y así, la semejanza del conjunto. (Hegel. The
Phenomenology of
Mind. P. 68. En la edición inglesa).
Se puede decir que en los diálogos socráticos no
encontraremos una
exposición elaborada de la dialéctica, pero sí
encontraremos muchos ejemplos
importantes del método dialéctico. La célebre ironía
socrática, no es un truco
estilístico, es el reflejo de la propia dialéctica.
Sócrates deseaba hacer a las
personas conscientes de las contradicciones
subyacentes que tenían sus propias
ideas, creencias y prejuicios. A partir de una
proposición concreta, deducía
exactamente lo contrario de lo afirmado en la
proposición original. En lugar de
limitarse a atacar las ideas de sus contrincantes, a
éstos les colocaba en una
situación en la que ellos mismos llegaban la
conclusión contraria. Esta es la base
de la ironía en general. Sócrates perfeccionó el arte
de la dialéctica de la
discusión. Lo vinculaba al arte de la partería que
irónicamente, decía haber
aprendido de su madre. Por citar a Hegel: “La ayuda en
el mundo del
pensamiento que está contenida en la conciencia de los
individuos, la
proyección de lo concreto, de la conciencia no
reflejada, la universalidad de lo
concreto o de lo postulado universalmente, lo contrario
que está implícito en
él”. (Hegel. History of Philosphy. p. 402).
De la misma manera, la tarea de los marxistas no es
introducir en la clase
obrera una conciencia socialista “desde fuera”, como
algunos imaginan, la tarea
es partir de la situación que existe en ese momento en
la conciencia de la clase y
demostrar de manera concreta, paso a paso, que los
problemas a los que se
enfrentan los trabajadores sólo se pueden solucionar a
través de la
transformación radical de la sociedad. No se trata de
predicar desde fuera, se
trata de dar consciencia a la aspiración inconsciente
que tiene la clase obrera de
cambiar la sociedad. La diferencia está en que este
proceso no sólo es fruto del
debate en la sala, también es fruto de la actividad
práctica, la lucha y la
experiencia de la propia clase. El problema
esencialmente es el mismo: cómo
romper los prejuicios existentes y hacer ver a las
personas las contradicciones
presentes, no sólo en su cabeza, sino en el mundo en
el que viven ⎯conseguir
que vean las cosas como realmente son y no como
imaginan que son⎯.
Sócrates empezaría con lo más evidente, con lo
cotidiano, incluso con los
hechos triviales que vemos a través de nuestros
sentidos. Después los
compararía con otros, pasaría de un detalle a otro, y
así, de forma gradual,
eliminaría todos los aspectos accidentales y
secundarios y al final, nos
encontraríamos cara a cara con la esencia de la
cuestión. Este es el método
inductivo, proceder de lo particular a lo universal,
es el método más importante
para el desarrollo de la ciencia. Concretamente,
Aristóteles concede a Sócrates la
invención (o al menos la perfección) del método
inductivo y las definiciones
lógicas tan relacionadas con este método.
La búsqueda de lo general que se encuentra oculto en
lo particular, es uno
de los aspectos más importantes del desarrollo del
pensamiento humano. Se
parte del sentido elemental de la percepción que
registra hechos y
circunstancias individuales, la mente humana comienza
lenta y afanosamente a
abstraer estas particularidades, descarta lo no
esencial, hasta que, finalmente,
llega a una serie de generalizaciones más o menos
abstractas. Aunque las
“universales” no tienen una existencia separada y
aparte de las cosas
particulares que las expresan, sin embargo,
representan la esencia de las cosas,
expresan una verdad más auténtica y profunda que lo
particular. El avance del
pensamiento humano está estrechamente vinculado a la
capacidad de
generalizar a través de la experiencia y llegar a
ideas abstractas que se
corresponden con la naturaleza de la realidad.
En su autobiografía, Trotsky trata esta cuestión:
“El sentimiento de superioridad del todo sobre el
detalle había de
ser, corriendo el tiempo, uno de los elementos más
constantes de mi
actividad de escritor y de mi credo político. Nada me
era más odioso que
el estúpido empirismo y la adoración del hecho, muchas
veces puramente
imaginario o mal comprendido. Mi preocupación era
buscar las leyes de
los hechos. Esto me llevaba muchas veces,
naturalmente, a
generalizaciones prematuras y equivocadas sobre todo
en aquellos años en
que me faltaban todavía la cultura y la experiencia
necesarias. Pero no
había absolutamente ningún campo en el que supiera
moverme con más
soltura si no era guiado por el hilo de una visión de
conjunto”. (Trotsky.
Colombia. Editorial Pluma. 1979. p. 75)
El objetivo de Sócrates era proceder, por medio de la
argumentación
lógica, de lo particular a lo general, para llegar a
lo “universal”. Para él no se
trataba de alcanzar las leyes más generales que
gobiernan la naturaleza, como
era el caso de los primeros filósofos griegos, se
trataba de ir más allá de la
propia investigación humana, su naturaleza, su
pensamiento y sus acciones. La
filosofía de Sócrates no es la filosofía de la
naturaleza, es la filosofía de la
sociedad, y sobre todo, de la ética y la moralidad. Su
tema favorito es “¿Qué es
lo bueno?”. A esta cuestión sólo se puede responder de
una forma concreta con
relación al desarrollo histórico de la sociedad,
porque no existe la moralidad
supra-histórica. Se puede ver con claridad en el caso
de la antigua Grecia donde
el propio lenguaje delata la relatividad histórica de
la moralidad. La palabra
griega areté significa bondad, su equivalente latina
es virtus (de la que procede
la palabra inglesa virtue), originalmente quería decir
algo parecido a una virtud
viril y combativa.“Por lo tanto, hubo de pasar mucho
tiempo antes de que esa
virtud se incorporara al ideal del ciudadano, y más
aún para que se convirtiera
en la sumisión cristiana” (J. D. Bernal. Op. Cit. p.
161)
Lo importante no es el contenido de estos diálogos,
sino el método.
Representa el nacimiento de la lógica, que
originalmente significaba la
utilización de las palabras (del griego logoi). Al
principio, la lógica y la
dialéctica eran lo mismo, una técnica para llegar a la
verdad. El método
implicaba descomponer conceptos en sus partes
constituyentes, revelar sus
contradicciones internas y volverlas a unir de nuevo.
Era un proceso dinámico,
con cierto elemento de dramatismo y sorpresa. La
primera reacción que se tiene
al descubrir una contradicción importante en ideas
previamente establecidas es
de sorpresa, por ejemplo, la idea de que el movimiento
implica estar y no estar
en un mismo lugar y al mismo tiempo. La dialéctica
cambia constantemente lo
que a primera vista parece ser incuestionable.
Demuestra las limitaciones del
pensamiento prosaico, del “sentido común” y las
apelaciones superficiales a los
“hechos”, que, como señaló correctamente Trotsky, “a
menudo son imaginarios
e interpretados erróneamente”.
La tarea de ir más allá de lo particular, de
desmenuzar la información que
nuestros ojos y oidos nos proporcionan y llegar a
generalizaciones abstractas,
nos lleva hasta la raíz del desarrollo y el avance del
pensamiento humano, no
sólo en un sentido histórico, sino en la evolución de
cada individuo en su ardua
lucha en el tránsito de la infancia a la madurez
consciente. En los escritos de
Platón (428-348 a. de C.), la búsqueda de lo general,
lo “universal”, se
convertiría en el tema central de la filosofía y se
descarta todo lo demás, casi se
puede decir que se convertiría en una obsesión. En
estas obras podemos
encontrar pensamientos profundos, un estilo brillante
y ejemplos magistrales de
la dialéctica de la discusión, mezclados con el
idealismo más descarado y
desconcertante que puede elaborar la mente humana.
Para Platón, los universales del pensamiento, por
ejemplo la idea de un
círculo, tienen una existencia independiente, separada
de los objetos
particulares que los rodean. Desde un punto de vista
materialista, como ya
hemos visto, la idea de un círculo originalmente
procede de la observación de
objetos redondos durante un largo período de tiempo.
Platón decía que si
miramos un objeto redondo, por ejemplo un plato, lo
veremos imperfecto. Es
sólo una copia de mala calidad del círculo perfecto
que existía antes de que el
mundo comenzara. Para una clase de intelectuales ricos
que trabajaban sólo con
pensamientos y palabras, era lógico que estas ideas
para ellos estuvieran
dotadas de vida y una fuerza propia.
“El énfasis de la discusión de palabras y sus
verdaderos sentidos
tendía a dar a éstas una realidad independiente de las
cosas o acciones a
las que se referían. Puesto que hay una palabra para
expresar la belleza, la
belleza misma debe ser una entidad real. De hecho ha
de ser más real que
cualquier objeto bello. Ningún objeto bello es siempre
bello, pues que lo
sea o no es cuestión de opinión, en tanto que la
belleza no se contiene más
que a sí misma y tiene que existir independientemente
de las cosas
cambiantes e imperfectas del mundo material. La misma
lógica se aplica a
las cosas concretas: la piedra en general debe ser más
real que cualquiera
de específica”. (J. D. Bernal. Op. cit. p. 164).
El idealismo de Platón
En su trabajo Fedom, Platón da a esta idea una forma
consciente. Si
preguntamos el porqué de una cosa, llegaremos a su
esencia, la palabra griega
eidos puede traducirse por forma o idea, aunque
Aristóteles la interpreta como
“especie”, que sin duda es preferible desde un punto
de vista materialista.
Ahora regresaremos a nuestro plato. ¿Por qué es
redondo? o ⎯por utilizar el
lenguaje platónico⎯ ¿Cuál es el
porqué de su redondez? Se puede responder
que la causa de su redondez se encuentra en el
alfarero que hace girar un trozo
de arcilla sobre un torno y lo moldea con su mano.
Pero para Platón, el plato,
como el resto de objetos materiales normales, sólo es
una manifestación
imperfecta de la idea, que en lenguaje sencillo es
Dios.
La teoría del conocimiento de Platón, que según
Aristóteles es diferente a
la teoría de Sócrates, se basaba en la idea de que el
objeto del conocimiento debe
ser permanente y eterno, y ya que nada bajo el sol es
permanente, entonces
debemos buscar el conocimiento estable fuera de este
mundo engañoso y fugaz
de cosas materiales. Diógenes para ridiculizar la
teoría de las ideas dijo que él
podía ver la taza pero no la “tacedad”, Platón le
respondió que esto se debía a
que él tenía ojos para ver, pero no intelecto. Es
verdad que no basta con la
percepción sensorial, es necesario ir más allá de lo
particular, hay que llegar a lo
universal. El principal error es pensar que las
generalizaciones del intelecto
pueden mantenerse por sí mismas, separadas y
confrontadas al mundo material
del que, en última instancia, derivaban.
Marx y Engels en La Sagrada Familia explicaron que en
el idealismo
filosófico, las relaciones reales entre el pensamiento
y el ser se encuentran al
revés:
“Para convertirse en idealista absoluto, el idealista
absoluto necesita
atravesar constantemente el proceso sofístico, hacer
del mundo exterior un
mundo aparente, una simple creación de su cerebro,
explicar
posteriormente esta forma imaginaria dándola por lo
que es realmente, a
fin de poder proclamar al final de cuenta, su
existencia única, exclusiva, a
la que nada molesta, incluso la apariencia de un mundo
exterior”. (Marx y
Engels. La sagrada familia. Madrid. Akal Editores.
1981. p. 159).
En la misma obra se explica el truco sofístico:
“Cuando, operando con realidades, manzanas, peras,
fresas,
almendras, yo me formo la noción general fruta:
cuando, yendo más lejos,
me imagino que mi noción abstracta, sacada de las
frutas reales, es decir,
la fruta, es una entidad que existe fuera de mí y
constituye hasta la
verdadera entidad de la manzana, de la pera, yo
declaro, en lenguaje
especulativo, que la fruta es la sustancia de la pera,
de la manzana, de la
almendra, etc., Digo, pues, que lo que hay de esencial
en la pera o en la
manzana, no es el ser pera o manzana. Lo que les es
esencial, no es su ser
real, concreto, que cae bajo los sentidos, sino la
entidad abstracta que he
deducido y que les he sustituido, la entidad de mi
representación: la fruta.
Declaro a la manzana la pera, la almendra, etc.,
simples modos de
existencia de la fruta. Mi inteligencia finita, pero
obtenida por los sentidos,
distingue, es cierto, una manzana de una pera y una
pera de una
almendra; pero mi razón especulativa declara que esta
diferencia sensible
es inesencial e indiferente. Ve en la manzana el mismo
elemento que en la
pera, y en la pera el mismo elemento que en la
almendra, es decir, la fruta.
Las frutas reales y particulares no son más que frutas
aparentes cuya
sustancia, la fruta, es la verdadera esencia”. (Ibíd.
pp. 71-72).
Lejos de avanzar en la causa del entendimiento humano,
el método
idealista no da un solo paso adelante. Sólo el estudio
de lo real, es decir, el
mundo material, puede profundizar nuestra comprensión
de la naturaleza y
nuestro lugar en ella. Al apartar la vista humana de
las “toscas” cosas
materiales hacia el reino de la llamada abstracción
“pura”, los idealistas,
durante siglos, hicieron estragos en el desarrollo de
la ciencia.
“De esta manera no se llega a determinar mayormente
nada. El
mineralogista que se limitara a declarar que todos los
minerales son
realmente el mineral, no sería mineralogista más que
en su imaginación. A
cada mineral, el mineralogista especulativo dice, el
mineral, y su ciencia se
limita a repetir este término tantas veces como hay
verdaderos minerales”.
(Ibíd).
Al contrario que los primeros filósofos griegos que,
en general, fueron
materialistas y se proponían estudiar la naturaleza,
Platón volvió
conscientemente la espalda al mundo de los sentidos.
Nada de experimentos ni
de observación, el camino a la verdad sólo se
encontraba en la pura deducción y
las matemáticas. En la puerta de su Academia en Atenas
se podía leer la
siguiente inscripción: “Nadie que ignore la geometría
puede entrar aquí”.
Platón animaba a sus estudiantes a que estudiaran las
estrellas, pero no como
son sino como deberían ser. Siguiendo los pasos de los
pitagóricos, pretendía
demostrar la naturaleza divina de los planetas por la
existencia de órbitas
eternamente fijas, la regularidad perfecta de su
movimiento circular era la
expresión de la armonía del universo. Esta cosmología,
junto con la de
Aristóteles, su gran sucesor, hicieron retroceder dos
mil años el desarrollo de la
astronomía. Fue un retroceso para la ciencia, el
regreso al misticismo pitagórico,
en un libro de astronomía alejandrino escrito por
Geminus, podemos leer lo
siguiente:
“Esta es la razón de toda la astronomía... la presunción
de que el sol,
la luna y los cinco planetas se mueven a igual
velocidad y en círculos
perfectos en dirección contraria al cosmos. Fueron los
pitagóricos los
primeros en defender estas teorías que llevarían a la
hipótesis del
movimiento circular y uniforme del sol, la luna y los
planetas. Su idea era
que, con relación a los seres divinos y eternos, era
inadmisible suponer un
desorden tal como que estos cuerpos se movieran más
rápida o más
lentamente, indistintamente, o que incluso se
detuviesen, como ocurre en
lo que se llaman las estaciones de los planetas.
Incluso en la esfera humana
esta irregularidad es incompatible con la forma
ordenada de proceder que
tiene un caballero. E incluso si las necesidades
cotidianas a menudo
imponen a los hombres momentos de prisa o vagabundeo,
no se puede
suponer que estos momentos sean inherentes a la
naturaleza incorruptible
de las estrellas. Por esta razón definieron su
problema como la explicación
del fenómeno con la hipótesis del movimiento circular
y uniforme”.
(Farringtong. Greek Science. Pp. 95-96. En la edición
inglesa).
Kepler descubrió que los planteas se movían, pero no
en círculos, sino en
elipses. Incluso como más tarde demostraría Newton,
tampoco esto era del todo
cierto. Las elipses no son perfectas. Pero en los dos
milenios anteriores, el dibujo
idealista del universo impuso el poder de un dogma
imposible de desafiar que
durante la mayoría de ese tiempo encontró el respaldo
del formidable poder de
la Iglesia.
Resulta significativo que las ideas de Platón sólo se
conocieran en la Edad
Media por un solo trabajo, Timeo, su peor libro. Esta
obra representa una
completa contrarrevolución de la filosofía. Desde
Tales, la filosofía griega se
caracterizó por el intento de explicar el mundo en
términos naturales, sin
recurrir a dioses o cualquier otro fenómeno
sobrenatural. Timeo no es una obra
filosófica sino un folleto religioso. En él resurge el
viejo mito de la creación. El
artesano supremo creó el mundo. La materia estaba
formada por triángulos
porque los sólidos están limitados por planos y los
planos se pueden reducir a
triángulos. El mundo es esférico, se mueve en círculos
porque el círculo es la
forma más perfecta. Los hombres que llevan una mala
vida, en la próxima vida
se reencarnan en mujeres.
En uno de los pasajes más impactantes de la obra
podemos encontrar
algunas afirmaciones similares a las que hoy defienden
los defensores del “big
bang”, Platón escribe sobre del “principio del
tiempo”:
“El tiempo y el cielo empezaron a existir en el mismo
instante para
que se pudieran crear a la vez, para que no se
pudieran separar y sólo
pudieran exisitr conjuntamente. Fue diseñado después
que se creara el
patrón de la naturaleza eterna y se debería parecer a
ésta tanto como fuera
posible; el patrón existe desde la eternidad y el
creador del cielo ha
existido, existe y existirá siempre. Esta era la mente
y el pensamiento de
Dios cuando creó el tiempo”. (Platón. Los diálogos de
Platón. En la edición
de Jowett. Vol. 3. Timeo. P. 242. En la edición
inglesa).
¡No es extraño que la iglesia cristiana lo recibiese
con los brazos abiertos!
A pesar de su aspecto dialéctico, la filosofía
platónica, en esencia, es
conservadora y refleja la visión del mundo de una
elite aristocrática, que sentía,
correctamente, que su mundo se derrumbaba bajo los
pies. El deseo de volver la
espalda a la realidad, negar la evidencia de los
sentidos, asirse a algún tipo de
estabilidad en medio de la turbulencia y la agitación,
negar el cambio, todo esto
corresponde con una profunda necesidad moral y
psicológica.
Capítulo III
Aristóteles y el final de la filosofía griega clásica
Marx definió a Aristóteles como “el pensador más
importante de la
antigüedad”. Aristóteles vivió entre los años 384 y
322 a. C. y nació no en
Atenas sino en Estagira, Tracia. Discípulo de Platón,
durante veinte años se
dedicó a estudiar rigurosamente la filosofía
platónica, pero es evidente que no
quedó muy satisfecho con ella. Tras la muerte de
Platón dejó la Academia y se
convirtió en tutor de Alejandro Magno. Volvió a Atenas
en el 335 a. C., para
fundar su propia escuela, el Liceo. Tenía una mente
enciclopédica que abarcaba
gran variedad de temas: lógica, retórica, ética,
ciencia política, biología, física y
metafísica. Es el auténtico fundador de la lógica, la
historia natural, la teoría de
la moral e incluso de la economía.
La filosofía de Aristóteles representa una ruptura con
la filosofía platónica.
En muchos aspectos son diametralmente opuestas. En
lugar del método
idealista, que vuelve la espalda a la realidad para refugiarse
en el mundo de las
ideas y las formas perfectas, Aristóteles parte de los
hechos concretos
procedentes de la percepción de los sentidos y a
partir de estas percepciones
llega a los principios y causas finales. Platón partía
de las ideas e intentaba
explicar la realidad a partir de ellas, mientras que
Aristóteles partía de la
realidad, examinaba cuidadosamente una gran cantidad
de datos y fenómenos
y a partir de ellos realizaba deducciones generales.
Utilizaba el método
inductivo.
El interés de Aristóteles en la física y la biología
demuestra su pasión por
la experimentación y la observación como fuentes
principales del conocimiento.
En este sentido, se puede decir que fue pionero del
método científico moderno.
Cuando Alejandro Magno estaba ocupado en sus guerras
de conquista enviaba
a Aristóteles los detalles y los dibujos de todos los
nuevos descubrimientos de
plantas y animales. A diferencia de Platón, quien
consideraba el mundo
material de la naturaleza ¡no digno de su atención¡
Aristóteles pasó muchos
años coleccionando, ordenando y clasificando
información de toda clase.
Pero Aristóteles no era un simple coleccionista de
hechos. Primero se
basaba en la información procedente del mundo material
objetivo y después
procedía a la generalización. En su obra más profunda,
La Metafísica, especula
sobre el significado de los conceptos universales.
Resume y critica todas las
filosofías anteriores, por eso también se le considera
el primer historiador de la
filosofía. El título de la obra no tiene nada que ver
con el uso de la palabra
“metafísica” que aparece en los escritos de Marx y
Engels, ellos la utilizan en un
sentido totalmente distinto ⎯para describir la estrecha visión mecanicista de los
filósofos no materialistas de los siglos XVIII y XIX⎯. En realidad, frente a la
filosofía de Platón, la “metafísica” de Aristóteles
ocupa un lugar similar a la
dialéctica.
En La Metafísica, Aristóteles hace un estudio
sistemático de algunas de las
categorías básicas de la dialéctica. Este hecho con
frecuencia se pasa por alto por
que él también dictó las normas de la lógica formal
(“aristoteliana”) que, a
primera vista, parece entrar en contradicción con la
dialéctica. Para Aristóteles,
tanto la lógica como la dialéctica, eran formas
válidas de pensamiento. El
pensamiento dialéctico no contradice la lógica formal,
la complementa. Más
correctamente, las leyes de la lógica formal son
válidas dentro de determinados
límites, mas allá de éstos límites no nos sirven. En
concreto, la ley de la
identidad basada en la lógica formal, no es válida si
tratamos el movimiento,
porque éste implica una contradicción ⎯la lógica formal excluye la
contradicción⎯. Pero en toda
una serie de operaciones de la vida cotidiana sí
son útiles las reglas de la lógica formal. Pero cuando
se trata de aplicar estas
leyes y esta forma de pensamiento a áreas donde entran
en conflicto con la
realidad, entonces las leyes se vuelven en su contrario.
Lejos de ayudarnos a
comprender el funcionamiento de la naturaleza, se
convierten en una fuente
interminable de errores, que frenan el desarrollo de
la ciencia y el conocimiento.
La lógica formal se basa en tres proposiciones y
conforman el silogismo
aristoteliano básico:
1. La ley de la identidad (“A” = “A”)
2. La ley de la contradicción (“A” no es igual a
“no-A”)
3. La ley del medio excluido (“A” no es igual a “B”)
Durante más de 2.000 años, éstas tres proposiciones
fueron la piedra
angular de toda la lógica. A finales del siglo XVIII,
Kant afirmó que la lógica,
desde Aristóteles, no había avanzado ni retrocedido. A
pesar de todos los
cambios que experimentó la ciencia en ese período, las
reglas de la lógica
siguieron petrificadas tal y como las elaboró
Aristóteles y más tarde convertidas
en dogma por parte de la Iglesia medieval. El
silogismo básico aristoteliano
sobre el que se ha edificado toda la lógica, se basa
en una premisa falsa. En
primer lugar, a pesar de la aparente progresión
lógica, todo es una ilusión
porque las tres afirmaciones están incluidas en la
primera, “A” es igual a “A”. A
primera vista, parecería patente la verdad de esta
proposición. Como la ley de
la contradicción, que es simplemente una forma
negativa de decir lo mismo.
“Ciertos filósofos, como ya hemos dicho, pretenden que
una misma
cosa puede ser y no ser, y que se pueden concebir
simultáneamente los
contrarios. Tal es la aserción de la mayor parte de
los físicos. Nosotros
acabamos de reconocer que es imposible ser y no ser al
mismo tiempo, y
fundados en esta imposibilidad hemos declarado que
nuestro principio es
el principio cierto por excelencia.
También hay filósofos que, dando una muestra de
ignorancia,
quieren demostrar este principio; porque es ignorancia
no saber distinguir
lo que tiene necesidad de demostración de lo que no la
tiene. Es
absolutamente imposible demostrarlo todo, porque sería
preciso caminar
hasta el infinito; de suerte que no resultaría su
demostración. Y si hay
verdades que no deben demostrarse, dígasenos qué
principio, como sea el
expuesto, se encuentra en semejante caso”.
(Aristóteles. Metafísica.
Madrid. Espasa Calpe. 1999. p. 109).
Es interesante observar que aquí Aristóteles, más
interesado en demostrar
cada uno de sus postulados a través de un proceso
riguroso de argumentación,
no intenta demostrar la ley de la contradicción, y se
limita a afirmarla de una
forma dogmática. Ha de ser aceptada por el “sentido
común”. Si la examinamos
más de cerca veremos que no es una cuestión tan simple
como se pretende. En
la vida real, una cosa es y no es igual a sí misma
porque cambia
constantemente. Tu no dudas que eres tu. Pero en el
tiempo que tardas en leer
estas líneas, en tu cuerpo se han producido miles de
millones de cambios
⎯células que mueren y son sustituidas por otras nuevas⎯. El cuerpo está
formado por tejido que constantemente se descompone y
es reemplazado por
tejido nuevo, eliminando la materia y bacterias
sobrantes, excretando bióxido
de carbono a través de los pulmones, perdiendo agua en
el sudor y la orina y
así sucesivamente. Estos constantes cambios forman la
base de la vida y hacen,
que en cualquier momento, el cuerpo sea diferente a sí
mismo. Ya no eres la
misma persona que antes. No es posible decir lo que
ocurre en este preciso
momento por que incluso en la más pequeña porción de
tiempo, se están
produciendo cambios.
Para los propósitos normales podemos aceptar que “A =
A”, que tu eres tu
y nadie más. El cambio al que nos referimos es tan
pequeño que en la vida
cotidiana se puede pasar por alto. Sin embargo,
después de un largo período de
tiempo, por ejemplo veinte años, si se puede observar
la diferencia. Y en cien
años la diferencia sería lo suficientemente importante
como para afirmar que ya
no eres tu. Y no sólo se aplica a las cosas vivas. La
materia inorgánica también
se encuentra en un estado de constante cambio, todo es
y no es, porque,
utilizando la maravillosa expresión de Heráclito:
“todo fluye”.
Para los propósitos normales de la vida cotidiana
podemos aceptar la ley
de la identidad. Además, es absolutamente
indispensable si no queremos que el
pensamiento acabe en una confusión total. Pero para
cálculos más seguros, para
velocidades próximas a la velocidad de la luz o para
toda una serie de
situaciones críticas, esta ley es completamente
inadecuada. En determinado
momento, la acumulación de pequeños cambios
cuantitativos provoca un
cambio cualitativo importante. Para la lógica formal
esta idea es un libro
cerrado, porque su principal punto débil es su incapacidad
de tratar las cosas en
movimiento.
Lo mismo ocurre con la ley del medio excluido, cuando
afirma que es
necesario afirmar o negar, una cosa debe ser blanca o
negra, estar viva o
muerta, ser “A” o “B”. No puede ser ambas cosas al
mismo tiempo. Para los
propósitos normales de la vida cotidiana podemos dar
esta ley por válida.
Además, sin estas suposiciones sería imposible tener
un pensamiento claro y
consecuente. En su período de decadencia, el sofismo
solía jugar con la
dialéctica de una forma arbitraria, deformó de tal
manera el método de
razonamiento que permitía demostrar prácticamente
cualquier opinión.
Aristóteles estaba decidido a resolver la confusión
creada por la dialéctica
subjetiva del sofismo y de ahí su empeño en las
proposiciones lógicas
elementales.
Pero cuando pasamos del reino de la experiencia
cotidiana y entramos en
los procesos más complejos, en modo alguno es una
cuestión sencilla distinguir
“A” de “B”. El dogmático empeño de eliminar la
contradicción conduce
precisamente al pensamiento metafísico en el sentido
específico entendido por
Marx y Engels, como este último explicó en el Anti
Dühring, donde señaló los
límites de las leyes de la lógica formal cuando se
trata de enfrentarse a la
contradictoria realidad de la naturaleza:
“Para el metafísico, las cosas y sus imágenes
mentales, los conceptos,
son objetos de investigación dados de una vez para
siempre, aislados, uno
tras otro y sin necesidad de contemplar el otro,
firmes, fijos y rígidos. El
metafísico piensa según rudas contraposiciones sin
mediación: su lenguaje
es ‘sí, sí’, y ‘no, no’, que todo lo que pasa de eso
del mal espíritu procede.
Para él, toda cosa existe o no existe; una cosa no
puede ser al mismo
tiempo ella misma y algo diverso. Lo positivo y lo
negativo se excluyen lo
uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el
efecto se encuentran del
mismo modo en rígida contraposición. Este modo de
pensar nos resulta a
primera vista muy plausible por ser el del sano
sentido común. Pero el
sano sentido común, por apreciable compañero que sea
en el doméstico
dominio de sus cuatro paredes, experimenta asombrosas
aventuras en
cuanto que se arriesga por el ancho mundo de la
investigación, y el modo
metafísico de pensar, aunque también está justificado
y es hasta necesario
en esos anchos territorios, de diversa extensión según
la naturaleza de la
cosa, tropieza sin embargo siempre, antes o después,
con una barrera más
allá de la cual se hace unilateral, limitado,
abstracto, y se pierde en
irresolubles contradicciones porque atendiendo a las
cosas pierde su
conexión, atendiendo a su ser pierde su devenir y su
perecer, atendiendo a
su reposo se olvida de su movimiento; porque los
árboles no le dejan ver
el bosque. Para casos cotidianos sabemos, por ejemplo,
y podemos decir
con seguridad si un animal existe o no existe; pero si
llevamos a cabo una
investigación más detallada, nos damos cuenta de que
un asunto así es a
veces sumamente complicado, como saben muy bien, por
ejemplo, los
juristas que en vano se han devanado los sesos por descubrir
un límite
racional a partir del cual la muerte dada al niño en
el seno materno sea
homicidio; no menos imposible es precisar el momento
de la muerte, pues
la fisiología enseña que la muerte no es un
acontecimiento instantáneo y
dado de una vez, sino un proceso de mucha duración.
Del mismo modo es
todo ser orgánico en cada momento el mismo y no lo es;
en cada momento
está elaborando sustancia tomada de fuera y eliminando
otra; en todo
momento mueren células de su cuerpo y se forman otras
nueva; tas un
tiempo más o menos largo, la materia de ese cuerpo se
ha quedado
completamente renovada, sustituida por otros átomos de
materia , de
modo que todo ser organizado es al mismo tiempo el
mismo y otro
diverso. También descubrimos con un estudio más atento
que los dos
polos de una contraposición, como positivo y negativo,
son tan
inseparables el uno del oto como contrapuestos el uno
al otro, y que a
pesar de toda su contraposición se interpretan el uno
al otro; también
descubrimos que causa y efecto son representaciones
que no tienen
validez como tales, sino en la aplicación a cada caso
particular, y que se
funden en cuanto contemplamos el caso particular en su
conexión general
con el todo del mundo, y se disuelven en la concepción
de la alteración
universal, en la cual las causas y los efectos cambian
constantemente de
lugar, y lo que ahora o aquí es efecto, allí o
entonces es causa, y viceversa.
Todos estos hechos y métodos de pensamiento encajan
mal en el
marco del pensamiento metafísico. Para la dialéctica,
en cambio, que
concibe las cosas y sus reflejos conceptuales
esencialmente en su conexión,
en su encadenamiento, su movimiento, su origen y su
perecer, hechos
como los indicados son otras tantas confirmaciones de
sus propios
procedimientos”. (Engels. Anti-Dühring. Barcelona.
Grijalbo. 1977. pp. 21-
22)
Es una pena, que el pensamiento brillante y original
de un genio se
osifique y agote debido a la mano de sus sucesores. El
aspecto flexible y
dialéctico del método aristotélico, su énfasis en la
observación y la
experimentación, quedó escondido durante mucho tiempo.
Los escolásticos
medievales, interesados sólo en dotar de base
ideológica a las doctrinas de la
Iglesia, se concentraron en la lógica aristotélica, la
interpretaron de una manera
formalista e inerte y excluyeron prácticamente todo lo
demás. De esa forma, un
conjunto de ideas que se podrían haber convertido en
un estímulo para el
desarrollo de la ciencia, se convirtió en su
contrario, cadenas para el intelecto
que sólo pudieron romperse con el auge revolucionario
del Renacimiento.
Hay algo irónico en el secuestro que hizo la Iglesia
de la filosofía de
Aristóteles. En realidad, sus escritos están
impregnados de un fuerte espíritu
materialista. Lenin considera que “Aristóteles está
muy próximo al
materialismo”. (Lenin, OE, Vol. 38, p. 282). A
diferencia de Platón, en
Aristóteles, la lógica formal está estrechamente
relacionada con la teoría del ser
y la del conocimiento, porqué veía las formas del
pensamiento como ser, no
como fenómenos con una existencia independiente, eran
formas del ser que se
expresan en la conciencia humana.
Aristóteles rechazaba totalmente la teoría de Platón
de las ideas como
formas desmaterializadas. El objetivo de la ciencia es
la generalización basada
en la experiencia. Lo general sólo existe en y a
través de las cosas materiales que
nos llegan a través del sentido de la percepción.
Comprendió correctamente las
limitaciones de los primeros materialistas como Tales,
que intentaron expresar
el mundo material en una sola manifestación concreta,
por ejemplo, el agua.
Aristóteles consideraba la materia como una sustancia
externa, que no se puede
crear ni destruir, sin principio ni fin, pero que en
un proceso constante de
cambio y transformación. Una de sus principales
objeciones al idealismo
platónico son las cosas no materiales (“no-sensible”)
que pueden tener nomovimiento:
“Habrá otro cielo, otro sol, otra una, además de los
que tenemos a
la vista, y lo mismo en todo lo demás que aparece en
el firmamento. Pero ¿cómo
creeremos en su existencia? A este nuevo cielo no se
puede hacer
razonablemente inmóvil; y, por otra parte, es de todo
punto imposible que esté
en movimiento”. (Aristóteles. Op. Cit. p. 84).
La aguda mente de Aristóteles encontró una
contradicción insalvable en el
idealismo de Platón. Si realmente existían formas
eternas e inmutables, ¿cómo
éstas consiguen dar origen al cambio constante y al
mundo material cambiante
que vemos ante nosotros? A partir de una idea
inamovible, totalmente
desprovista de cualquier principio de movimiento, no
se puede derivar nada en
absoluto, excepto una paralización total. Nada puede
existir, sin una fuerza
motriz, interna o externa, Newton lo descubrió y
asignó a Dios la tarea de dar el
causa final para este movimiento mecánico universal.
Pero en las ideas de
Platón no hay nada de esto, no había movimiento porque
todas las cosas que se
mueven y cambian, estas supuestamente ideas perfectas
son las más
imperfectas de todas. Estas ideas no existen, o para
ser más exactos, no existen
en ningún lugar excepto como fantasmas en las mentes
de los filósofos.
La absoluta separación entre el pensamiento y el ser,
esa particular
esquizofrenia que aflige todas las clases de
idealismo, en última instancia,
provocan impotencia porque no existe esa idea absoluta
que se supone está
sobre el mundo de la tosca realidad material. Como
señala Schwegler:
“Los partidarios de la Teoría Ideal, no se encuentran
en una posición
lógica para poder determinar una idea; sus ideas son
indefinibles: Platón
ha dejado en total oscuridad la relación general de
las cosas con las ideas.
Limita las ideas a arquetipos y se supone que las
cosas participan de estos
arquetipos; pero éstos son sólo metáforas poéticas
huecas. ¿Cómo
concebimos esta “participación” en esta copia de
esquemas remotos y
ausentes en una región extraña? Es inútil buscar en
Platón una explicación
concreta. Es totalmente ininteligible como y por qué
llega a estas ideas”.
(Schwegler. Op. Cit. p. 104. En la edición inglesa).
En su lucha contra el subjetivismo sofista, Sócrates
solía subrayar la
necesidad de buscar ideas universales para llegar a
las concepciones correctas y
a las definiciones que realmente corresponden con la
materia en consideración.
Era todo un avance ante el método arbitrario de los
sofistas. Además, sin estas
universalidades, habría sido imposible la ciencia.
Pero el intento de Platón de
transformar estas nociones generales en entidades
independientes, llevaba
directamente al pantano del misticismo religioso. Lo
que en realidad tratamos
aquí, bajo el título de “universales” es el género o
especie de las cosas. La
noción de que un gérero o especie puede existir
separada y a parte de los
individuos o viceversa, es evidentemente un disparate.
Aristóteles rechazó la
concepción de que estas formas e ideas pueden existir
separadas de las cosas
materiales:
“Dicen que las ideas son por sí mismas causas y
sustancias, como ya
hemos visto al tratar de esta cuestión en el primer
libro. A esta doctrina
puede hacerse mil objeciones. Pero el mayor absurdo
que contiene es decir
que existen seres particulares fuera de los que vemos
en el Universo, pero
que estos seres son los mismos que los seres
sensibles, sin otra diferencia
que los unos son eternos y los otros perecederos. En
efecto, dicen que hay
el hombre en sí, el caballo en sí, la salud en sí,
imitando en esto a los que
sostienen que hay dioses, pero que son dioses que se
parecen a los
hombres. Los unos no hacen otra cosa que hombres
eternos; mientras que
las ideas de los otros no son más que seres sensibles
eternos” (Aristóteles.
Op. Cit. p. 84).
Con enorme paciencia y rigor intelectual, Aristóteles
se ocupó de todas las
categorías del pensamiento y las expresó de una forma
más desarrollada y
explícita. Muchas de las categorías del pensamiento
dialéctico posteriormente
desarrolladas en la lógica de Hegel ya las trató a
grandes rasgos Aristóteles, la
cantidad y la calidad, la parte y el todo, la
necesidad y el accidente, lo posible y
lo real, etc., Aquí hay muchas percepciones
importantes. Por ejemplo, en la
discusión sobre la relación entre la potencialidad
(“dinamismo”) y la realidad
(“energeia”), Aristóteles adelanta ya la idea de la
unidad de la materia y la
energía. Para Aristóteles, la materia tiene dos
aspectos, la substancia, que en sí
misma contiene el potencial para un número infinito de
transformaciones, y un
principio activo, la “energeia”, que es una fuerza
motriz innata y espontánea. Al
desarrollar la idea del movimiento de ser potencial a
ser real, Aristóteles da una
versión más concreta del “llegar a ser” de Heráclito.
Aquí encontramos la
diferencia principal entre la filosofía de Aristóteles
y la de Platón. En lugar de la
idea estática e inerte, ahora tenemos la tendencia
inherente de la materia al
movimiento y al desarrollo, y ésta se materializa a
través del paso constante de
la posibilidad a la realidad.
Con relación al tiempo, Aristóteles no sólo es
superior a Platón, también es
superior a muchos científicos modernos que dicen
disparates místicos acerca
del “comienzo del tiempo”. Para Aristóteles el tiempo,
igual que el movimiento,
siempre ha existido, y por lo tanto, resulta absurdo
hablar del principio o el
final del tiempo:
“Es imposible, que el movimiento tenga principio o
final, porque siempre
ha existido. Tampoco el tiempo puede llegar a ser o
dejar de ser; no puede
existir un ‘ante’ o un ‘después’ donde no hay tiempo.
El movimiento es
continuo en el mismo sentido que el tiempo”. (Ibíd..
p. 342). Este es un
pensamiento profundo que ya anticipa la posición del
materialismo dialéctico,
el tiempo, el espacio y el movimiento son el modo de
existencia de la materia,
pero Aristóteles fue incapaz de desarrollar esta idea
satisfactoriamente.
A partir del idealismo objetivo, Aristóteles se
aproximó bastante al
materialismo, aunque nunca llegó a romper completamente
con el idealismo;
como señaló Lenin, Aristóteles oscilaba “entre el
idealismo y el materialismo”.
(Lenin, Obras escogidas, Vol. 38; p. 296. En la
edición inglesa). En los escritos de
Aristóteles, encontramos los gérmenes de la concepción
materialista de la
historia y el desarrollo del pensamiento y la cultura.
Explica que, mientras las
acciones de los animales están determinadas por las
impresiones sensoriales
inmediatas (todo lo que pueden ver, oír, etc.,) y la
memoria, sólo la raza
humana vive para compartir la experiencia social, el
arte y la ciencia. Aunque el
punto de partida de todo conocimiento sea la
experiencia y la percepción
sensorial, no es suficiente:
“Ninguna de las acciones sensibles constituye a
nuestros ojos el
verdadero saber, bien que sean el fundamento del
conocimiento de las
cosas particulares; pero nos dicen el porqué de nada;
por ejemplo, no nos
hacen ver por qué el fuego es caliente, sino sólo que
es caliente”.
(Aristóteles, op. Cit. p. 39).
La teoría del conocimiento de Aristóteles también está
muy cerca de ser
una postura materialista. El punto de partida son los
hechos que llegan a
nosotros a través de nuestros sentidos (la percepción
sensorial), y que nos
permiten pasar de lo particular a lo universal: “en
este caso tenemos que
comenzar con aquello que es más inteligible para
nosotros (p. e.: los hechos
complejos y los objetos de la experiencia) y avanzar
hacia el entendimiento de
lo que es su naturaleza inteligible”. (p. e.:, lo
simple, los principios universales
del pensamiento científico)”. (Ibid. pg. 172. En la
edición inglesa).
La contradicción en la postura de Aristóteles se ve en
las concesiones que
hace a la religión, al asignar a Dios el papel de
Primera Causa. Antes que
Newton, ya Aristóteles dijo que debía existir algo que
originara el movimiento.
Este “algo” debía ser una sustancia eterna y real. El
concepto es ambiguo, más
parecido a la “substancia” de Spinoza. Al final se
pueden hacer las mismas
objeciones a Aristóteles que él hizo a Platón. Si en
algún momento el universo
estuvo sin movimiento _es imposible⎯ no existiría forma alguna de que se
hubiera puesto en movimiento, y menos que recibiese un
impulso externo. Si el
“primer impulso” no es material, entonces es imposible
que pueda comunicar
movimiento a un universo material.
Esta línea de argumentación no soluciona el problema,
sólo nos hace dar
marcha atrás. Aceptemos que existe una “causa final”
que pone al universo en
movimiento. ¿De donde precede la “causa final”?
Seguramente se nos
respondería que fue otra “causa final”. La debilidad
de esta idea es evidente y
procede de la preocupación que Aristóteles tenía con
la búsqueda de causas
finales (opuestas a las que denominó causas
materiales, formales y eficaces).
Dentro de determinados límites, para los propósitos de
la vida cotidiana, es
posible que esta teoría sea suficiente. Por ejemplo,
la causa de la existencia de
una casa se puede encontrar en los materiales de
construcción, los
constructores, el arquitecto…
Podríamos seguir encontrando indefinidamente las
causas incluso del
fenómeno más simple. Incluso en el ejemplo anterior,
podríamos continuar
hasta la demanda de la construcción, el estado de la
economía mundial, la
composición atómica de los ladrillos y el cemento, los
padres y abuelos de todo
las personas implicadas y así sucesivamente. Pero normalmente
no hacemos
esto, ponemos un límite definido a la causalidad. En
realidad, la cadena de
causas es infinita, la causa se convierte en efecto y
viceversa y así hasta el
infinito. Por eso, la concepción de una “causa final”
es acientífica y mística.
Evidentemente la Iglesia aprovechó este aspecto débil
y místico de Aristóteles y
lo convirtió en dogma.
Otra malinterpretación de Aristóteles, antes
mencionada, fue la
interpretación teológica de la naturaleza. La
teleología (de la palabra griega
telos), dice que todos los fenómenos naturales,
incluido el hombre, están
determinados por una meta o designio. Esta idea
equivocada jugó un papel
nocivo y fue un freno para la ciencia, porque de
aceptarla, realmente, no se
podría explicar nada. Lleva a conclusiones religiosas,
porque al final no se
puede decir de dónde procede este “designio”. La
conclusión, por lo tanto, es
que las cosas viene por Dios.
Aristóteles llegó a decir las cosas de esta forma,
ahora bien, la Iglesia
adaptó esta idea más tarde y le dio una interpretación
religiosa. Para él todo
contenía en sí mismo un principio activo o “alma”
(entelechy), y toda la
naturaleza está guiada por una sola meta suprema. Esta
idea probablemente
proceda de las investigaciones biológicas de
Aristóteles. En sus trabajos,
menciona unas quinientas clases diferentes de
animales, de los que diseccionó
aproximadamente cincuenta clases diferentes. A partir
de la observación,
comprobó que la estructura del cuerpo de los animales
se adaptaba
perfectamente a su medio ambiente y forma de
existencia. También a partir de
esta clase de observaciones Darwin desarrolló la
teoría de la evolución. Pero
Aristóteles sacó conclusiones diferentes, es decir,
que la naturaleza de cada
animal está predeterminada por la naturaleza de
acuerdo con un orden
determinado, un plan inherente a la naturaleza de las
cosas. De esta forma
Aristóteles atribuye el cuerpo a un plan divino:
“El hombre es el único animal erguido, porque su
naturaleza y su
substancia son divinas. Pensar y ejercitar la
inteligencia es característica de
lo más divino. Estas no son tareas fáciles si la mayor
parte del cuerpo se
encuentra en la parte superior. El peso vuelve lento
el ejercicio de pensar y
la percepción. Por consiguiente, si el cuerpo y el
elemento corporal
aumentan, los cuerpos caerán al suelo; posteriormente,
por seguridad, la
naturaleza sustituiría las manos y brazos por patas
delanteras y entonces
tendremos cuadrúpedos. El hombre es un ser erguido que
no tiene
necesidad de patas delanteras; en su lugar, la naturaleza
le ha dado manos
y brazos. Anaxágoras ha dicho que son las manos los
que hacen del
hombre el más inteligente de los animales. Con toda
probabilidad, tiene
manos porque precisamente era el ser más inteligente.
Las manos son una
herramienta y la naturaleza, como un hombre
inteligente, siempre
distribuye herramientas a aquellos que las pueden
utilizar. Lo correcto es
dar la flauta al flautista y no al hombre que no tiene
destreza para tocar,
por eso, habrá que dar lo menor a lo más grande y más
augusto, en lugar
de dar al menor lo más grande y más precioso. Si, es
lo mejor que se podía
hacer y si la naturaleza, de lo que es posible siempre
hace lo mejor, el
hombre no es sabio porque tenga manos, sino que tiene
manos porque es
el más sabio de los animales”. (Aristóteles. De Partes
de los animales.
Citado por Farrington. P. 129-130. En la edición
inglesa).
Para Anaxágoras el desarrollo de la inteligencia
humana fue posible
gracias a la liberación de las manos, fue una
percepción maravillosa, aunque
Aristóteles situara este desarrollo totalmente sobre
la cabeza. Su enfoque
teleológico le impidió tener una apreciación
auténticamente científica de la
naturaleza, a pesar de sus investigaciones. Tomás de
Aquino y la Iglesia se
apoderaron de sus ideas y retrasaron durante siglos el
estudio de la naturaleza,
hasta que los descubrimientos de Darwin proporcionaron
una explicación
racional del propósito relativo de las criaturas
vivientes. Incluso así, las
concepciones teleológicas en la biología resurgieron
con diferentes apariencias
diferentes: “neovitalismo, neolamarckismo”, etc., Hoy
en día, esta tendencia
también se puede ver cuando algunas personas al
intentar describir un
fenómeno natural, inconscientemente conceden a la
“naturaleza” características
humanas. En realidad, el proceso de adaptación de
plantas y animales a su
entorno, en ningún momento obedecen a un plan
determinado de antemano.
La ciencia griega en el período alejandrino
La debilidad de la filosofía idealista se ve en su
incapacidad de ir más allá
del conocimiento. La filosofía de Platón terminó con
su muerte. Su Academia
pasó por toda una serie de filósofos de segunda clase
que no contribuyeron en
nada nuevo al desarrollo del pensamiento. No ocurrió
lo mismo con el Liceo de
Aristóteles, el énfasis que ponía en la investigación
animó a sus discípulos a que
abordasen la investigación práctica de una forma
satisfactoria. Los voluminosos
estudios de diferentes campos científicos legados por
el Maestro sirvieron de
base para el desarrollo de las distintas ciencias. El
gran museo de Alejandría era
una ramificación del Liceo, allí se realizaron
importantes tratados de botánica,
física, anatomía, psicología, matemáticas, astronomía,
geografía, mecánica,
música y gramática.
El primer sucesor de Aristóteles, Teofrasto, consiguió
importantes avances
en biología, fue el primero en trazar una distinción
firme entre las plantas y los
animales que marcarían el nacimiento de la botánica
como ciencia. Teofrasto
también cuestionó la validez de la teleología y
propuso limitar su aplicación a la
biología:
“Debemos intentar poner un límite a la determinación
de causas
finales. Es el requisito previo para que todo
científico pueda investigar el
universo, en las condiciones reales de existencia de
las cosas y sus
relaciones entre ellas”. (Ver a Farrington, p. 162. En
la edición inglesa.).
Para superar las contradicciones a las que había
llegado Aristóteles con
relación a la materia y el movimiento, Teofrasto
regresó a las explicaciones
materialistas de los filósofos presocráticos.
Strato dirigió el Liceo durante los años 287 y 267 y
puede ser considerado
el padre de la experimentación científica. Según
Polibio se ganó el apodo de “el
físico”, que en aquella época denotaba a alguien
interesado en la investigación
de la naturaleza. Cicerón dice, con cierto tono de
desaprobación, que él
“abandonó la ética ⎯la parte más
necesaria de la filosofía⎯ para dedicarse a la
investigación de la naturaleza” (Ibíd. p. 182). En
1893, Hermann Diels analizó
un fragmento atribuido a Herón de Alejandría, el
Pneumatics, escrito en la
segunda mitad del siglo I a. C., que establece las
bases del método experimental
elaborado por Strato.
Los científicos del período alejandrino consiguieron
grandes avances en
todos los campos del conocimiento. Por ejemplo, en
mecánica dieron
explicaciones matemáticas a toda una gran variedad de
operaciones: la palanca,
la balanza, la polea, la rueda de alfarero, la cuña,
el remo de un bote, el
problema de la inercia, etc., En el terreno de la
botánica, el trabajo de Teofrasto
no ha tenido paralelo hasta los tiempos modernos,
según Farrington, Strato es
ahora considerado el autor de Problemas Mecánicos, que
originariamente fue
atribuido a Aristóteles, que contiene el germen de un
importante principio de la
mecánica, el principio de las velocidades virtuales
(el principio de los
desplazamientos virtuales). Eratóstenes calculó la
circunferencia de la tierra con
la utilización de métodos científicos y tuvo un margen
de error del 0,4%. Herón
de Alejandría inventó incluso un motor a vapor, aunque
no pudo ser utilizado.
La pregunta que viene a nuestra mente es por qué estos
descubrimientos tan
extraordinarios no provocaron una revolución
industrial y tecnológica hace
2.000 años. La respuesta a esta pregunta se encuentra
en la naturaleza de la
propia sociedad esclavista.
En general, con ciertas excepciones como la minería,
máquinas de guerra y
obras publicas, los gobernantes de Grecia y Roma
estaban poco interesados en
la aplicación práctica de los descubrimientos
científicos. En el período en el que
la esclavitud era el modo dominante de producción, el
divorcio entre la ciencia
y la tecnología era casi total. La especulación
científica y filosófica era
considerada como un pasatiempo intelectual sólo para
el rico. Los filósofos y
matemáticos miraban con desprecio a los hombres
prácticos. El gran geométrico
Euclides, cuando un imprudente pupilo le preguntó que
ganaría estudiando
geometría, ordenó a un esclavo que le entregara un
puñado de monedas, “ya
que parece ser que deseaba obtener algún beneficio de
lo que aprendía”. En
realidad, el uso práctico de las teorías de Euclides
no se comprobó hasta el siglo
XVII, cuando Galileo descubrió el movimiento
parabólico de los proyectiles y
Keppler descubrió que los planetas se movían formando
elipses.
La abundancia de mano de obra esclava barata era un
desincentivo para la
aplicación de la tecnología que ahorraba trabajo
humano. El mercado para los
productos refinados estaba restringido a una pequeña
clase de ricos. No era
necesaria la producción en masa. Incluso en la
agricultura, que en la última
época de la historia de Roma se basaba en el
latifundio a gran escala, tampoco
existían incentivos para la introducción de
maquinaria. Al principio por la
abundante oferta de esclavos y después porque los
esclavos, a diferencia de los
jornaleros libres, no podían depender de cuidar
máquinas costosas y delicadas.
En una nota a pie de página en el primer volumen del
Capital, Marx explica la
razón de la imposibilidad de introducir tecnología
avanzada sobre la base de la
esclavitud:
“Esta es una de las circunstancias que encarecen la
producción
basada en la esclavitud. Conforma a la acertada
expresión de los antiguos,
el obrero sólo se distingue como instrumentum vocale
del animal,
instrumentum semivocale, y de la herramienta inerte,
instrumentum
mutum. Pero él mismo hace sentir al animal y la
herramienta que no es
igual a ellos, sino un hombre. Se procura la dignidad
personal de su
diferencia respecto a ellos maltratándolos y
destruyéndolos con amore. De
ahí que el principio económico vigente en este modo de
producción sea el
de aplicar solamente los instrumentos de trabajo más
toscos y pesados,
difíciles de estropear precisamente por su pesada
tosquedad. Por eso,
hasta el estallido de la guerra de secesión, se
encontraban en los estados
esclavisas situados en el Golfo de Méjico arados de
antigua construcción
china, que levantan el suelo como los cerdos o los
topos, pero no lo
henden ni revuelven. Cf. J. E. Cairnes. The Slave
Power, Londres, 1862, pp.
46 y ss. En su Seabord Slave States, pp. 46, 47,
cuenta Olmsted, entre otras
cosas: ‘Aquí me han mostrado herramientas con las que
entre nosotros
ningún hombre sensato cargaría a su obrero asalariado.
Su extraordinario
peso y tosquedad tienen que hacer el trabajo, en mi
opinión, al menos un
10% más difícil que con las utilizadas normalmente
entre nosotros. Pero,
como me han asegurado, dada la manera negligente y
torpe con que las
manejan los esclavos, no es posible confiarles con
buenos resultados
herramientas más ligeras o delicadas. En los campos de
cereales de
Virginia no durarían un día herramientas como las que
nosotros
confiamos continuamente, y en verdad con buenos
resultados económicos,
a nuestros obreros, y eso a pesar de que el suelo es
más fácil y menos
pedregoso que el nuestro. Igualmente, a mi pregunta de
por qué en las
granjas se sustituyen de una forma tan general los
caballos por las mulas,
me dieron también como razón primordial y decisiva que
los caballos no
aguantan el trato que reciben continua y forzosamente
de los negros. En
sus manos, los caballos se baldan e invalidan al poco
tiempo, mientras que
las mulas resisten los golpes y la falta de uno o dos
piensos sin daño
corporal. Tampoco se resfrían ni enferman cuando se
descuidan y trabajan
en exceso. Pero no necesito ir más allá de la ventana
de la habitación en
donde escribo para prescenciar casi a cada momento un
trato del ganado
que en el Norte induciría inmediatamente al despido
del arriero’”. (Carlos
Marx. El Capital. Madrid. Akal Editores. 1976. Vol. I.
pp. 266-267)
El ascenso de la esclavitud socavó al campesinado libre,
exprimido por el
servicio militar, la deuda y la competencia de la
esclavitud. Paradójicamente, la
productividad del trabajo esclavo era más baja que la
de los pequeños
campesinos a los que desplazaban. Pero con la enorme
oferta de esclavos
procedentes de las guerras de conquista, el bajo nivel
de productividad del
esclavo individual se compensaba con lo barata que era
la fuerza laboral del
gran número de esclavos que eran sometidos a trabajo
forzoso. La sustitución
de la pequeña parcela del campesino por los vastos
latifundios, del trabajador
por ejércitos de esclavos, generó enormes excedentes,
mientras la oferta de
esclavos baratos continuaba. Allí donde la esclavitud
era el principal modo de
producción, el concepto de trabajo también se
degradaba, y en la mente
humana el trabajo se identificaba con todo tipo de
cosas infames y degradantes.
¡Ninguna maravilla de Aristóteles era tan brillante
como la teoría de
Anaxágoras que afirmaba que la inteligencia humana
dependía de las manos!
Este no es el lugar para analizar en detalle las
contradicciones del modo de
producción esclavista y que finalmente provocaron su
desaparición. Basta con
observar que, a pesar del intento común de comparar el
sistema esclavista con
el capitalismo moderno, en muchos sentidos es justo lo
contrario. Por ejemplo,
el proletariado que hoy, junto con la naturaleza,
produce toda la riqueza de la
sociedad, en la época del imperio Romano era una clase
parasitaria que vivía a
costa de los esclavos. Por otro lado, mientras el
capitalista moderno depende de
la búsqueda continua de sectores donde reinvertir, las
posibilidades de
inversión para el capitalista romano estaban limitadas
por la naturaleza del
propio sistema de producción esclavista.
La clave para la expansión de las fuerzas productivas
en el capitalismo
actual es la creación de medios de producción, la
manufactura de nuevas
máquinas, que produce el aumento constante del
capital. En la antigüedad, las
condiciones para el desarrollo y la aplicación de
maquinaria eran escasas.
Primero era necesaria la existencia de una gran clase
de jornaleros libres
obligados a vender su fuerza de trabajo a los dueños
de la industria. No había
incentivos para inventar máquinas que después no
encontraban un uso
práctico. La relativamente pequeña clase de artesanos
dedicados a la
producción de artículos de lujo para el disfrute de
los ricos que, como los
capitalistas modernos, no tenían una salida productiva
para sus beneficios y se
dedicaban al consumo a gran escala.
Todo el sistema comenzó a resquebrajarse cuando la
oferta de trabajo
esclavo barato se agotó porque el imperio alcanzó sus
límites. Ante la ausencia
de un giro revolucionario, toda la sociedad entró en
una prolongada fase de
declive y decadencia. Las invasiones bárbaras no
fueron la causa del colapso,
sólo fueron la expresión práctica del agotamiento del
sistema esclavista. El
sentido de decadencia también afectó a la perspectiva
de la propia clase, un
sentimiento de cansancio, decadencia moral, disgusto
con un mundo que había
sobrevivido a sí mismo, todo esto encuentra su
expresión en las filosofías
predominantes que describían por sí mismas las
características del período:
cinismo y escepticismo, que han pasado al vocabulario
de nuestros tiempos
aunque con significados completamente diferentes a los
originales.
Los cínicos eran seguidores de Diógenes de Antístenes,
un alumno de
Sócrates que profesaba un desprecio absoluto por la
moral y costumbres
costumbres existentes. Su discípulo más famoso,
también llamado Diógenes de
Sinope, llevó esta idea al extremo de querer vivir
“como un perro”, de aquí la
palabra “cínico” (de la palabra griega que designa a
un perro). De él se dice que
vivió en un tonel. Su idea, como los “marginados”
actuales, era no tener
“ninguna” dependencia de las cosas materiales. Cuanta
la leyenda que cuando
Alejandro Magno le ofreció lo que deseara, Diógenes le
respondió que sólo
deseaba que “no le tapase la luz”. La idea, en
contraste con los cínicos
modernos, era despreciar las cosas mundanas.
Esta idea de apartar la vista del mundo para buscar la
salvación espiritual
en uno mismo, reflejaba la profunda crisis cultural y
social causada por el
declive de las ciudades estado griegas. Incluso
Pitágoras y Platón, a pesar de su
filosofía idealista, no renunciaron totalmente al mundo.
Ambos trataron de
ganar influencia intentando persuadir a los
gobernantes e imponer sus puntos
de vista filosóficos. Ambos apelaban a la lógica y la
razón. Lo que aquí vemos
es algo diferente, una renuncia completa a este mundo
y la negación total del
conocimiento humano.
Mientras el Liceo consiguió importantes resultados
científicos, la
Academia cada vez estaba más influenciada por el
escepticismo. La filosofía
escéptica representada por Pirrón, Sexto Empírico y
otros, cuestionaba la
posibilidad de obtener un conocimiento objetivo de la
realidad. “No podemos
saber nada, incluso lo que ya sabemos”. Este era su
principio central. Eso era,
hasta cierto punto, el resultado lógico del método de
la deducción, que los
idealistas establecieron como la única forma de llegar
a la verdad, pero no en
referencia al mundo real de la observación y la
experimentación, sino a través
de ideas derivadas de otras ideas, axiomas y “primeros
principios”, como los de
la geometría euclidiana, que están considerados como
evidentes y no necesitan
demostración.
Los escépticos como Timón, negaban la posibilidad de
encontrar estos
principios. Todo tenía que tener una demostración, y
ésta debía tener otra y así
hasta al infinito, por lo tanto, no se puede conocer
nada.
Esta filosofía marca el inicio de la degeneración del
idealismo objetivo,
que, a pesar de todos sus defectos, consiguió llegar a
algunas conclusiones
importantes, en su lugar había surgido el idealismo
subjetivo, la forma más
baja, primitiva y estéril de idealismo. Por último,
esto conduce al solipsismo:
sólo existo “yo”. Como todo depende de mis impresiones
subjetivas, entonces,
no existe la verdad objetiva. Por ejemplo, no puedo
afirmar que la miel es dulce,
porque sólo me parece dulce a mí. Para la mayoría de
las personas esta idea
parece absurda, pero básicamente no se diferencia de
los puntos de vista que
más tarde plantearon Hume y Kant, y que en general son
aceptados por los
modernos filósofos y científicos burgueses. Por
ejemplo, para los escépticos no
puedes dar por cierto nada relacionado con el mundo,
sólo puedes dar por
ciertas, algunas cosas que son “probables”, ésta es la
base filosófica que llevó a
una interpretación equivocada de los resultados de la
mecánica cuántica
presentados en nuestro siglo por científicos como
Werner Heisenbergg y otros,
y que muchos científicos las asimilaron sin ninguna
crítica.
Estas ideas no caen de las nubes. Son un reflejo
indirecto de la confusión
existente en la mente de los hombres ante la realidad
social existente. El
escepticismo en todas sus apariencias, incluidas las
modernas, es la expresión
de un período en el que una forma concreta de sociedad
ha entrado en un
declive irreversible, cuando los antiguos ideales
están en bancarrota y los
nuevos todavía no se han hecho valer. Se extiende un
ambiente general de
incertidumbre y malestar por toda la sociedad,
empezando por la capa más
culta, que se siente desorientada. La expresión más
común de este ambiente es
precisamente el escepticismo, con su insistencia en la
relatividad del
conocimiento humano, la duda y el agnosticismo. En el
siglo XVIII, el período
de ascenso revolucionario de la burguesía, el
escepticismo de Montaigne y otros
jugó un papel progresista porque criticaba los dogmas
religiosos de los
teólogos. Pero el escepticismo de Hume y Kant, que
intentaba poner límite a las
posibilidades de la comprensión humana, sólo abrió la
puerta para que
reentrara la fe religiosa. La última variante la
podemos encontrar en el
positivismo lógico.
Una característica común en todos estos filósofos del
período de declive de
la sociedad esclavista, es la idea de una retirada del
mundo. El mundo es visto
como un valle de lágrimas, del que es necesario
escapar para buscar la salvación
individual por distintos medios. En el período de declive
del Imperio Romano,
los filósofos epicúreos y estoicos, dominantes desde
el siglo I a. C, manifestaron
la misma tendencia, aunque, como ocurre a menudo, con
frecuencia existía
discrepancia entre la teoría y la práctica. Por
ejemplo Séneca, el austero filósofo
moral del estoicismo, que enseñó ética al emperador
Nerón, amasó una fortuna
prestando dinero y cobrando exorbitantes tipos de
interés, lo que provocó la
rebelión de Bodicea contra los romanos en Britania.
Este profeta de la pobreza
dejó detrás de él una de las más grandes fortunas de
su tiempo -300 millones
de sestercios-.
En su magistral estudio de la Antigüedad, Orígenes y
fundamentos del
cristianismo, Karl Kautsky describe el clima moral e
intelectual en el cual estas
ideas arraigaron:
“Epicuro llamó a la filosofía una actividad que lleva
a una vida feliz
por medio de concepciones y pruebas. El pensó que
podía obtener la
felicidad persiguiendo el placer; pero solamente
persiguiendo placeres
racionales, permanentes, no por medio del deseo de goces
sensuales
exagerados y temporales, que conducen a la pérdida de
la salud y de la
fortuna, y, por consiguiente, de la felicidad.
Esta era una filosofía que se adaptaba a los usos de
la clase
explotadora, que no tenía otra aplicación que dar a su
riqueza que la del
consumo; lo que necesitaban era una regulación
racional de la vida del
placer. Pero esta doctrina no daba satisfacción al
creciente número de
personas que ya habían sufrido un fracaso físico,
mental o financiero; a los
pobres y a los miserables; ni tampoco ofrecía consuelo
a los ya asqueados
del goce; ni podía dar placer a los que todavía tenían
algún interés en las
formas tradicionales de la vida comunal y aún
perseguían propósitos que
trascendían sus necesidades personales, a los
patriotas que observaban la
decadencia del Estado y la sociedad, llenos de
impotente pena, pero
incapaces de detener el proceso. A todos estos grupos
los placeres de este
mundo parecían vanos e insípidos. Todos éstos se
volvían a la doctrina
estoica, que exaltaba la virtud no el placer, como la
más grande bondad,
como la única buenaventura. Los estoicos declaraban
los bienes externos,
la salud, la riqueza, etc., como cosas de gran
indiferencia, como lo eran
también los externos.
Esto condujo por último a muchas personas a volver
completamente
la espalda al mundo, a despreciar la vida y hasta a
desear la muerte. El
suicidio llegó a ser un hábito en la Roma imperial,
por algún tiempo llegó
a ser una verdadera moda”. (Karl. Kautsky. Orígenes y
fundamentos del
cristianismo. Editorial Latina. P. 105)
Aquí nos encontramos entre el umbral de la filosofía y
la religión. Una
sociedad que se ha agotado económica, moral e
intelectualmente encuentra su
expresión en un ambiente general de pesimismo y
desesperación. La lógica y la
razón no proporcionan respuestas, el orden existente
de las cosas se encuentra
con la irracionalidad. Tales circunstancias no
conducen al surgimiento del
pensamiento científico y a realizar atrevidas
generalizaciones filosóficas. Lo
más probable es que surja una tendencia a mirar hacia
el interior, que refleja la
atomización social, el misticismo y la irracionalidad.
De este mundo no
podemos esperar nada ni siquiera comprender nada. Lo
mejor es volver la
espalda a la realidad y prepararnos para una vida
futura mejor. En lugar de
filosofía, ahora tenemos religión en lugar de razón
tenemos misticismo.
Ya hemos visto este fenómeno en el período de declive
de las ciudades
estado griegas cuando, en palabras del profesor
Gilbert Murray, “La astrología
se adueñó de la mente helenística como una nueva
enfermedad se adueña de la
población de una remota isla del Pacífico” (Citado por
Rusell). El mismo
fenómeno se multiplicó por mil durante el largo
período de declive del Imperio
Romano. La epidemia de religiones y cultos orientales
que afligieron a la
sociedad romana en ese momento está bien documentada,
no sólo la cristiandad
y el judaísmo, también el culto a Mitra, Isis, Osiris
y otras miles de sectas
exóticas que proliferaron a costa de la religión
oficial.
Muchos de estos cultos tenían ceremonias y rituales
muy similares. El
sacramento a Mitra incluía una comida sagrada, en la
que se consagraba el pan
y un cáliz de vino que se daba de beber al fiel, en
señal de una vida futura. En
realidad, muchos elementos de la cristiandad proceden
de otras religiones y la
mayoría de sus doctrinas provienen de los filósofos
paganos. Quien jugó un
papel importante fue Plotino (250-270), un místico
griego y fundador de la
escuela neoplatonista, que representa la decadencia
final del idealismo clásico.
El mundo es Uno, imposible de conocer e inexpresable.
Sólo podemos conocerlo
a través del misticismo, la comunión extática, los
trances y otras cosas similares.
También se consigue con la mortificación de la carne y
nuestra propia
emancipación de la esclavitud de la materia. Plotino
propuso la idea de la
Sagrada Trinidad. La materia no tiene una realidad
independiente, es sólo la
creación del alma. Pero, ¿por qué el alma se preocupa
de crear esta materia?,
podríamos hacer muchas preguntas más, pero se nos
pedirá que lo aceptemos
como un “misterio”. Los primeros apoligistas
cristianos metieron estas ideas en
su equipaje y elaboraron una teología que es el
bastardo de la religión oriental y
el idealismo griego en su período de decadencia. Se
convirtió durante dos mil
años en la dieta básica de la cultura europea, con
resultados muy negativos
para la ciencia.
La lucha contra la religión
En ausencia de una alternativa revolucionaria, la
bancarrota de la sociedad
esclavista, provocó un horrible colapso de la cultura,
sus efectos duraron siglos.
En el período conocido como “edad oscura”, se
perdieron gran parte de los
logros científicos y artísticos de la antigüedad. La
llama del conocimiento siguió
ardiendo en Bizancio, Irlanda y sobre todo en parte de
la España ocupada por
los árabes. El resto de Europa permaneció sumida en el
barbarismo durante
mucho tiempo.
Poco a poco, de los restos de la antigua sociedad
emergió una nueva forma
social, el sistema feudal, basado en la explotación
del campesinado que ya no
eran esclavos, ahora estaban atados a la tierra,
dominados por señores
temporales y espirituales. La estructura piramidal de
la sociedad reflejaba su
dominación, con un sistema rígido de pretendidos
deberes y derechos a unos
“superiores naturales”. El deber fundamental, sin
embargo, sobre el que cual
todo lo demás dependía, era el deber que tenía el
siervo de proporcionar trabajo
gratuito al servicio de su señor y maestro. Eso es lo
que distinguía esta forma
de sociedad de la esclavitud y también del capitalismo
posterior. La Iglesia
santificó todo esto y empezó a detentar un inmenso
poder, también se organizó
en unas líneas jerárquicas similares.
El carácter estático e inalterable del modo de
producción feudal y la rígida
jerarquía social sobre la que se basaba, encontraron
su expresión ideológica en
los dogmas estáticos de la Iglesia, que exigían una
obediencia incuestionable,
basada en la interpretación oficial de los textos
sagrados. Las primeras doctrinas
de los cristianos, con su fuerte contenido
revolucionario y comunista fueron
perseguidas y marcadas como herejes, hasta que el
cristianismo fue aceptado
como religión de estado. En lugar de la razón, los
padres de la Iglesia
predicaban una fe ciega, resumida en la célebre frase
atribuida a Tertuliano
“Credo, quia amsurdum esto” (Creo porque es absurdo).
La ciencia fue puesta
bajo sospecha, una herencia del paganismo. Uno de los
últimos matemáticos
griegos. Hypatia fue apedreado hasta morir por una
multitud dirigida por un
monje.
La herencia de la filosofía griega clásica se perdió y
sólo se recuperó
parcialmente en Europa Occidental en el siglo XII.
Esta situación no era la mejor
para el desarrollo del pensamiento y la ciencia.
“Las condiciones de la producción feudal redujeron al
mínimo la
demanda de una ciencia útil: ésta no volvería a crecer
hasta que hacia el
final de la Edad Media el comercio y la navegación
crearan nuevas
necesidades. El esfuerzo intelectual se aplicó en
otras direcciones y
especialmente se puso al servicio de una característica
radicalmente nueva
de la civilización: los credos religiosos
organizados”. (J. D. Bernal. Op. cit.
p. 229).
Según Forbes y Dijksterhuis:
“En general, se puede decir que en los primeros siglos
de su
existencia, la Cristiandad no perseguía objetivos científicos.
A la ciencia se
la miraba con recelo debido a su origen pagano; el
ideal que prevalecía,
que no era el conveniente para el bienestar físico de
los cristianos, era
penetrar más profundamente en los secretos de la
naturaleza a través de
las Escrituras Sagradas y por eso era necesario
comprenderlas”. (Forbes y
Dijksterhuir. Historia de la ciencia y la tecnología,
Vol. 1, pp. 101-102. En
la edición inglesa).
Finalmente, los restos de la cultura clásica llegaron
a Europa occidental
gracias a las traducciones árabes. La energía mostrada
por los árabes a la hora
de conquistar el norte de África y España directos
hacia los Pirineos, iba
emparejada con una actitud inteligente y flexible
hacia la cultura de los pueblos
conquistados, actitud que contrastaba con el
barbarismo ignorante de los
cristianos después de la reconquista de Al-Andalus.
Durante siglos, las
universidades islámicas en España, en especial la de
Córdoba, fueron los únicos
centros verdaderos de enseñanza en Europa, si
exceptuamos Irlanda que,
debido a su lejanía, estaba al margen de la corriente
principal. Los árabes
hicieron grandes avances en toda una serie de
terrenos: matemáticas,
astronomía, geografía, medicina, óptima, química e
importantes avances
tecnológicos, además introdujeron los sistemas de
irrigación que después se
encargaron de destruir los cristianos. Se tardaron
cientos de años en trasladar
este conocimiento a Europa Occidental.
El monopolio que ejercía la Iglesia sobre la cultura
hacía que toda la vida
intelectual se canalizara a través de ella. En las
universidades, donde todo se
estudiaba en latín, el plan de estudios estaba formado
principalmente por
gramática, lógica, retórica, aritmética, astronomía y
música. El punto álgido
eran la filosofía y la teología que estaban estrechamente
relacionadas. Durante
siglos, la filosofía fue considerada como la “criada
de la teología”. La ciencia
quedó reducida a su mínima expresión: “En la práctica
la enseñanza de la
ciencia era muy escasa. La aritmética consistía en la
numeración; la geometría,
en los tres primeros libros de Euclides; la astronomía
iba muy poco más allá del
calendario y del modo de calcular la fecha de la
pascua; la física y la música
eran muy elementales y platónicas”. (J. D. Bernal. Op.
Cit. p. 249). No existía
interés en la experimentación e investigación
científicas.
La filosofía quedó reducida al perfeccionamiento del
idealismo platónico,
más tarde sustituido por un Aristóteles osificado y
parcial. Durante el primer
período, San Agustín (354-430) se basó en el neoplatonismo
para atacar a los
oponentes paganos de la cristiandad. Más tarde los
escritos de Santo Tomás de
Aquino (1225-74) falsificaron la filosofía
aristotélica y la adaptaron a las
necesidades de la Iglesia en la sociedad feudal, el
“impulso inicial” y otras cosas
por el estilo. Hoy en día, su variante filosófica
(neotomismo) es todavía la
posición básica de la Iglesia Católica Romana.
Pero incluso en un suelo tan aparentemente estéril,
comenzaron a
germinar lentamente las semillas de un nuevo paso
adelante. Entre aquellos
escolásticos medievales que debatían continuamente
cuestiones teológicas para
intentar dar a su religión una perspectiva global con
alguna base teórica,
surgieron finalmente varios pensadores que empezaron a
sacar conclusiones
materialistas. No fue casualidad que los pensadores
más destacados surgieran
en Gran Bretaña, país donde tradicionalmente estaba
arraigado el empirismo.
Al final de la Edad Media, el auge de las ciudades y
el comercio
presenciaron el surgimiento de un nuevo y vigoroso
elemento en la ecuación
social. El ascenso de una clase de ricos comerciantes
que comenzaban a estirar
los músculos y a exigir sus derechos. La expansión del
comercio, la apertura de
nuevas rutas comerciales, el surgimiento de la
economía monetaria, la creación
de nuevas necesidades y de los medios para
satisfacerlas, el desarrollo de
artistas y artesanos, el ascenso de una nueva
literatura nacional, todas estas
cosas anunciaban el nacimiento de una fuerza
revolucionaria en la sociedad
⎯la burguesía⎯, cuyos
intereses provocarían la ruptura de las barreras
feudales artificiales que impedían su desarrollo, y
también frenaban el
desarrollo y la explotación de las innovaciones
técnicas.
El desarrollo de la navegación, por ejemplo, exigía la
elaboración de
nuevas y mejores cartas de navegación, basadas en
observaciones astronómicas
fiables y también la existencia de instrumentos más
avanzados de navegación.
La introducción del papel y la imprenta revolucionó el
acceso a las ideas que
hasta ese momento estaban limitadas a la minoría
eclesiástica. La aparición de
la literatura escrita en lengua vernácula también
favoreció el surgimiento de
grandes y reconocidos escritores nacionales, Bocaccio,
Dante, Rebelais, Chauce
y finalmente Lutero. La pólvora no sólo revolucionó la
guerra y ayudó a
socavar el poder de la nobleza, también dio un
poderoso impulso al estudio de
la física y la química.
Primero en Italia, después en Holanda, Gran Bretaña,
Bohemia, Alemania
y Francia, las nuevas clases comenzaron a cambiar el
viejo orden, que después
de casi mil años, se había agotado y entrado en una
fase de declive. Las
interminables guerras y conflictos civiles llevaron al
feudalismo a un callejón
sin salida. La peste negra diezmó a la población de
Europa en el siglo XIV y
aceleró la disolución de las relaciones feudales de la
tierra. Las jacqueries
campesinas en Francia y la insurrección campesina en
Inglaterra fueron una
advertencia de la venidera disolución del orden
feudal. Para mucha gente
parecía que el fin del mundo se aproximaba, el deseo
de impedir la fatalidad
provocó el aumento de fenómenos como sectas
flagelantes, grupos religiosos
fanáticos, que por el país autoflagelándose,
anticipándose a la inminente cólera
de Dios. Esta situación era sencillamente el reflejo
confuso en la imaginación
popular, del colapso del orden social existente.
La ruptura del sistema social viene precedida por la
crisis de la moral e
ideología oficiales, que cada vez más entran en
conflicto con las nuevas
relaciones sociales. Entre cierta capa de intelectuales
surge el espíritu crítico,
esta capa es siempre un barómetro de las tensiones
subyacentes en las
profundidades de la sociedad. Una ideología y
moralidad que no reflejan la
realidad, no pueden ya sobrevivir y están destinadas a
desaparecer. La base
moral e ideológica del sistema feudal se encontraba en
la enseñanza de la
Iglesia. Cualquier cambio serio en el orden social
existente también significaba
un asalto al poder de la Iglesia, que defendió su
poder y privilegios con todos
los medios a su alcance, incluida la excomunión, la
tortura y la hoguera. Pero la
represión no puede alargar la vida de una idea ya
caduca.
Normalmente, se representa a la Edad Media como una
época de
devoción religiosa y piedad extremas. Pero esta
descripción no se puede aplicar
al período en consideración. La Iglesia, una
institución rica y poderosa con un
peso impresionante sobre la sociedad ya estaba muy
desacreditada.
“De todas las contradicciones de la vida religiosa de
la época, quizás
la más insalvable era el completo desprecio que
existía hacia el clero,
desprecio visto como una corriente durante la Edad
Media, coexistiendo
con el mayor de los respetos hacia la santidad del
oficio sacerdotal. Y esto
permitió a los nobles, ciudadanos y villanos, durante
mucho tiempo
alimentar sus odiosas bromas malévolas a expensas del
monje
incontinente y el sacerdote glotón. Era un odio
latente, general y
persistente. La población solía escuchar atentamente
los vicios del clero.
Un sacerdote que arengaba contra el estado eclesiástico
seguro que recibía
aplausos. ‘Tan pronto como abordaba en la homilía este
tema’, dice
Bernardino de Siena, ‘su audiencia olvidaba todo lo
demás; no existía otro
medio más efectivo de captar la atención cuando la
congregación
comenzaba a dormirse, o a sufrir de calor o de frío.
Al momento, todos
atendían y se alegraban’”. (J. Huizings. The Waning of
the Middle Ages.
Pp. 172-173. En la edición inglesa)
La corriente de disensión incluso se dejaba sentir
dentro de la propia
Iglesia, que reflejaba las presiones de la sociedad.
Los movimientos heréticos
como el de los albigenses terminaron en un baño de
sangre. Poco después
aparecían nuevas tendencias opositoras, algunas veces
disfrazadas con el atavío
del misticismo. Un historiador italiano del siglo XIX
relata lo siguiente:
“El mismo espíritu de reforma que animó a los
albigenses se
extendió por toda Europa: muchos cristianos,
disgustados con la
corrupción y los vicios del clero, o aquellas mentes
rebeldes contrarias a la
violencia que ejercía la Iglesia sobre su razón, se
dedicaban a una vida
contemplativa, renunciaban a toda ambición y a los
placeres del mundo,
buscaban un nuevo camino para la salvación a través de
una alianza entre
la fe y la razón. Se autodenominaban cátaros o los
purificados; paternini o
los resignados”. (Sismondi. Historia de las Repúblicas
italianas, p. 66. En
la edición inglesa).
Las órdenes dominica y franciscana se fundaron a
principios del siglo XII
para combatir a los herejes, el anticlericalismo y las
nuevas ideas religiosas.
Sismondi dice lo siguiente del Papa Inocencio III:
“Fundó las órdenes
mendicantes de los franciscanos y los dominicos; a los
nuevos campeones de la
iglesia se les encargó reprimir toda actividad de la
mente, combatir la creciente
inteligencia y expulsar a los herejes. Confió a los
dominicos el terrible poder de
la Inquisición, que él instituyó: les encargó
descubrir y perseguir hasta la
aniquilación a los nuevos reformadores que, con el
nombre de paternini, se
multiplicaban rápidamente por Italia”. (Ibíd. p. 60).
La violenta represión de cualquier clase de oposición
fue una característica
constante en la conducta de las autoridades
eclesiásticas del más alto nivel,
como demuestra la historia del papado. El Papa Urbano
VI, cuando no
conseguía el apoyo de sus cardenales, solucionaba el
problema con un simple
expediente en el que los acusaba de conspirar contra
él. Torturó a muchos
cardenales en su presencia, mientras él rezaba
tranquilamente el rosario. A
otros se les metió en sacos y les echaron al mar. El
monje reformista Giromalo
Savonarola, un precursor italiano de Lutero, fue
torturado hasta que confesó
todos los crímenes que le atribuían y fue quemado vivo
junto a otros dos
monjes, se podrían narrar muchos más casos como este.
Durante cientos de años la asfixia del pensamiento
ejercida por la policía
espiritual de la Iglesia fue un freno para el
desarrollo de la ciencia. La
considerable energía intelectual de los escolásticos
se disipaba en debates
complicados e interminables sobre temas como el sexo
de los ángeles. Nadie
podía ir más allá de los límites establecidos por el
dogma eclesiástico y aquellos
que intentaban hacerlo sufrían crueles represalias.
Por lo tanto, se puede decir que el escolástico inglés
Roger Bacon (1214-
92), tuvo un gran valor cuando se atrevió a desafiar
el dogmatismo de los
escoláticos y la veneración a la autoridad. Se
enfrentó al espíritu de su tiempo y
se anticipó el método científico al defender el
estudio experimental de la
naturaleza. Como la ciencia todavía no se había
separado de la alquimia y la
astrología, no es sorprendente que encontremos estos
elementos en los escritos
de Bacon. Tampoco nos debe sorprender que premiasen su
osadía con la
expulsión de su trabajo de profesor en Oxford y fuese
confinado a un
monasterio por defender ideas heréticas. En esas
circunstancias no hay ninguna
duda que tuvo mucha suerte.
La tendencia filosófica conocida como nominalismo que
surgió en esa
época, decía que los conceptos universales son sólo
nombres de objetos
individuales. Esta tendencia reflejaba un movimiento
en dirección hacia el
materialismo, como explica Engels:
“El materialismo es hijo natural de Gran Bretaña. Ya
el escolástico
británico, Dus Scotus, se preguntó ¿si era imposible
para la materia
pensar?
Para conseguir este milagro buscó refugio en la
omnipotencia de
Dios, por ejemplo, predicó el materialismo teológico.
Además era
nominalista. El nominalismo, la primera forma del
materialismo, se
encuentra principalmente entre los escolásticos
ingleses”. (Engels. Op cit.
p. 427. En la edición inglesa).
La tendencia nominalista fue desarrollada por otro
inglés (aunque para ser
exactos como su propio nombre indica, Duns Scotus
nació en Escocia o en
Irlanda del norte), Guillermo de Occam (murió en 1349)
fue el más importante
de los escolásticos. Occam sostenía que la existencia
de Dios y otros dogmas
religiosos no se basaban en la razón y estaban
fundados exclusivamente en la fe.
Esta doctrina era peligrosa porque suponía la
separación entre la filosofía y la
religión, permitía el desarrollo independiente de la
filosofía y la liberaba del
yugo eclesiástico. Occam fue excomulgado en 1328, pero
escapó del territorio
papal en Avignon y se puso bajo la protección de Luis,
rey de Francia, también
excomulgado. Luis convocó un Consejo general y se acusó
al Papa de hereje. Se
dice que cuando Occam se encontró con el emperador le
dijo: “Tu, me defiendes
con la espada y yo te defenderé con un lápiz”. Este no
era un debate abstracto
ni filosófico, era el reflejo de una lucha a muerte
entre la Iglesia y el emperador,
entre Francia, Inglaterra y Alemania.
El nominalismo por un lado, contenía el germen de una
idea materialista
correcta, pero por otro lado, se equivocó al asumir
que los conceptos generales
(“universales”) eran sólo nombres. Realmente, los
conceptos generales reflejan
cualidades reales de cosas que existen objetivamente,
que, a parte de sus
características particulares, también expresan en sí
elementos de lo general, que
les identifica como pertenecientes a un género o
especie específica. Esta
negación de lo general y la insistencia en lo
particular, es una característica
peculiar del pensamiento empírico que ha caracterizado
a la tradición filosófica
anglosajona. Como una reacción ante las estériles
doctrinas idealistas de la
iglesia medieval, el nominalismo representaba un
avance importante, un paso
en dirección a la experimentación científica:
“No es soprendente que los pensadores que defendían
concepciones
nominalistas ejercieran una influencia favorable en el
estudio de la ciencia.
El nominalismo predisponía la atención en la
experiencia y en las cosas
concretas que llegaban a través de los sentidos,
mientras la doctrina
contraria conocida como realismo platónico (un nombre
confuso ya que
defendía que la realidad residía en las ideas, en su
lugar debería llamarse
idealismo) siempre implicaba la tentación de realizar
especulaciones a
priori”. (Forbes y Dijksterhuis. Op. Cit. Vol 1. p.
117. En la edición inglesa).
El nominalismo es el germen del materialismo, pero un
materialismo
parcial y superficial que más tarde, con Berkeley,
Hume y los filósofos
semánticos modernos, llevó a un callejón sin salida
filosófico. Occam fue el
último de los grandes escolásticos, pero sus ideas
alentaron a una nueva
generación de pensadores, como Nicolás de Oresme ⎯su pupilo⎯, quien
investigó la teoría planetaria. Se anticipó a
Copérnico al examinar la teoría
geocéntrica, que situaba a la tierra en el centro del
universo, y la comparó con la
teoría heliocéntrica, que situaba al sol en el centro
del universo, y concluyó que
ninguna de estas teorías servían para explicar todos
los hechos conocidos, y que
por tanto, era imposible elegir entre alguna de ellas.
Esta, aparentemente,
conclusión cautelosa, en realidad representaba un paso
audaz, porque ponía un
signo de interrogación sobre la postura ortodoxa de la
Iglesia y eso cambiaba
toda la perspectiva del mundo.
La cosmología de la Iglesia medieval era una parte
importante de su
perspectiva general del mundo. No era un tema
secundario, el dibujo del
universo se suponía que era un espejo del mundo, con
el mismo tipo de
estaticidad, el mismo carácter inalterable y la misma
rigidez jerárquica. Estas
ideas no procedían de la observación, fueron tomadas
de la cosmología de
Aristóteles y los alejandrinos, y se aceptó de una
forma dogmática.
“La jerarquía de la sociedad quedaba reproducida en la
jerarquía del
universo mismo; al igual que existían papas, obispos y
arzobispos,
emperador, reyes y nobles, existía también la
jerarquía celestial de los
nueve coros angélicos: serafines, querubines, tronos;
demonaciones,
virtudes, potestades; principados, arcángeles y
ángeles (fruto todos ellos
de la imaginación del pseudo-Dionisio). Cada una de
ellas tenía una
determinada función a desempeñar en el funcionamiento
del universo,
permaneciendo unidas al correspondiente rango de las
esferas planetarias
para mantenerlas en movimiento. El orden inferior de
los simples ángeles
que pertenecían a la esfera de la luna, tenía, como es
natural, muchos que
ver con el orden de los seres humanos que estaban,
precisamente, debajo
de ellos. En general existía un orden cósmico, un
orden social, un orden en
el cuerpo humano, todos ellos representativos de
estados a los que la
Naturaleza tenía a volver cuando se la apartaba de
ellos. Había un lugar
para cada cosa y cada cosa conocía su lugar”. (J. D.
Bernal. Op. cit. p. 257)
Esta visión del universo no habría cambiado si no se
hubiera cuestionado
toda la perspectiva eclesiástica del mundo y el tipo
de sociedad sobre la que se
sustentaba. El conflicto entre las ideas de Copérnico
y las de Galileo no eran
simples debates intelectuales abstractos, era una
lucha a muerte entre visiones
contrarias del mundo, que en realidad reflejaban la
desesperada lucha entre dos
órdenes sociales que se excluían mutuamente. El futuro
de la historia de la
humanidad dependía del resultado de esta lucha.
Capítulo IV
El Renacimiento
“Sentí entonces lo mismo que el vigía que observa
el firmamento y ve de pronto un nuevo astro;
o lo que el gran Cortés, cuando con ojos de águila
por primera vez divisó el Pacífico y todos sus
soldados
entre sí se miraron sin dar crédito a aquello
callado, allá en lo alto de un monte del Darién”
John Kyats
“Eppur si mouve”
“Y sin embargo se mueve”
Galileo Galilei
El punto de partida de la ciencia moderna es el
Renacimiento, ese período
tan maravilloso de renacimiento espiritual e
intelectual que puso fin a miles de
años de reinado de la ignorancia y la superstición. La
humanidad miraba de
nuevo a la naturaleza sin que la sombra del dogma
cegara sus ojos. El mundo
volvió a descubrir las maravillas de la filosofía
clásica griega, a través de
traducciones directas de versiones fidedignas llegadas
a Italia después de la
invasión turca de Constantinopla. La perspectiva
materialista del mundo de los
antiguos jonios y atomistas indicaron a la ciencia
cuál era el camino correcto.
El Renacimiento fue un período revolucionario en todo
el sentido de la
palabra. Lutero no sólo inició la Reforma religiosa,
también reformó la lengua
alemana. Al mismo tiempo la Guerra Campesina en
Alemania, con sus tintes
comunistas, señaló cual sería la forma de la futura
lucha de clases. “Quedó
hecha pedazos la dictadura de la Iglesia sobre la
mente de los hombres; la
rechazaron de manera directa la mayoría de los pueblos
germánicos, que
adoptaron el protestantismo, en tanto que entre los
latinos se arraigaba cada vez
más un alegre espíritu de libre pensamiento, recibido
de los árabes y
alimentado por la filosofía griega, recién
descubierta, todo lo cual preparaba el
camino para el materialismo del siglo XVIII”. (Engels.
La dialéctica de la
naturaleza. Madrid. Editorial Akal. 1978. p. 27).
El descubrimiento de América y la ruta marítima de las
Indias Orientales
abrieron nuevos horizontes para el comercio y la
exploración. Pero fue en el
terreno del intelecto donde se abrieron los mayores
horizontes. Era imposible
mantener la antigua y estrecha parcialidad, ahora para
llegar a la verdad era
necesario derribar las viejas barreras. Como en todas
las épocas revolucionarias
existía un ardiente deseo de saber.
El desarrollo de la ciencia está vinculada
estrechamente con el crecimiento
de la tecnología, que, a su vez, está relacionada con
el desarrollo de las fuerzas
productivas. Tomemos por ejemplo la astronomía. Las
especulaciones
cosmológicas de los antiguos griegos estaban limitadas
debido a la ausencia de
telescopios que les ayudaran en sus observaciones. En
el año 137 a. C, los
observadores habían establecido la existencia de 1.025
cuerpos planetarios. En
1580 el número era exactamente el mismo y se utilizaba
el mismo instrumento:
el simple ojo humano.
Los astrónomos de hoy, con poderosos radiotelescopios,
pueden observas
conjuntos abrumadores de estrellas y galaxias. Esto ha
transformado
completamente la astronomía, desafortunadamente, los
avances tecnológicos
han llegado más lejos que el desarrollo de las ideas
en las mentes de los
hombres y mujeres. En muchos aspectos, la visión del
mundo de algunos
científicos durante la última década del siglo XX,
tiene más en común con la
iglesia medieval que con los héroes del Renacimiento
que con su lucha contra el
oscurantismo filosófico hicieron posible la ciencia
moderna.
Anaximandro y Anaxágoras dijeron que el universo era
infinito “no tenía
principio ni fin”. La materia no se puede crear ni
destruir. Esta idea fue
aceptada por otros muchos filósofos de la antigüedad y
se puede resumir en el
famoso aforismo Ex nihilo nihil fit (fuera de la nada
no hay nada). Es por lo
tanto inútil buscar el principio o la creación del
universo, porque el universo
siempre ha existido.
Para la Iglesia, esta opinión es una anatema porque
deja al Creador fuera
de la foto. En un mundo infinito y material no hay
lugar para Dios, el demonio,
los ángeles, el cielo o el infierno. Por lo tanto, se
aprovecharon ávidamente del
escrito más débil y pueril de Platón, el Timeo, que en
realidad es el mito de la
creación. Por otro lado, tenían el sistema tolomeico
del cosmos, que, además
correspondía con el esquema cosmológico de
Aristóteles, que contaba con una
autoridad absoluta en aquella época. Presentaba al
universo como un sistema
cerrado. La tierra se encontraba en el centro,
encerrada en siete esferas de
cristal, sobre las que el sol, la luna y los planteas
trazaban órbitas circulares
perfectas alrededor de la tierra. Para nuestra mentalidad
moderna este concepto
nos parece extraño. Pero para los fenómenos que se
podían observar en la
época, esta interpretación del universo era
suficiente. Realmente, desde el punto
de vista del simple “sentido común”, parece que el sol
gira alrededor de la
tierra y no viceversa.
A pesar de todo esto, la visión geocéntrica fue puesta
en duda incluso en
los tiempos de Tolomeo. La alternativa fue la teoría
heliocéntrica defendida por
Aristarco de Samos (310-230 a. C), quien defendió la
hipótesis de Copérnico,
éste defendía que todos los planetas, incluida la
tierra, giraban alrededor del sol
describiendo órbitas círculos y la tierra se movía
sobre su eje cada veinticuatro
horas. Esta teoría brillante fue rechazada en favor de
la visión tolomeica,
porque la primera teoría no era apropiada para la
visión eclesiástica. La tierra
seguía en el centro del universo y la Iglesia
continuaba en el centro del mundo.
Copérnico, el gran astrónomo polaco (1473-1543), viajó
en su juventud a
Italia y allí se contagió del nuevo espíritu de
investigación y libre pensamiento.
Pronto aceptó que el sol era el centro del universo,
aunque no defendió en
público estas ideas por temor a la reacción de la
Iglesia. Sólo cuando se
encontraba en su lecho de muerte, decidió publicar su
libro, De Revolutionibus
Orbium Coelestium (De las revoluciones de los orbes
celestes), que dedicó al
Papa con la esperanza de escapar a la censura.
Temporalmente tuvo éxito y el
libro no fue prohibido hasta los tiempos de Galileo
cuando la Inquisición y los
jesuitas ―las tropas de choque de la
contrarreforma― estaban en pleno auge.
Tycho Brahe, el astrónomo danés (1546-1630), adoptó
una posición
intermedia, defendía que mientras el sol y la luna
giraban alrededor de la
tierra, los planteas lo hacían alrededor del sol. Más
importante fue el papel del
alemán Johannes Kepler (1571-1630) que utilizó los
cálculos de Brahe para
corregir algunas incorrecciones del modelo de
Copérnico y propuso sus tres
famosas leyes: el movimiento de los planetas no
describe círculos sino elipses; la
línea que une un planeta con el sol barre áreas
iguales en tiempos iguales y que
el cuadro del período de revolución de un planeta es
proporcional al cubo de su
distancia media al sol.
Estas proposiciones asestaron un duro golpe a las posiciones
ortodoxas de
la Iglesia. Los planetas tenían que moverse en círculo
porque era la forma
perfecta. Esta fue la idea aceptada por todos los
idealistas desde Pitágoras. La
primera ley de Kepler decía que se movían en elipses,
¡muy lejos de ser una
forma perfecta! Su segunda ley era aún más monstruosa
desde el punto de vista
“oficial”, en lugar de un fino y suave movimiento, la
velocidad de los planetas
en órbita variaba, cuanto más cerca estaban del sol
mayor era su velocidad.
¿Cómo estas ideas podían ser compatibles con la noción
de una armonía divina
en el universo?
La diferencia está en que mientras las teorías de
Kepler se basaban en las
minuciosas observaciones de Brahe, la postura de la
Iglesia se basaba en una
teoría idealista que sencillamente se asumía como
verdadera. Para el
observador de hoy en día parece absurda la posición de
aquellos que estaban
en contra de Kepler y Copérnico. Todavía se pueden
escuchar ecos de este
método idealista cuando físicos y matemáticos serios,
defienden ecuaciones que
no se corresponden con hechos conocidos a través de la
observación, sino que
se defienden por su supuesto valor estético. Más
adelante volveremos sobre
esta cuestión.
Galileo
El científico más grande del Renacimiento
probablemente fue Galileo
(1564-1642). Hizo grandes descubrimientos en el campo
de los proyectiles y la
caída de los objetos, Galileo fue un defensor
convencido de la posición de
Copérnico y el primer astrónomo que utilizó el
telescopio para la investigación
del cielo. Sus observaciones no dejaron ninguna piedra
firme del antiguo
universo. La luna no era una esfera perfecta, era una
superficie irregular, con
montañas y mares. Venus tenía fases como el sol y lo
más importante de todo,
Júpiter tenía cuatro lunas. La Iglesia defendía la
existencia de siete planteas
porque para ella el siete era un número místico. ¿Cómo
podían existir once
planetas? La imagen de un profesor negándose a mirar a
través del telescopio
de Galileo ha pasado al folklore de historia
científica, y resume el choque entre
dos dos perspectivas antagónicas del mundo.
En los últimos años se ha intentado minimizar la
persecución de la ciencia
por parte de la Iglesia. El Papa Juan Pablo II,
emprendió una investigación
sobre el “asunto Galileo”, el resultado se publicó en
1992 y revelaba la
existencia “graves malentendidos recíprocos” y errores
por ambas partes. Pero
todo eso ocurrió en “un contexto cultural muy
diferente al nuestro”. En octubre
de 1993, el Papa envió un mensaje al Congreso sobre
Copérnico en la
Universidad de Ferrara, con motivo de la conmemoración
del 450 aniversario
de la publicación del libro De Revolutionibus Orbium
Coelestium. Según el
Papa, Copérnico era un hombre de ciencia y de fe. En
realidad, Copérnico
escapó a la persecución eclesiástica porque su libro
no vio la luz del día hasta
que él se encontró en un lugar seguro, ¡el
cementerio!.
La Inquisición sometió dos veces a juicio a Galileo,
uno privado (1616) y
otro público (1633). En el segundo juicio se le obligó
a retractarse de sus ideas,
prometió que nunca más defendería que la tierra giraba
alrededor del sol o que
rotaba sobre su propio eje. De esta forma la Iglesia
consiguió silenciar al más
grande científico de la época y en el proceso también
se sepultó en Italia
durante un largo período de tiempo a la ciencia. Otros
tuvieron un destino
peor. Giordano Bruno (1548-1600) fue quemado en la
hoguera en Roma después
de ocho años en prisión.
Bruno fue un materialista inflexible, estuvo
influenciado por Nicolás de
Cusa, quien defendía que el universo no tenía
principio ni fin, ni espacio ni
tiempo. El materialismo de Bruno tenía ciertos toques
de panteísmo, la idea de
que Dios está en todas partes y en ninguna, que Dios y
la naturaleza son una y
la misma cosa. Un concepto similar al hilozoismo
defendido por los antiguos
jónios, y decía que la materia era una sustancia
activa y en movimiento, que el
hombre y su conciencia eran parte de la naturaleza,
ambos eran un todo. Bruno
siguió los pasos de Nicolás de Cusa, y defendía la
infinitud del universo.
Afirmó que el universo consistía en un número infinito
de mundos, algunos de
ellos, posiblemente, habitados. Es fácil comprender
por que la Iglesia consideró
estas ideas subversivas. Bruno no se amilanó y lo pagó
con su vida.
La Iglesia Romana no tuvo el monopolio de la
persecución de las nuevas
ideas. Lutero denunció a Copernico por ser “un
astrólogo que se esfuerza en
demostrar que la tierra da vueltas, ni los cielos o el
firmamento, ni la luna o el
sol”. Como observa Engels: “En esa época las ciencias
naturales también se
desarrollaron en el seno de la revolución general, y a
su vez fueron totalmente
revolucionarias; en verdad, debieron conquistar con la
lucha su derecho a la
existencia. Al lado de los grandes italianos de
quienes data la filosofía moderna,
ofrecieron sus mártires a la hoguera y a las mazmorras
de la Inquisición. Y es
característico que los protestantes superasen a los
católicos en sus persecuciones
contra la libre investigación de la naturaleza.
Calvino hizo quemar a Servet en
la hoguera cuando éste se hallaba a punto de descubrir
la circulación de la
sangre, y por cierto que lo mantuvo vivo, asándose,
durante dos horas; a la
Inquisición, por lo menos, le bastó con quemar vivo a
Giordano Bruno”.
(Engels. Op. Cit. p. 28).
A pesar de todas las contrariedades, el nuevo modo de
pensamiento ganó
fue ganando terreno sin parar hasta finales del siglo
XVII, cuando consiguió
una victoria decisiva. Los mismos científicos que, en
nombre de la ortodoxia,
condenaron las ideas de Galileo, en la práctica y
calladamente descartaban la
desacreditada cosmología tolomeica. El descubrimiento
de la circulación
sanguínea por William Harvey (1578-1657) revolucionó
el estudio del cuerpo
humano y acabó con los viejos mitos. Fueron los
descubrimientos de la ciencia,
y no la disputa lógica de los filósofos, los que
hicieron insostenibles las viejas
ideas.
Aunque los métodos tradicionales de los escolásticos
permanecieron aún
durante mucho tiempo, cada vez más aparecían más
alejados de la realidad. El
auge de la ciencia procedía de otra dirección y con
otros métodos de
observación y experimentación. De nuevo Inglaterra se
colocó a la vanguardia
al defender el método empírico. El más destacado
defensor fue Francis Bacon
(1561-1626), que durante un tiempo fue Lord Canciller
de Inglaterra con el rey
Jaime I, hasta que perdió su puesto porque se había
enriquecido aceptando
regalos de los litigantes. Después dedicó su talento a
un mejor uso, a escribir
libros.
Los escritos de Bacon están llenos de un sentido común
sensato y práctico,
son materialistas en el sentido que inglés se da a la
palabra empírico. El espíritu
de su obra es el de un hombre del mundo ingenioso y de
buena naturaleza. A
diferencia de Tomas Moro, Bacon no estaba hecho de la
misma sustancia que
los mártires. Acepta la religión ortodoxa sólo porque
da poca importancia a los
principios generales. En su filosofía no juega ningún
papel la religión, su
filosofía se inspira en la idea del desarrollo del
conocimiento como una forma
de incrementar el poder del hombre sobre la naturaleza.
Se rebeló contra el dogmatismo de los escolásticos con
sus litigios
“malsanos y vermiculados” que acaban en “conclusiones
equivocadas y
altercados”. La única vez en que se mostró
verdaderamente indignado tuvo
relación con esta cuestión:
“Esta clase de saber degenerado reinó principalmente
entre los
escolásticos, éstos tenían un ingenio agudo y
profundo, abundante tiempo
libre y escasa lectura, su ingenio se limitaba a pocos
autores
(principalmente Aristóteles, su dictador), igualmente,
sus personas
estaban enclaustradas en las celdas de los monasterios
y centros de
estudio, conocían poca historia o naturaleza, con
escasa cantidad de
materia y una disposición infinita a prolongar las
afanosas redes de
aprendizaje presentes en sus libros. Si para la
inteligencia y la mente
humanas la contemplación de las criaturas de Dios y
trabajar de acuerdo
con este material es algo limitado, entonces, trabajar
para sí mismo de la
misma forma que la araña entreteje su telaraña, es
interminable que les
hace caer en las telarañas del aprendizaje, admirable
por la delicadeza de
su trazado y laboriosidad, pero sin esencia o
utilidad” (F. Bacon. The
Advancement of Learning. p. 26. En la edición
inglesa).
Aquí tenemos la sana reacción ante el método estéril
del idealismo que
vuelve la espalda al mundo real, que convierte en
reales los caprichos de su
cabeza sólo porque corresponden con prejuicios
preconcebidos elevados a la
categoría de axiomas. En su lugar, Bacon nos anima a
“imitar la naturaleza que
no hace nada en vano” (Ibíd. p. 201). Resulta
significativo que prefiera a
Demócrito, el atomista, antes que a Platón y
Aristóteles. Bacon hablaba
irónicamente del Artesano Supremo que se suponía había
creado el mundo a
partir de la nada, y le hacía una pregunta pertinente:
“Pero si el gran artesano tuvo carácter humano,
entonces habría
creado las estrellas con formas agradables y
maravillosas, las habría
ordenado como los desgastados tejados de las casas; es
difícil que una
encuentre acomodo en el cuadrado, triángulo o línea
recta, porque entre
tal número infinito se diferencia de la armonía
existente entre el espíritu
del hombre y el espíritu de la naturaleza”. (Ibíd. p.
133).
Este es un punto muy importante, y uno que con
frecuencia olvidan los
científicos y matemáticos, quienes creen que sus
ecuaciones representan la
verdad última. En la naturaleza no existen las formas
perfectas, ni triángulos, ni
círculos, ni planos perfectos, sólo existen objetos
materiales y procesos reales, de
los que estas representaciones ideales son sólo toscas
aproximaciones. Bacon
comprendió esto muy bien:
“De aquí que los matemáticos no puedan estar
satisfechos excepto si
reducen los movimientos de los cuerpos celestes a
círculos perfectos,
rechazando las líneas espirales e intentando que no se
les acuse de
excéntricos. De aquí que mientras hay muchas cosas en
la naturaleza ya
que era monódica, sui juris; entonces las reflexiones
del hombre les hacen
fingir sobre relatividades, paralelas y conjugados,
aunque no sean tal
cosa”. (Ibíd.).
Las generalizaciones abstractas en la ciencia,
incluidas las matemáticas,
son sólo útiles en la medida que se corresponden con
el mundo real y por lo
tanto encuentran una aplicación en él. Incluso la
generalización más fructuosa e
ingeniosa, necesariamente, sólo refleja la realidad de
una forma parcial e
imperfecta. El problema surge cuando los idealistas
hacen pretensiones
exageradas de sus teorías y las elevan al rango de
principio absoluto y esperan
que la realidad se adapte a sus teorías.
La tendencia más reciente en la ciencia es la teoría
del caos, ésta representa
un regreso, aunque en un nivel mucho más elevado, a la
línea de
argumentación de Bacon y los materialistas del
Renacimiento, que volvieron a
descubrir una tradición mucho más antigua, la
tradición materialista griega de
las escuelas jónicas y atomistas. Bacon desarrolló su
propia concepción
materialista de la naturaleza, se basaba en la idea de
que la materia estaba
formada por partículas dotadas con múltiples
propiedades, y una de ellas era el
movimiento, no sólo se limitó al movimiento mecánico
también anticipó una
hipótesis brillante, que el calor era una forma de
movimiento. Se considera el
movimiento no sólo un impulso externo o una fuerza
mecánica, se le considera
una cualidad inherente de la materia, una forma de
espíritu vital o tensión
interior. Marx lo comprara con el término utilizado
por el filósofo alemán Jacob
Böhme, “Qual”, término difícil de traducir, significa
una tensión interna
extrema o “tortura”. De esta forma, las formas
primarias de la materia estarían
dotadas de movimiento y energía, casi como una fuerza
viva. Hoy en día,
utilizaríamos la palabra energía. Si comparamos estas
ideas con las
concepciones inertes, inexpresivas y mecanicistas que
se hicieron durante el
siguiente siglo, esta visión de la materia es
rotundamente más moderna y se
aproxima a la posición del materialismo dialéctico.
Esta última observación nos lleva al punto central. El
verdadero
significado de la filosofía de Bacon fue señalar el
camino hacia delante. Aunque
incompleta, sí contenía los gérmenes de su futuro
desarrollo, como explica
Marx en La Sagrada Familia:
“En Bacon, su primer creador, el materialismo oculta
aún
ingenuamente los gérmenes de su desenvolvimiento
universal. La materia
sonríe al hombre en todo su poético y sensual
esplendor. Pero la misma
doctrina aforística rebosa aún de inconsecuencias
teológicas”. (Op. Cit. p.
146).
La teoría del conocimiento de Bacon era estrictamente
empírica, como
Duns Scotus, también negaba la existencia de los
“universales”. Desarrolló el
método de razonamiento conocido como inducción que ya
estaba presente en
los trabajos de Aristóteles. Esta es una forma de
estudiar experimentalmente las
cosas, partimos de una serie de hechos aislados hasta
llegar a las proposiciones
generales. Como un antídoto al idealismo estéril de
los escolásticos, también
representaba un paso adelante importante aunque
contaba con serias
limitaciones, que más tarde se convertirían en un
obstáculo para el desarrollo
del pensamiento. Es el principio de la particular
aversión anglosajona hacia la
teoría, una tendencia al empirismo, el culto servil a
los “hechos” y el rechazo a
aceptar las generalizaciones que han dominado el
pensamiento en Gran Bretaña
y por extensión en EEUU.
Las limitaciones del método estrictamente inductivo
son evidentes. No
importa la cantidad de hechos que se examinen, porque
sólo toma una
excepción para socavar cualquier conclusión general
que podamos extraer. Si
hemos visto mil cisnes blancos y llegamos a la
conclusión de que todos los
cisnes son blancos, y después vemos un cisne negro,
entonces nuestra
conclusión estaría equivocada. Estas conclusiones son
hipotéticas, porque
exigen más pruebas. La inducción, en última instancia,
es la base de todo
conocimiento, por que todo lo que conocemos, al final,
procede de la
observación del mundo objetivo y de la experiencia.
Durante un largo período
de observación, combinado con una actividad práctica
que nos permita
demostrar la corrección o no de nuestras ideas,
descubriremos toda una serie de
relaciones esenciales que existen entre los fenómenos,
y demuestran que tienen
características comunes y pertenecen a un género o
especie en particular.
Las generalizaciones a las que se llega después de un
largo período de
desarrollo humano, algunas de ellas consideradas
axiomas, juegan un papel
importante en el desarrollo del pensamiento y no se
puede prescindir
fácilmente de ellas. El método de pensamiento de la
lógica tradicional juega un
papel importante, porque establece las reglas
elementales que nos impiden
llegar a contradicciones absurdas y nos permiten
seguir una línea de
argumentación consistente. El materialismo dialéctico
no considera que la
inducción y la deducción sean incompatibles, cree que
son aspectos diferentes
del proceso de conocimiento dialéctico,
inseparablemente relacionados y que se
condicionan mutuamente. El método del conocimiento
humano procede de lo
particular a lo universal, y también de lo universal a
lo particular. Por esa razón
es incorrecto y unilateral contraponer una a la otra.
A pesar de intentar hacer lo contrario, es imposible
partir de los “hechos”
sin tener ninguna concepción previa. Esta teórica
objetividad nunca ha existido
ni existirá. Cuando nos aproximamos a un hecho,
siempre tenemos nuestras
concepciones y categorías. Pueden ser conscientes o
inconscientes, pero siempre
están presentes. Aquellos que imaginan poder ser
felices sin filosofía, como
ocurre con muchos científicos, lo que hacen es repetir
inconscientemente la
filosofía “oficial” existente y los prejuicios de la
sociedad en la que viven. Por
eso es indispensable que los científicos y los
pensadores luchen para elaborar
un método consistente de mirar el mundo, una filosofía
coherente que pueda
convertirse en una herramienta adecuada para analizar
las cosas y los procesos.
En Introducción a la filosofía de la historia, Hegel
ridiculiza,
correctamente, a todos aquellos historiadores (muy
comunes en Gran Bretaña)
que pretenden limitarse a la realidad y para ello se
ocultan tras una falsa
fachada de “objetividad académica”, mientras que dan
rienda suelta a todos sus
prejuicios:
“Mas la historia hemos de tomarla tal cual es; se
impone que
procedamos de un modo histórico, empírico. Entre otras
cosas, no
debemos dejarnos seducir por los historiadores
profesionales, pues estos,
en especial los alemanes, que gozan de gran autoridad,
hacen lo mismo
que echan en cara a los filósofos, a saber: introducir
aprióricas fantasías en
la historia (...) Como primera condición, podríamos
enunciar la de que
captemos fielmente lo histórico; es en esas
expresiones generales, como
‘fiel’ y ‘captar’, donde se da el equívoco. Incluso el
historiador habitual y
mediocre, que acaso opina también y afirma, se
comporta sólo
receptivamente y abandonándose a lo dado; no permanece
pasivo en su
pensamiento, pues aporta sus categorías y ve lo
existente a través de ellas.
Especialmente en todo lo que debe ser científico, no
puede permanecer
inactiva la razón y ha de ser empleada la reflexión. A
quien considera el
mundo como racional, también el mundo lo tiene a él
por racional: ambas
cosas están en acción recíproca. Pero los diversos
modos propios de
especulación, de los criterios y de la apreciación
sobre la importancia o
insignificancia de los hechos no son de este lugar”.
(Hegel. Filosofía de la
historia. Barcelona. Ediciones Zeus. 1971. pp. 39-40).
Las ideas de Bertrand Russell eran diametralmente
puestas al
materialismo dialéctico, pero hace una crítica
correcta de las limitaciones del
empirismo, para ello sigue la misma línea de Hegel:
“En general la formación de hipótesis es la parte más
difícil de la
obra científica y en la que es indispensable una gran
habilidad.
Hasta ahora, no se ha hallado ningún método que haga
posible la
invención de hipótesis por medio de reglas.
Habitualmente, una hipótesis
es un preliminar necesario para la colección de
hechos, puesto que la
selección de éstos requiere algo previo que determine
su importancia. Sin
algo de esta clase, la mera multiplicidad de hechos es
desconcertante”. (B.
Russell. Op. Cit. pp. 162-163)
La escuela baconiana de pensamiento ejerció una
influencia contradictoria
en los acontecimientos posteriores. Por un lado, al
acentuar la necesidad de la
observación y la experimentación, impulsó la
investigación científica. Por otro
lado, permitió el surgimiento de una estrecha
perspectiva empirista que ha
tenido un efecto negativo en el desarrollo del
pensamiento filosófico, sobre todo
en Gran Bretaña. En La dialéctica de la naturaleza,
Engels señala la paradoja de
esta escuela empírica que imaginaba haberse deshecho
de una vez por todas de
la metafísica, cuando en realidad, terminó aceptando
todo tipo de ideas
místicas.
Se había ganado la batalla inmediata contra la
religión. La ciencia se había